domingo, 21 de septiembre de 2008

La victoria de la Iglesia


(Sueño 77º, tomo IX, págs. 999-1000)

Era una noche oscura, los hombres no podían distinguir el camino a seguir para regresar a sus pueblos a sus pueblos, cuando apareció en el cielo una espléndida luz que iluminaba los pasos de los caminantes como si fuese mediodía. En aquel instante apareció una inmensa multitud de hombres, de mujeres, de ancianos, de niños, de monjes, de monjas y sacerdotes que, llevando a la cabeza al Pontífice, salían del Vaticano disponiéndose para la marcha procesionalmente.

Más he aquí que un furioso temporal entenebrece el ambiente como si se entablase un a lucha entre la luz y las tinieblas.
Entretanto, la inmensa comitiva llega a una plaza cubierta de muertos y heridos; muchos de estos pedían auxilio en voz alta.
Las filas que formaban la procesión se redujeron bastante. Después de haber caminado por un espacio de tiempo correspondiente a doscientas salidas del sol, todos se dieron cuenta de que no estaban ya en Roma. El desaliento fue general y cada uno fue a agruparse alrededor del Pontífice para defender su augusta persona y asistirlo en sus necesidades.

En aquel momento aparecieron dos ángeles que llevaban un estandarte, fueron a presentarlo al Vicario de Cristo, diciendo: - Recibe el estandarte de Áquel que combate y dispersa los más aguerridos ejércitos de la tierra. Tus enemigos han desaparecido, tus hijos imploran tu retorno con lágrimas y suspiros.

Fijando la mirada en el estandarte se veía escrito por una parte:
REGINA SINE LABE CONCEPTA y por la otra: AUXILIUM CHRISTINORUM.

El Pontífice tomó con alegría el estandarte, pero al contemplar el número de los de los que se habían quedado a su alrededor, que era reducidísimo, se sintió lleno de aflicción.

Los ángeles añadieron:

- Ve inmediatamente a consolar a tus hijos. Escribe a tus hermanos dispersos por las diferentes partes del mundo que es necesaria una reforma en las costumbres de los hombres. Esto no se puede conseguir sino repartiendo entre los pueblos el Pan de la Divina Palabra. Catequiza a los niños; predica el desapego de las cosas de la tierra. Ha llegado el tiempo – concluyeron los ángeles – en que los pobres serán evangelizadores de los pueblos. Los sacerdotes serán buscados entre el azadón, la pala y el martillo, a fin de que se cumplían las palabras de DAVID: “DIOS levantó al pobre de la tierra para colocarlo en el trono de los príncipes de su pueblo”.
- Oído esto, el Pontífice comenzó a caminar y la procesión fue en aumento. Cuando llegó a la Ciudad Santa comenzó a llorar al ver la desolación en que estaban sumidos sus ciudadanos, muchos de los cuales habían desaparecido.
- Entrando después en San Pedro, entonó el Te Deum, al cual respondió un coro de ángeles cantando:
- “GLORIA IN EXCELSIS DEO, ET IN TERRA PAX HOMINIBUS BONAE VOLUNTATIS”.
- Terminado el canto, cesó la oscuridad por completo, luciendo un sol esplendoroso.

Las ciudades y los pueblos y los campos habían disminuido de población; la tierra se hallaba arrasada como por un huracán, por una tormenta de agua y de granizo y las gentes iban al encuentro unas de otras diciendo conmovidas:

¡EST DEUS IN ISRAEL!

Desde el comienzo del exilio hasta el canto del Te Deum el sol se levantó doscientas veces. Todo el tiempo que transcurrió mientras sucedían estas cosas corresoponde a cuatrocientas salidas del sol.

(Extractos del libro “Sueños de Don Bosco”).

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 66 Cordubensis
Instituto Ererita Urbanus
Córdoba del 21 de septiembre de Penthecostés de 2008, en la festividad de Santo Mateo Evangelista. Sopla el Pampero.
LAUS DEO TRINITARIO.

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