Una de las más extraordinarias mujeres de la historia. Supo llevar a cabo una maravillosa introspección y asomarse a las almas de los otros. Hizo compatible la mística meditación y el inquieto activismo. Mientras esperaba la más vida tras la muerte, vivía intensamente de tejas abajo. Y recibió maravillosas gracias celestiales sin perder el femenil gracejo. Se encontró vieja y fea en este retrato de Fray JUAN DE LA MISERIA (Carmelitas de Sevilla). C. S-A. “España, un enigma histórico”, t.II., p. 305.
La gran Virgen española, nacida en Ávila, ardió desde muy niña en deseos de ser mártir, y ya se iba a tierra de moros con su hermanito RODRIGO, cuando fueron detenidos en el camino por un tío suyo, que los redujo a la casa paterna. A los dieciocho años de edad ingresó en el convento de Santa María del Monte Carmelo, y en él se consagró a su único celestial esposo Cristo.
Su corazón ardía en llamas de divinal amor, así que pudo escribir: “¡Cómo el alma siente más verdaderamente el cautiverio que traemos con los cuerpos y la miseria de la vida! Anda como venida en tierra ajena, y lo que más la fatiga es no hallar muchos que se quejan y piden esto, sino lo más ordinario es desear vivir.” (Vida, c. 21).
Por consejo del mismo Jesús emitió el voto tan arduo como desusado de hacer siempre lo que entendiese ser más perfecto, así que alcanzó un grado tan alto de oración y de vida mística, que con razón se la llama la Mística Doctora. De esa contemplación e íntima y continua unión y trato con Dios sacó con tan grandes luces acerca de las cosas divinas, que todavía deslumbran a cuantos leen sus muchas obras, que por providencial mandato de sus directores nos dejó escritas. Los principales escritos de la Santa abulense son el Camino de perfección, las Moradas, su Vida y sus Fundaciones. Todas ellas son el fiel trasunto y como el retrato de su alma seráfica.
Por todas las prendas de naturaleza y de gracia en ella reunidas ha ejercido siempre tan singular hechizo la santa castellana, que fue de Dios tan singularmente dotada.
Murió SANTA TERESA DE JESUS en su convento de Alba de Tormes, Salamanca, en 1582, después de reformar la Orden Carmelitanas y de fundar 32 conventos de monjas. Y allí descansa incorrupta su cuerpo en preciosa urna. SANTA TERESA murió precisamente en la noche memorable del 4 de octubre de 1582, en que el Papa GREGORIO XIII suprimió 10 días de calendario, quedando el mes atrasado de otros tantos.
¡Oh bendita virgen avilesa! Tu mismo nombre está pregonando lo que fuiste:
: la custodia fiel de Jesús, tu Dios, a quien con tanta generosidad serviste. Acuérdate de que tienes aún en la tierra muchos que visten tu mismo hábito blanco y pardo, y que te llaman su SANTA MADRE. Mira por tantas hijas y tantos hijos como se esfuerzan por seguir tus consejos y preceptos en la soledad del claustro. Mira por esta tu cara patria española y tu cara patria argentina, de que eres una de sus genuinas representantes. Mira especialmente por las almas espirituales que se afanan por seguir tus huellas, y hasta por las ovejuelas descarriadas, que a ti tanta compasión te daban. Mira por toda la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y España y Argentina.
En las internas entrañas
Sentí un golpe repentino:
El blasón era divino
Porque obró grandes hazañas.
Con el golpe fui herida
Y aunque la herida es mortal,
Y es un dolor sin igual
Es muerte que causa vida.
Si mata, ¿cómo da vida?
Y si vida, ¿cómo muere?
¿Cómo sana cuando hiere,
Y se ve con él unida?
Tiene tan divinas mañas,
Que en un acerbo trance
Sale triunfando del lance
Obrando grandes hazañas.
Editó Gabriel Pautasso
Instituto Eremita Urbanus
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