Javierre, cura
«progre» de toda la vida, hermano de cardenal en el Vaticano, acusa al prelado
de París de impedir la merecida beatificación, dice, de Isabel la Católica
Editó: Lic.
Gabriel Pautasso
Por José Manuel
Vidal
Por qué no se
atreve el Vaticano a beatificar a la Reina Isabel? «Por las presiones del lobby
judío y, en concreto, del cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París». Lo
dice José María Javierre, sacerdote, hermano de cardenal, periodista y
escritor. Y lo proclama después de haber investigado documentos a los que sólo
tienen acceso algunos privilegiados como él y haber escrito un tocho de 862
páginas. Y lo cuenta después de haberse «convertido» en un convencido defensor
de «esta santa de altar».
Y eso que se
acercó al personaje con recelo. José María Javierre fue siempre, y sigue
siendo, un cura progre, sin pelos en la lengua, libre para cantarle las
cuarenta a obispos y cardenales más preocupados por hacer carrera que por el
bien de las almas.
A los 77 años y
delicado de salud, Javierre aceptó quizás uno de los mayores retos de su vida:
bucear en la historia de un personaje tan controvertido como la Reina Isabel.
Le llevó más de tres años. Y a los 80, sin nada ya que perder o que ganar si no
es la fidelidad a su conciencia, escribió Isabel la Católica. El enigma de una
Reina, publicado recientemente por Ediciones Sígueme y en el que rompe una
lanza a favor de su santidad. Y para convencerse tuvo que prescindir primero de
sus propios prejuicios de cura progre.
SIMBOLO DE LA
DERECHONA
Isabel de Castilla
es el santo y seña de la derecha civil y eclesiástica. Su proceso fue
promovido, en 1958, por el entonces arzobispo de Valladolid, García Goldáraz,
con el apoyo decidido de Franco, a través del entonces ministro Ibáñez Martín.
Después de la Guerra Civil, se la convirtió en «estandarte de las glorias de
España». En la transición pasó a ser una «figura maldita, símbolo de la
derechona fascista». Además, los judíos la comparan poco menos que con Hitler y
los progresistas de la Iglesia, como los teólogos de la Liberación, la acusan
de promover la Inquisición, arrasar la cultura indígena e imponer a sangre y
fuego el catolicismo en Latinoamérica.
Deudor, al menos
en parte, de estos viejos demonios de la progresía, el descubrimiento de la
auténtica Isabel fue para Javierre «una enorme sorpresa». Pero se imponen las
pruebas y los datos y, al final, proclama: «Ella fue como fue, ni roja ni azul
ni blanca.Los documentos guardan la verdad de su existencia».
El 12 de noviembre
de 1972, la Congregación para la Causa de los Santos recibió el proceso
ordinario diocesano, pero lo dejó enfriar casi 20 años. Para descongelarlo, en
el verano de 1990, se hizo un resumen de todo el material y con él se imprimió
un libro de 1.074 páginas en la imprenta Sever-Cuesta de Valladolid.De este
libro secreto (sub iudice) se realizó una tirada de 100 ejemplares,
destruyéndose las planchas a continuación. Cincuenta ejemplares se enviaron a
los cardenales y otros 49 permanecen clausurados en el Vaticano. Sólo un
ejemplar se encuentra bajo llave en la archidiócesis vallisoletana. Es un
voluminoso libro rojo, del tamaño de un misal antiguo, al que Javierre tuvo
acceso.Con él y con otros muchos documentos escribió su libro. «Me exigí
realizar una biografía serena, tal cual derivara de los documentos.Sin trampas
ni disimulos. Sin polémica contra nadie, ni a favor ni enemiga de la reina
Isabel».
La visión «negra»
de la Reina se apoya en toda una serie de «pecados».Todos falsos, según
Javierre. Por ejemplo, la acusan de haber llegado al trono tras haber
envenenado a su hermano Alfonso con una trucha, a Pedro de Calatrava, un
caballero anciano que la pretendía, para no tener que casarse con él, y a su
hermanastro el rey Enrique IV.
Dicen que le robó
el reino a su sobrina Juana la Beltraneja; que su matrimonio con Fernando de
Aragón fue nulo; que sembró el terror mediante los procesos y las hogueras de
la Inquisición; que expulsó a los judíos y a los moriscos; que consintió la
masacre de guanches en Canarias y de indios en América. Basándose en todos
estos cargos, el corregidor de Medina, García Sarmiento, proclamó: «La reina
está en el infierno».
Fue, sin embargo,
una mujer profundamente cristiana. «Su devoción a la Iglesia fue total»,
sentencia Javierre, que recuerda que ella consiguió del Papa el derecho de
presentación de obispos, «porque quiso reformar el episcopado disoluto de la
época». La oración era, para ella, «el diezmo del día». Isabel reza y da trigo:
entrega unos 300 millones de euros actuales a los pobres.Y se consume por el
celo divino. Por ese celo manda a Colón a descubrir el Nuevo Mundo y convierte
la guerra de Granada en una «cruzada o causa de Dios».
Despojada de la
leyenda negra, a la Reina sólo se le pueden hacer, según Javierre, dos
reproches con cierto fundamento: la expulsión de los judíos y la Inquisición.
La expulsión hay que leerla desde los criterios de la época. «Los expulsó para
cohesionar el reino, no por racismo. Su confesor o sus administradores eran
judíos», dice Javierre.
DOS MILAGROS
La única «sombra»
que dice albergar sobre Isabel la Católica es la referida a la Inquisición. A
su juicio, «una mujer que, como ella creía en el Evangelio, no debió quemar a
nadie, aunque fuera un instrumento de la época y la cifra de condenados no
represente ni una quinta parte de la que se dio en otros países europeos». Aun
con esta sombra, Javierre la «canoniza» y la convierte en «santa de altar».
Para conseguirlo,
tiene virtudes en grado heroico y ha obrado al menos dos milagros: la curación
de un cáncer de páncreas en cuarta fase de un norteamericano y la sanación de
un sacerdote español, tras haber sufrido una hemorragia cerebral. Y hasta tiene
dinero para su causa. Porque mantener «vivo» su proceso cuesta millones de
euros, sufragados por el empresario mexicano de origen leonés Pablo Díaz, que
murió sin ver cumplida la «mayor ilusión de su vida». Pero sus herederos siguen
aportando todo el dinero que la causa necesite.
Milagros, dinero y
una vida ejemplar. ¿Por qué el Vaticano no la canoniza, entonces? «Por la
oposición frontal del lobby judío y, en concreto, del cardenal Lustiger, el
arzobispo de París de origen judío, íntimo amigo del Papa», cuenta Javierre. Él
y la comunidad judía consiguieron congelar la causa de la Reina Isabel durante
más de 30 años. Pero aún así, Javierre cree que «habrá novedades los próximos
años». Y lo dice desde la fe del converso. «En mi juventud también a mí me
llenaron la sesera con acusaciones contra la Reina Isabel, porque fue
franquista, beata, maloliente, tirana, de todo me dijeron; y había que
creérselo si querías ser progre, estar al día, y naturalmente me lo creí. Ahora
de viejo, he gastado tres años en echarme los documentos a la cara, y soy un
converso. Un converso de doña Isabel».
LAS CLAVES
Aniversario. El próximo
26 de noviembre se cumple el 500 aniversario de la muerte de Isabel la Católica
en la ciudad de Medina del Campo (Valladolid). La efeméride puede servir para
reavivar la causa de su beatificación, «dejada dormir» en el Vaticano desde
1972.
Un cura «progre».
Sacerdote, hermano de cardenal, periodista y escritor, de 80 años, José María
Javierre ha publicado decenas de libros. Ha dirigido periódicos y programas de
televisión y ha fundado revistas como «Vida Nueva», «Incunable» o «Remanso».
Caridad. Fue
profundamente devota y dio el equivalente a 300 millones de euros a los pobres.
Se le atribuyen dos milagros: la curación de un cáncer de páncreas a un
norteamericano y la sanación de un sacerdote español tras una hemorragia
cerebral.
Las hogueras. Se le
acusa de matar a tres personas antes de llegar al trono y otros «pecados»,
todos falsos según Javierre. Sí se le puede reprochar la expulsión de los
judíos y los excesos de la Inquisición (eso sí, con cinco veces menos
condenados que en Italia).
Empresario leonés.
Mantener «vivo» el proceso de beatificación cuesta millones de euros aportados
por un empresario leonés que se instaló en México, Pablo Díaz. Desde su muerte,
sus herederos siguen donando todo el dinero necesario para la causa.
Más de 800 páginas.
«Isabel la Católica, el enigma de una reina», por José María Javierre.
Editorial Sígueme, 2004. 864 páginas, y casi 100 ilustraciones. Javierre, que
analiza la biografía de esta singular mujer, asegura que descubrir el legado de
la reina castellana fue «una enorme sorpresa».
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