lunes, 1 de diciembre de 2008

San Benito, pedagogo de occidente


De todas maneras, el acontecimiento se produjo a fines del terrible a fines del siglo V, es decir, en un ambiente de “fin de mundo”. Desde la primera toma de ROMA, al alborear ese siglo, por los visigodos de ALARICO, los bárbaros se hallan en todas las fronteras. El hecho de que CLODOVEO, el actual conquistador de las Galias (actual Francia), se dispusiera a hacerse bautizar, al frente de sus tropas, en aquel año de 496 – es decir, aproximadamente cuando BENITO salía -, es una coincidencia solo notable para nosotros.

BENITO no encontrará, pues, inmediatamente la tranquilidad (para imaginarlo es preciso no tener la menor experiencia de lo que de lo que la terrible soledad)… El miedo que tiene a pecar, ante todo, la consecuencia de su inmenso deseo de agradar solamente a Dios.

En el año 480, hace mil quinientos treinta y siete años, nació para gloria de la cristiandad, San Benito de Nursia, hijo de nobles romanos, Patriarca de los monjes de Occidente, fundador de la Orden Benedictina, verdadero motor de energía cultural.

Con el hijo de Nursia, Italia empieza realmente la vida monástica El creador de este nuevo género de vida fue SAN PACOMIO, después del año 430, quien le introdujo con grandes resultados en la ascética cristiana. Pero el advenimiento de SAN BENITO y la institución de su Regla dan un vigoroso impulso a esta parte de la actividad cristiana.

El Patriarca funda monasterios que se multiplican. Instituye su Regla.

Puede decirse que a partir del año 650 todas las órdenes existentes se regían por esta Regla.

La Orden Benedictina, celosa mantenedora del espíritu apostólico, tuvo decisiva importancia en la difusión de la cultura de Occidente.

Esta Orden fundadora ejerció en aquellos tiempos, desde su misma fundación, en medio de las turbulencias germánicas y paganas la más profunda y fecunda acción, tanto en orden religioso, social y político, como en el artístico, musical, y el económico.

SAN BENITO, llenó del espíritu de todos los justos, condensó la inspiración divina, en su Santa Regla, bajo cuya prodigiosa sabiduría militaron santos y santas, emperadores y reyes, príncipes y duques, en fin, grandes personalidades que tuvieron alguna participación en los flujos culturales y religiosos de la Edad Media. (Fray JUSTO PÉREZ DE URBEL: “Semblanzas Benedictinas”, Madrid, 1925).

Nadie más que LEOPOPLDO GENICOT, eximio mediavelista belga, ha definido con precisión y elocuencia el sentido último de la Edad Media: ,

“EDAD MEDIA que sobrevive todavía – nos enseña LEOPOLDO GENICOT, y principalmente en esas obras que los modernos desdeñan con frecuencia y que para tantos de nosotros occidentales y cristianos, han recobrado sentido e irradian de nuevo el mismo calor y luz de antaño. Porque la EDAD MEDIA es una inmensa masa que se levanta y se conmueve: la blanca cohorte de los misioneros, de los fundadores de Órdenes, de los ascetas y de los místicos encabezados y guiados por BENITO DE NURSIA, y seguidos por GREGORIO EL GRANDE y BONIFACIO, BENITO DE ANIANO, ODÓN DE CLUNY, ROBERTO DE POLESME, NORBETO DE XANTEN, FRANCISCO DE ASÍS, y DOMINGO DE OSMA, ROMUALDO, PEDRO DAMIANO, BERNARDO DE CLARAVEL, RICARDO DE SAN VÍCTOR, el maestro ECKHART y RUYBROCK el ADMIRABLE; el escuadrón sonoro de los partidarios de la unidad política y defensores de la paz, de los señores feudales, símbolo de la fidelidad y a quienes la Iglesia Católica HIZO CABALLEROS DE LA GENEROSIDAD; la brillante falange de los sabios, doctores, maestros, teólogos y filósofos, juristas e historiadores, matemáticos y físicos, conducida por JUAN SCOTO ERIÚGENA, RATIERE DE LOBBES, ANSELMO DEL DOC, RUPERTO DE DOUTZ, ABELARDO, PEDRO LOMBARDO, TOMÁS DE AQUINO, DUNS SCOT y GUILLERMO DE OCCAM, BURCHARD DE MORNS, IRNERIUS, GRACIANO, BRATON, JACQUES de RÉVIGNY, BARTOLDO y ACCURSO, BEDA el VENERABLE, SIGBERTO DE GEMBLOUX, GERBERTO de AURILLAC, LEONARDO FOBONACCI, JUAN BURIDAN y NICOLE DRESME; la tropa abigarrada de escritores con SERVATE LOUP, a la cabeza y HILBERTO de LAVARDIN, ADAM DE SAN VÍCTOR, el Archipoeta GAUTIER de CHATILLON, CHRÉTIEN DES TROYES, JUAN de SALISBURY, GUILLERMO de AQUITANIA, GUILLERMO de LLORRIS, DANTE, PETRARCA, VILLON, y ARNOULD GROBAN; la legión innumerable de los orfebres de Renania y de la Lotaringia, arquitectos e imaginarios de Aquisgran, Germigny-sur-Loire, Cluny, París, Amiens, Vézelay, Toulousse, Moissac, Caen, Chartres y Champmel, miniaturistas y pintores de Auxerre, Oberzoll, Berzó-la-Ville, San Savin, de Italia y de los Países Bajos, vidrieros de Saint Denis, y Chartres, de los primeros músicos, de un HERMAN de REICHENAU, a un GUILLERMO de MACAULT; el ejército, el inmenso ejército de aquellos que bajo la mirada de Dios, durante más de un milenio sirvieron en Occidente al Bien, la Verdad y la Belleza. Así, que en el momento de dejar estos tiempos en muchas ocasiones rudos pero siempre fecundos, pasan ante nosotros ojos tantas obras imperecederas, plasmadas a partir de la REGLA BENEDICTINA, como el “Salterio de Utrecht”, el “Cantar de ROLANDO”, LAS FUENTES DE SAN BARTOLOMÉ de Lieja, el Ambón de KLOSNEUBURGO, las Abadías románicas y las Catedrales góticas, el Pórtico Real de la Capital de la Beac y el Tímpano de la Virgen de la Capital capeta, la Leyenda de TRISTÁN e ISOLDA, los himnos religiosos y las canciones de trovadores y goliardos, las “Sumas” teológica-filosóficas, las vidrieras de la Sainte Chapalle, los motetes sacros, la “Divina Comedia”, el Canzoniere, la Mosse du Sacre, el Pozo de MOISÉS, el Retablo del Cordero Místico, el Testamento, lo Misterios y “La Piedad” de Avignon”. (Hasta aquí el Profesor LEOPOLDO GENICOT).

Creaciones comunes a todo el Occidente que les dio a luz y a la Iglesia que fue su inspiradora y dentro de ella, para todos, decimos nosotros, SAN BENITO, PEDAGOGO DE OCCIDENTE.
ADEMÁS, la Orden Benedictina es doblemente importante por haber asistido y apadrinado el nacimiento el nacimiento de las sucesivas que tuvieron siempre, grandísima influencia en la cultura occidental.

Es así como de distintos modos la Orden Benedictino está enlazada a los fundadores y propulsores de las nuevas congregaciones religiosas.

Ella después de haber prestado su apoyo a la magna obra litúrgica de Roma y de haber introducido hasta los últimos confines de Europa la Cultura junto con la Fe católica romana, es solicitada por una empresa más grande todavía: es la que identificándose por un momento con los destinos de la Ciudad Eterna suministrará, inspirara y apoyará por todos los medios, esos grandes Pontífices de los siglos XI y XII, defensores heroicos de la Santidad e independencia de la Iglesia Católica.

Al mismo tiempo que los benedictinos colaboraran activamente en la instalación de los esplendores del culto y transformaban a los incultos germanos; en mansedumbre, orden, y moralidad; o se dedicaban a las múltiples ramas del saber, se encargaron también de aquellos trabajos corporales o manuales o mecánicos necesarios a la subsistencia de la abadía o el monasterio, y especialmente a la agiri-cultura, primera forma de cultura romana, en regiones aptas.

En efecto, apenas llegaban los monjes y edificaban sus rústicos conventos a orillas de algún río comenzaba la transformación de la agreste comarca en productivos campos terminando por construir una villa o burgo que albergaban un pueblo obrero educado en la sabiduría divina y en el cual florecía el espíritu de comunidad.

No pocas ciudades de Europa, tienen un origen monástico. Por eso SAN BENITO es verdaderamente el patrono de Europa.

Finalmente, fueron los monasterios benedictinos los más grandes centros de cultura; ellos conservaron cuidadosamente los elementos de la Antigüedad Greco-Romana, salvados de la destrucción por la diligencia de los monjes y por amor de los estudiantes.

Por todo esto, se ve cuán importante y necesario mencionar la orden benedictina al hablar de la Edad Media.

Debe destacarse en el primer signo de originalidad cultural en esta época es el monasterio, vida en común de hombres y mujeres que desean perfeccionarse por y en las virtudes cristianas y quieren ejercer un apostolado íntegro, viviendo según las normas de los primeros cristianos de la época apostólico.

El monasterio benedictino fue el núcleo cultural de la Edad Media y en los que se condesaron todas las actividades y realizaciones irradiando constantemente, aún en épocas de decadencia, como la actual civilización postmoderna, Caridad y Saber, luz y protección a todo el pueblo cristiano sin distinción alguna.

En él e conservaron intactas las primicias del Espíritu, abrigando al calor del Culto los más esenciales principios de vida apostólica, justa aplicación de las normas evangélicas; y puede decirse que por la acción de esos núcleos, la semilla de la divina palabra justificó el ciento por uno, produciendo esos magníficos tesoros de amor y Saber, que son glorias imperecederas del Medioevo.

La vida del Monje está condensada en la “fórmula” ORA et LABORA, es decir, la actividad mística y contemplativa y la acción por excelencia, la actividad temporal.

Estos dos aspectos engranan armoniosamente en el individuo y en la sociedad y dan como fruto toda la potencia espiritual del Medioevo.

El monje es en esencia el hombre de fe, el hombre entregado a la obediencia. El monje se despaja voluntariamente de su propio yo; he ahí el fondo de la obediencia monástica, precisamente uno de los ideales de la Edad Media fue el estado monacal.

De aquí con seguridad la característica comunitaria de toda obra de esa época. En la vida seglar se procuraba imitar el espíritu monástico, en lo posible y su consecuencia fue el nacimiento de una conciencia comunitaria (mejor dicho corporativa) que informó toda la Edad Media, que se infiltró en las cuestiones industriales y comerciales donde, donde como sabemos, también existían los gremios con sus maestros y aprendices.

Ese comunitarismo medioeval estaba poderosamente alimentado por la absoluto adhesión al Pontífice romano, a la tradición romana-cristiana, adhesión que comienza a decaer ya a principios del siglo XIV, con motivo del Gran Cisma de Occidente.

“He aquí la obra de SAN BENITO DE NURSIA – ha dicho otro gran orador, Monseñor FREPPOL – obra admirable, hermanos, en la que resplandece, bajo la luz de lo alto, el genio del hombre con sus vastas y profundas intuiciones. En esta legislación de las almas llamadas a la vida perfecta, en esta obra capital de la prudencia y de discreción, se expresa SAN GREGORIO MAGNO, discretione pracecipuam hay sin duda la poderosa lucidez de una morada iluminada por la fe; pero se encuentra también en esta legislación, si no nos equivocamos, algún rasgo de aquellos patricios de la antigua Roma que conquistaron el mundo más por la sabiduría que por la fuerza, que supieron gobernarlo después de conquistarlo y que prepararon así, sin ellos saberlo, el reinado universal de CRISTO. Por esta sabiduría tan romana, el patriarca de Montecassino ha adquirido una posterioridad numerosa como las estrellas y como las arenas del mar. Esta Regla que se adapta a las situaciones más diversas, esta Regla que no excluye nada y se presta a todo, los hijos de SAN BENITO podrán practicarla en todas las latitudes, en cualquier medio social que sea: en todas partes formara cristianos perfectos, en todas partes donde se existan almas que se consagren a DIOS y un monasterio donde cantar las divinas alabanzas”. (GARCÍA M. COLUMBAS-LEÓN M.SENSEGUNDO-ODILÓN CUNILL: “San Benito, su vida y su Regla”. Biblioteca de Autores, Madrid, 1953, p. 132).

“Esta transformación del hombre en todos sus pensamientos y actos, - enseña VALDEMAR VEDEL, “Ideales de la Edad Media”, t. IV, “La vida monástica”, traducción del danés por Jaime Ruiz Manet, Editorial Labor, Barcelona, 1931, p. 23 y 24. – verdadera conversio morum, ES LO QUE LA REGLA BENEDICTINA IMPONE COMO CONDICIÓN PREVIA PARA EL INGRESO EN LA ORDEN. La regla benedictina impone como condición previa para el ingreso en la Orden. La regla benedictina no se abre sin más para aquel que quiera entrar; dásele, al novicio, tiempo abundante para reflexionar, después de haberla probada por sí mismo, acerca de la nueva por sí mismo por sí mismo, acerca de la nueva vida que ha elegido. Una y otra vez durante los años de prueba, le son leídas solemnemente las “reglas”, añadiendo luego “estas son las leyes bajo las cuales has de vivir; si eres capaz de acatarlas, entra; si temes no poderlas resistir, acepta el nuevo hermano los votos que le ligan para siempre. Todas las ceremonias de que estos votos van acompañados se dirigen a grabar en la mente del novicio la idea de que su personalidad anterior ha muerte en él, y que se ha despedido para siempre del mundo y de su vida primera.
“…Día tras días, un año y otro, acuden los monjes al templo a determinadas horas, y más de una vez cada día, para rezar en común. Rezan a prima y a tercia, a sexta y a nona; rezan también a vísperas y completas y aún nocturnos, cuando no coincidan con los laudes, y vuelven a rezar. Las “horas canónicas” regulan toda la vida del cennobio, dividiendo los trabajos del día, e interrumpiendo el descanso de la noche. Añádese a esto la misa solemne que diariamente se celebra en el templo, a las siete, después de prima, o a las nueve, entre tertia y sexta. La misa constituye el punto más solemne de la jornada, la manifestación cotidiana de la Divinidad misma en su santa casa, el diario milagro en virtud del cual el pan y el vino en transubstancian en carne y sangre de JESUCRISTO. A la misa asisten todos los que en el convento tienen pies para andar, desde el abad o prior al más humilde de los legos”.

No es posible reunir en cinco páginas catorce siglos y medio de Historia. Y menos aún cuando se trata de la historia benedictina. QUEDA MUCHO POR CONSIDERAR.

Frente a los bárbaros (germanos invasores del Imperio) la Iglesia es la única fuerza organizada que puede aún encarnar la ciudad terrestre, ella es la que conduce “EL NAVÍO ABANDONADO, SIN PILOTO, EN GRAN TEMPESTAD”,

NAVE SENZA NOCCHIERE EN GRAN TEMPESTA…

Editó Gabriel Pautasso
Instituto Eremita Urbanus

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