Acerca de cómo se ha ha de fomentar la verdadera unidad de la Iglesia
Por Pío Papa XI
“A los patriarcas, primados, arzobispos y obispos y otros ordinarios en paz y comunión con la SEDE APÓSTÓLICA.
Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica.
Nunca quizás como en los actuales tiempos se ha apoderado del corazón de todos los hombres un tan vehemente deseo de fortalecer y aplicar al bien común de la sociedad humana los vínculos de fraternidad que, en virtud de nuestro común origen y naturaleza, nos unen y enlazan a unos con otros.
Porque no gozando todavía las naciones plenamente de los dones de la paz, antes al contrario, estallando en varias partes discordias nuevas y antiguas, en forma de sediciones y luchas civiles, y no pudiéndose además dirimir las controversias, harto numerosas, acerca de la tranquilidad y prosperidad de los pueblos sin que intervengan el esfuerzo y la acción concorde de aquellos que gobiernan los Estados, y dirigen y fomentan sus intereses, fácilmente se echa de ver – muchos más conviniendo todos en la unidad del género humano -, por qué son tantos los que anhelan ver a las naciones cada vez más unidas entre sí por esta fraternidad universal.
(La fraternidad en religión; congresos ecuménicos)
Cosa muy parecida se esfuerzan algunos por conseguir en los que toca a la ordenación de la nueva ley promulgada por JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR. Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones, y conferencias, con no escaso número de oyentes, e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, a cristianos y hasta aquellos que apostataron miserablemente de CRISTO o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.
(Los católicos no pueden aprobarlo).
Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puestos que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.
Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan la verdadera religión y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por DIOS.
“La Iglesia Católica es una con una unidad visible y perfecta. Y no hay otra Iglesia de Jesucristo que la Católica, que edificada sobre el único PEDRO, se levanta por la unidad de la fe y la caridad en un solo cuerpo conexo y compacto”.
(Otro error: la unión de todos los cristianos. Argumentos falaces).
Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo – suele repetirse – y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de CRISTO se abstengan de mutuas recriminaciones, y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? Y quién se atreverá a decir que ama a JESUCRISTO, si no procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que Él manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa? (Juan 17, 21).
Y el mismo JESUCRISTO ¿por ventura no quiso que sus discípulos se distinguen
Y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis unos a otros? (Juan, 13, 35). ¡Ojala – añaden – fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la impiedad, que, deslizándose y extendiéndose cada vez más, amenaza debilitar el Evangelio.
Estos y otros argumentos parecidos divulgan y difunden los llamados “pancristianos” ; los cuales, lejos pocos en número, han llegado a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección, la más de ellas, de hombres católicos, aunque discordes entre sí en materia de fe.
Exhortándonos, pues, la conciencia de Nuestro deber a no permitir que la grey del Señor sea sorprendida por perniciosas falacias, invocamos vuestro celo, Venerables Hermanos, para evitar mal tan grave, pues confiamos que cada uno de vosotros, por escrito y de palabra, podrá más fácilmente comunicarse con el pueblo y hacerle entender mejor los principios y argumentos que vamos a exponer, y en los cuales hallarán los católicos la norma de lo que deben pensar y practicar en cuanto se refiere al intento de unir de cualquier manera en un solo cuerpo a todos los hombres que se llaman católicos.
“Otra razón por la que deben los fieles aborrecer en gran manera estas iniciativas (ecuménicas) es que quienes a ella se unen favorecen el indiferentismo y causan escándalo”.
(Resbaladero hacia el indiferentismo y el modernismo).
Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más de un solo magisterio, de una sola ley, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menospreció de toda religión o “indiferentismo”, o al llamado “modernismo”, con el cual los que están los que están desdichadamente inficionados, sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.
Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer aquella diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles; pero la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestarán la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por ejemplo, al misterio de la augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio infalible de Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano (Iº), como en la Encarnación del Señor.
No porque la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?
Pues, el Magisterio de la Iglesia, el cual, por designio divino fue construido en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, el oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la definición a la definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes de los herejes deben eficazmente oponerse o inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.
Mas por ese ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce, naturalmente, ninguna invención, ni se añade ninguna novedad al acervo de aquellas verdades que en el depósito de la revelación, confiado por Dios a la Iglesia, no estén contenidas, por lo menos implícitamente, sino que se explican aquellos puntos que tal vez para muchos aún parecen permanecer oscuros o e establecen como cosas de fe los que algunos han puesto en tela de juicio.
“No crean (los Obispos y Superiores religiosos), cediendo a un falso “irenismo”, que los disidentes y los que están en el error puedan ser atraídos con buen suceso, si la verdad íntegra que vive en la Iglesia no es enseñada por todos sinceramente, sin corrupción ni disminución alguna”.
(La única manera de unir a todos los cristianos).
Bien claro se muestra, pues, Venerables Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen, y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual Él mismo fundó para la salvación de todos. Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá contaminarse jamás, como dijo bien SAN CIPRIANO: “NO PUEDE ADULTERAR LA ESPOSA DE CRISTO; ES INCORRUPTIBLE Y FIEL. CONOCE UNA SOLA CASA Y CUSTODIA CON CASTO PUDOR LA SANTIDAD DE UNA SOLA ESTANCIA”. (San Cipriano, De la Unidad de la Iglesia (Migne, PL 4, col. 518-519).
(Plegaria a Cristo Nuestro Señor y a María Santísima).
Y ojala Nuestro Señor Salvador, “el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (I Tim. 2, 4), oiga Nuestras ardientes oraciones para que se digne llamar a la unidad de la Iglesia a cuantos están separados de ella.
Con este fin, sin duda importantísimo, invocamos y queremos que se invoque la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina Gracia, develadora de todas las herejías y Auxilio de los cristianos, para que cuanto antes nos alcance la gracia de ver alborear el deseadísimo día en que todos los hombres oigan la voz de su divino Hijo, y “conserven la unidad del Espíritu Santo con el vínculo de la paz” (Efesios, 4, 3).
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 6 de enero, fiesta de la Epifania de Nuestro Señor Jesucristo, el año 1928, sexto de Nuestro Pontificado. (1928-2008: 81 años).
“No todos los pecados, aun graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía.
Ni la vida se aleja de aquellos que, aun cuando hayan perdido la gracia pecando (…) retienen, sin embargo, la fe y la esperanza cristianas, (…) y son excitados por Dios a orar y arrepentirse de su caída”.
PÍO XII, Mystici Corporis.
* * *
LA NUEVA ORACIÓN POR LOS JUDÍOS (el próximo Viernes Santo 2009).
“Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, en especial cuando hagáis algún sacrificio: “¡Oh Jesús! Es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.
NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA
La Secretaría de Estado notificó, el 4 de febrero de 2008, que se había modificado en el sentido siguiente la oración por la conversión de los JUDÍOS que se contenía en el misal romano de 1962, la cual se rezaba durante la acción litúrgica del Viernes Santo: “Rogamos también por los judíos. Que el Señor Dios nuestro ilumine sus corazones para que reconozcan a Jesucristo, salvador de todos los hombres. Dios omnipotente y eterno, (…) concede propicio que, entrando la plenitud de las gentes en tu Iglesia, todo Israel sea salvo”.
Así, pues, se eliminaron las siguientes expresiones de la plegaria precedente: “Que Dios quite el velo de sus corazones (…) Pueblo cegado (…) que sean liberados de sus tinieblas”.
Con motivo de la publicación del Motu propio que liberaliza el uso de los libros litúrgicos en vigor hasta la reforma conciliar, han sido diversas las voces en el mundo judío que expresaban su inquietud por ver reintroducidos en el rito romano la antigua oración por los judíos, a pesar de que JUAN XXIII había hecho retirar el término “pérfido” de la misma. Los grandes rabinos de Israel escribieron al Papa BENEDICTO XVI para pedirle que modifique la oración del Viernes Santo.
A pesar de todo, esta última modificación ha provocado el descontento del gran rabino de Roma, que ya el 6 de febrero de 2008 declaraba en el diario Corriere de la Sera que el mantener una fórmula impetrando “de forma explícita” la conversión de los judíos, “cuestionaba decenios de progreso en el diálogo entre ambas religiones”. He insistía “Esta oración constituye un obstáculo para proseguir el diálogo entre judíos y cristianos”.
Respondiendo a ésta y otras reacciones, el 7 de febrero ppdo. Afirmaba el Cardenal KASPER: “Pensamos razonablemente que esta oración no puede convertirse en un obstáculo en el diálogo, porque refleja la fe de la Iglesia y además, también los judíos tienen en sus textos que a nosotros, los cristianos, no nos agradan. Todo debe aceptarse y respetarse en la diversidad”.
Nuestro Comentario: Como consecuencia de presiones externas a la Iglesia Católica, el Papa BENEDICTO XVI se ha creído obligado a cambiar la muy venerable oración por los judíos, que formaba parte integrante de la liturgia del VIERNES SANTO. Esta oración es una de las más antiguas: se remonta al siglo IIIº, y siempre fue recitada, a lo largo de la historia de la Iglesia, como la plena expresión de la fe católica.
Hay que observar que los comentarios del Cardenal KASPER – que se pueden considerar autorizados – dan a esta amputación litúrgica un aspecto de verdadera transformación, y expresan una nueva teología de la relación con el pueblo judío. Y aunque la necesidad de aceptar al Mesías ha sido conservada, no podemos sino deplorar profundamente este cambio.
Además, ¿no hemos de ver en esta modificación o transformación o cambio, que es un giro hacia el misal de PABLO VI, una voluntad de “fecundar” la liturgia tradicional con la conciliar, según lo desea el Motu Propio Summorum Pontificum, en esa perspectiva de la “reforma de la reforma” (litúrgica)?.
“¿Quién de vosotros querría servir a un ídolo, transponer la gloria de Dios a otra divinidad? ¡Sería horrible pensar en una cosa semejante! Y no obstante, es eso lo que hacen todos aquéllos que aman cualquier cosa más que a Dios. Los pensamientos, los afectos, el más puro incienso del corazón, todo va allí. ¡Qué gran miseria es esta!”.
BOSSUET
“Creemos que la predicación es muy necesaria y laudable (…). Mas en todos los lugares donde los herejes manifiestamente persisten, y reniegan y blasfeman de Dios y de la Santa Iglesia Romana, creemos es nuestro deber confundirlos de todos modos según Dios, disputando y exhortando y, por la palabra del Señor, como contra adversarios de Cristo y de la Iglesia, ir contra ellos con frente libre hasta la muerte”. INOCENCIO PAPA III., Eius ejemplo.
Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis Nº 215
INSTITUTO EREMITA URBANUS
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