Y no fue sin disposición divina que esa LENGUA, que durante siglos había congregado la más vasta asociación de naciones bajo la autoridad del Impero Romano, se tornó la LENGUA PROPIA de la Sede Apostólica y fue así conservada para la posteridad, reuniendo a los pueblos cristianos de Europa por un estrecho lazó de unidad.
Y es por esas razones que la Sede Apostólica se empeño siempre en conservar cuidadosamente la LENGUA LATINA y la consideró dignas de ser vitaliza por ella en el ejercicio de su Magisterio, “como un vestimenta magnífica de la doctrina celeste y de las leyes santísimas”, al mismo tiempo que juzgo conveniente que los miembros sagrados la empleasen (…).
El (PÍO XI), que había estudiado la cuestión de modo racional y metódico, mostró que esa LENGUA posee tres cualidades que convienen admirablemente a la naturaleza de la Iglesia: “Y, EN EFECTO, LA IGLESIA, PARA ABRAZAR A TODAS LAS NACIONES Y PARA PERMANECER ELLA MISMA HASTA EL FIN DE LOS SIGLOS (…) TIENE NECESIDAD DE UNA LENGUA QUE, POR SU PROPIA NATURALEZA, SEA INMUTABLE Y NO SEA VULGAR”.
Habiendo, Nos, considerado y maduramente pesado todo eso, en la plena conciencia y por la autoridad de Nuestro Cargo, establecemos y ordenamos cuanto sigue:
1º LOS OBISPOS Y LOS SUPERIORES mayores de las Ordenes Religiosas se apliquen, tanto cuanto fuere necesario, a que en sus seminarios y escuelas que preparan para el Sacerdocio, todos se sometan a la voluntad de la Sede Apostólico en este particular, y obedezcan concienzudamente a las prescripciones que Nos damos.
2º VELEN CON SOLICITUD paternal para que ninguno de sus jurisdiccionados, impelido por el deseo de novedad, escriba contra el empleo latina, ya sea en la enseñanza de las disciplinas sagradas más elevadas, ya sea en la celebración de los ritos sacros, y para que nadie, como consecuencia de un prejuicio, minimice o interprete mal la voluntad de la SANTA APOSTÓLICA en esta materia.
Al leer estas líneas nos preguntamos: ¿qué “preconciliar retrógrado” pudo haberlo escrito? Como el estilo es pontifical se nos ocurre que acaso sea obra de SAN GREGORIO VII, INOCENCIO III, de BONIFACIO VIII, de algún otro Papa medieval. Pero al fijarnos en la firma, aparece la de JUAN PP. XXIII y el texto pertenece a la Carta Apostólica “Veterum Sapientia”, del 22 de febrero de 1962.
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 110 Cordubensis
Instituto Eremita Urbanus
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¿El Papa, es Papa?
Hace 1 mes
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