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SAN BENITO, prólogo de la Regla.
“Una vez hubo un hombre Venerable, cuyo nombre era BENITO…Nació de buena familia, en la provincia de Nursia, y de allí fue enviado a la escuela en Roma. Pero… despreció sus estudios, abandonó su hogar y la riqueza de su padre, y, con el deseo de complacer sólo a Dios, buscó el hábito de la santa religión”.
SAN BENITO no fue el primer monje, pero fue el primero que no consideró el monasterio como una colección de ermitaños, cada uno de ellos dedicado a su propia salvación personal, sino como una comunidad de personas que viven unidas y con un mismo propósito. Nació en 480, en una época en que el Impero romano de Occidente se había hundido por completo e Italia estaba dividido entre los ostrogodos, en el Norte, y el precario dominio del emperador oriental (bizantino), en el Sur. Era una época de desolación, y el nuevo monasticismo de BENITO constituyo una de las medidas para contrarrestarla. Consolidó la Iglesia, protegió la cultura y preparó misioneros que ampliarían el ámbito de la cristiandad.
El primer período de BENITO como monje se conformó al patrón “egipcio”: soledad, penitencia, y oraciones en una cueva junto a Subiaco. Luego, durante 18 años dirigió una colonia
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SAN GREGORIO MAGNO, monje benedictino que llegó a ser Papa, escribió la Vida de San Benito – o mejor, el Segundo Libro de sus Diálogos, que la contiene -, probablemente en 593 o 594.
SAN GREGORIO acaba su Vida de San Benito: “Ahora debo enmudecer un momento, para recuperar fuerzas con el silencio y poder narrar los milagros de otros”.
Editó Gabriel Pautasso
Instituto Eremita Urbanus
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