domingo, 12 de octubre de 2008

El Papa Gregorio IX y la tradición teológica



Gregorio IX, 1227-1241, de la carta Ad Aegiptiis a los teólogos de París, del 7 de Julio de 1228 (1228-2008: 780 años).

TEXTO: “Tocados de dolor íntimamente (Gen. 6, 6), nos sentimos llenos de la amargura del ajenjo (cf. Tren, 3, 1, 5) porque, según se ha comunicado a nuestros oídos, algunos entre vosotros, hinchados como un odre por el espíritu de vanidad, pugnan por traspasar los términos puestos por los Padres (Prov. 22, 28), inclinando la inteligencia de la página celeste, limitada en sus términos por los estudios ciertos de las exposiciones de los Santos Padres, que es no sólo temerario, sino profano traspasar, a la doctrina filosófica de las cosas naturales, para ostentación de ciencia, no para provecho alguno de los oyentes (…). Pues siendo su deber exponer la teología según las aprobadas tradiciones de los Santos y destruir, no por armas carnales, sino poderosas en Dios, toda altura, que se levante contra la ciencia de Dios y reducir causativo todo entendimiento en obsequio de Cristo (2 Cor. 10, 4s), ellos, llevados de doctrinas varias y peregrinas (Heb. 13, 9), reducen la cabeza a la cola (Deut. 28, 13 y 14) y obligan a la reina a servir a su esclava, el documento celeste a los terrenos, atribuyendo lo que es de la gracia a la naturaleza. A la verdad, insistiendo más de lo debido en la ciencia de la naturaleza, vueltos a los elementos del mundo, (…) no parece haya, afirmado su corazón en la gracia (Heb. 13, 9); por ello, no traen a su memoria lo del Apóstol, que creemos han leído a menudo: Evita las profanas novedades de palabras y de opiniones de la ciencia de falso nombre, que por apetecerla algunos han caído de la fe (1 Tim. 6, 20s). ¡Oh necios y tardos de corazón en todas las cosas que han dicho los asertores de la gracia de Dios, es decir, los Profetas, los Evangelistas y los Apósteles (Lc. 24, 25), cuando la naturaleza no puede por sí misma nada en orden a la salvación, si es ayudada de la gracia! Digan estos presumidotes (…), cuyas mentes, como si se alimentarán de bellotas, permanecen vacías y vanas, y cuya alma no puede deleitarse en manjares suculentos (Is. 55, 2), pues andando sedienta y árida, se abreva en las aguas (…) que sacan de los torrentes filosóficos, de los se dice que cuanto más beben, más sed producen, pues no dan saciedad, sino más bien ansiedad y trabajo; ¿no es así que al doblar con forzadas o más bien torcidas exposiciones las palabras divinamente inspiradas según el sentido de la doctrina de los filósofos que desconocen a Dios, colocan el arca de la alianza junto a Dagón (1 Reg. 5, 2) y ponen para ser adorada en el templo de Dios la estatua de ANTÍOCO?
Y al empeñarse en asentar la fe más de lo debido sobre la razón natural, ¿no es cierto que la hacen hasta cierto punto inútil y vana? Porque “no tiene mérito la fe, a la que la humana razón le ofrece le ofrece experimento” 8S. Greg. M.) Cree desde luego la naturaleza entendida; pero la fe, por virtud propia, comprende con gratuita inteligencia lo creído y, audaz y denodada, penetra donde no puede alcanzar el entendimiento natural.
Digan esos seguidores de las cosas naturales,, ante cuyos ojos parece haber sino proscrita la gracia, si es obra de la naturaleza o de la gracia que el Verbo que en principio estaba en Dios, se haya hecho carne y habitado entre nosotros (Jo. 1). Lejos de nosotros, por o demás, que la más hermosa de las mujeres (Cant. 5, 9), untada de estibio los ojos por los presuntuosos (4 Reg. 9, 80) y, adornada con collares (Is. 81, 10), marcha espléndida como una Reina, con mal cosidas fajas de filósofos se vista de sórdido ropaje(…).

A FIN, PUES, QUE ESTA DOCTRINA temeraria y perversa no se infiltre como una gangrena (2 Tim. 2, 17) y envenene a muchos y tenga RAQUEL que llorar a sus hijos perdidos (Ier. 31, 15) , por autoridad de las presentes Letras os mandamos y os imponemos riguroso precepto de que, renunciando totalmente a la antedicha locura, enseñéis la pureza teológica sin fermento de ciencia mundana, no adulterando la palabra de Dios (II Cor. 2, 17) con las invenciones de los filósofos (…); antes bien, conteniéndoos en los términos señalados por los Padres, cebad las mentes de vuestros oyentes con el fruto de la celeste palabra, a fin de que, apartado el follaje de las palabras, saquen de las fuentes del SALVADOR (Is. 12, 8)

AGUAS LIMPIAS Y PURAS, QUE SOLAMENTE TIENDAN A AFIRMAR LA FE O INFORMAR LAS COSTUMBRES (…)”.

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero
nº 120 Cordubensis
Instituto Eremita Urbanus

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