(Ing. Rubén
O. García - Revisado al 09/05/2012)
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
Antes de comenzar
con el sermón, me gustaría hacer una serie de afirmaciones que sintetizarían el
mismo, las cuales confirmaré bíblicamente a continuación de estas afirmaciones,
mediante las palabras mismas de nuestro Señor Jesucristo:
(2) Primera Afirmación: Jesucristo,
fue, es y será por siempre, desde su nacimiento en la tierra como hombre, enteramente Dios y enteramente Hombre.
(3) Segunda Afirmación:
Inmediatamente antes de su concepción en el seno de María, dejó de lado
voluntariamente su condición de Dios, se anonadó. Esta situación se mantuvo
durante todos los años que le tocó vivir en esta tierra (ver: Fil. 2: 5-8).
(4) Tercera Afirmación: Estando en
esa condición, no se conformó con ello, sino que se anonadó aun más,
voluntariamente, dejando de lado su yo humano, al cual tenía derecho como
cualquier otro ser humano, entregándoselo no obstante a su Padre todos los días
de su vida, obedeciéndole siempre hasta la muerte y muerte de cruz (ver: Fil.
2: 5-8).
(5) Cuarta Afirmación: Debemos poder
distinguir claramente la diferencia entre Tendencias
Hereditarias y Tendencias Adquiridas.
Tendencia Hereditaria: Es aquella
tendencia que recibimos de nuestros padres en forma involuntaria (no pudiendo
ejercer nuestra voluntad), por el solo hecho de nacer, o sea el deseo natural de obrar
independientemente de Dios, lo cual
en sí mismo no es pecado (ver: Ezequiel 18: 4, 20), puesto que en ella no
ha obrado nuestra propia voluntad, es algo que heredamos de nuestros padres
involuntariamente.
Recién se convierte
en pecado, cuando ponemos en práctica dicha tendencia (ver: Stgo. 1: 14-15 y
4:17), o sea: Cuando tenemos conciencia de lo que es bueno y es malo, y,
deliberadamente, hacemos algo que sabemos que es malo, o dejamos de hacer lo
que es bueno.
(6) Tendencia Adquirida: Es aquella
tendencia que se adquiere cuando obedecemos a nuestra tendencia heredada, es
decir: Cuando sabiendo que lo que haremos es algo malo, no obstante seguimos
adelante y lo hacemos en forma deliberada. A partir de entonces, en nuestro ser
se produce una degradación importante de la parte espiritual de nuestro ser, y,
entonces, comenzamos a sentir gozo en la práctica de las cosas prohibidas por
Dios, con la consiguiente degradación de nuestro ser físico y espiritual (ver:
Juan 8: 34).
(7) Quinta Afirmación: Como nuestro
Señor Jesucristo nunca pecó (por consiguiente nunca fue esclavo del pecado como
lo somos nosotros), por haberse entregado totalmente a su Padre que moraba en
él, jamás tuvo tendencia adquirida, o sea inclinación al mal (mente
pecaminosa), y por consiguiente nunca se degradó así como nosotros. Pero sí
recibió un cuerpo con 4.000 años de decadencia, y al tener necesidades como las
nuestras, en determinado momento, su propio yo humano, le exigía obrar en forma
independiente de su Padre para poder satisfacer las necesidades de su carne
humana, requerimientos estos que
Jesucristo jamás satisfizo por sí
mismo, sino que dejó la solución en manos de su Padre, no sin grandes
sufrimientos de su parte en esa terrible lucha contra sí mismo. (ver: Mat. 26:
39 y Luc. 4:1-13). [Aquí vemos que Jesús fue tentado no solamente como hombre
sino también como Dios].
(8) Sexta Afirmación: Debido a que
Jesucristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza pero sin pecado” (ver:
Hebreos 4: 15), ello demuestra que Jesucristo Hombre, es nuestro verdadero
ejemplo a seguir, lo cual no podríamos
hacer, si nosotros estuviéramos en una condición distinta de la que estuvo él
mientras vivió en esta tierra.
(9) Séptima y Última Afirmación:
Emanuel o lo que es lo mismo “Dios con nosotros”. No significa Jesucristo Dios morando en Jesucristo Hombre aquí en la
tierra, sino Dios el Padre morando en la carne pecaminosa de Jesucristo Hombre,
totalmente anonadado voluntariamente y entregado a la total voluntad de su
amado Padre.
En
relación al tema de si Cristo, tenía o
no tenía pasiones como las nuestras: En todas las Escrituras se nos presenta a
Cristo siendo como nosotros, y con nosotros según la carne. Es
del linaje de David según la carne (Rom. 1:3). Fue hecho en semejanza de carne
de pecado (Rom. 8:3). (10) Pero cuidado
con esto, no vayamos demasiado lejos. Fue hecho en semejanza de carne de pecado
[ver: Rom. 8:3, y Heb. 2: 14,17];
no en semejanza de mente de pecado.
No impliquemos ahí su mente. Su carne fue nuestra carne; pero su mente era la
mente de Jesucristo. Por lo tanto, dice la Escritura: Haya, pues, en vosotros este
sentir [mente] que hubo también en Cristo Jesús (Fil. 2:5). Si Jesús hubiera
tomado nuestra mente, ¿cómo se nos podría haber exhortado a que hubiera en
nosotros la mente que hubo en Cristo? ¡Pues ya la habríamos tenido! Pero ¿cuál
es la clase de mente que tenemos? También nuestra mente está corrompida por el
pecado. (Ver Efesios 2: 1-3).
Pero, volviendo al
tema ¿Qué significa “Emmanuel” para ti? Déjame decirte querido amigo que si
para ti Emmanuel significa Jesucristo
Dios morando en Jesucristo Hombre aquí en la tierra, tarde o temprano vas a
perder en tu vida el concepto de lo que es la santificación (cosa que el
enemigo sabe y por eso quiere que sigas con este concepto erróneo de Emmanuel).
Si bien Emmanuel significa: “Dios con los hombres”, ese Dios que estaba morando
y obrando en Cristo no era precisamente el Cristo Dios (puesto que se había
anonadado voluntariamente, y si hubiera obrado en él, Jesucristo no hubiera
podido ser nuestro ejemplo a quien pudiéramos imitar. Filip. 2:5-8), sino que
fue el Padre el que moró en él todos
los días de su vida en esta tierra, porque Jesucristo hombre se subordinó al
Padre durante ese período de su vida. Con lo cual nos enseña que si dependemos
totalmente de nuestro Padre celestial, en la misma forma que él lo hizo podemos evitar caer en el pecado. [Ver: Apocalipsis 3: 21]
Concluidas las
afirmaciones, comencemos entonces con el sermón propiamente dicho:
(11) Romanos 12: 2: “No os conforméis a este siglo [costumbres
de este mundo], sino transformaos
[del griego: metamorfosis, transformación de algo en otra cosa totalmente distinta
(de gusano a mariposa)] por medio de la renovación de vuestro entendimiento [mente], para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta”. [Prov. 4: 18: “Mas la senda de los justos es como la luz
de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”].
(12) El Camino a Cristo, páginas 47 y 48: “Dios dio a los hombres el poder de elegir,
a ellos le toca ejercitarlo. No podéis cambiar vuestro corazón [mente], ni dar por vosotros mismos los afectos a
Dios, pero podéis escoger servirle [Mateo
6: 33: ‘Mas buscad primeramente el reino
de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”]. Podéis
darle vuestra voluntad, para que Él obre en vosotros tanto el querer como
el hacer por su buena voluntad”.
El Señor nos dio el libre
albedrío, es decir, la decisión personal, propia e irrenunciable de obedecerle
o desobedecerle, de aceptarlo o rechazarlo, pero nos advirtió de las
consecuencias que cada una de esas decisiones personales no traerían
aparejadas.
Nos creó por amor y para amor.
Antes de la caída de nuestros primeros padres, Dios manifestó su grande amor,
creándolos con sus propias manos, a diferencia del resto de la creación, e
instalándolos en el Edén, un lugar maravilloso, -del cual nuestra mente no
puede alcanzar a percibir la magnitud de su deslumbrante belleza-, para que
pudieran vivir una vida de paz, amor y plena felicidad junto a Él. Con el fin
de que, a medida que transcurriera el tiempo, comprendieran la altura, la
anchura y la profundidad de ese amor, y, como consecuencia de ello, conociendo
más íntimamente a Dios, surgiera espontáneamente de sus corazones un profundo
amor por su Padre y Creador, y lo glorificaran en sí mismos mediante un
comportamiento impecable, reflejando el carácter de Dios, que es lo que en definitiva Él desea de todo corazón, de parte de cada
uno de nosotros y de todas las criaturas inteligentes del universo. Pero
para que ello ocurriera debían confiar siempre, en todas las circunstancias de sus vidas en Dios.
Lamentablemente, antes de que se
completara ese plan, Adán y Eva dudaron del amor y honestidad de Dios, y
creyeron más en las falsas enseñanzas y acusaciones del enemigo, con lo cual el
plan “A” original de Dios abortó, y entonces nuestro Señor, tuvo que poner en
práctica el plan “B” –el cual había sido previsto desde antes de la fundación
del mundo-, que no solamente trajo dolor al ser humano, y a la naturaleza en
general, por causa del hombre, sino,
y principalmente, a nuestro Dios,
(cuando me refiero a Dios, estoy incluyendo a las tres personas de la
divinidad), manifestado en forma visible ante nuestros ojos carnales, en la
profunda humillación que sufrió nuestro amado Señor Jesucristo durante toda su
vida aquí en la Tierra, y finalmente en la horrible cruz del Calvario.
A partir de entonces el ser
humano, por instigación continua y permanente del enemigo, y debido a las
tendencias hereditarias provenientes de nuestros primero padres, comenzó a
tener en su mente un concepto totalmente equivocado del carácter de Dios (el
cual es su Gloria). Tal fue el “éxito” que tuvo Satanás en esta maléfica
campaña, que el hombre en lugar de amar
a Dios comenzó a temer a Dios, como
si se tratara de alguien que continuamente está buscando encontrarnos en algún
error para castigarnos. Entonces, a fin de apaciguar su “ira”, el hombre
siempre quiso “ganarse” la buena voluntad de Dios, haciendo cosas, tales como
ofrendas de sacrificios, “buen comportamiento”, etc. etc.
Por todo ello, el plan “B” de
Dios, se puso en vigencia tan pronto el hombre pecó, enviando a su hijo en
carne humana con tendencias hereditarias como la nuestra, aunque no con una
mente corrompida como la nuestra, a obrar por sí mismo independientemente de
Dios, pero sin pecado, para
demostrarnos entonces, mediante su ejemplo viviente, que a pesar de que el ser
humano hereda de sus padres “esas tendencias”, no necesariamente debe obedecer
sus tendencias y pecar; pues, “Emmanuel”, o sea “Dios con nosotros”, obrando en, con y por nosotros, si
así lo deseamos de todo corazón, si así se lo pedimos y si así se lo
permitimos, Él puede hacer en nosotros el “milagro de la obediencia por amor a
Él”.
Vuelvo a Preguntar: ¿Qué es lo
que entiendes tú, cuando lees la palabra “Emmanuel”?:… Como ya lo hemos dicho,
aquí se está refiriendo al Dios Padre
obrando con, en y por medio de Jesucristo Hombre (y no a Jesucristo Dios
obrando en Jesucristo Hombre), de la
misma manera en que el Padre puede estar con,
en y por nosotros por medio del Espíritu Santo, por supuesto, siempre
y cuando, humildemente, le entreguemos todo
nuestro yo solo por amor, y no por ninguna otra razón. No por las
calles de oro [panes y peces], y mucho menos por temor al infierno.
Tal fue
precisamente el caso con Jesús en la carne. Y Dios nos ha demostrado así a
todos nosotros en forma práctica y tangible, cómo debemos glorificarle. Ha
demostrado al universo de qué forma hay que darle gloria: Dios, y solamente Dios, ha de manifestarse en toda inteligencia en el
universo. El carácter de Dios debe manifestarse en todas las criaturas
inteligentes del universo. Tal fue el propósito divino desde el principio, su
propósito eterno en Jesucristo Señor nuestro, y nada menos que eso
continúa siendo su objetivo final.
(13) Mateo 24: 14: Y será predicado
este evangelio del reino en todo el mundo, para
testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin .Queda claro, entonces, queridos hermanos y
amigos, que para poder entrar en el reino de los cielos y gozar de una relación
de amor eterna con Dios y las demás criaturas del Universo, debemos poseer y
reflejar el carácter de amor de Dios en nuestras propias vidas; pues, el Señor
no exige menos que eso.
Leeremos un texto
que lo dice todo en pocas palabras. (14)
Efesios 1: 9: “Él nos dio a conocer
el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había
propuesto en sí mismo...”.
Entonces: ¿Cuál es esa voluntad que Jesucristo se propuso en sí mismo? Siendo
Jesucristo, el Dios eterno, habiendo dispuesto en sí mismo ese propósito, se
trata de lo mismo que está expresado en otro lugar como su “propósito eterno”. ¿Cuál es el propósito eterno de Dios, que se
propuso en Jesucristo el Señor? (15) Versículo
10: “...reunir
todas las cosas en Cristo [y no solo con Cristo], en
el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos
como las que están en la tierra”.
(16) A fin de glorificar a Dios es necesario estar en la condición según la
cual nadie, excepto Dios, sea manifestado en nosotros, y así sucedió con
nuestro ejemplo humano Jesucristo. En consecuencia Jesucristo dijo (17)
(Juan 14:10): “Las palabras que yo os
hablo, no las hablo por mi propia cuenta”.
(Juan 6:38): “He descendido del
cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; (18) (Filipenses 2: 5-8): “Haya en vosotros esta manera de pensar [esta mentalidad] que hubo también en Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no
consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a
sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y
hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo [ante su Padre] haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y
muerte de cruz!” (19) (Juan 14:10): “El Padre, que vive en mí,
él hace las obras”; (Juan 5:30): “No
puedo yo hacer nada por mí mismo”; “Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me
envió, no lo atrae” (Juan 6:44) (explicar detalladamente este versículo, amor incondicional); Juan 14: 8-9: 8 Felipe le dijo: Señor,
muéstranos el Padre, y nos basta. 9
Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido,
Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú:
Muéstranos el Padre?
(20)
(Juan 14: 8-9); “El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero
el que busca
la gloria del que lo envió, este es verdadero y no hay en él injusticia” (Juan 7:18). O sea, que el
que habla por su propia cuenta, independientemente de Dios, busca su propia
gloria, no la gloria de Dios, pues está manifestando su propio carácter y no el
verdadero carácter de Dios. En consonancia con eso, afirmó en Juan 14: 10: “Las
palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta”.
Según acabamos
de leer, el que habla por sí mismo busca
su propia gloria. Pero Cristo no procuró su propia gloria, sino la del que
le envió, y por eso afirmó: “Las palabras
que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta”. Al hacer así estaba
procurando la gloria del que le envió, y sabemos que él “es verdadero y no hay en él injusticia” (Juan 7:18). (21) Hasta tal punto se vació Jesús de sí
mismo, evitando toda manifestación de su yo humano en cualquier circunstancia,
que la única influencia que ejerció fue la del Padre.
Fue tan literalmente
cierto esto, que nadie podía venir a él a menos que el Padre lo atrajera, pues,
el que los atraía era el Padre que moraba en
él. Eso muestra cuán completamente Jesús
se mantuvo anonadado como Dios y como hombre, vacío de sí mismo (cosa que no es
fácil, cosa que necesita de todas nuestras energías y fuerza de voluntad
puestas en juego para entregárselas continuamente a Él. Para ello debemos ser
valientes y no cobardes). Apocalipsis 21: 8:“Pero
los cobardes e incrédulos…tendrán su
parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.
Tanto se anonadó, que nadie podía acudir a él –nadie podía sentir atracción o
influencia alguna de él- a menos que fuera el Padre morando en Él quien lo atrajera. La
manifestación del Padre en él era lo único que podía llevar la persona a Cristo,
y eso es exactamente lo que Dios quiere
hacer con, en y por cada uno de nosotros, no menos que
eso.
Esto ilustra el
gran asunto que estamos estudiando: (22)
¿En qué consiste, entonces, glorificar a Dios?:
Consiste en estar hasta tal punto
vacío del yo como para que sólo Dios se manifieste en nosotros, y en no ejercer
influencia alguna que no sea la influencia de Dios; consiste en vaciarse de tal
modo, que toda palabra, todo cuanto se manifieste, venga únicamente de Dios y
hable sólo el Padre en nosotros y por nosotros, mediante su
Espíritu Santo.
(23) Jesús dijo al Padre en: Juan
17: 4: “Yo te he glorificado en la
tierra”. Cristo estuvo en la tierra en nuestra carne humana con tendencias
hereditarias; y cuando se vació de sí mismo y se anonadó, el Padre estuvo y se
manifestó en él de tal forma que todas las obras de la carne, que pululaban
dentro de su cuerpo (no de su mente), resultaron negadas; y la envolvente
gloria de Dios, su carácter, su bondad, se manifestaron en lugar de cualquier
rasgo humano.
(24) Nunca olvidemos mis queridos, que una de las razones fundamentales por
la que Jesucristo se hizo hombre y vino a esta tierra fue para darnos el
ejemplo supremo de cómo vivir en esta tierra. Juan 13: 15: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo
os he hecho, vosotros también hagáis”. 1 Pedro 2: 21-22: “Pues para esto fuisteis llamados; porque
también Cristo padeció por nosotros, dejándonos,
ejemplo para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló
engaño en su boca”.
Pregunto: ¿Cómo
podríamos seguir las pisadas de Jesucristo, si Él hubiera tenido alguna ventaja
sobre nosotros que nosotros no tengamos? Y ¿Cómo
podríamos entonces vencer en la misma forma que Él venció, según Él mismo nos
lo pide? (ver: Apocalipsis 3: 21). Esto sería una misión imposible.
Queridos amigos y
hermanos míos en Cristo Jesús. Ustedes en este momento representan los
valientes hijos de Dios de la Iglesia de Adventista del Séptimo Día, porque han
venido aquí para prepararse para una tarea que nos fuera encargada hace casi
2.000 años por “el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo”, para que por medio de nosotros el resto del
mundo pueda conocer “el mensaje del
tercer ángel”, el “evangelio eterno”.
Pero eso nunca ocurrirá, mientras en nuestras vidas no se manifieste la gloria
del Señor, o sea lo que es lo mismo, el
carácter de Dios.
Podremos tal vez
traer, con mucho trabajo, esfuerzo y sacrificio, muchas almas a la iglesia y
bautizarlas, pero si la gloria de Dios no se ha manifestado en nuestras vidas,
nos seguiremos manteniendo “tibios”, y lo único que vamos a lograr, va a ser
seguir trayendo “tibios” miembros de iglesia y no discípulos “calientes”.
Nuestro objetivo debe ser primeramente entregarnos totalmente a Dios, para que
Él pueda hacer en nosotros “tanto el querer como el hacer por su buena voluntad”,
y entonces, recién entonces, traer al seno de la iglesia a personas que sigan a
Dios solo por amor y que trabajen para glorificar a Dios en sus vidas, y no por
lograr “panes y peces” o por temor al fuego del infierno.
Quiera Dios darnos
un conocimiento tal de Él, que podamos decir como Pablo en (25) 2 Corintios 5: 14: “Porque
el amor de Cristo nos constriñe…” O sea que nos impulse a obedecer por puro
gozo, no por obligación ni por temor, o porque el Director misionero o
cualquier autoridad humana nos presione, sino por amor a su persona.
Entonces sí
podremos decir con alegría, tal como dijo Pablo en (26) Gálatas
2: 20: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a si
mismo por mí”. Amén, así sea Señor.
DIARIO PAMPERO Cordubensis
INSTITUTO EREMITA URBANUS
Córdoba de la Nueva Andalucía
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