viernes, 6 de abril de 2012

*EN TORNO AL PROGRESISMO CRISTIANO*


Apuntes tomados taquigráficamente de las conferencias sobre el tema, pronunciadas por el Pbro. Dr. Julio Meinvielle, el 12, 13 y 15 de Mayo de 1964, en Librería Huemul, de Buenos Aires, Argentina (Con las licencias necesarias)

Editó: Lic. Gabriel Pautasso

*FENOMENOLOGIA DEL PROGRESISMO*

Esto no es una conferencia, es una conversación informal.
Vamos a hablar del progresismo; en primer lugar, hemos de advertir que los que usan de un modo sistemático, la palabra progresismo son los comunistas, porque para ellos, la historia se desarrolla en un proceso dialéctico que va de lo peor a lo mejor, así por ejemplo: para ellos la sociedad feudal va caminando en un proceso dialéctico hacia la sociedad burguesa o liberal y la burguesa hacia la socialista, y ésta hacia la comunista; pero progresismo, se puede entender también de un modo general como un camino de la sociedad hacia condiciones y estados mejores de desarrollo.
Nosotros vamos a hablar del progresismo, como fenómeno que se advierte hoy dentro de la Iglesia y que sobre todo se ha puesto de moda con motivo del Concilio Ecuménico Vaticano II. La prensa mundial ha dividido a los Padres conciliares en dos grandes corrientes: la una, la de los innovadores y amigos de reformas, a los cuales ha llamado progresistas, y la otra de Padres más bien preocupados de mantener las legítimas tradiciones, a quienes se ha calificado de conservadores, reaccionarios e integristas.
Al hablar aquí de progresismo, nos vamos a referir a un movimiento que se observa hoy en la Iglesia y que sostiene doctrinas y actitudes que deben ser consideradas como errores desviacionistas; advirtiendo que no todos los que se dicen progresistas deben ser calificados con este sentido censurable; los hay quienes no conociendo el contenido del término progresismo, tal como se está propagando hoy, se llaman progresistas pero buscan tan solo un progreso legítimo y necesario dentro de la Iglesia.
Vamos a advertir también, que aunque el teilhardismo sea una versión del progresismo, pueden existir y existen de hecho, otras versiones de progresismo censurable.
Todo esto nos hace ver que el progresismo, que se difunde hoy, es un error ambiguo que puede admitir muchas versiones, tendencias, desviaciones, más o menos graves, pero siempre de carácter ambiguo. Este carácter ambiguo lo señala Paulo VI, en su mensaje a los católicos de Milán, dirigido el 15 de agosto de 1963, allí dice: "Nosotros percibimos que las riquezas de las tradiciones religiosas se hallan amenazadas de disminución y de ruina, amenazadas no sólo del exterior sino también del interior; en la conciencia del pueblo se modifica y se disuelve la sana mentalidad religiosa y la tradicional fidelidad a la Iglesia, que son el fundamento y la fuente de esta riqueza. Nuestro temor es proporcional al valor del patrimonio espiritual que tenemos la responsabilidad de administrar.
La fe de San Ambrosio, la herencia de San Carlos, el esfuerzo apostólico de los últimos Arzobispos, aparecen comprometidos, no tanto por la usura natural del tiempo, cuanto por algún cambio radical e irresistible que sustituye a la concepción de la vida de nuestro pueblo, otra concepción que no se puede definir, sino con el término ambiguo de progresista; ella no es ya ni cristiana ni católica."

El fenómeno progresista 

Para caracterizar el fenómeno progresista dentro de la Iglesia, vamos a utilizar los artículos que la revista "Le Monde et la Vie" publica en su número de diciembre de 1962, y que lleva el título: "¿Adónde va la Iglesia de Francia?" Allí leemos en la página 63: "Sobre el plano doctrinal, el Papa Pío XII, había, el 13 de julio de 1949, castigado con excomunión a los comunistas y a sus cómplices. Tres meses más tarde, Mounier, comentando esta condenación, emitía la hipótesis de que era un error histórico macizo, lo que permitía el 15 de agosto de 1958, decir a un digno Padre Capellán, a sus estudiantes en presencia del Obispo de Nancy: "Vuestros maestros no son ya ni el Papa ni los Obispos, sino Emmanuel Mounier y Péguy". En esta palabra, por lo demás Péguy no era citado sino bajo su forma socialista y proletaria."
"Estas tendencias progresistas son expresadas más claramente todavía en una revista católica Témoignage chrétien. El 11 de marzo de 1955, monsieur George Suffert escribía que hay ahora en el corazón de los católicos dos Iglesias: una Iglesia visible, casi del todo podrida, sumergida en el capitalismo, persiguiendo una política europea discutible y conducida por obispos de otra época, y una Iglesia ideal, compuesta de algunos cristianos abiertos, que son el porvenir del cristianismo porque luchan codo a codo con el proletariado, y desean en el fondo del corazón una Iglesia visible más santa, más liberada de compromisos y del dinero. Los sacerdotes de la nueva ola eclesiástica, no hacen caso, se dice, de la sotana, del rosario, de Lourdes, de Montmartre y de la liturgia, se dispensan del ministerio oscuro y fecundo, catecismo y confesión, sacramentos a los moribundos y no se interesan sino por una cierta acción política comenzada con los prêtres ouvriers. Esta acción política es la que ha arrancado a un diputado socialista, S. F. I. O. de la Creuse, esta confesión que expresa todo el programa del clero progresista: "Yo tenía un feudo socialista completamente tranquilo, los Padres de la Souterraine (Sacerdotes de la Misión de France) me lo han echado a perder, favoreciendo allí la implantación del comunismo."
En el mismo número de la revista francesa que comentamos, hay una entrevista con el Padre Boyer. El Padre Boyer es un sacerdote que primero fue Cura obrero, después se hizo comunista y más tarde volvió a la Iglesia, pero no a una posición progresista, sino por el contrario, a una totalmente opuesta. Dirige ahora Action Fatima y lucha fuertemente contra los teilhardistas. Pues bien, el Padre Boyer, en dicha entrevista dice: "Por lo demás, los medios progresistas de la Iglesia dan poca importancia a la misa individual y diaria, estiman que la comunidad es la que debe rezar y participar colectivamente a la misa. Se ha adoptado además, la misa dicha en un cuarto de hora. Ya Teilhard había simplificado la Misa. Decía la misa sobre el mundo: una misa bien extraña, sin altar, sin hostia, sin vino, en la cual el oficiante ofrecía a Dios el mundo entero todo reunido. Ciertos grupos, como el del Prado, de Lyon, han ido más lejos: no enseñan ya el infierno ni Satán, ni aun el pecado a los niños del Catecismo. Todo esto constituye un cisma moral, que se haría sin duda efectivo, si el Santo Oficio anulase todas estas reformas."
Se podría explicar cómo se difunde esta intoxicación del progresismo.
El Padre Boyer advierte que al menos en Francia, "la intoxicación comienza con el Instituto Católico de París; es continuada por los Jesuitas, los Seminarios, es filtrada, dosificada, administrada a lo largo de la jerarquía por los caminos de las licencias y de los doctorados.
Los Seminarios envían sus mejores alumnos a los Institutos católicos y ahí comienza. En seguida se dice a los neófitos: nosotros no os vamos a decir lo que se dice al pueblo vulgar sino que os vamos a interiorizar en los grandes secretos. Después, algún día, vendrá un Concilio y legalizará todo esto. Mientras tanto, el iniciado se ha convertido en Cura de Parroquia, Director de Seminario, Obispo, qué se yo. En esta obra, en todo caso: jesuitas y dominicos forman un bloque con Teilhard. Todo se opera, lo repito, con una ínfima discreción que no puedo describir en una simple entrevista. Añado que estos jóvenes creen hacer lo mejor, lo mismo que la mayoría de sus profesores, pero la pureza de intención no justifica el error."

Algunos errores y desviaciones del Progresismo Cristiano

Es muy difícil caracterizar con precisión los errores y desviaciones en que incurre el progresismo cristiano en casi todos los aspectos de la doctrina y de la vida religiosa. Algunos mantienen algún error o desviación y otros, otras. La enumeración que vamos a hacer, ni es exhaustiva ni es formulada por todos los que se dicen progresistas.
En primer lugar, hay en los progresistas, sobre todo seminaristas y sacerdotes, un desprecio bien marcado de la filosofía y de la teología de Santo Tomás; sabido es que para la Iglesia, Santo Tomás de Aquino es el primer Doctor que ha logrado una síntesis hasta ahora insuperada de las enseñanzas cristianas y las ha expuesto en un cuerpo de doctrina que forman toda una arquitectura. Pues bien, los clérigos progresistas desprecian la filosofía y teología tomista, arguyendo que toda ella está en dependencia de una ciencia arcaica y superada ya definitivamente. Luego, así como esa ciencia ha caducado, también caduca la metafísica y la teología de Santo Tomás. No es difícil advertir el error de estos clérigos progresistas. La metafísica y la teología son independientes de la ciencia experimental que poseía
Santo Tomás; lo importante en aquella metafísica y en aquella teología, es la formulación de los primeros principios de la realidad y del ser.
Rechazar a Santo Tomás, es rechazar la filosofía del ser, y caer por lo mismo en una filosofía de la idea, de la vida, del devenir, de la  existencia. Por ese camino se hace imposible alcanzar el ser y por lo mismo, poner en contacto racional al hombre con Dios, su Creador.
Por ese camino el hombre cierra el camino de su inteligencia hacia Dios y se hace incapaz de levantar una teología que respete los fundamentos naturales y racionales, sobre los cuales se ha de apoyar luego la Revelación y la teología.
En los progresistas, de que estamos hablando, hay una tendencia a revisar también todos los tratados de la teología escolástica y tomista, con el pretexto de que se debe tomar contacto con las fuentes, a saber, con la Biblia y la enseñanza de los Padres. Esta tendencia puede ser buena si no niega el progreso legítimo que se ha operado con las grandes disquisiciones y tratados de los doctores posteriores, pero los progresistas desprecian estos estudios y tratados; quieren volver a una teología puramente bíblica y patrística. Esta tendencia es tanto más peligrosa y se convierte en fuente de innumerables errores, si tenemos en cuenta que hoy la Biblia está sometida a un bombardeo criticista demoledor por parte del nuevo racionalismo. Hay exégetas, como por ejemplo Rodolfo Bultmann, que están empeñados en desmitizar, como ellos dicen, el kerygma cristiano. En esta tarea reducen a muy poco la palabra divina de la Escritura, so pretexto de que todo es mito, incluso la resurrección del Señor. Sabido es que hoy algunos biblistas católicos rechazan, por ejemplo, la infancia del Evangelio de San Lucas, y dicen que el Magnificat no es un cántico pronunciado por la Virgen. Se abre así, por este camino, las puertas a la destrucción total del Antiguo y del Nuevo Testamento de las Escrituras Sagradas.
A1 rechazar la teología de Santo Tomás, recomendada insistentemente por el Magisterio de la Iglesia, se han de inventar nuevas teologías, apoyadas en falsas filosofías, como por ejemplo en el historicismo, evolucionismo y en el existencialismo. Sabido es cómo Pío XII en la Humani Generis, ha condenado todas esas tendencias peligrosas de la nueva teología. Pero el progresismo no hace caso de la advertencia de los Papas. Otra desviación grave del progresismo, es el rechazo y la disminución que hace de la autoridad del Papa y de la Curia romana, rechazando el magisterio ordinario de la Iglesia; en este punto los progresistas formulan las afirmaciones más pintorescas. Para ellos, cuando muere un Papa, pierden valor todas las verdades por él enseñadas. Este error es tanto más grave cuanto es conocido que las enseñanzas de los Papas giran alrededor de las verdades de la Revelación y del orden filosófico natural que guardan un valor permanente; por ello es que los Papas en sus documentos invocan las doctrinas del Magisterio anterior de sus predecesores.
La campaña de desprecio del Magisterio de la Iglesia va acompañada asimismo de una campaña contra la persona de grandes Pontífices, como por ejemplo de Pío XII. No se le perdona a este Papa el que haya promulgado en 1950 la Humani Generis contra las desviaciones de la nueva teología; tampoco se le perdona que haya condenado el movimiento de los prêtres ouvriers y haya puesto término a los desmanes de algunos teólogos dominicos, ni haya canonizado a San Pío X.
Algunos progresistas, sobre todo en Francia, presentan una imagen de la Iglesia como si su centro, que está en Roma, tendría por función frenar, mientras que la periferia sería dinámica y empujada por el Espíritu. La mano romana que frena, se dice, es retrógrada y esterilizante, mientras que el motor de la periferia da muestras de inteligencia de las situaciones y de audacia apostólica. (Ver Itineraires,
núm. 60).
Los progresistas, llevados por un falso ecumenismo, se atreven, asimismo, a rebajar los privilegios de la Virgen y así se oponen, por ejemplo, a que se le reconozca a María o se le dé el título de Medianera Universal de todas las Gracias.
Los progresistas, renovando los errores del pelagianismo, están también llevados a negar o a oscurecer la noción de pecado y de infierno. Fundándose en tesis del psicoanálisis y de la psicología profunda, se ven movidos a negar la malicia y la responsabilidad del pecado, sobre todo de los pecados sexuales.
En la vida espiritual, hay en los progresistas un empeño en suprimir el esfuerzo de los actos y de las prácticas individuales en beneficio de una piedad exclusivamente comunitaria. En estos errores, suelen incurrir los progresistas de un liturgismo comunitario exagerado.
Habría que señalar también los errores y desviaciones de un personalismo peligroso que lleva a formular la tesis de la libertad religiosa como la de un derecho a la profesión pública de cualquier error y que elabora todo1 una moral individualista o de la situación.
1 [“toda”, n. d. e.].

El error fundamental del progresismo

Pero no está en estos errores lo más característico del progresismo moderno. El error fundamental consiste en negar la necesidad de un orden social cristiano o lo que el magisterio eclesiástico llama, desde los días de León XIII hasta el Pontífice reinante, la civilización cristiana o la ciudad católica; los progresistas niegan que haya tal civilización cristiana o tal orden social público- cristiano. En París se ha llegado a afirmar en audiciones públicas de radio, que tal concepto no existe en el Magisterio de la Iglesia; cuando se hace evidente que hay por lo menos cerca de 50 documentos que hacen referencia explícita a la civilización cristiana. También califican los progresistas de nacional - catolicismo el intento de llevar a la práctica el programa de la ciudad católica.
A1 rechazar los progresistas la civilización cristiana, rechazan los derechos de la Realeza de Cristo sobre el orden temporal de la vida pública; es decir, sobre las familias, los grupos sociales, los sindicatos, las empresas, las naciones y el mundo internacional.
Derecho de la Realeza de Cristo, a que el orden temporal se conforme a las enseñanzas y a la legislación de la enseñanza cristiana. El progresismo rechaza el orden social público cristiano y lo tacha de catolicismo constantiniano, gregoriano, sociológico, a fin de presentarle con un aspecto odioso. No faltan sacerdotes, como el dominico Liégé, que afirman que trabajar para el orden social cristiano, para la civilización cristiana, es hacer obra más negativa y nefasta que el mismo comunismo.
Al rechazar la necesidad de trabajar para la implantación de un orden social cristiano, los progresistas vénse obligados a aceptar la ciudad laicista, liberal, socialista o comunista, de la civilización moderna. Aquí radica el verdadero error y desviación del progresismo cristiano, en buscar la alianza de la Iglesia con el mundo moderno. Al calificar de mundo moderno, no hacemos calificación de tiempo, sino una calificación de la naturaleza de la sociedad moderna, y sobre todo del espíritu de dicha sociedad. La sociedad moderna, que comienza en el Renacimiento y se continúa con el naturalismo, el liberalismo, el socialismo y el comunismo de la vida pública, es una sociedad que tiende a rechazar a Dios y a hacer del hombre un dios que con su esfuerzo creador va a lograr su destino y su felicidad. Por ello, como veremos más adelante, el humanismo que comienza en el
Renacimiento, termina con el comunismo, en que el hombre se constituye en el creador exclusivo de su propio destino, que no sólo no necesita de Dios sino a quien Dios le estorba y le molesta, por cuanto la creencia en Dios le mueve a no poner en sí mismo el esfuerzo de su obra creadora. Por ello para Marx la religión es una alienación que disminuye al hombre.
Esta alianza de la Iglesia con el mundo moderno que promueve el cristianismo progresista, le lleva a dar categoría de ciencias supremas, a la psicología y a la sociología; a la psicología que analiza y dirige los condicionamientos internos del hombre; y a la sociología que dirige y conduce los condicionamientos externos. El hombre así alejado del orden social cristiano, trabaja en el orden laicista de la psicología bajo la influencia de Freud; y en la sociología bajo la influencia de Marx.
El cristianismo progresista, sobre todo hoy, tiende a unir comunismo y cristianismo. Para ello incurre en graves errores y desviaciones. En primer lugar, en hacer del comunismo y del marxismo un verdadero "humanismo" con valores positivos que se han de salvar. Es claro que para hacer afirmación tan peregrina, deben desarticular al marxismo y comunismo y con ello negar su carácter de totalidad, que se afirma sobre todo en su contextura dialéctica. El marxismo es un materialismo dialéctico que hace del hombre un puro trabajador, cuyo valor se ha de medir por su eficacia productiva en la edificación de la sociedad comunista. El hombre marxista es un ser degradado a quien se le ha quitado su dignidad divina, su dignidad humana y aun su dignidad animal, para convertirlo en un simple engranaje de la maquinaria comunista. Es absurdo llamar humanista a aquello que constituye la degradación del hombre.
El cristianismo progresista es llevado asimismo a valorar el comunismo por su rechazo fundamental del capitalismo. Al entrar en la dialéctica capitalismo-comunismo, burgués-proletario y al rechazar como a enemigo primero al capitalismo, el cristiano progresista vese obligado a aceptar el comunismo. Pero esta dialéctica es falsa, propia de una sociedad que levanta al primer plano los valores económicos.
Pero por encima de los valores económicos están los políticos, culturales y religiosos.
Un teólogo de la envergadura del dominico Congar ha llegado a decir que hay que "reemplazar las estructuras económicas fundadas sobre el beneficio como motor de la actividad económica" (Nouvelles de Chretienté, núm. 432, p. 30). Pero suprimir el beneficio es suprimir el capital privado e implantar el colectivismo.
Además, el cristiano progresista se hace una idea errónea del "Sentido de la Historia" como si éste hubiese de encaminarse inexorablemente hacia el comunismo, con el cual habría que pactar desde ya. Pero aunque el comunismo, como mañana el Anticristo, hayan de imponerse en la Historia, no por eso se les debe aceptar. Sino al contrario, habrá que combatirlos para que sólo impere el Reino del Señor. Así como obraron perversamente los católicos que como Lamennais en el siglo pasado abrazaron el liberalismo, así también los católicos progresistas que hoy mezclan catolicismo con comunismo.
Debajo de este error progresista que quiere aliar cristianismo y comunismo, existe el otro error más general, que consiste en aliar al mundo moderno -en el sentido antes explicado de laicista y ateo- con la Iglesia. Error condenado en la proposición 80 del Syllabus, que dice: "El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el «progreso», el liberalismo y la civilización moderna".
Si la civilización moderna envuelve la autonomía absoluta del hombre frente a Dios, es harto claro que la Iglesia no puede reconciliarse con ella. Y no se crea que esto podría ser verdad del pasado que ha perdido todo vigor. Al contrario. Es una enseñanza constante desde Pío IX hasta Juan XXIII. En efecto, este último Papa, en un documento tan importante como la Mater et Magistra, llega a afirmar que la "Iglesia se encuentra hoy colocada delante de esta pesada tarea: hacer a la civilización moderna conforme a un orden verdaderamente humano y a los principios del Evangelio." Lo cual significa que en opinión de Juan XXIII, la civilización moderna ni es conforme a un orden humano ni a los principios del Evangelio. Ya esto mismo lo había advertido Pío XII, cuando señalaba que "era todo un mundo el que era necesario rehacer desde sus fundamentos: de salvaje, hacerlo humano; de humano, hacerlo divino, según el corazón de Dios."
Ya el mismo Pío XII, hablando a los capellanes de la Juventud Católica, el 8 de setiembre de 1953, los exhortaba a sentirse "movilizados para la lucha contra un mundo tan inhumano porque tan anticristiano."
Esta toma de posición frente a la civilización moderna, nos va a exigir una formulación de los principios básicos de una Teología de la Historia para juzgar a la civilización moderna. ¿La civilización moderna que se desarrolla desde el Renacimiento aquí en un proceso continuo de mayor materialismo -desde el naturalismo al comunismo- importa un progreso del hombre en cuanto hombre, o más bien un regreso y degradación? He aquí el problema de nuestra próxima conversación.
Alguien preguntará: ¿qué desarrollo tiene el progresismo cristiano entre nosotros? Debemos decir que se está desarrollando muy rápidamente no sólo en el Gran Buenos Aires sino también en el interior. Contribuyen a su desarrollo sacerdotes jóvenes, seminaristas y algunos laicos de organizaciones católicas. Ya el año pasado se denunció el grupo "progresista" y casi abiertamente comunista "Época".
Habría que añadir ahora grupos de jóvenes universitarios católicos con publicaciones como "Tandil 1963" o "Cambio" de Economía y Humanismo. Hay sacerdotes muy activos en esta tarea, a quienes dirigentes de seccionales del Partido Comunista dan como afiliados el2 partido, y quienes ejercen una acción muy decisiva sobre seminaristas y laicos. Todo hace pensar que se está haciendo una trenza entre sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos de grupos representativos en los ambientes católicos para imponer el progresismo cristiano entre nosotros.
2 [“al”? n. d. e.].

FALSO FUNDAMENTO DEL PROGRESISMO CRISTIANO

Hemos explicado hasta aquí en qué errores incurre el progresismo cristiano. Además de ciertos errores y desviaciones en puntos teológicos y filosóficos y de actitudes equivocadas en la práctica cristiana, el progresismo cristiano se equivoca sobre todo en preconizar la alianza del cristianismo con la civilización moderna. Esta actitud le lleva por tanto, a aliarse ayer con el liberalismo y hoy con el comunismo. Debajo de todo esto hay un error fundamental, que consiste en asignar un movimiento necesariamente progresivo al curso de la historia y por lo mismo a la historia moderna que se desenvuelve desde el Renacimiento hasta ahora.
Sabido es que son falsas filosofías las que asignan a la historia un necesario progreso, así por ejemplo, Turgot y Condorcet en el siglo xvm, Hegel con su famosa Dialéctica, Marx que adopta dicha dialéctica y la aplica a los grupos sociales para anunciar el advenimiento inexorable del triunfo del proletariado. También Comte asigna un progreso necesario a la historia que se desenvolvería desde una etapa religiosa a una metafísica para pasar de allí a la etapa del positivismo.
Esto nos lleva a plantear la cuestión de si la civilización moderna significa un progreso o un regreso, un perfeccionamiento o una degradación del hombre. Es claro que en la Historia Moderna, desde el Renacimiento hasta nuestros días hay un progreso real en ciertos aspectos del hombre. Sobre todo, hay un progreso innegable en el campo de las ciencias positivas y en la aplicación de estas ciencias a las técnicas industriales de producción de bienes y servicios. Hay, sin duda, un progreso inmenso, extraordinario de la tecnología. También se puede reconocer un progreso en la conciencia de liberación que se hace el hombre frente a ciertos temores e injusticias. Digo progreso en la conciencia, no progreso efectivo, como advertiremos más adelante.
Pero el problema se plantea de si hay verdaderamente un progreso en el aspecto fundamental del hombre, es a saber, en aquello que constituye al hombre más humano, más bueno, más perfecto o sea en su vida moral por la cual el hombre se acerca a Dios. Este acercamiento a Dios, principio y fin del hombre mide el progreso verdadero ya que siendo el hombre ser participado, no puede progresar en su sustancia sino en la medida en que participa más fuertemente del Ser de Dios. Sostenemos que no sólo no hay progreso en el hombre de la civilización moderna sino que al contrario, hay una degradación de valores que alcanza grados más profundos.

Los cuatro valores de una civilización normal

Para examinar esa cuestión tenemos que partir del hecho de que toda civilización es una manifestación de la realidad humana. Ahora bien, en un hombre normal dentro de la Providencia actual en que el hombre ha sido redimido por Cristo, hay que reconocer cuatro valores fundamentales. El hombre es una cosa, el hombre es un ser sensible, el hombre es un ser intelectual, el hombre es un ser sobrenatural.
Estas cuatro dimensiones del hombre se relacionan entre sí por una jerarquía en que lo más inferior está al servicio de lo superior y a su vez en que lo superior sirve y robustece a lo inferior. Así el hombre es un ser físico-químico para sentir, siente para pensar, piensa para rezar.
Estos cuatro valores humanos tienen su manifestación en grupos sociales de una civilización. Así, a la realidad de cosa corresponden los grupos de campesinos y artesanos ocupados en las tareas inferiores de la producción de bienes económicos. Por encima de ello están los grupos burgueses que se ocupan de las tareas superiores de la vida económica. Por encima de estos grupos están los que se dedican a tareas de cultura, filosofía, vida militar, política, que tienen por misión asegurar la convivencia virtuosa y culta de la vida civilizada. Por encima de estos grupos está el sacerdocio, que tiene por misión asegurar la vida sobrenatural a que está el hombre destinado en la Providencia actual.
Pues bien, una civilización normal debe encerrar esos cuatro valores con sus correspondientes grupos sociales en una jerarquía.
Jerarquía de valores que importa asimismo una jerarquía de servicios.
Los grupos más valiosos han de usar su superioridad jerárquica en servir a los grupos inferiores. Por ello, el Sumo Pontífice, que está colocado en la cúspide de todos los valores, se llama el Siervo de los siervos, porque está allí colocado para servir a todos los hombres.
En la historia hay un siglo -siglo XIII- en que se manifiesta esta civilización normal dentro de la imperfección de las cosas humanas.
Por ello la civilización de ese siglo produce una filosofía altísima en Santo Tomás de Aquino, una admirable política en los Reyes Santos y también un arte maravilloso de artistas santos. Todavía están las obras, las obras de las catedrales, los frescos, de la filosofía, de la poesía, de aquel siglo, para reflejar cómo se desenvuelve una civilización normal. No se trata de hacer la apología de la Edad Media, ni mucho menos de pretender volver a aquellas épocas ya pasadas.
Tampoco se trata de desconocer la dureza en que se desenvolvía la vida de los grupos inferiores de aquella sociedad. Esa dureza se debía no a injusticias, ya que se venía produciendo un alivio y una mejora en las relaciones humanas que pasaba de la esclavitud a la servidumbre y de ésta a la plena libertad. La dureza se debía, sobre todo, a las deficiencias de la tecnología. El hombre no había inventado todavía los medios para asegurar la energía que como el vapor, el gas, la electricidad, la atómica, mueven luego todo el aparato productor sin exigir el sometimiento del hombre a la producción dura de energía.
Había dureza en la vida de los grupos inferiores, aunque hay que reconocer un progreso real en su vida y sobre todo una preocupación de los teólogos por asegurar el justo precio en todas las transacciones humanas.
Lo que importa es destacar que aquel siglo realizaba una civilización normal en que se daba su lugar a cada uno de los valores humanos que no deben faltar en una civilización.

Las tres Grandes Revoluciones

Con el Renacimiento comienza una serie de revoluciones en la vida civilizada, en la cual un valor inferior se rebela contra el valor superior y así en el Renacimiento y en la Reforma Protestante lo puramente humano, lo puramente racional, lo puramente natural se rebela contra el valor supremo, representado entonces por el sacerdocio. Así vemos cómo Felipe el Hermoso, en las postrimerías del siglo XIII, se rebela contra Bonifacio VIII y cómo luego el protestantismo desconoce la supremacía de la Cátedra Romana. Se inicia entonces una civilización puesta, no ya bajo el signo de los valores cristianos sino del de los valores puramente naturales.
Comienza una civilización humanista, naturalista, racionalista, en que el valor supremo lo alcanzan los grupos que representan valores puramente culturales como los humanistas, los políticos y así comienza entonces el absolutismo de los monarcas y el imperio del racionalismo filosófico. Esta civilización llena todos los siglos XV, XVI, XVII y XVIII.
Pero esta civilización camina hacia su ruina y ello por una razón sumamente importante. Al faltar el valor sobrenatural que asegura en la providencia actual la integridad del hombre natural, esta integridad se hace imposible y así vemos cómo el racionalismo no es más que el camino hacia el suplicio de la razón; el absolutismo al suplicio de los monarcas, el naturalismo un camino hacia el suplicio de la naturaleza y el naturalismo un camino al suplicio de lo humano. Y así también, inevitablemente, el racionalismo termina con el suicidio de la razón en
Kant y Nietzsche, el absolutismo en el patíbulo con Luis XVI, el naturalismo en el materialismo del siglo XIX, el humanismo con el homo economicus de la burguesía y con la vida animal del positivismo y de Darwin.

La Primera Revolución, la de la Reforma contra el sacerdocio, va a caminar hacia la Segunda Revolución, la Revolución contra la vida política, filosófica y humana de la Revolución Francesa.
La Revolución Francesa es en sustancia el reemplazo de la nobleza por la burguesía, de la política por la economía, de lo humano por lo infrahumano, de lo racional por lo animal, de lo clásico por lo romántico, del absolutismo por la democracia. Con la Revolución Francesa comienza un mundo burgués, animal, estúpido y positivista.
El homo naturalis no funciona ya y el homo animalis asume sus responsabilidades. De aquí el materialismo del siglo XIX. Agotado el raciocinio o sea la operación que interpreta y unifica los hechos, que reflexiona sobre ellos, no le queda al hombre más que limitarse a comprobar los acontecimientos y a coleccionarlos.
La Revolución Francesa abre el camino al siglo XIX que es el siglo de la economía, del capitalismo, y de la colosal expansión industrial, comercial y financiera. Pero el hecho de que sea un siglo de la economía no se sigue que los hombres consigan su bienestar económico. Porque la economía economista del capitalismo es inevitablemente invertida; en ella se consume para producir más, se produce más para vender más, se vende más para lucrar más, cuando la recta ordenación exige que las finanzas y el comercio estén al servicio de la producción y esta al servicio del consumo, ambos al servicio de la economía, esta al servicio de la política, la política al servicio del hombre, y el hombre al servicio de Dios. Esta economía así invertida es implacablemente funesta y termina en la tremenda catástrofe contemporánea que presenciamos: un inmenso aparato productor que promueve las riquezas del mundo y una humanidad de la cual las dos terceras partes sufren la falta de techo, de abrigo y el hambre. Así como en la era del absolutismo político los pueblos debían sufrir los abusos de los monarcas absolutistas, así en la economista quedan sometidos al yugo de los magnates de la riqueza.
La Revolución Francesa que lleva a la burguesía al primer plano, camina inexorablemente hacia la Tercera Revolución, la Revolución Comunista en que el proletariado, el último grupo social, que no representa otro valor que la materia, asume la totalidad de la vida civilizada. Nos hallamos en la tercera revolución, que es la comunista, la revolución proletaria, en la que el obrero descalificado y marginal, el proletario, quiere desplazar al burgués, al político y al sacerdote.
Quiere suplantar al burgués y repudia la economía burguesa de propiedad privada; quiere suplantar al político y repudia a los gobiernos de autoridad al servicio del bien común; quiere suplantar al sacerdote y erige en sistema ateismo3 militante.
3 [“el ateísmo”? n. d. e.]
El comunismo extendido hoy a una gran parte del globo, señala la última de las revoluciones posibles en un siglo cultural. Después de él y aún ya con él, no es posible sino el caos de los auténticos valores humanos.
El comunista es un hombre a quien se le ha quitado su formalidad sobrenatural de hijo de Dios, su formalidad natural de hombre, su formalidad de animal sensible. El comunista se convierte en una cosa: un tornillo, una tuerca de una gran maquinaria que es la sociedad colectiva del proletariado. ¿Qué queda de un hombre al que se le han quitado estas tres dimensiones? Queda sólo una cosa, algo que camina a la nada. Y así el comunismo es, en definitiva, la deificación de la realidad que tiende a la nada. ¿Cuál es la realidad que tiende a la nada, qué es lo que sigue siendo algo y es nada por su pura potencialidad? Es la materia prima de Aristóteles, aquella materia que de sí misma no es ni esencia ni calidad, ni cantidad ni ninguna otra cosa por las cuales el ser se determina. Por ello el comunismo es necesariamente materialista. El comunismo tiende a la nada, a lo puramente informe, a ser cualquier cosa bajo la todopoderosa mano de la dictadura del proletariado. Este poder colosal agarra al hombre y lo convierte en engranaje de una maquinaria también colosal. El hombre, el hombre individual, pierde su condición de hijo de Dios, hecho a la imagen de Dios y para contemplar a Dios; pierde su condición natural de señor y dominador de la naturaleza; pierde también su condición animal hecha para gozar de los placeres sensibles; el hombre es una pura cosa útil que se usa o se tira según lo exija la conveniencia de la gran maquinaria colectiva: el hombre ha perdido su destino.
Adviértase cómo con el comunismo alcanza su punto más agudo aquel proceso que contra la vida religiosa del hombre comenzó en la Reforma Protestante. Primero se alzó el hombre contra la Iglesia en el protestantismo; luego se alza contra Jesucristo en el racionalismo, y hoy la lucha se lleva directamente contra Dios en el ateísmo militante.
Por ello el comunismo debe ser necesariamente ateo. Así lo explica Marx, encontrando en la religión una frustración del hombre. Para el comunismo la religión no es solamente inútil. Es positivamente mala porque es destructora del hombre. La dialéctica de la oposición de Dios y el hombre está alimentando todo el pensamiento de Marx. Si Dios existe y es creador del hombre, no puede existir el hombre y menos ser el creador de sí mismo. Pues lo que uno es y tiene, lo es a costa del otro. Pero como el hombre existe y es creador de su propia historia, luego Dios no existe ni es creador del hombre. El proceso dialéctico lleva al comunismo no sólo a negar a Dios frente al hombre sino a afirmar que el hombre es Dios.
El comunismo despoja también al hombre de su carácter político, vale decir, de la relación que hay del hombre para con otro hombre.
En el estado comunista, la vida política en el sentido noble de la palabra, las relaciones de los hombres de los unos para con los otros, para su mejoramiento virtuoso, no existe. El hombre no es sino un puro trabajador, cuyo valor se mide por su relación con la capacidad de producir bienes materiales. La politicidad que consiste en una relación de hombre a hombre para la suficiencia completa del vivir humano, no puede existir en una sociedad que no tiene otra razón de ser que usar al hombre para producir bienes. Pero hay más, al comunismo ni siquiera le interesa el bienestar material del hombre, la posesión de riquezas que proporciona un goce específicamente animal.
Este goce lo buscaba el burgués en la sociedad liberal. Pero el comunismo no llega a esto. Al comunismo no le interesa propiamente la riqueza, le interesa el trabajo, que es el instrumento productor de riqueza. No busca el vivir del hombre sino el trabajar del hombre. Así lo enseña claramente Marx en su libro de la "Ideología alemana". Para el comunismo el supremo y único valor es el trabajo productor de bienes materiales. El hombre mismo y aún su bienestar material no interesa4.
4 [“interesan” n. d. e.]
Sólo interesa que trabaje y produzca, aunque no disfrute.
En definitiva: el hombre comunista se ve privado del goce divino de la contemplación de Dios; se ve privado del goce humano que proporciona la convivencia política, se ve privado del goce animal que produce el disfrute de los bienes económicos. Es un puro trabajador esclavizado al trabajo en bien de la sociedad colectiva.

El estado convulsivo del hombre moderno

¿Cuál es el resultado producido por la civilización moderna en la cual el hombre se ha ido degradando en su sustancia humana? La situación de hoy refleja el valor de esta civilización. El hombre ha alcanzado un estado convulsivo. Y así vemos cómo en los últimos 50 años el hombre vive angustiado bajo acontecimientos horrorosos:
Primera Guerra Mundial, la guerra fría, bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, amenaza de guerra nuclear. El hombre vive aterrado. De aquí la literatura y la filosofía de la angustia y del terror.
Las dos terceras partes de la humanidad en estado crónico de hambre y muchas familias privadas de techo.
Nosotros somos testigos, después de cuatro siglos del carácter anti-cristiano y anti-humano de la orgullosa civilización moderna. Anticristiano porque inmensas poblaciones de los países comunistas y de los países que viven bajo un ateísmo, sino militante, práctico, con un desconocimiento total de Dios creador. Civilización anti-humana porque inmensas poblaciones del globo no conocen sino el hambre, la falta de techo, la angustia, el horror de la guerra y de las luchas fratricidas como es la lucha entre proletarios y burgueses.
Por aquí advertimos cuán falso es el fundamento sobre el que apoya el progresismo cristiano su tesis de la aceptación de la civilización moderna. Habría que aceptarla si ofreciera valores humanos que realmente perfeccionan al hombre. No hay que aceptarlo en la medida en que ofrece una acción destructiva y degradante del hombre. Cierto que la civilización moderna ofrece algunos progresos parciales en las técnicas de producción de riquezas materiales. Pero al no procurar el verdadero perfeccionamiento del hombre en su aspecto moral y religioso, el adelanto tecnológico sin el correspondiente progreso moral y religioso, se convierte en un arma terrible de destrucción y de degradación del hombre. Así se da la paradoja de que justo en el preciso momento en que los innegables avances de la tecnología permiten dar bienestar a la población del globo, inmensas multitudes de millones de seres humanos sufren las penurias de la insatisfacción de las necesidades más elementales. Todavía, lo que es mucho peor, se ven amenazadas por las armas nucleares en la propia integridad física.
Por ello, lo importante es que el hombre sin abandonar su esfuerzo en la creación de bienes materiales, realice un esfuerzo mayor por ordenar su vida moral y su vida religiosa. De aquí la necesidad primera -absolutamente primera- del reconocimiento en la vida pública de los derechos de la Iglesia, derechos que concretan los más altos de la Redención de Cristo y de la Soberanía de Dios. Este reconocimiento público de las naciones y del orden mundial de los derechos de la Iglesia es condición fundamental para la vida moral de los pueblos y también para su bienestar material. Aquí tiene5 su lugar aquellas profundas palabras de Cristo: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura".
5 [“tienen”, n. d. e.].
El Progresismo cristiano, al abandonar esta tarea fundamental y primera de la edificación del Reino de Dios en lo temporal de la vida, al abandonar la instauración de la ciudad católica, de la civilización cristiana, trabaja en la edificación de la ciudad comunista. Por ello, el Progresismo cristiano termina hoy colaborando con el comunismo.
No hay término medio. Al rehusarse trabajar para la civilización cristiana, se trabaja para la civilización anticristiana y antihumana.

¿Por qué la tentación filocomunista del Progresismo cristiano?

Al aceptar el carácter progresivo de la civilización moderna que marcharía del liberalismo hacia el comunismo, el Progresismo cristiano, por huir del capitalismo y del liberalismo, abrazaría formas socialistas y comunistas de civilización. Pero hay en ello un error gravísimo. Estas formas socialistas y comunistas de civilización no significan un progreso con respecto al capitalismo y al liberalismo. Si el capitalismo y el liberalismo es malo6, mucho peor son las formas socialistas y comunistas de civilización.
6 [“son malos”, n. d. e.].
Por ello hoy se hace necesario remontar la corriente capitalista liberal y remontar la pendiente socialista y comunista en que desemboca el liberalismo.
¿Entonces qué, dirá alguno, hay que volver al “ancien régime” o a la ciudad medieval? Por supuesto que no. Esto no es ni deseable ni posible. Lo que se ha de hacer es teóricamente muy fácil.
Reconociendo que, lejos de haber un progreso humano y moral, en el hombre de la civilización que se desenvuelve desde el Renacimiento a aquí, y no lo hay, porque se han abandonado los principios del orden humano natural y del orden sobrenatural, hay que volver a aquellos principios. Aquellos principios se concretan precisamente en el orden social público cristiano –la civilización cristiana, la ciudad católica- que desde hace casi un siglo propone la Cátedra Romana en su magisterio ordinario al hombre contemporáneo. Esta enseñanza del Magisterio de los Pontífices se puede resumir diciendo que, sin abandonar el hombre los progresos legítimos que ha hecho en los últimos cuatro siglos, debe volver a los principios de la sana filosofía y teología - orden natural y Revelado-, cuyo expositor insuperable es Santo Tomás de Aquino, a quien Paulo VI, el 12 de mayo de este año, en su visita a la Pontificia Universidad Gregoriana, acaba de llamar el Primero entre los Doctores de la Iglesia.
Por ello, el único remedio a 1a degradación del hombre de hoy, que del capitalismo liberal camina hacia el comunismo, se encuentra en que, manteniendo el progreso tecnológico moderno, manteniendo el progreso de la legítima promoción de grupos sociales de niveles inferiores a otros superiores de cultura y bienestar que se han operado en estos últimos siglos, acepte, sobre todo en sociología, economía, política y en la vida pública, el Magisterio de la Iglesia.
Este magisterio comprende no solamente el ordenamiento social económico de la Rerum Novarum a la Mater et Magistra, sino también el ordenamiento político enunciado en la Libertas y Diuturnum illud de León XIII hasta la Pacem in terris de Juan XXIII, y comprende sobre todo el reconocimiento leal y público de la presencia de la Iglesia en el mundo como lo prescribe la Inmortale Dei de León XIII y las7 Quas Primas sobre la Realeza de Cristo de Pío XI.
7 [“la” n. d. e.].
El Magisterio íntegro de la Iglesia luminosamente expuesto en las innumerables encíclicas y alocuciones del Gran Pontífice que fue Pío XII.
Es precisamente este Magisterio ordinario en lo social de la Cátedra Romana el que no acepta, al menos en su integridad, el Progresismo cristiano. Aceptar el conjunto de enseñanzas sobre el orden público social cristiano del Magisterio Pontificio es maliciosamente calificado de "integrista" y de "reaccionario" por el
Progresismo cristiano.
Los pueblos viven en ruina porque no tienen techo y pan. Pero ello se debe hoy sobre todo a que no tienen el pan espiritual. Al haberles privado el laicismo de este pan espiritual, el hombre se ha hecho egoísta y se ha llenado de odio. Y entonces no busca sino amontonar riquezas con un desprecio total de la miseria de su hermano. De poco vale que el hombre disponga hoy de una ciencia y de una técnica admirables, capaces de dar bienestar a toda la población del globo. Al no poseer la vida moral que sólo es asegurada por la vida religiosa, usará mal y sólo para sí, con desprecio del bienestar de su hermano, ese inmenso progreso tecnológico. Por ello, la "Mater et Magistra" de Juan XXIII, que se ocupa del bienestar económico de los pueblos, en sus párrafos finales advierte que sin Dios no hay orden moral y sin orden moral no puede haber en los pueblos un régimen económico de justa distribución de la riqueza.
"Se ha afirmado, dice allí Juan XXIII, que en la época de los triunfos de la ciencia y de la técnica, los hombres podrían construir su civilización sin tener necesidad de Dios. La verdad es, por el contrario, que los progresos mismos de la ciencia y de la técnica plantean problemas humanos de dimensiones mundiales que no pueden encontrar su solución sino a la luz de una fe sincera y viva en Dios, principio y fin del hombre y del mundo".
Por ello, hay que trabajar para la promoción y el bienestar material de los trabajadores y humildes, pero -por esto mismo porque hay que trabajar para este bienestar que se debe de justicia a los humildes, hay que infundir el espíritu del Evangelio en todos los grupos sociales, también en los más levantados, también en la sociedad y en el poder público, para que así reine de modo efectivo y en favor de los más desamparados la auténtica fraternidad cristiana.

JALONES DEL PROGRESISMO CRISTIANO

Hemos visto cómo la idea de que un progreso continuo acompaña a todo el desenvolvimiento de la civilización moderna, desde el Renacimiento a aquí, constituye el fundamento falso sobre el que se apoya el progresismo cristiano. No hay tal progreso en lo esencial, en lo fundamentalmente humano, en la civilización moderna.
Podrá haber cierto progreso en algunos aspectos, sobre todo en el tecnológico. Pero la tecnología queda fuera del hombre. El aspecto propiamente humano y moral del hombre, que se constituye por el acercamiento a Dios, no progresa porque progrese la tecnología. El hombre puede progresar y de hecho realiza un inmenso progreso en la producción de un poderoso aparato productor y al mismo tiempo se puede hacer más malo, con lo que dicho aparato productor se convierte en su ruina y destrucción.
La civilización moderna en el aspecto propiamente humano del hombre viene caminando hacia atrás desde hace cuatro siglos. Viene regresando por la degradación progresiva a que somete al hombre. La sociedad propiamente moderna se hace cada vez más materialista.
Después de haber rechazado a Dios rechaza los valores propiamente humanos y aún los valores animales del hombre para convertirle en una simple tuerca de la gran Maquinaria materialista y colectivista.
La Revolución Francesa marca el punto decisivo de esta civilización en cuanto a su aspecto materialista. Con la Revolución Francesa el hombre rechaza definitivamente los auténticos valores espirituales depositados en la Iglesia, sociedad sobrenatural y toma un comportamiento decisivamente materialista.
Aquí se plantea un problema angustioso para el católico, ¿Qué hace el católico en esa sociedad que rechaza a Dios, a Cristo, a la Iglesia y que proclama como supremo valor la libertad materialista del hombre? Una de dos, o el cristiano toma franca actitud hostil hacia esa sociedad y entonces queda al margen de ella y expuesto a no hacer sentir el Mensaje cristiano en dicha sociedad o se pliega a dicha sociedad y pacta con ella. Pero entonces se expone a alterar la pureza y la integridad del Mensaje cristiano. Esta fue la situación angustiosa que se presentó a los cristianos después de la Revolución Francesa. Y Lamennais fue el primer católico, que en la alternativa dicha, optó por pactar con la nueva civilización, con el liberalismo que lo llenaba todo y entonces Lamennais resolvió forjar el liberalismo católico.

El Progresismo de Lamennais

Lamennais es el personaje clave del catolicismo moderno. Nacido en el cuarto último del siglo XVIII se formó con las ideas y la mentalidad de Rousseau y de los filósofos liberales. Se convirtió luego al catolicismo para profesar primeramente un ultramontanismo sospechoso y después un liberalismo que desarrolló en el diario L'Avenir durante los años de mil ochocientos treinta y mil ochocientos treinta y uno.
Hay una lógica en la concepción lamennesiana que está presidida por la idea del progreso histórico. La historia progresa y en consecuencia los tiempos modernos representan un progreso sobre los tiempos anteriores. Lamennais justifica la idea de progreso histórico por la de la Providencia divina que rige la historia hacia los fines que sólo ella conoce. En un artículo muy importante del 28 de julio de 1831 Lamennais desarrolla estos conceptos. Para Lamennais el progreso de la historia se realiza no por una mayor adquisición de bondad moral, de acercamiento hacia Dios a través del bien y de la virtud, sino por la adquisición de grados de mayor libertad, la que hace que los pueblos crezcan en mayoría de edad.
Lamennais justifica en consecuencia el liberalismo moderno como una adquisición del progreso de la humanidad. Hasta Lamennais no se concebía otra civilización ni otro progreso auténtico del hombre sino en el reconocimiento de la supremacía sobrenatural de la Iglesia.
La civilización no se proponía como fin propio de los ciudadanos la libertad sino el bien y la verdad. Dentro de la verdad la libertad representa cierto bien, pero nunca puede la libertad adoptarse como un fin independiente que pudiera traspasar los derechos de la Verdad.
Pero en la Revolución Francesa la Iglesia deja de ser reconocida por el poder público como la única religión verdadera y pasa a ser uno de los tantos cultos que pueden practicar los ciudadanos. Podría aceptarse como un hecho esta situación, pero jamás como un derecho. Lamennais fue el primer católico que se atrevió a aceptarlo como un derecho. Porque para él las libertades modernas eran derechos del hombre que debían ser consideradas como adquisiciones del progreso de la historia.
Lamennais fue el primero en profesar el progresismo cristiano que no se conoció entonces con este nombre sino con el del liberalismo católico. Al representar el liberalismo del siglo XIX un progreso con respecto a la sociedad anterior que se decía cristiana y que profesaba el reconocimiento de la Iglesia como sociedad sobrenatural, también el liberalismo católico importaba un verdadero progreso. Como es sabido, Lamennais fue condenado por Gregorio XVI en la Mirari Vos. Desde entonces, todo el siglo XIX conoció dentro del seno de la Iglesia una lucha tremenda entre liberales y no liberales.
Del lado de los liberales hubo figuras como Lacordaire, Montalembert, Dupanloup. Del lado de los antiliberales se destacó sobre todo la gran figura del Cardenal Pie y del publicista Luis Veuillot. Pío IX condenó con fortaleza al liberalismo católico en una serie de documentos cuyas proposiciones fundamentales fueron luego recogidas en el famoso Syllabus. Pero la lucha no se apaciguó. Al contrario, volvió a renacer en el Pontificado de León XIII con la aparición de los clérigos democratistas como un Naudet, Lemire y Dabry.
León XIII en sus famosas encíclicas desarrolló un programa completo de como debía ser la civilización cristiana, la ciudad católica dentro del estilo moderno de vida. Ese programa fustigaba fuertemente al liberalismo católico. Pero el pensamiento de León XIII fue sistemáticamente adulterado por los liberales que había dentro de la Iglesia. En esa época apareció un movimiento fuertemente liberal, democratista y socialista dentro de la Iglesia. Fue el movimiento de Le
Sillon. Pero la firme acción de San Pío X condenando el modernismo que se propagaba entonces en el campo católico y condenando al democratismo de Le Sillon puso fin dentro de la Iglesia a los intentos del progresismo cristiano.
Todo progresismo cristiano desapareció de la escena visible de la Iglesia durante los años 1910 a 1930. La Pascendi y la Carta condenatoria de Le Sillon lograron limpiar el campo de la Iglesia de estas lacras.

El progresismo de Maritain

Maritain va a iniciar de nuevo el progresismo cristiano. El Maritain posterior a 1930. Porque el Maritain anterior se distinguió por su fuerza en combatir todo liberalismo y todo progresismo. En su primera época escribe Antimoderne, Trois Reformateurs, Théonas, Primauté du Espirituel8, en los cuales rechaza la idea de progreso y expone la doctrina auténtica de la Iglesia en el plano de la civilización cristiana.
8 [“Spirituel”, n. d. e.].
Pero en 1930 Maritain inicia una serie de libros y sobre todo Humanismo Integral donde, bajo las apariencias de una filosofía de la cultura, había de despuntar una problemática liberal que había de coincidir punto por punto con los errores de Lamennais.
Maritain, que en su Antimoderne había rechazado la idea de progreso, ahora en su Humanismo Integral defiende un concepto ambiguo, es, a saber, el del progreso ambivalente de la historia, para luego ya en la Segunda Guerra Mundial, después del año 1940, asumir la defensa de la idea de progreso. Esta idea de progreso va a morder fuerte en Maritain como había mordido en Lamennais. En dos libros escritos durante la Segunda Guerra Mundial va a explicitar estas ideas.
En Cristianismo y democracia, y en Los Derechos del Hombre y la Ley Natural va a defender la noción de progreso advirtiendo que en este punto iba a coincidir con Teilhard de Chardin. Allí dice textualmente: "He tenido el placer de encontrar expuestas desde el punto de vista científico de su autor, concepciones parecidas en una conferencia pronunciada en Pekín por el célebre paleontólogo Teilhard de Chardin que en ella indica, que «por vieja que la prehistoria parezca ser a nuestros ojos, la humanidad es aún muy joven y muestra que la evolución de la humanidad debe ser encarada como la continuación de la vida íntegra, donde progreso significa ascensión de la conciencia y donde la ascensión de la conciencia está ligada a un grado superior de organización. Si el progreso debe continuar no será por sí solo. La evolución por mecanismo de sus síntesis se carga cada vez más de libertad»".
Maritain en consecuencia va a poner el progreso del hombre no en el bien, no en una mayor virtud, no en un mayor acercamiento a Dios, a Cristo y a la Iglesia sino en una mayor libertad del hombre. Va coincidir punto por punto en el planteo de Lamennais. Va a considerar como odiosa la cristiandad medieval y con ello el concepto auténtico de civilización cristiana para defender una sociedad fundada en la libertad como idea primera y dominante. Y así como el liberalismo católico de Lamennais declinó finalmente al socialismo, así también en Maritain, su liberalismo de la Nueva Cristiandad había de ir declinando hacia una sociedad de corte socialista donde fueran satisfechas las aspiraciones de la función histórica del proletariado.

El progresismo de Emmanuel Mounier

Maritain había dejado elaborada toda una teoría del personalismo que alimentaba el mito de la nueva cristiandad.
Emmanuel Mounier iba a constituirse en Francia en el profeta de este nuevo mesianismo. Con su revista Esprit iba a inspirar todo un movimiento generacional católico que había de infundir un nuevo espíritu -el espíritu del progresismo cristiano- a las obras de apostolado católico de Francia y de Europa. El progresismo cristiano que hoy domina el campo católico de Francia y aún del mundo puede considerarse obra de Mounier. El ha influido sobre grupos decisivos de teólogos y sociólogos, dominicos y jesuitas, de suerte que no es exagerado asignarle una influencia de primer plano en la corriente progresista que domina hoy los ambientes católicos y en los que ha creado una poderosa estructura, a la que han de plegarse de buen o mal grado, incluso a veces el episcopado.
Mounier comienza por revalorar la noción de progreso como una idea sustancial del cristianismo. Pero en esto se equivoca porque aunque es cierto que hay un progreso y un crecimiento del Cuerpo Místico de Cristo hasta alcanzar la plenitud de la edad perfecta, de allí no se sigue que haya de haber también un progreso en la civilización que soporta ese progreso del Cuerpo Místico. Mounier no efectúa la distinción pertinente y en su estudio El cristianismo y la noción de progreso mantiene el equívoco, como si el progreso hubiera de traducirse en la misma realidad temporal. En ello coincide completamente con Lamennais y Maritain. Sobre esta idea equívoca de progreso Mounier va a elaborar todo el sistema de su personalismo que ha de constituir una nueva civilización o Cristiandad que sustituya a la civilización salida del Renacimiento.
Para entender la significación de la Revolución del personalismo de Mounier hay que estar atento y ver contra qué realidades lucha. Y su lucha se desarrolla sobre todo contra el mundo del capitalismo, del burgués y del dinero. Estas son las figuras principales que le sirven de contraste. Contra el capitalismo Mounier ensaya sus más poderosas armas. Así también como castiga duramente la burguesía y el capitalismo tiene páginas fuertes contra el fascismo.
Pero la dureza que mostró Mounier para con el capitalismo y con el fascismo no fue igual que la que tuvo con el comunismo. Con éste demostró una significativa complacencia. Ha escrito innumerables páginas y deja la impresión de que el comunismo ejerció sobre él una verdadera sugestión como si se tratase de un auténtico humanismo.
En el tomo primero de sus obras, página 515, leemos: "La denuncia por el marxismo del idealismo burgués y de su ideología social, era, o habría podido ser un aporte considerable al humanismo que se busca.
Ella constituía una indicación capital, sobre la cual los cristianos especialmente, se sentían con él, en una fraternidad histórica". Con respecto a su posición de complacencia frente al comunismo nada más sugestivo que lo que escribió a André Dumas el 9 de octubre de 1949, a propósito del decreto del Santo Oficio del 13 de julio de 1949 por el que se aplicaban severas sanciones a aquellos que prestaran su colaboración al comunismo. Mounier insinúa que éste es un acto abusivo, de injerencia mundana de la Iglesia en la que incurre siguiendo a Constantino y a Gregorio. Y así escribe textualmente: "Así actualmente todos esos católicos están en el combate contra la cristalización de una cierta «defensa de la civilización cristiana» de cierta aglutinación de la Iglesia y del Occidente capitalista y americano, del cual la Iglesia no es totalmente responsable (se la empuja del
Este), pero de la cual es ella primeramente responsable. Que las fuerzas viniendo de esta tendencia blasfematoria empujen en el sentido actual de la actitud de nuestra Iglesia frente al comunismo, de esto no hay ninguna duda. Que ella esté angustiada, entre otras, por las amenazas que el comunismo hace pesar sobre su poder postconstantiniano o post-gregoriano no hay la menor duda. Y esto lo debemos combatir sin reticencia."
Mounier fue el primero en inventar este carácter constantiniano aludiendo a Constantino y este carácter gregoriano aludiendo a Gregorio VII para calificar el empeño de la Iglesia en defender la civilización cristiana. Para Mounier, civilización cristiana, ciudad católica, orden social cristiano, no son sino remedos abusivos de la cristiandad constantiniana y gregoriana que deben ser combatidos lo mismo que el aburguesamiento de la Iglesia. Por ello, esta carta a André Dumas, de la que hacemos referencia, acaba con esta sugestiva despedida: "de todo corazón vuestro en Cristo (y no en la civilización cristiana)".
La teoría elaborada por Lamennais y Maritain y difundida por E. Mounier ha acabado por imponerse en los medios católicos. Ya no hay que trabajar para que impere la civilización cristiana, no hay que empeñarse en que sean reconocidos los derechos de la Realeza de Cristo sobre la escuela, los sindicatos, los grupos sociales, el poder público sino que hay que dejar que todo lo temporal quede en mano del laicismo. Y si todo ese orden temporal ha caído en manos del liberalismo, del socialismo o del comunismo allí hay que dejarlo, porque con ello, no se ha operado sino adquisiciones del progreso en la mayoría de edad de la actual sociedad que ha pasado del antiguo estado infantil e ingenuo, y por lo mismo de carácter sacro constantiniano y gregoriano, a una perfecta maduración de la edad adulta de la actual sociedad moderna.
Junto con esta subestimación de la auténtica civilización cristiana y de un orden social público adecuado al Evangelio como lo sostiene la cristiandad de siempre, se divulga la especie de que el comunismo sin su ateísmo pudieran ser sistemas compatibles con la fe católica. Se quiere hacer olvidar que el comunismo es intrínsecamente perverso aún como sistema social. Así lo ha dicho en palabras intergiversables y definitivas Pío XII en el mensaje de la Navidad de 1955: "rechazamos el comunismo como sistema social en virtud de la doctrina cristiana".
Con ello queremos sostener la necesidad cristiana, vale decir, impuesta por las exigencias cristianas de combatir el comunismo y de hacer florecer una sociedad cristiana en lo social, esto es, de trabajar para la civilización cristiana. El progresismo cristiano consiste precisamente en la afirmación contraria, esto es, en que no se hace necesario por exigencias cristianas, el trabajo para el florecimiento de una sociedad cristiana. El cristianismo podría propagarse igual, aún quizás mejor, dicen los progresistas, en una sociedad donde impere el comunismo.
Las ideas de Mounier habían de alimentar los movimientos de los Cristianos Progresistas de Mandouze que adquirieron fuerza allá por 1948; también tuvieron influencia sobre el grupo de teólogos que se reunieron alrededor de Jeunesse de l'Eglise del ex dominico Montuclard y sobre todo a través de éstos, sobre el movimiento de los Prètres-ouvriers, cuya condenación aún por Pío XII había de alcanzar resonancia mundial.

El progresismo de Teilhard de Chardin

Teilhard de Chardin constituye hoy la figura cumbre del progresismo cristiano. Pero su trayectoria lleva otro camino que el de Lamennais, Maritain y Mounier. Aunque la razón fundamental de su progresismo la constituye la pasión fuerte que le movió a juntar en un solo haz las dos fe, la fe del cielo y la fe en la tierra, Teilhard de Chardin era un enamorado del mundo así a secas y sobre todo del mundo moderno. En su caso, de modo particular, este enamoramiento del mundo, se hacía sentir fuerte por la ciencia moderna en general, y en particular por las ciencias biológicas. De aquí que siguiendo la corriente imperante en este tipo de ciencias, se confesara decididamente partidario del evolucionismo y del evolucionismo universal. Creo en la evolución, era su primera profesión de fe científica. Creo que la evolución va hacia el espíritu.
Creo que el espíritu va hacia lo personal. Creo que lo personal supremo culmina en Cristo. Teilhard de Chardin por lo mismo que creía en la evolución universal, creía en el progreso. Progreso desde el polvillo primitivo cósmico hasta los primeros elementos del átomo, desde el átomo hasta la molécula, desde la molécula hasta la gran molécula, desde ésta hasta el virus, desde el virus a la célula, desde la célula a los protozoarios, de éstos, a los animales y plantas más completos y por fin al hombre. Y aún allí no se detenía el progreso evolutivo sino que caminaba hasta alcanzar formas más complejas de organización colectiva y planetaria de lo humano hasta el punto Omega y al filum crístico. Todo un proceso progresivo de
Cosmogénesis, Biogénesis, Noogénesis y Cristogénesis.
Pero la especialidad de Teilhard de Chardin era la paleontología.
Ella le iba a suministrar, según él, el fundamento científico y riguroso de todo su evolucionismo. Ella nos va a obligar a exponer el pensamiento de Teilhard de Chardin en esta materia. Felizmente Teilhard ha resumido su pensamiento al respecto en el artículo sobre:
"La cuestión del hombre fósil" que publica Psyché en su número 99- 100 y que aparece en el tomo 2 de sus obras completas.
Teilhard de Chardin allí establece que su evolucionismo universal tiene como fundamento la evolución del hombre. Y en efecto en dicho estudio saca una conclusión que dice: "es también llave para el futuro": "Si es verdad, en efecto, científicamente verdadero que desde hace una centena de millares de años, el hombre no ha cesado de moverse (sin retroceder jamás en conjunto y siempre a la cabeza de la vida) hacia estados constantemente crecientes de organización y de conciencias, no hay entonces ninguna razón para suponer que el movimiento se encuentra ahora detenido.
Por el contrario, el grupo del Homo Sapiens esta todavía alrededor de nosotros en plena fuerza (por no decir en la primera juventud) de su desarrollo. Así se encuentran justificadas y precisadas sobre una base científicamente sólida nuestra esperanza y nuestra fe moderna en el progreso humano. No, por cierto, la antropogénesis no está cerrada.
La humanidad avanza siempre y ella continuará avanzando durante otro centenar de millones de años, con la condición de que nosotros sepamos guardar la misma marcha que nuestros predecesores hacia siempre mayor conciencia y complejidad".
¿Qué valor tiene el fundamento paleontológico de Teilhard de Chardin? Para examinarlo expliquemos brevemente su teoría.
Para Teilhard de Chardin el hombre aparece en la edad cuaternaria. También admite él que el ascendiente claro del hombre actual es el Homo Sapiens que aparece en el Pleistoceno superior.
Pero antes aparecen formas intermedias representadas sobre todo por el Sinantropo que aparece en el Pleistoceno inferior y por el hombre de Neanderthal que aparece en el Pleistoceno medio.
¿Qué valor tiene esta gradación progresiva en que se apoya Teilhard de Chardin? ¿Es cierto que hay una ascensión progresiva del Sinantropo -animal-mono- hacia el hombre de Neanderthal y de éste al Homo Sapiens? Hay que contestar que no existe esta gradación progresiva en que se apoya Teilhard de Chardin. En efecto; se han encontrado piezas de Homo Sapiens anteriores al hombre de Neanderthal y hay que ubicarlas en el Pleistoceno inferior. En efecto, en la estación prehistórica de Fonte-Chevade en Charante, Mlle. Germaine Henri Martin ha hecho conocer en agosto de 1947 una calota craneana comprendiendo en conexión anatómica una parte del hueso frontal, los dos parietales, una parte del temporal izquierdo y una parte del occipital. El interés de estos hallazgos estriba en que son conformes al tipo de Homo Sapiens y son de fecha anterior al Musteriense, o sea que hay que ubicarlos en el Pleistoceno inferior.
Así por lo tanto consta claramente que vivía en Europa antes del hombre de Neanderthal un tipo de Homo Sapiens.
Por lo demás, el famoso Sinantropo u Hombre de Pekín, que constituye para Teilhard de Chardin un eslabón animal humano, no tiene tal valor. Esta cuestión ha sido estudiada en forma exhaustiva por Rev. Patrick O'Connel en "Science of to Day and the problems of Genesis". El asunto merece ser tratado prolijamente. Cosa no posible aquí. Vamos a resumir algunos hechos que hay que tener en cuenta.
Primer hecho: Hay que tener en cuenta que en el curso de las excavaciones de Choukoutien se han encontrado alrededor de 30 cráneos enteros o incompletos, 11 mandíbulas y 147 dientes del pretendido Sinantropo. Todo esto ha desaparecido completamente.
Segundo hecho: Se ha ocultado al público la importancia de la industria hallada en Choukoutien y que supone por lo tanto la existencia allí de hombres con el desarrollo del Homo Sapiens.
Tercer hecho: El Dr. Pei encontró en 1934 tres cráneos humanos de tipo moderno y restos de esqueletos de seis seres humanos. Weidenreich que dirigió las excavaciones después de la muerte del Dr. Black, en la exposición en que da cuenta de las excavaciones en el núm. de "Paleontologia Sinica" de 1939 y que repitió en su Conferencia a los estudiantes de la Universidad de California en 1945 (Ver Apes, Geants and Men, pág. 86) dice textualmente: "En la excavación llamada nivel superior de Choukoutien que suministró los restos del Sinantropo se encontraron tres cráneos bien conservados, varios fragmentos de otros cráneos y huesos de esqueletos de alrededor de diez individuos que parecían ser de la misma familia. Los tres cráneos pertenecen a un hombre de edad, a una mujer de edad media, y a una mujer más joven. Aunque de la misma familia tenían rasgos diferentes: el cráneo del hombre era del tipo mongol con algunos rasgos de Neanderthaliano; el cráneo de la mujer de edad media parecía de un esquimal mientras que el de la joven mujer se parecía al de un habitante de Melanesia".
El cuarto hecho que hay que tener en cuenta es que los cráneos del Sinantropo mostraban todos un agujero en la parte posterior que se les habría hecho para chuparles el cerebro.
De todos estos hechos hay que concluir la probabilidad de la afirmación del gran paleontólogo Marcellin Boule en su Antropologie, pág. 126, tercera edición, donde escribe: "a esta hipótesis tan fantasiosa como ingeniosa [la del P. Teilhard de Chardin sobre el Sinantropo] me permito preferir ésta que me parece más conforme con el conjunto de nuestros conocimientos, el cazador era un hombre verdadero de que se ha encontrado la industrial típica y que hacía del Sinantropo su víctima". Y allí mismo escribe Boule: "me parece temerario considerar al Sinantropo como al monarca de Choukoutien ya que aparece en los depósitos donde se ha encontrado como caza junto con los otros animales".
Esto para mantenernos dentro del campo de la Paleontología de dónde sacan sus argumentos los evolucionistas. Porque si nos colocamos en el terreno de la Biología es fácil demostrar que tanto por el concepto de "especie" como por el de "herencia" y el de los "caracteres adquiridos" y el de "la genética" la evolución es inverosímil.
Las palabras de la Enciclopedia Francesa en su tomo 5° de 1938 escritas por Paul Lemoine quedan todavía en pie. Leemos allí:
"El tomo 5° de la Enciclopedia Francesa señalará ciertamente una fecha en la historia de nuestras ideas sobre la evolución: surge de su lectura que esta teoría parece estar en vísperas de ser abandonada.
"Resulta de esta exposición que la teoría de la evolución es imposible. En el fondo, a pesar de las apariencias, nadie cree ya en ella y se dice sin adjudicar especial importancia «evolución» para significar «encadenamiento» o «más evolucionado» o «menos evolucionado» en el sentido «más perfeccionado» o «menos perfeccionado» porque es un lenguaje convencional admitido y casi obligatorio en el mundo científico.
"La evolución es una especie de dogma en la cual no creen más los sacerdotes pero que mantienen para el pueblo. Hay que tener el coraje de decir esto para que los hombres de la generación futura orienten sus investigaciones de otra manera".
La idea de progreso en Teilhard de Chardin carece de bases científicas serias. Tampoco se le puede asignar ninguna base filosófica.
Lo que conviene destacar -y aquí hay que fijar el porqué el comunismo está empeñado en favorecer y propagar el teilhardismo en los medios católicos- es que para Teilhard, hay que operar actualmente la conjugación o mezcla de cristianismo y de marxismo.
En efecto en su artículo, "El corazón del problema" que aparece en el tomo 5° de sus obras propone como solución a la humanidad una combinación o resultante de oy que representa la tendencia cristiana o la fe en lo alto, con ox que representa la tendencia comunista o marxista o la fe en lo adelante o la fe en el mundo. Allí dice Teilhard
"dos fuerzas religiosas hasta aquí enfrentadas en el corazón de todo hombre; dos fuerzas acabamos de verlo, que se debilitan y languidecen si se las aísla; dos fuerzas por consiguiente (esto es lo que me queda por demostrar) que no esperan sino una cosa: no que entre las dos hagamos una elección sino que encontremos el modo de combinar una con otra". (El Porvenir del Hombre, ed. fr., pág. 343, y ed. española, Taurus, pág. 324).

El progresismo y el Concilio Vaticano Segundo

Para formular un juicio definitivo sobre este punto habría que esperar en rigor a las conclusiones definitivas a que llegue el Concilio.
Porque un Concilio es obra del Espíritu Santo y el Espíritu no se muestra realmente sino en las Conclusiones a que llegan la unanimidad de los Padres Conciliares bajo la dirección del Romano Pontífice.
Sin embargo desde ya tenemos que decir lo siguiente:
1°) El Concilio es en la mente de la Iglesia un gran acto de Caridad de la Iglesia misma que busca hoy salvar al mundo moderno y unir a todos los hombres en la fe y en la caridad de Cristo.
2°) Este gran acto de Caridad de la Iglesia por salvar del estado de indigencia espiritual al mundo moderno se realiza en el preciso momento en que éste, orgulloso, se exalta en sus conquistas científicas y técnicas, en que está llevado a reorganizarse rechazando a Dios y afirmando un ateísmo militante en escala mundial, con lo cual no hace sino traer la ruina y la destrucción a la especie humana. Porque un mundo sin Dios, teniendo a su disposición un inmenso aparato técnico, no hará sino usarlo para la destrucción del hombre. Porque un mundo sin Dios es un mundo destructor del hombre. De aquí que la Iglesia quiera poner a este mundo moderno en contacto de las energías vivificantes y permanentes del Evangelio. Es el mundo el que tiene necesidad de ser salvado por la Iglesia. No es la Iglesia, como se imagina el progresista, que debe ser salvada por el mundo moderno.
3°) Este gran acto de Caridad de la Iglesia supone el mantenimiento intacto e íntegro de la Verdad de la Iglesia porque en la Iglesia la Caridad brota de la Verdad. El Espíritu Santo procede del Verbo que es Verdad.
4°) Este gran acto de Caridad de la Iglesia coincide con una gran confusión y con un ansia no siempre legítima de cambios y progresos que viene agitando al mundo católico hace más de 30 años.
5°) El movimiento progresista, al que hemos hecho referencia en las conversaciones anteriores, viene operando en trenzas organizadas en todo el mundo, sobre todo en Francia, Bélgica, Holanda y Alemania y quiere aprovechar la gran Asamblea Conciliar para imponer sus opiniones de progresismo peligroso.
6°) El comunismo no está ausente de este siniestro propósito. El Cardenal Secretario de Estado del Romano Pontífice ha hecho conocer en la primavera del año 1963 al Nuncio en París, para que a su vez lo haga conocer al Episcopado y a los Superiores Mayores Religiosos residentes en Francia, los propósitos siniestros del movimiento Pax que actúa en Polonia y que dirige Piasecki, un católico progresista de Polonia, el cual movimiento tiene por objetivo desarrollar el progresismo en Francia, y en este momento aprovechar la gran Asamblea Conciliar para practicar la dialéctica entre los mismos Padres Conciliares.
Este movimiento comunista Pax dispone de medios inagotables para ejercer influencias sobre los medios mundiales de comunicaciones.
Con ello ha logrado poner en práctica la dialéctica haciendo aparecer a los Padres Conciliares como divididos entre dos grupos antagónicos, buenos y malos, progresistas e integristas, actitud abierta y actitud cerrada, novadores y reaccionarios. En realidad en una Asamblea de casi 3.000 personas son muchos los grupos y los matices, y éstos muy flexibles, de suerte que no hay derecho a dividirlos precisamente en dos tendencias antagónicas, y sólo en dos, como lo exige la dialéctica comunista. Esto ha sido resultado de la propaganda mundial que con ello al mismo tiempo ha hecho aparecer divididos en dos grupos antagónicos de progresistas e integristas a todos los católicos del mundo.
7°) Esta guerra psicológica desarrollada con un despliegue del aparato publicitario mundial tiene por efecto crear en muchos el complejo de temor ante el hecho de que puedan ser calificados de reaccionarios, cavernícolas, cerrados e integristas.
8°) El católico no se ha de dejar acomplejar sino que ha de mantener su fidelidad al magisterio de la cátedra humana porque ésta es la condición de la fidelidad auténtica a la fe de Cristo.

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*OBRAS DE JULIO MEINVIELLE*

.El judío en el misterio de la historia, Ediciones Theoria, 4ª edición, 1963.
.El comunismo en la revolución anticristiana, Ediciones Theoria, 2ª edición, 1964.
.Concepción católica de la política, Ediciones Theoria, 3a edición, 1961.
. Concepción católica de la economía, Cursos de Cultura Católica, 1936. Agotado.
.Entre la Iglesia y el Reich, Adsum, 1937. Agotado.
.Un juicio católico sobre los problemas nuevos de la política, Gladium, 1937. Agotado.
.Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo, Adsum, 1937. Agotado.
.Qué saldrá de la España que sangra, J. A. C., 1937. Agotado.
.Hacia la cristiandad, Adsum, 1940. Agotado.
.De Lamennais a Maritain, Nuestro Tiempo; 1945. En reimpresión.
.Correspondance avec le R. P. Garrigou-Lagrange a propos de
.Lamennais et Maritain, Nuestro Tiempo, 1947.
.Crítica de la concepción de Maritain sobre la persona humana, Nuestro Tiempo, 1948. Agotado.
.Respuesta a dos cartas de Maritain al R. P. Garrigou-Lagrange, O. P.
.Con el texto de las mismas, Nuestro Tiempo, 1948.
.Conceptos fundamentales de la economía, Nuestro Tiempo, 1953.
.Política argentina (1949-1956), Editorial Trafac, 1957.
.La cosmovisión de Teilhard de Chardin, Editorial Cruzada, 1960.
.El poder destructivo de la dialéctica comunista, Ediciones Theoria, 1962.


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