¡O CRUX AVE!
Nuestro Señor nos rescató muriendo por nosotros en la Cruz; por eso la Cruz nos recuerda el gran misterio de la Redención; y la Iglesia, al instituir las dos fiestas de la Santa Cruz, ha querido excitarnos a una mayor gratitud y a un mayor amor hacia nuestro Divino Redentor.
La invención de la Santa Cruz
Habiendo el Emperador Constancio vencido a Majencio por virtud de la Cruz, “in hoc signo Vinces” y habiéndose, convertido, recibió el bautismo. Su piadosa madre, la emperatriz Santa Elena, fue a Jerusalén en el año 327, para venerar el sepulcro del Salvador y buscar y descubrir allí la Cruz en que había muerto. Ella derribó el ídolo de Venus, erigido por Adriano en el lugar sagrado, e hizo quitar los montones de piedras y de inmundicias acumuladas por los paganos. Logró así descubrir el Santo Sepulcro excavando en la roca y no lejos de él las tres cruces. Pero ninguna señal indicada en cuál y no lejos de las tres cruces. Pero ninguna señal indicaba en cuál había sido clavado Jesús, habiendo sido desclavada. La inscripción o título y enterrada en otra parte. Macario, patriarca de Jerusalén, recurrió a la oración, e hizo aplicar estas cruces sobre una mujer enferma, confiado en que un milagro manifestase la que se deseaba y que se debía venerar. Las dos primeras no produjeron efecto alguno; pero, al instante que la tercera tocó a la enferma, ésta quedó súbitamente curada. Santa Elena, radiante de júbilo, alegría y de felicidad, hizo construir en aquel mismo lugar una magnífica iglesia, donde dejó una parte notable de la verdadera Cruz; y envío la otra a Roma; a Constantino, quien, para recibir tan preciosa reliquia, construyó la basílica de Santa Cruz de Jerusalén.
La exaltación de la Santa Cruz.
Habiéndose apoderado de Jerusalén el rey de los persas, Cósroes, en 614, pasó la ciudad a sangre y fuego, y llevó cautivos al patriarca y a una muchedumbre de cristiano. También se llevó un gran botín, y entre ellos la reliquia sagrada de la verdadera Cruz, que Santa Elena había dejado en Jerusalén. Catorce años más tarde, en emperador de los persas en tres batallas, hizo que se restituyesen los prisioneros y la reliquia tan preciosa, que el mismo quiso llevar a Jerusalén, para dar gracias a Dios por su victoria. Llegado a la puerta de la ciudad, el Emperador Heraclio, revestido de sus insignias imperiales y llevando la venerable reliquia, fue detenido por una fuerza invisible. El patriarca le hizo notar que con tales ornamentos, no convenía llevar la Cruz que Jesucristo había llevado con tanta pobreza y humildad. Heraclio, renunciando entonces a aquel famoso faustoso aparato, tomó, un vestido común y, caminando. Con los pies descalzos, llevó sin dificultad la santa Cruz hasta el Calvario, de donde Cósroes la había quitado. Realizándose numerosos milagros, que consolaron al Emperador y a los fieles cristianos: este acontecimiento memorable es el que celebra la Iglesia en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
Veneración debida a la Santa Cruz.
La Iglesia honra la Santa Cruz porque fue el atar sagrado en que Nuestro Señor se inmoló y ofreció por nosotros; el instrumento bendito con el que consumó la obra de nuestra redención; el arma y la señal para siempre gloriosa de su victoria sobre el demonio. La Cruz fue toda empurpurada con su preciosa sangre; por eso las reliquias de esta sagrada madera, en virtud de su contacto con el mismo cuerpo de Jesús y de esta relación con nuestra redención, tienen derecho a un culto, a una veneración especial, mayor que la que se tributa a las reliquias de los Santos.
Sin embargo, el culto que tributamos a la Santa Cruz no se refiere, en modo alguno a la madera misma, sino a JESUCRISTO, que murió en ella por nuestra salvación. Adorando la Cruz, es al mismo JESUCRISTO a quien adoramos y damos gracias. Hay que decir de la verdadera Cruz lo que el Concilio de Trento declara en general de las imágines de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos: “Per imagines quas osculamur, et coram quibus caput operimus ac procumbimus, Christum adoramos”. Esto es: “Es a Jesucristo a quien adoramos, besando sus imágines, descubriéndose y postrándonos ante ellas”.
Toda cruz recuerda la Cruz del Calvario. Por eso le agrada a la Iglesia dar a sus templos la forma de cruz; la cruz en lo alto de los edificios religiosos, en los ornamentos del sacerdote en el altar, en el mismo altar, en el sepulcro de los fieles; la lleva en las procesiones, y procura hacerla honrar en todas partes, hasta en las plazas públicas, a lo largo de los caminos, en todas las casas a fin de santificarlas, de hacernos recordar incesantemente el gran misterio del Gólgota y de excitar a todos los hombres a la gratitud y al amor a JESUCRISTO, muerto por nosotros en la Cruz.
La Cruz es honrada dondequiera se halla un cristiano. Antes era una señal de infamia, reservada a los hombres más criminales y más desalmados; después que Cristo fue clavado en ella, llegó a ser un símbolo de gloria y de bendición. Constantino, por respeto al Divino Crucificado, abolió el suplicio de la Cruz.
Estas dos fiestas de la Santa Cruz tienen por fin y por fruto recordarnos la Pasión de JESUCRISTO, reavivar en nosotros el recuerdo de sus tormentos y de la muerte ignominiosa que Nuestro Señor padeció a causa de nosotros.
Además, deben inspirarnos un odio más profundo al demonio y al pecado, una mayor vigilancia, un valor más grande para huir de las ocasiones peligrosas y para combatir nuestras malas pasiones.
Ellas deben también animarnos a seguir generosamente a Nuestro Señor a imitarle en todo. Si queremos ser sus discípulos, es preciso que, como los hijos del Zebedeo, estemos dispuestos a beber con Él su cáliz, es decir, a renunciarnos incesantemente, a llevar gustosos nuestras cruces y nuestras pruebas, por su amor.
¿Qué no han hecho los perseguidores, los herejes y los vándalos de todos los tiempos y de todos los países para proscribirla y destruirla a la Santa Cruz?
El mundo ha sido trastornado por causa de la Santa Cruz. Han pasado sus enemigos… otros pasarán todavía, y permanecerá la Santa Cruz… emblema de honor, de consuelo, de victoria y de salvación.
“IN HOC SIGNO VINCES”
¡CON ESTE SIGNO VENCEREMOS!
¡VIVA CRISTO REY!
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 96 Cordubensis
VOLVER a la portada del Instituto Eremita Urbanus
¿El Papa, es Papa?
Hace 2 meses
No hay comentarios:
Publicar un comentario