“Si hubiese algún sacerdote que ridiculizase o despreciará los conceptos de sangre, suelo, raza… ofendería ideológicamente e iría en contra de su propia Iglesia. Porque cuando esas palabras expresan pertenece a las posesiones naturales, especialmente valiosas, que Dios nos ha dado”.
Miltenberger, Vicario General de la Iglesia Católica
¡Oh tempora, oh mores!
A LA CONQUISTA DEL MUNDO POR LA CORRUPCIÓN
Las falsificaciones de los judíos no son más que un medio indirecto y secundario de influir y ejercer dominio sobre el espíritu de los no judíos. Se necesitan medios más activos para llegar a la CONQUISTA DEL MUNDO. Uno de los más eficaces es la corrupción de los espíritus y de las costumbres, que permite dividir y desintegrar la unidad cristiana, Divide ut impera.
El orgullo judío (superbia jodeorum) inspira estas tentativas de corrupción. Puesto que los no judíos son en tal medida inferiores, puesto que no detentan el poder sino un tiempo limitado, puesto, en fin, que los judíos han recibido la promesa de la dominación final, nada más natural que tengan por tarea sencilla la corrupción de los goim.(no-judios: nosotros).
Para sus fines, los judíos echan mano de toda la escala de los medios de corrupción. En primer término, la corrupción directa: la compra de las conciencias. Abundan las pruebas: en todas partes y en todos los tiempos la practicaron los judíos. Escribe el rabino JOSEPH BLOCH que el conde palatino CARLOS LUIS se quejaba al rabino de Mannheim, en el siglo XVII, de los judíos, estando en pleito con un cristiano, trataran de sobornar a los jueces cristianos. A lo que respondió el rabino, entre otras cosas, que, puesto que los jueces cristianos estaban inclinados a dar la razón a los cristianos, el dinero judío del soborno restablecía la imparcialidad. ¡Nada menos: sin soborno no había sentencia imparcial! El rabino reconocía que esta manera de proceder no tenía justificación del punto de vista jurídico, pero agregaba que era comprensible, ya que los judíos no creen cometer una injusticia cuando corrompen a un juez. (*Joseph Bloch, Israël und die Völker, 1922, p. 179).
Resulta curioso comprobar que los judíos acusan a los jueces cristianos de parcialidad a favor de sus correligionarios, mientras que el Talmud ordena la parcialidad a los jueces judíos. “Si un judío se halla en litigio con un no judío, tú (el juez judío) harás lo posible para dar la razón al judío, y dirás al no judío”: “Así lo prescribe nuestra ley”. Ahora, si es posible, de acuerdo con la legislación de los no judíos, darás también la razón al judío, y le dirás al no judío: “Así lo prescribe vuestra ley”. Si nada de esto es posible, entonces habrá que recurrir a la astucia”. (*Baba KAMMA 113ª; *Golsschidt, o.cit.t. VII,p. 394).
Se comprende, pues, que el judío, sabiendo que sus jueces tienen ell deber de proteger a sus correligionarios, piense que lo mismo ocurre con los jueces que no pertenecen a la raza de Israel. Por eso procura sobornarlos. Las pruebas son múltiples y, por otra parte, los judíos no las ocultan.
Así, ARMAND MOSSÉ refiere que el Obispo de Carpentras se quejaba, en 1745, al asesor del Santo Oficio de Roma de que los judíos se habían procurado “con su dinero un gran número de protectores”. (*Armand Mossé, Histoire des Juifs d´Avignon et du Comtat venaissin, 1934, p.216).
En ocasión del Congreso de Viena, 1814-1815, los judíos repartieron numerosos obsequíos ; hasta ofrecieron tres sortijas valiosas o 4.000 ducados a GUILLERMO DE HUMBOLT, delegado de Prusia al Congreso. HUMBOLD rehusó el obsequio corruptor; pero FEDERICO VON GENTZ, cuya devoción a la CASA ROTHSCHILD (se acuerdan “BANDERA ROJA), tenía menos escrúpulos. (CORTI, Der Aufstieg des Hauses Rothschild, 1927, p. 166).
Los ROTHSCHILD, por lo demás, eran maestros consumados en materia de corrupción. Para obtener en 1885 ciertos privilegiados de España, se habían “comprado” sencillamente al Ministro de Hacienda, el conde de Toreno, por 1.600.000 francos. Cuando, a pesar de esta “compra”, las cosas no marchaban todavía a la medida de sus deseos, los ROTHSCHILD se empeñaron, merced a los recursos de que disponían, en una operación a la baja, de cerca de dos millones de libras esterlinas, contra los títulos del Estado español, cuya cotización bajó entonces de 70 a 37.
En el pánico que sobrevino a raíz de este acto de venganza, los poseedores de los títulos españoles perdieron las dos terceras partes de su fortuna, y muchos se arruinaron completamente., pero los ROTHSCHILD terminaron ganando una pequeña ganando una pequeña fortuna y juntándose de nuevo con el 1.600.000 francos que habían pagado de coima al Ministro de Hacienda.
HERZL, el alma del sionismo, a pesar de su integridad en lo que se refería a sus negocios personales, no vacilaba en sobornar a los demás, en cuanto lo juzgaba necesario para lograr sus fines. El 31 de diciembre de 1900, escribía a VAMBERY (Arminius –Hermann- Vambery , cuyo nombre verdadero era probablemente Bamberger, judío húngaro, había mudado religión cinco veces, de acuerdo a sus conveniencias del momento, y desempeñaba las tareas de agente secreto de Inglaterra y Turquía), que iba a emprender un viaje para decidir a los financistas turcos a que cortaran su ayuda al gobierno turco, al sólo objeto de demostrar a este gobierno que él no era un “Don Nadie”.
Las memorias de TEODORO HERZL , por lo demás, contienen numerosos pasajes que se refieren personas sobornadas o por sobernar. Hagamos notar, de paso, que estas memorias revelan en HERZL un soberbia increíble.
Cuando un diplomático belga tiene la desventura de no conocerlo, HERZL escribe en sus memorias: “Soy uno de los quinientos hombres más conocidos en el mundo, y sin embargo soy un desconocido para el ministro belga”. (*HERZL, Tagebücher, T. III, p. 268).
Finalmente, una confesión sabrosa: “Si yo pudiera elegir, desearía pertenecer a la vieja nobleza prusiana”. Esta confesión vale oro. ¡Un judío que detesta cuanto es noble y elevado en los demás reconoce en un momento de sinceridad que nada desearía tanto como pertenecer a la nobleza feudal!
Comprar no es la única manera de corromper a los no judíos. Ni tampoco la más peligrosa. Mucho más nefasto es corromper el alma, disolver los valores espirituales y sociales. Y el judío sabe arreglárselas bien para eso. Por lo general, no ejerce violencia ostensible alguna, pero DISOCIA, PERTURBA, DESINTEGRA, DISUELVE. “Israel disuelve sin ser disuelto”, dice JEAN DE MENASCE, judío converso.
Pruebas, no faltan, pero huelga mencionarlas, pues los judíos no vacilan en reconocer su acción disolvente en todos los órdenes.
“Trabajando, a su modo de ver, a favor de lo que se convino en llamar el progreso, (la élite judía) se convirtió a menudo es un elemento de disolución social por sus críticas contra las instituciones vigentes”.
“El judaísmo contribuyó en modo magnífico durante el siglo pasado a destruir la vieja civilización occidental”.
“Por su actividad en la literatura y la ciencia, por su posesión dominante en todos ramos de la actividad pública, (los judíos) están vaciando gradualmente las ideas y los sistemas no judíos en moldes judíos”, lo dijo así el gran pensador católico LEÓN DE PONCINS en La mystérieuse internationale juive, 1936, p. 226. *The Jewish Worl del 9 de febrero de 1883.
Finalmente: “Nosotros no somos el gran común divisor de los pueblos sino para convertirnos en su máximo común federador. Israel es el microcosmos y el germen de la Ciudad futura.
Los judíos no exageran cuando se acusan de ese modo. No hay más que echar una ojeada en torno para advertir hasta que punto ha llegado el judío a corromper la sociedad que lo circunda. En sus manos se hallan los medios que necesita para lograr ese resultado. El teatro y el cine son casi totalmente judíos; y la prensa, cuando no está judaizada, se encuentra bajo la influencia de sus avisadores judíos y de las agencias de publicidad en las cuales el elemento judío domina igualmente.
Esta obra de destrucción estaba preparada desde los comienzos. Durante mucho tiempo, nuestra civilización fue lo bastante sólida para defenderse contra la influencia judía. Recién pudieron notar algún éxito los judíos cuando el siglo renacentista hubo debilitado el espíritu cristiano. La situación de los judíos, empero, limitaba los daños. Pero llegó la emancipación de los judíos, seguida de las ideas nefastas de la Revolución Francesa, y la obra corruptora del judaísmo pudo desarrollarse con toda su fuerza. Lenta, pero seguramente, al principio mediante el teatro y la literatura, luego mediante el cinematógrafo, consiguió modificar la mentalidad de la sociedad cristiana.
WALTHER RATHENAU trató de absolver a los judíos de la acusación de que eran los responsables de las revoluciones espirituales – eufemismo para designar a la desmoralización – de nuestra época. “Una intuición popular, cualitativamente exacta, pero errónea en lo que se refiere a la explicación causal, hizo frecuentemente responsables a los judíos de las revoluciones espirituales más violentas de nuestra época y de las épocas precedentes. Es que la gente advertía que la manera de pensar de los judíos armonizaba singularmente con la de la época mecanizada. Pero equivaldría a hacer de los judíos los amos del mundo y a considerar desprovistos de todo valor a los pueblos europeos si se atribuyera a unos pocos centenares de judíos el mérito y la culpa de la mecanización, especialmente en países donde no residían y en épocas en que no gozaban de derecho cívico alguno”. (Walther Rathenau, OÙ VA LE MONDE? 1922, p. 252-253).
La defensa es hábilmente inexacta. La historia ha probado repetidas veces que una minoría activa ejerce más influencia que la muchedumbre. Las revoluciones espirituales han sido siempre obras de una minoría, como lo fue también el caso con las revoluciones materiales. Una minoría que se ha preparado durante siglos y siglos para su obra destructora, le llevará a término si la sociedad que la rodea no se defiende, o bien, si lo hace débilmente.
-Borrego E., Salvador, Derrota Mundial, 19ª edición, México, 1970.
-Borrego E., Salvador, Infiltración mundial, 2ª edición, México, 1970.
-Lazare, Bernard, El Antisemitismo, su historia y sus causas, Ediciones Bastilla, Buenos Aires, 1974.
- Roth, Cecil, Los Judíos Secretos, Historia de los marranos, Altalena Editores, Madrid, 1979.
- Sombart, Werner, Los judíos y la vida económica, Ediciones Cuatro Espadas, Buenos Aires, 1981.
Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
Diario Pampero Condurbensis nº 229
Instituto Eremita Urbanus
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Miltenberger, Vicario General de la Iglesia Católica
¡Oh tempora, oh mores!
A LA CONQUISTA DEL MUNDO POR LA CORRUPCIÓN
Las falsificaciones de los judíos no son más que un medio indirecto y secundario de influir y ejercer dominio sobre el espíritu de los no judíos. Se necesitan medios más activos para llegar a la CONQUISTA DEL MUNDO. Uno de los más eficaces es la corrupción de los espíritus y de las costumbres, que permite dividir y desintegrar la unidad cristiana, Divide ut impera.
El orgullo judío (superbia jodeorum) inspira estas tentativas de corrupción. Puesto que los no judíos son en tal medida inferiores, puesto que no detentan el poder sino un tiempo limitado, puesto, en fin, que los judíos han recibido la promesa de la dominación final, nada más natural que tengan por tarea sencilla la corrupción de los goim.(no-judios: nosotros).
Para sus fines, los judíos echan mano de toda la escala de los medios de corrupción. En primer término, la corrupción directa: la compra de las conciencias. Abundan las pruebas: en todas partes y en todos los tiempos la practicaron los judíos. Escribe el rabino JOSEPH BLOCH que el conde palatino CARLOS LUIS se quejaba al rabino de Mannheim, en el siglo XVII, de los judíos, estando en pleito con un cristiano, trataran de sobornar a los jueces cristianos. A lo que respondió el rabino, entre otras cosas, que, puesto que los jueces cristianos estaban inclinados a dar la razón a los cristianos, el dinero judío del soborno restablecía la imparcialidad. ¡Nada menos: sin soborno no había sentencia imparcial! El rabino reconocía que esta manera de proceder no tenía justificación del punto de vista jurídico, pero agregaba que era comprensible, ya que los judíos no creen cometer una injusticia cuando corrompen a un juez. (*Joseph Bloch, Israël und die Völker, 1922, p. 179).
Resulta curioso comprobar que los judíos acusan a los jueces cristianos de parcialidad a favor de sus correligionarios, mientras que el Talmud ordena la parcialidad a los jueces judíos. “Si un judío se halla en litigio con un no judío, tú (el juez judío) harás lo posible para dar la razón al judío, y dirás al no judío”: “Así lo prescribe nuestra ley”. Ahora, si es posible, de acuerdo con la legislación de los no judíos, darás también la razón al judío, y le dirás al no judío: “Así lo prescribe vuestra ley”. Si nada de esto es posible, entonces habrá que recurrir a la astucia”. (*Baba KAMMA 113ª; *Golsschidt, o.cit.t. VII,p. 394).
Se comprende, pues, que el judío, sabiendo que sus jueces tienen ell deber de proteger a sus correligionarios, piense que lo mismo ocurre con los jueces que no pertenecen a la raza de Israel. Por eso procura sobornarlos. Las pruebas son múltiples y, por otra parte, los judíos no las ocultan.
Así, ARMAND MOSSÉ refiere que el Obispo de Carpentras se quejaba, en 1745, al asesor del Santo Oficio de Roma de que los judíos se habían procurado “con su dinero un gran número de protectores”. (*Armand Mossé, Histoire des Juifs d´Avignon et du Comtat venaissin, 1934, p.216).
En ocasión del Congreso de Viena, 1814-1815, los judíos repartieron numerosos obsequíos ; hasta ofrecieron tres sortijas valiosas o 4.000 ducados a GUILLERMO DE HUMBOLT, delegado de Prusia al Congreso. HUMBOLD rehusó el obsequio corruptor; pero FEDERICO VON GENTZ, cuya devoción a la CASA ROTHSCHILD (se acuerdan “BANDERA ROJA), tenía menos escrúpulos. (CORTI, Der Aufstieg des Hauses Rothschild, 1927, p. 166).
Los ROTHSCHILD, por lo demás, eran maestros consumados en materia de corrupción. Para obtener en 1885 ciertos privilegiados de España, se habían “comprado” sencillamente al Ministro de Hacienda, el conde de Toreno, por 1.600.000 francos. Cuando, a pesar de esta “compra”, las cosas no marchaban todavía a la medida de sus deseos, los ROTHSCHILD se empeñaron, merced a los recursos de que disponían, en una operación a la baja, de cerca de dos millones de libras esterlinas, contra los títulos del Estado español, cuya cotización bajó entonces de 70 a 37.
En el pánico que sobrevino a raíz de este acto de venganza, los poseedores de los títulos españoles perdieron las dos terceras partes de su fortuna, y muchos se arruinaron completamente., pero los ROTHSCHILD terminaron ganando una pequeña ganando una pequeña fortuna y juntándose de nuevo con el 1.600.000 francos que habían pagado de coima al Ministro de Hacienda.
HERZL, el alma del sionismo, a pesar de su integridad en lo que se refería a sus negocios personales, no vacilaba en sobornar a los demás, en cuanto lo juzgaba necesario para lograr sus fines. El 31 de diciembre de 1900, escribía a VAMBERY (Arminius –Hermann- Vambery , cuyo nombre verdadero era probablemente Bamberger, judío húngaro, había mudado religión cinco veces, de acuerdo a sus conveniencias del momento, y desempeñaba las tareas de agente secreto de Inglaterra y Turquía), que iba a emprender un viaje para decidir a los financistas turcos a que cortaran su ayuda al gobierno turco, al sólo objeto de demostrar a este gobierno que él no era un “Don Nadie”.
Las memorias de TEODORO HERZL , por lo demás, contienen numerosos pasajes que se refieren personas sobornadas o por sobernar. Hagamos notar, de paso, que estas memorias revelan en HERZL un soberbia increíble.
Cuando un diplomático belga tiene la desventura de no conocerlo, HERZL escribe en sus memorias: “Soy uno de los quinientos hombres más conocidos en el mundo, y sin embargo soy un desconocido para el ministro belga”. (*HERZL, Tagebücher, T. III, p. 268).
Finalmente, una confesión sabrosa: “Si yo pudiera elegir, desearía pertenecer a la vieja nobleza prusiana”. Esta confesión vale oro. ¡Un judío que detesta cuanto es noble y elevado en los demás reconoce en un momento de sinceridad que nada desearía tanto como pertenecer a la nobleza feudal!
Comprar no es la única manera de corromper a los no judíos. Ni tampoco la más peligrosa. Mucho más nefasto es corromper el alma, disolver los valores espirituales y sociales. Y el judío sabe arreglárselas bien para eso. Por lo general, no ejerce violencia ostensible alguna, pero DISOCIA, PERTURBA, DESINTEGRA, DISUELVE. “Israel disuelve sin ser disuelto”, dice JEAN DE MENASCE, judío converso.
Pruebas, no faltan, pero huelga mencionarlas, pues los judíos no vacilan en reconocer su acción disolvente en todos los órdenes.
“Trabajando, a su modo de ver, a favor de lo que se convino en llamar el progreso, (la élite judía) se convirtió a menudo es un elemento de disolución social por sus críticas contra las instituciones vigentes”.
“El judaísmo contribuyó en modo magnífico durante el siglo pasado a destruir la vieja civilización occidental”.
“Por su actividad en la literatura y la ciencia, por su posesión dominante en todos ramos de la actividad pública, (los judíos) están vaciando gradualmente las ideas y los sistemas no judíos en moldes judíos”, lo dijo así el gran pensador católico LEÓN DE PONCINS en La mystérieuse internationale juive, 1936, p. 226. *The Jewish Worl del 9 de febrero de 1883.
Finalmente: “Nosotros no somos el gran común divisor de los pueblos sino para convertirnos en su máximo común federador. Israel es el microcosmos y el germen de la Ciudad futura.
Los judíos no exageran cuando se acusan de ese modo. No hay más que echar una ojeada en torno para advertir hasta que punto ha llegado el judío a corromper la sociedad que lo circunda. En sus manos se hallan los medios que necesita para lograr ese resultado. El teatro y el cine son casi totalmente judíos; y la prensa, cuando no está judaizada, se encuentra bajo la influencia de sus avisadores judíos y de las agencias de publicidad en las cuales el elemento judío domina igualmente.
Esta obra de destrucción estaba preparada desde los comienzos. Durante mucho tiempo, nuestra civilización fue lo bastante sólida para defenderse contra la influencia judía. Recién pudieron notar algún éxito los judíos cuando el siglo renacentista hubo debilitado el espíritu cristiano. La situación de los judíos, empero, limitaba los daños. Pero llegó la emancipación de los judíos, seguida de las ideas nefastas de la Revolución Francesa, y la obra corruptora del judaísmo pudo desarrollarse con toda su fuerza. Lenta, pero seguramente, al principio mediante el teatro y la literatura, luego mediante el cinematógrafo, consiguió modificar la mentalidad de la sociedad cristiana.
WALTHER RATHENAU trató de absolver a los judíos de la acusación de que eran los responsables de las revoluciones espirituales – eufemismo para designar a la desmoralización – de nuestra época. “Una intuición popular, cualitativamente exacta, pero errónea en lo que se refiere a la explicación causal, hizo frecuentemente responsables a los judíos de las revoluciones espirituales más violentas de nuestra época y de las épocas precedentes. Es que la gente advertía que la manera de pensar de los judíos armonizaba singularmente con la de la época mecanizada. Pero equivaldría a hacer de los judíos los amos del mundo y a considerar desprovistos de todo valor a los pueblos europeos si se atribuyera a unos pocos centenares de judíos el mérito y la culpa de la mecanización, especialmente en países donde no residían y en épocas en que no gozaban de derecho cívico alguno”. (Walther Rathenau, OÙ VA LE MONDE? 1922, p. 252-253).
La defensa es hábilmente inexacta. La historia ha probado repetidas veces que una minoría activa ejerce más influencia que la muchedumbre. Las revoluciones espirituales han sido siempre obras de una minoría, como lo fue también el caso con las revoluciones materiales. Una minoría que se ha preparado durante siglos y siglos para su obra destructora, le llevará a término si la sociedad que la rodea no se defiende, o bien, si lo hace débilmente.
-Borrego E., Salvador, Derrota Mundial, 19ª edición, México, 1970.
-Borrego E., Salvador, Infiltración mundial, 2ª edición, México, 1970.
-Lazare, Bernard, El Antisemitismo, su historia y sus causas, Ediciones Bastilla, Buenos Aires, 1974.
- Roth, Cecil, Los Judíos Secretos, Historia de los marranos, Altalena Editores, Madrid, 1979.
- Sombart, Werner, Los judíos y la vida económica, Ediciones Cuatro Espadas, Buenos Aires, 1981.
Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
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