domingo, 2 de noviembre de 2008

Al Dios y a la Iglesia que alegraron mi juventud






Siempre me admiró la forma cómo la Iglesia Católica se entraba en la vida de los pueblos y de las familias. Cómo sostenía sus costumbres, haciéndose carne de ellas, y cómo a la vez las santificaba.
(En la foto: El Cura Brochero)

¡Qué obra de arte, de armonía y de profundidad fue la civilización cristiana! Las plegarias cotidianas y los toques de oración señalaban las horas del día. Las fiestas y el año litúrgico marcaban los tiempos, las faenas y el descanso.
Cristianas eran las alegrías y cristianos los dolores del pueblo cristiano. Santo el nombre de cada humano, y su fiesta era la de un santo. Un sacramento alumbraba la vida del que nacía; otro, la plenitud gozosa del matrimonio; otro consolaba al que se iba de este mundo.
¡Qué fácil era al cura de pueblo, desde la dignidad de su sotana, mantener el respeto reverencial y a la vez el gesto afable y paterno! ¡Qué figura venerable la del párroco de nuestra juventud! Cómo acudían a él los niños a besarle la mano pronunciando el AVE MARÍA PURÍSIMA. Y a escuchar de sus labios siempre una palabra de padre. Él era inequívocamente pastor, y a él acudían para consuelo y consejo las tribulaciones de la juventud y las penas de la vejez. Y aquellas gentes tenían como la mayor honra de su vida ver a un hijo suyo sacerdote.
¡Qué grandeza la de los templos que nuestra fe levantó! En cualquiera de nuestras aldeas su templo parroquial vale más que todo el pueblo junto. (Foto de la derecha: Venerable José León Torres)

Y qué dignidad y belleza la del culto divino, aun con los medios más modestos… El latín, el canto gregoriano, la solemnidad de la misa DE ANGELIS, obras de un tradición milenaria. Y EL FUNERAL POR EL QUE SE NOS FUE, qué estremecimiento íntimo en el oficio de difuntos, en el dies irae, en el responso final…
Las devociones sinceras de la Virgen del lugar, las procesiones de santos, la romería anual… Apostolado sencillo, religión entrañada y de verdad, que nos hizo llegar pujante consoladora la fe de nuestros mayores, la del mismo Cristo…
Pero llegó el posconcilio, y con él, el nuevo cura”.
Ya todo terminó. El sabe más que veinte siglos de catolicidad. En su inmenso portafolios lleva un nuevo culto, casi una nueva religión, que aprendió de maestros holandeses. Y un inmenso despreció por la fe del lugar.
Ya no vestirá sotana, vestirá como cualquiera, y con torpe desenvoltura tratará de hablar y de reír como los demás. Con él viene “la Iglesia de los pobres”, pero él será el primer párroco con coche (“instrumento de trabajo”) para no estar nunca
en el pueblo).
Para reconocer en él al cura es preciso apelar a nociones abstractas, porque lo que se ve es su antítesis, su negación misma. ¡Qué afrenta, qué desprecio al pueblo fiel!
Ya no hay unción, ni respeto, ni devoción, ni fervor. Sólo ruido, innovación, petulancia, e impiedad. Ya los niños no acuden al paso del sacerdote. ¿A qué fin?
Todo cuanto ha existido debe ser cambiado por “preconciliar”. Ya no suenan las campanas del Angelus ni el pueblo se reúne en una única Misa Mayor. Fiestas y procesiones han sido alteradas o suprimidas sin el menor respeto; incluso el Santoral ha cambiado.
(En la ilustración: Don Bosco)

El culto divino se ha extenuado hasta su extremo. Y no existe el latín, ni el gregoriano de la liturgia católica; toda polifonía clásica ha sido retirada. Salmos con ritmo protestante y ritmos irreverentes ha ocupado su lugar.
Y la estridencia, la improvisación constante, el mal gusto. Altavoces por todas partes con su resonancia metálica, altavoces de feria en el templo, hasta en lo entierros. (Sordo debe ser su Dios, o no les quiere escuchar). El silencio, el recogimiento, la oración personal, no tienen ya cabida en el templo.

Y COMO SUSTANCIA DE TODA SINIESTRA ALGARABÍA, LA PRÉDICA “SOCIAL”. ¡Qué todos la escuchen callados, y que nadie se arrodille al comulgar…! Violencia a las almas, violencia a las conciencias y la sensibilidad… Todo en nombre de la LIBERTAD y el “HOMBRE MODERNO”.
Mientras tanto, las costumbres se corrompen en los pueblos y la fe se pierde en las almas. ¿Quién enderezará ya todo esto, quién sembrará de nuevo la fe?

¡DANOS, SEÑOR, PACIENCIA Y FORTALEZA PARA TANTOS MALES AGUANTAR!

RAFAEL GAMBRA CIUDAD (+)
Mi profesor de Historia europea. Su libro: “La interpretación materialista de la historia”. Del Instituto “BALMES” DE SOCIOLOGÍA. Consejo Superior de Investigaciones científicas. Una investigación social-histórica a la luz de la filosofía actual por Don Gambra Ciudad, doctor en filosofía y Letras, Madrid, 1946, 248 páginas. Conste.

De “Dios lo quiere”, Madrid, España, nº 27, octubre 1973.

Editó Gabriel Pautasso

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