martes, 30 de marzo de 2010

San Benito, pedagogo de occidente (I)

“MIS ARREOS SON LAS ARMAS,
MI DESCANSO ES PELEAR;
MI CAMA, LAS DURAS PEÑAS
MI DORMIR, SIEMPRE VELAR”.
De un proverbio castellano.
Editó: Lic. Gabriel Pautasso

A LA MEMORIA DE JUAN CARLOS SÁNCHEZ, editor de Política y Desarrollo y Diario 7 de Santa Fe de la Vera Cruz. (+ 8/3/2010)

En cuanto a la proyección pedagógica de la figura de SAN BENITO, debemos afirmar que ha ejercido una influencia decisiva, constante y universal sobre el origen y desarrollo de la cultura monástica del medioevo occidental, conteniendo potenciados en sus textos capitales de tradición benedictina, los dos componentes esenciales de esa cultura: 1) Gramática y 2) Escatología.

La tradición monástica de la Edad Media (siglos V a XV: 10 siglos del 500 a 1500, aproximadamente) en Occidente se instaura fundacionalmente sobre textos que hacen de ella una tradición benedictina en sentido estricto. (Leclerq, Jean: Cultura y Vida Cristina. Ed. Sígueme. Salamanca, 1965, p. 21: importante libro y autor).

Tales son la vida de SAN BENITO en el libro II de los Diálogos de SAN GREGORIO, y la Regla de los Monjes que tradicionalmente se atribuye al santo varón.

Con respeto a la influencia perdurable de SAN BENITO en las orientaciones pedagógicas y culturales, desde el principio de la Vida, SAN GREGORIO nos ha dejado un testimonio interesante, que será frecuentemente invocado por la tradición y le sirve como de símbolo.

Ese texto es aquél en que, en el Prólogo al Libro II de los Diálogos, narra SAN GREGORIO, cómo abandonó el joven BENITO Roma y la escuela, para llevar una vida consagrada a DIOS.

Dice SAN GREGORIO:
“Nacido en la región de Nursia, de buena familia, fue enviado a Roma a cursar los estudios de las ciencias liberales. Pero viendo que muchos se dejaban arrastrar en el sentido por la pendiente de los vicios, retiró el pie, que casi había puesto en el umbral del mundo, por temor a que si llegaba a conseguir un poco de su ciencia, fuese después a caer también él en el fatal precipicio. Despreciando, pues, los estudios literarios, abandonó la casa y los bienes de su padre, y deseando agradar solo a DIOS, BUSCÓ EL HÁBITO DE LA VIDA MONÁSTICA. Retiróse, pues, ignorante a sabiendas y sabiamente indocto”. (Colombas, San Segundo, Cunil: San Benito, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1954, p. 159. Clásico en Castellano).

De este relato, se sacan las siguientes conclusiones:

Para comenzar, una conversión de SAN BENITO, que no es menos importante que la de SAN AGUSTÍN DE HIPONA. Análogamente como San Agustín, comenzó SAN BENITO por realizar estudios y después renunció a ello.

En cuanto al contenido curricular de esos estudios, llamados por San Gregorio “los estudios de las ciencias liberales” o también “estudios literarios”, consisten en lo que entonces se enseñaba a los “hombres literarios”, o, como dice San Gregorio, los “liberalia studia”; ESA EXPRESIÓN DESIGNABA PARA LOS JÓVENES ROMANOS DE LA ÉPOCA, la gramática, la retórica, el derecho.

“Comprobamos así, que la vida escolar se perpetuó en Roma hasta mediados del siglo VI: siempre existieron en ella, remunerados por Estado, profesores de gramática, retórica, derecho y medicina; conocemos inclusive el nombre de uno de los últimos titulares de la cátedra de elocuencia inaugurada antaño por QUINTALIANO: un tal FÉLIX, quien se menciona en el año 543 como autor de la recensión del texto de MARCIANO CAPELLA. Siempre enseñan en salas dispuestas alrededor del foro de Emperador TRAJANO, que también sirven de escenario para las recitaciones públicas, ya que las costumbres literarias de la Roma imperial subsisten durante todo el tiempo que se mantienen sus escuelas” (HENRI-IRENÉE MARROU: Historia de la Educación en la Antigüedad. Eudeba, Buenos Aires, 1965, p. 423: excelente libro y un esclarecido católico francés).

Probablemente estudió la Gramática. De cualquier modo, lo cierto es que pronto, sintiendo rechazo por lo que ve y oye en el ambiente escolar, BENITO lo abandono todo, ya que no se ha podido determinar que haya llegado al estudio del Derecho, pues era un púber, apenas “ha puesto un pie en el umbral del mundo”. Se produce su huída de la escuela, no porque sean deficientes los estudios liberales, propios de los hombres libres – lo que no se dice en el texto citado de SAN GREGORIO – sino porque la vida de estudiante está llena de peligros morales, de ahí conversio morum: la conversión de las costumbres.

En efecto, LA ACTIVIDAD INTELECTUAL no fue labor exclusiva ni tan sólo finalidad principal de la vida monástica. La misión esencial del monje era, como dice la regla de SAN BENITO, el SERVICIO DE DIOS (OPUS DEI), la Misa y el rezo en comunidad del OFICIO DIVINO. “Nada – dice el capítulo 33 – debe ser antepuesto al Servicio de Dios”. Maitenes, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas…, el ritmo de la vida del monasterio marcó, durante siglos y siglos, la jornada cotidiana de los fieles. Con los monjes compartieron aquéllos el trabajo manual, y de los monjes aprendieron buen número de labores agrícolas y métodos de trabajo las clases rurales.

Todo el resto de la vida de SAN BENITO ESTARÁ ORIENTADA A LA BÚSQUEDA DE DIOS, perseguida en las mejores condiciones para ir a Él, es decir, en el alejamiento de ese mundo peligroso. (Leclerq, J. o. cit. p. 22).

Así pues, encontramos en potencia, en la vida de SAN BENITO, los estudios experimentados, no rechazados ni despreciados o negados, pero sí renunciados, superados en vista del último fin, la instauración del reino de la Iglesia.

Por consiguiente toda la tradición benedictina será, imagen de la vida de la vida de SAN BENITO, “scienter nescia, et sapienter indocta” (ignorante a sabiendas y sabiamente indocto”, recogerá la enseñanza de la docta ignorancia, vivirá en ella y la trasmitirá, la conservará, la mantendrá presente y viva en la actividad educadora de la Iglesia. (Leclercq, J. op. Cit. p. 23).

En cuanto a la Regla de SAN BENITO, debemos afirmar que ésta presupone monjes letrados. Es difícil apreciar lo que debió conocer el autor de la Regla para escribirla.

Se deben distinguir en la Regla los dos elementos constitutivos que aparecen en el itinerario espiritual de SAN BENITO: el conocimiento de las LETRAS y la búsqueda de DIOS.

De allí se concluye que una de las principales ocupaciones del monje es la LECTIO DIVINA, la cual incluye la MEDITACIÓN o meditatio -meditare aut legere-. (Leclerq, J. op. Cit. 24).

Es necesario, por consiguiente, en el monasterio, poseer libros, saber leerlos, saber escribirlos, aprender a hacerlo si se ignora.

SAN BENITO supone la existencia de una biblioteca bastante bien provista, ya que cada uno de sus monjes debe recibir, en Cuaresma, un Codex; todos son invitados, al final de la Regla a leer la Escritura, CASSIANO y SAN BASILEO – fuentes doctrinales de SAN BENITO para la elaboración de su Regla – se ha de poder leer en el refectorio, en el coro, ante los huéspedes. (Leclerc, j. OP. CIT. P. 24).

En virtud de que para poseer libros, es necesario saber escribirlos, normalmente se considera que todos los monjes, salvo excepción, saber escribir.

El abad y el monje cillero deben anotar lo que dan y lo que reciben; se conservan en los archivos documentos escritos.

Se supone que al menos algunos saben confeccionar libros, es decir, copiarlos, encuadernarlos, decorarlos incluso.

Es necesario hacer libros, en primer lugar, para el monasterio. Se recibían libros en donación, pero, por lo general. Se copiaban en el monasterio mismo. También se confirma el hecho de que se copiaban igualmente para el exterior libros que se vendían. De la misma manera, supone SAN BENITO que los monjes no son iletrados ya que sólo algunos se consideraban incapaces de leer y estudiar, pero la totalidad de los monjes, para poder hacer esas lecturas públicas y privadas que la Regla prescribe, debe saber leer y eso presupone una escuela. (Leclerq, J. Op. Cit., p. 25).

Ahora bien, no puede suponerse que el siglo VI entrarán en el monasterio sabiendo las primeras letras; SAN BENITO prescribe “qué se leerá” (legatur ei) la Regla al discípulo, en el caso de que no haya podido leerlas por sí mismo en el momento de su entrada en el Monasterio.

Leer puede, por consiguiente, tener el sentido de “comentar”, es decir, se leerá la Regla, explicándosela, y comentándosela. No se afirma que se le enseñara a leer el período del noviciado.

Pero como hay niños que son ofrecidos el monasterio para quedarse en calidad de monjes, que deberán, por lo tanto, saber leer y escribir un día, debe haber para ellos una escuela, y por lo tanto, también libros y la biblioteca deberá estar compuesta por la Sagrada Escritura y los Santos Padres, a más de obras elementales de Gramática, los libros de DONATO, PRIACINNO, y QUINTIALIANO y algunos escritores clásicos. (Leclerq, J. op. Cit., p. 25.

Además, las tablillas y estiletos de que se trata el Capítulo LV de la Regla, son igualmente material destinado a la escuela como el escriptorum.

Por consiguiente, si es preciso saber leer, es, ante todo, con el objeto de poder dedicarse a la Lectio Divina.

Para comprender el contenido de la Lectio Divina y su principio didáctico se debe considerar, primariamente, el sentido que en SAN BENITO tienen y conservan, a lo largo de toda la Edad Media, las palabras LEGERE y MEDITARI.

El hecho que expresan explicará uno de los temas más características de la literatura monástica medieval, esto es, el aspecto de la reminiscencia.

A propósito de la lectura, se impone una afirmación fundamental: en la Edad Media, como en la Antigüedad greco-latina, se leen normalmente, no como hoy sobre todo con los ojos, en forma visual, sino con los labios, pronunciando lo que se ve, hablándole, y con los oídos, escuchando las palabras que se pronuncian, oyendo tal como se dice, las voces de las páginas.

Se dedica uno a una verdadera lectura acústica -legere significa al propia tiempo audite -.

No se comprende sino lo que se oye, tal como se dice todavía, “entender el latín” (de intendere, “oir” que se conserva sobre todo en francés, “entendre”) por “comprenderlo”.

Sin a dudas a dudas, la lectura silenciosa o en voz baja, no es desconocida, se la designa con expresiones tales como: “tacite legere” o “legere sibi” en SAN BENITO y el “legere in silentio” de SAN AGUSTÍN, en contra posición con la “clara lectio”.

Pero es lo más corriente que, cuando legere y lectio se emplean sin especificación, hacen referencia a una actividad que como la escritura y el canto, ocupan totalmente tanto el cuerpo como el espíritu.

A ciertos enfermos que tenían necesidad de moverse, recetaban los médicos de la Antigüedad la lectura, consideraba como un ejercicio físico en el mismo sentido que el paseo, la carrera o el juego de pelota.

El hecho de que se escribiera a veces en voz alta, dictándose a sí mismo o a un amanuense el texto que se redactaba, explica un buen número de “variantes acústicas” de los manuscritos del Medioevo. (Leclerq, J.: op. Cit. 26).

Son bien conocidas los testimonios de la Antigüedad Clásica, Bíblica y Patrística relativos a la lectura en alta voz.

Tal como lo afirma JACQUES LECLERQ:

“Así, cuando recomienda SAN BENITO, que, en el tiempo que los monjes ‘reposan en el silencio sobre su lecho’, el que quiera leer que lo haga de manera que no moleste a los demás, considera la lectura un peligro para el silencio. Cuando PEDRO EL VENERABLE estaba acatarraba, no sólo no podía tomar la palabra en público sino que no podía hacer ya su lectio; y NICOLÁS DE CLERVAUX constataba que, tras una sangría; no tenía ya fuerzas bastante para leer. Es, pues, seguro que la gesticulación laringeo-bucal no está disociada del trabajo de los ojos; éste se acompañaba espontáneamente de un movimiento de los labios y la lectio divina se hacía así necesariamente una lectura activa”. (Leclerq, J.: op. Cit., 27).

En cuanto a la significación y trascendencia de la meditatio, este término es importante, ya que la práctica que encierra determinará en gran parte la interpretación y hermenéutica del monasticismo aplicada a la Sagrada Escritura o a los Santos Padres.

Las palabras “meditari” y “meditatio” tienen una significación consistente en una gran riqueza conceptual. En la tradición monástica conservan a la vez los sentidos profanos que tenían en la lengua clásica y los sentidos sacros que tomaron de la Sagrada Escritura. En el lenguaje profano y secular, “meditari” quiere decir, genéricamente, pensar, reflexionar tal como “cogitare” o “considerare”, pero, más que este último, implica con frecuencia una orientación de orden práctico, e incluso de orden moral; se trata de pensar en una cosa con vistas a su posible realización, o de otra manera prepararse a ella; configurarla y prefigurarla en espíritu; desearla, realizarla en cierto modo por adelantado; ejercitarse, en fin, en ella.

Por consiguiente, se aplica el vocablo a los ejercicios corporales y deportivos, a los de la vida militar, al campo escolar, al de Retórica, de la poesía, de la Música, a la práctica, por último, de la moral.

Ejercitarse así en una cosa, pensándola, es fijarla en la memoria, es aprenderla. Todos estos matices se encuentran en el lenguaje de los cristianos, pero entre ellos se emplea, por lo ordinario, la palabra a propósito de un texto –la realidad que designa se ejerce sobre un texto– y ese texto es el texto por excelencia, el que se denomina, por antonomasia, la Sagrada Escritura, es decir, la Biblia y su comentario.

Es a través de las antiguas versiones de la Vulgata, por donde se introduce la palabra meditari en el vocabulario cristiano y especialmente, en la tradición monástica.

Traduce, por lo general, la palabra hebrea haga, que quiere decir, fundamentalmente, aprenderse de memoria la Thora y las palabras de los Sabios, pronunciándolas generalmente en voz baja, recitándoselas a sí mismo, como murmurándolas. Es lo que nosotros llamamos “aprenderse de memoria”, que debiera decirse más propiamente, según los antiguos más sabios que nosotros, aprenderse de boca, ya que ésta es la que “medita la sabiduría”: Es JUSTI MEDITABITUR SAPIENTIAM.

Es pronunciar las palabras sagradas, para grabárselas en la memoria, por medio de un murmullo interior básicamente espiritual. Por lo tanto, lectura acústica, ejercicio de la memoria y reflexión a que aquella antecede. (Leclerq J.: op. Cit. p. 23).

Decíamos ayer… este trabajo de investigación, se programó en 1979, terminándose el 21 de marzo de 1980, como un homenaje filial, en la festividad del Santo Abad, que celebra la Iglesia Universal, al cumplirse el MD aniversario del glorioso natalicio del Patriarca de los Monjes de Occidente, a quien veneramos como el PEDAGOGO DE OCCIDENTE.

Decimos hoy… ¡SANCTE BENEDICTUS LAUS TIBI!



HISTORIA BENEDICTINA Y TRADICIÓN MONÁSTICA
REGLA

Prólogo

Escucha, Hijo mío, los preceptos del Maestro, Y ABRE LOS OÍDOS DE TU CORAZÓN. Recibe complacido la enseñanza de tan buen padre y ponla en práctica, a fin de volver a aquel de quien te había alejado la maldad de la desobediencia. A TI SE DIRIGE MI PALABRA; a ti, seas quien fueres, que renuncias a tu voluntad propia y empuñas las fuertes y nobles armas de la obediencia para combatir bajo el estandarte de CRISTO, nuestro verdadero Rey.

Ante todo pídele, con muy insistente plegaria, que lleve a buen fe todo bien que emprendas, de modo que, después de haberse dignado en el número de sus hijos, no tenga motivos, un día, para afligirse por nuestra mala conducta.

SAN BENITO no llama a sus discípulos para realizar una tarea señalada previamente. Se dirige, en el prólogo de su Regla, a todos cuantos quieren, como él, agradar solo a DIOS y buscan servirle verdaderamente (Cf., capítulo 1º). Se nos dirá: ¿en qué se diferencia ese programa de la vida más simple y universalmente cristiana? En nada, es cierto. Importa comprender este punto antes de hacer las distinciones necesarias. Un monje es, en primer término, un hombre que ha hacerlo todo. Algunas tareas parecen poco indicadas, y la tradición monástica se ha preguntado con frecuencia sobre lo que convendría hacer y lo que no; pero, realmente, en el curso de la historia, se ha visto a los monjes podían servir para todas las cosas en la Iglesia: sucesivamente, y según sus necesidades, han sido roturadores, agentes de comercio, hombres de industria…Han construido millares de iglesias, abierto caminos, tendiendo puentes, fundados ferias y mercados. Han sido apósteles – convirtiendo a buena parte de Europa -, luego pastores de almas y también maestros de escuela, humanistas a los que debemos la transmisión de la cultura antigua, teólogos, exégetas, canonistas, historiadores, matemáticas y médicos; en algunas ocasiones, inclusive, han desempañado el papel de superdiplomáticos, conciliadores en los Estados o entre el Papa y el emperador, artesanos incansables de la unidad en una cristiandad que no estaba menos dividida que el mundo de hoy.

BENITO ENSEÑA A DOS MONJES CÓMO DEBEN CONSTRUIR SU MONASTERIO

Tanto se ha repetido todo esto, que algunas expresiones hacen ya el efecto de clisés: “los monjes roturadores” o “los sabios benedictinos”. Pero no se ha señalado suficientemente que esos hombres han sido capaces de realizar, mejor o peor, dichas tareas solo en la medida en que su vocación no los sujetaba a una obra determinada que hubiera sido exclusiva de los otros. Pudieron hacer de todo eso porque no se consideraban llamados especialmente para ninguna de tales cosas.

Repitámoslo: solo se entra en un monasterio para encontrar allí más plenamente a DIOS.

Pero como DIOS puede hallarse por doquiera y en todo, ninguna actividad está excluida en la vida de los monjes, desde el momento que puede conciliarse, de una parte, con las exigencias más generales de la vocación religiosa; y, de otra parte, corresponder a la voluntad más particular de DIOS sobre cada alma (es decir, a lo llamaríamos el destino de cada uno, en el sentido cristiano de esa palabra). Sea la que fuere, su tarea le parece siempre ocasional; es un medio entre una infinidad de otros; pero también es el medio entre una infinidad de otros; pero también es el buen medio, puesto que le ha sido dado para unirse a DIOS y cooperar a la obra a la obra de la Creación o de la Redención. Llegado el momento, cambiará, pues, de ocupación sin mirar atrás – al menos siempre que se conduzca realmente como un monje -, demostrando así que permanece libre con respecto a lo que no es nunca más que una “ocupación”, ya que el fin de su vida reside siempre más allá, en DIOS.

SAN BENITO vivió, por el contrario, en un tiempo en que la civilización romana perdía sus últimas posibilidades; el monasterio por él fundado se adaptaba espontáneamente a ese estado de cosas, muy diferente, que constituye el interregno de un mundo en ruinas a un mundo que va a construirse. No nos imaginamos, a SAN BENITO dedicado a sabias investigaciones sobre la filosofía de la historia y redactando su Regla en previsión del porvenir. Es clarísimo que el Hombre de DIOS solo piensa en organizar la vida en organizar monástica en el interior del pequeño mundo que es una abadía, sin preocuparse expresamente de Roma, ni de los bárbaros-germánicos, ni, menos aún, de la Edad Media…Buscaría más eludir hasta el pretexto de relaciones demasiado frecuentes entre ese pequeño mundo y el mundo grande donde de tan fácilmente se aprende olvidar a DIOS. Por eso, al llegar al final de su primera redacción de la Regla, inmediatamente antes de los capítulos adicionales, más tardíos, escribe: El monasterio debe, en lo posible, estar dispuesto de manera que se halle en él todo lo necesario, es decir, agua, un molino, un jardín y talleres para que se puedan practicar los diversos oficios en el interior de la clausura. De ese modo, los monjes no tendrán necesidad de diseminarse por el exterior, lo que no es, en modo alguno, conveniente para sus almas (Regla 66).

SAN BENITO, PEDAGOGO DE OCCIDENTE
De todas maneras, el acontecimiento se produjo a fines del terrible a fines del siglo V, es decir, en un ambiente de “fin de mundo”. Desde la primera toma de ROMA, al alborear ese siglo, por los visigodos de ALARICO, los bárbaros se hallan en todas las fronteras. El hecho de que CLODOVEO, el actual conquistador de las Galias (actual Francia), se dispusiera a hacerse bautizar, al frente de sus tropas, en aquel año de 496 – es decir, aproximadamente cuando BENITO salía -, es una coincidencia solo notable para nosotros.

BENITO no encontrará, pues, inmediatamente la tranquilidad (para imaginarlo es preciso no tener la menor experiencia de lo que de lo que la terrible soledad)… El miedo que tiene a pecar, ante todo, la consecuencia de su inmenso deseo de agradar solamente a Dios.

En el año 480, hace mil quinientos treinta y siete años, nació para gloria de la cristiandad, San Benito de Nursia, hijo de nobles romanos, Patriarca de los monjes de Occidente, fundador de la Orden Benedictina, verdadero motor de energía cultural.

Con el hijo de Nursia, Italia empieza realmente la vida monástica El creador de este nuevo género de vida fue SAN PACOMIO, después del año 430, quien le introdujo con grandes resultados en la ascética cristiana. Pero el advenimiento de SAN BENITO y la institución de su Regla dan un vigoroso impulso a esta parte de la actividad cristiana.

El Patriarca funda monasterios que se multiplican. Instituye su Regla.

Puede decirse que a partir del año 650 todas las órdenes existentes se regían por esta Regla.

La Orden Benedictina, celosa mantenedora del espíritu apostólico, tuvo decisiva importancia en la difusión de la cultura de Occidente.

Esta Orden fundadora ejerció en aquellos tiempos, desde su misma fundación, en medio de las turbulencias germánicas y paganas la más profunda y fecunda acción, tanto en orden religioso, social y político, como en el artístico, musical, y el económico.

SAN BENITO, llenó del espíritu de todos los justos, condensó la inspiración divina, en su Santa Regla, bajo cuya prodigiosa sabiduría militaron santos y santas, emperadores y reyes, príncipes y duques, en fin, grandes personalidades que tuvieron alguna participación en los flujos culturales y religiosos de la Edad Media. (Fray JUSTO PÉREZ DE URBEL: “Semblanzas Benedictinas”, Madrid, 1925).

Nadie más que LEOPOLDO GENICOT, eximio mediavalista belga, ha definido con precisión y elocuencia el sentido último de la Edad Media:

EDAD MEDIA que sobrevive todavía – nos enseña LEOPOLDO GENICOT, y principalmente en esas obras que los modernos desdeñan con frecuencia y que para tantos de nosotros occidentales y cristianos, han recobrado sentido e irradian de nuevo el mismo calor y luz de antaño. Porque la EDAD MEDIA es una inmensa masa que se levanta y se conmueve: la blanca cohorte de los misioneros, de los fundadores de Órdenes, de los ascetas y de los místicos encabezados y guiados por BENITO DE NURSIA, y seguidos por GREGORIO EL GRANDE y BONIFACIO, BENITO DE ANIANO, ODÓN DE CLUNY, ROBERTO DE POLESME, NORBETO DE XANTEN, FRANCISCO DE ASÍS, y DOMINGO DE OSMA, ROMUALDO, PEDRO DAMIANO, BERNARDO DE CLARAVAL, RICARDO DE SAN VÍCTOR, el maestro ECKHART y RUYBROCK el ADMIRABLE; el escuadrón sonoro de los partidarios de la unidad política y defensores de la paz, de los señores feudales, símbolo de la fidelidad y a quienes la Iglesia Católica HIZO CABALLEROS DE LA GENEROSIDAD; la brillante falange de los sabios, doctores, maestros, teólogos y filósofos, juristas e historiadores, matemáticos y físicos, conducida por JUAN SCOTO ERIÚGENA, RATIERE DE LOBBES, ANSELMO DEL DOC, RUPERTO DE DOUTZ, ABELARDO, PEDRO LOMBARDO, TOMÁS DE AQUINO, DUNS SCOT y GUILLERMO DE OCCAM, BURCHARD DE MORNS, IRNERIUS, GRACIANO, BRATON, JACQUES de RÉVIGNY, BARTOLDO y ACCURSO, BEDA el VENERABLE, SIGBERTO DE GEMBLOUX, GERBERTO de AURILLAC, LEONARDO FOBONACCI, JUAN BURIDAN y NICOLE DRESME; la tropa abigarrada de escritores con SERVATE LOUP, a la cabeza y HILBERTO de LAVARDIN, ADAM DE SAN VÍCTOR, el Archipoeta GAUTIER de CHATILLON, CHRÉTIEN DES TROYES, JUAN de SALISBURY, GUILLERMO de AQUITANIA, GUILLERMO de LLORRIS, DANTE, PETRARCA, VILLON, y ARNOULD GROBAN; la legión innumerable de los orfebres de Renania y de la Lotaringia, arquitectos e imaginarios de Aquisgran, Germigny-sur-Loire, Cluny, París, Amiens, Vézelay, Toulousse, Moissac, Caen, Chartres y Champmel, miniaturistas y pintores de Auxerre, Oberzoll, Berzó-la-Ville, San Savin, de Italia y de los Países Bajos, vidrieros de Saint Denis, y Chartres, de los primeros músicos, de un HERMAN de REICHENAU, a un GUILLERMO de MACAULT; el ejército, el inmenso ejército de aquellos que bajo la mirada de Dios, durante más de un milenio sirvieron en Occidente al Bien, la Verdad y la Belleza. Así, que en el momento de dejar estos tiempos en muchas ocasiones rudos pero siempre fecundos, pasan ante nosotros ojos tantas obras imperecederas, plasmadas a partir de la REGLA BENEDICTINA, como el “Salterio de Utrecht”, el “Cantar de ROLANDO”, LAS FUENTES DE SAN BARTOLOMÉ de Lieja, el Ambón de KLOSNEUBURGO, las Abadías románicas y las Catedrales góticas, el Pórtico Real de la Capital de la Beac y el Tímpano de la Virgen de la Capital capeta, la Leyenda de TRISTÁN e ISOLDA, los himnos religiosos y las canciones de trovadores y goliardos, las “Sumas” teológica-filosóficas, las vidrieras de la Sainte Chapalle, los motetes sacros, la “Divina Comedia”, el Canzoniere, la Mosse du Sacre, el Pozo de MOISÉS, el Retablo del Cordero Místico, el Testamento, lo Misterios y “La Piedad” de Avignon”. (Hasta aquí el Profesor LEOPOLDO GENICOT).

Creaciones comunes a todo el Occidente que les dio a luz y a la Iglesia que fue su inspiradora y dentro de ella, para todos, decimos nosotros, SAN BENITO, PEDAGOGO DE OCCIDENTE.
ADEMÁS, la Orden Benedictina es doblemente importante por haber asistido y apadrinado el nacimiento de las sucesivas que tuvieron siempre, grandísima influencia en la cultura occidental.

Es así como de distintos modos la Orden Benedictino está enlazada a los fundadores y propulsores de las nuevas congregaciones religiosas.

Ella después de haber prestado su apoyo a la magna obra litúrgica de Roma y de haber introducido hasta los últimos confines de Europa la Cultura junto con la Fe católica romana, es solicitada por una empresa más grande todavía: es la que identificándose por un momento con los destinos de la Ciudad Eterna suministrará, inspirara y apoyará por todos los medios, esos grandes Pontífices de los siglos XI y XII, defensores heroicos de la Santidad e independencia de la Iglesia Católica.

Al mismo tiempo que los benedictinos colaboraran activamente en la instalación de los esplendores del culto y transformaban a los incultos germanos; en mansedumbre, orden, y moralidad; o se dedicaban a las múltiples ramas del saber, se encargaron también de aquellos trabajos corporales o manuales o mecánicos necesarios a la subsistencia de la abadía o el monasterio, y especialmente a la agri-cultura, primera forma de cultura romana, en regiones aptas.

En efecto, apenas llegaban los monjes y edificaban sus rústicos conventos a orillas de algún río comenzaba la transformación de la agreste comarca en productivos campos terminando por construir una villa o burgo que albergaban un pueblo obrero educado en la sabiduría divina y en el cual florecía el espíritu de comunidad.

No pocas ciudades de Europa, tienen un origen monástico. Por eso SAN BENITO es verdaderamente el patrono de Europa.

Finalmente, fueron los monasterios benedictinos los más grandes centros de cultura; ellos conservaron cuidadosamente los elementos de la Antigüedad Greco-Romana, salvados de la destrucción por la diligencia de los monjes y por amor de los estudiantes.

Por todo esto, se ve cuán importante y necesario mencionar la orden benedictina al hablar de la Edad Media.

Debe destacarse en el primer signo de originalidad cultural en esta época es el monasterio, vida en común de hombres y mujeres que desean perfeccionarse por y en las virtudes cristianas y quieren ejercer un apostolado íntegro, viviendo según las normas de los primeros cristianos de la época apostólico.

El monasterio benedictino fue el núcleo cultural de la Edad Media y en los que se condesaron todas las actividades y realizaciones irradiando constantemente, aún en épocas de decadencia, como la actual civilización postmoderna, Caridad y Saber, luz y protección a todo el pueblo cristiano sin distinción alguna.

En él e conservaron intactas las primicias del Espíritu, abrigando al calor del Culto los más esenciales principios de vida apostólica, justa aplicación de las normas evangélicas; y puede decirse que por la acción de esos núcleos, la semilla de la divina palabra justificó el ciento por uno, produciendo esos magníficos tesoros de amor y Saber, que son glorias imperecederas del Medioevo.

La vida del Monje está condensada en la “fórmula” ORA et LABORA, es decir, la actividad mística y contemplativa y la acción por excelencia, la actividad temporal.

Estos dos aspectos engranan armoniosamente en el individuo y en la sociedad y dan como fruto toda la potencia espiritual del Medioevo.

El monje es en esencia el hombre de fe, el hombre entregado a la obediencia. El monje se despaja voluntariamente de su propio yo; he ahí el fondo de la obediencia monástica, precisamente uno de los ideales de la Edad Media fue el estado monacal.

De aquí con seguridad la característica comunitaria de toda obra de esa época. En la vida seglar se procuraba imitar el espíritu monástico, en lo posible y su consecuencia fue el nacimiento de una conciencia comunitaria (mejor dicho corporativa) que informó toda la Edad Media, que se infiltró en las cuestiones industriales y comerciales donde, donde como sabemos, también existían los gremios con sus maestros y aprendices.

Ese comunitarismo medioeval estaba poderosamente alimentado por la absoluto adhesión al Pontífice romano, a la tradición romana-cristiana, adhesión que comienza a decaer ya a principios del siglo XIV, con motivo del Gran Cisma de Occidente.

“He aquí la obra de SAN BENITO DE NURSIA – ha dicho otro gran orador, Monseñor FREPPOL – obra admirable, hermanos, en la que resplandece, bajo la luz de lo alto, el genio del hombre con sus vastas y profundas intuiciones. En esta legislación de las almas llamadas a la vida perfecta, en esta obra capital de la prudencia y de discreción, se expresa SAN GREGORIO MAGNO, discretione pracecipuam hay sin duda la poderosa lucidez de una morada iluminada por la fe; pero se encuentra también en esta legislación, si no nos equivocamos, algún rasgo de aquellos patricios de la antigua Roma que conquistaron el mundo más por la sabiduría que por la fuerza, que supieron gobernarlo después de conquistarlo y que prepararon así, sin ellos saberlo, el reinado universal de CRISTO. Por esta sabiduría tan romana, el patriarca de Montecassino ha adquirido una posterioridad numerosa como las estrellas y como las arenas del mar. Esta Regla que se adapta a las situaciones más diversas, esta Regla que no excluye nada y se presta a todo, los hijos de SAN BENITO podrán practicarla en todas las latitudes, en cualquier medio social que sea: en todas partes formara cristianos perfectos, en todas partes donde se existan almas que se consagren a DIOS y un monasterio donde cantar las divinas alabanzas”. (GARCÍA M. COLUMBAS-LEÓN M.SENSEGUNDO-ODILÓN CUNILL: “San Benito, su vida y su Regla”. Biblioteca de Autores, Madrid, 1953, p. 132).

“Esta transformación del hombre en todos sus pensamientos y actos", - enseña VALDEMAR VEDEL, “Ideales de la Edad Media”, t. IV, “La vida monástica”, traducción del danés por Jaime Ruiz Manet, Editorial Labor, Barcelona, 1931, p. 23 y 24. – verdadera conversio morum, ES LO QUE LA REGLA BENEDICTINA IMPONE COMO CONDICIÓN PREVIA PARA EL INGRESO EN LA ORDEN". La regla benedictina impone como condición previa para el ingreso en la Orden. La regla benedictina no se abre sin más para aquel que quiera entrar; dásele, al novicio, tiempo abundante para reflexionar, después de haberla probada por sí mismo, acerca de la nueva por sí mismo por sí mismo, acerca de la nueva vida que ha elegido. Una y otra vez durante los años de prueba, le son leídas solemnemente las “reglas”, añadiendo luego “estas son las leyes bajo las cuales has de vivir; si eres capaz de acatarlas, entra; si temes no poderlas resistir, acepta el nuevo hermano los votos que le ligan para siempre. Todas las ceremonias de que estos votos van acompañados se dirigen a grabar en la mente del novicio la idea de que su personalidad anterior ha muerte en él, y que se ha despedido para siempre del mundo y de su vida primera.
“…Día tras días, un año y otro, acuden los monjes al templo a determinadas horas, y más de una vez cada día, para rezar en común. Rezan a prima y a tercia, a sexta y a nona; rezan también a vísperas y completas y aún nocturnos, cuando no coincidan con los laudes, y vuelven a rezar. Las “horas canónicas” regulan toda la vida del cennobio, dividiendo los trabajos del día, e interrumpiendo el descanso de la noche. Añádese a esto la misa solemne que diariamente se celebra en el templo, a las siete, después de prima, o a las nueve, entre tertia y sexta. La misa constituye el punto más solemne de la jornada, la manifestación cotidiana de la Divinidad misma en su santa casa, el diario milagro en virtud del cual el pan y el vino en transubstancian en carne y sangre de JESUCRISTO. A la misa asisten todos los que en el convento tienen pies para andar, desde el abad o prior al más humilde de los legos”.

No es posible reunir en cinco páginas catorce siglos y medio de Historia. Y menos aún cuando se trata de la historia benedictina. QUEDA MUCHO POR CONSIDERAR.
Frente a los bárbaros (germanos invasores del Imperio) la Iglesia es la única fuerza organizada que puede aún encarnar la ciudad terrestre, ella es la que conduce “EL NAVÍO ABANDONADO, SIN PILOTO, EN GRAN TEMPESTAD”.

NAVE SENZA NOCCHIERE EN GRAN TEMPESTA…

Editó Gabriel Pautasso
Instituto Eremita Urbanus

Editó: gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO Cordubensis. INSTITUTO EMERITA URBANUS. Córdoba de la Nueva Andalucía, en la Semana Santa del Año del Señor de 2010. Sople el Pampero. ¡VIVA LA PATRIA! ¡LAUS DEO TRINITARIO! ¡VIVA HISPANOAMÉRICA! GRATIAS AGAMUS DOMINO DEO NOSTRO!

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