lunes, 21 de junio de 2010

POR LA HISTORIA: EGO SUM VERITAS (Juan XIV,16)



Por la Patria hacia DIOS
PARA HISTORIA DEL JUDEOCRISTIANISMO
COLECCIÓN FICHAS

Editó: Lic. Gabriel Pautasso

“Aumentaba las iras, porque solos los judíos no hubieran cesado. Las cóleras redoblaban, porque los judíos se obstinaban en la lucha. Los muy estúpidos. La santa ira llamea en Tácito. (Jules Isaac, “Génesis del Antisemitismo”. Pp-120-121).

“¡Qué motivo de gloria para el antisemitismo romano poder inscribir en sus palmares los nombres de Séneca, de Juvenal y de Tácito!
Tácito es, indiscutiblemente, el más bello florón de la corona del antisemitismo, el más bello de todas las épocas…”
Escribe Jules Isaac en Génesis del antisemitismo.

EL LEGADO DEL SENTIDO HISTORICO QUE NOS TRASMITEN LOS GRANDES AUTORES PARA EL DESARROLLO HISTORICO EN EL MARCO DE LA CULTURA OCCIDENTAL POR EL ESTUDIO DE LAS FUENTES Y LA FORMACIÓN DE LA HISTORIA DEL JUDEOCRISTIANISMO.

Conviene pues, que la VERDAD sea el último fin del Universo y que la sabiduría tenga como deber principal su estudio. SANTO TOMAS DE AQUINO, 1225-1274.

EGO AD HOC VENI IN MUMDUM, UT TESTIMONIUM PERHIBEAM VERITATI. (JUAN, XVIII, 37)

Recopilación por Juan Donoso Cortés.
“Mr. Proudhon ha escrito, en sus Confesiones de un revolucionario, estas notables palabras: “Es cosa que admira el ver de qué manera en todas cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología”. Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de Mr. Proudhon. La teología, por lo mismo que es ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas cosas”.

JUAN DONOSO CORTES, “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, considerados en sus principios fundamentales”, Barcelona, 1851, Libro Primero, Capítulo primero: “De cómo en toda gran cuestión política va envuelta siempre una cuestión teológica”.  

1) Recesión bibliográfica del libro de “El pensamiento judío” de André Chouraqui, nuevos esquemas, editorial Columba, Buenos Aires, 1970, 158 págs. – 3.- En las principales doctrinas del pensamiento moderno.

El idealismo filosófico judío, de inspiración kantiana, cedió el lugar rápidamente a un importante movimiento  del pensamiento más cercano a las fuentes tradicionales de Israel. Bajo de presión del antisemitismo, el pensamiento debió más en cuenta la situación real de los judíos en una Europa ilustrada y también las aspiraciones sionistas. Para expresarse, Israel empleó pronto el método y la terminología del neokantismo, de la fenomenología, del existencialismo.

En Francia, EMMANUEL  LÉVINAS (Difficile liberté) que introdujo los pensamientos de HUSSERL y de ROSEMSWEIG, habla con razón de una Escuela de PARIS. Esta escuela, impulsada por la HISTORIA podría desempeñar la función de mediadora en el pensamiento moderno, así como la Edad Media lo había sido del Judaísmo.
Los poetas Edmond Fleg, Andre Spire, Claude Viguee, Joseph Milhauser.
Los sabios, Georges  Vajda, Andre Néhér. Los críticos, W. Rabi.
Los historiadores, Jules Isaac, León Polikov, Robert Aron, C. Gruber-Maggittot.
Los novelistas, Manés  Sperber, Elie Wiesel, André Schwartebart, Albert Memmi, Arnold Mandel, Anna Langfus.
Los ensayistas, Joseph  Jehouda, Robert Misrahi, proceden a un nuevo  examen en la hora de la Historia, parece haber alcanzado los límites supremos.
Eliane Amado-Levi Valensi, Los niveles del ser y el mal, se remonta valerosamente hasta las fuentes de la filosofía de Israel mientras los filósofos, Wladimir Yankelevits, Jean Wahl, se preguntan, aunque tímidamente lo que significa para ellos ser judíos.

También en París, las grandes obras de  Raymond Aron, Henri Baruk, Robert Brunschwig, René Cassi, Georges Friedmann, Claude Levi-Strauss, Pierre-Maxime Schuhl, Eric Wil, a  pesar de no pertencer todas al pensamiento judío, le devuelven, sin embargo, la luz que haber de él.

En la línea de pensamiento trazado por Pascal y Bossuet, hay cristianos que interrogan el misterio de ISRAEL: León Bloy, Charles Péguy, Paul Claudel, Paul Vuillaud, JACQUES MARITAIN, Jacques Madaule, Claude Tresmontant, Marcel Simon, Jean-Paul Sastre, Jacques Nantes así contribuyen en Francia a la constitución de un centro donde el pensamiento de Israel se pone a tono con la importancia de nuestro tiempo.

La coincidencia de cristianos y judíos en el mundo de la cultura francesa ha recibido su consagración en los combates de la Resistencia entre 1940 y 1945. Un bautismo de sangre (mezclada con la sangre judía derramada por los cristianos en combates comunes) ha consagrado las amistades judeocristianos contraídas en vísperas de la Liberación -1944-.

La obra de JULES ISAAC - JÉSUS ET ISRAEL – favoreció el movimiento que terminó por plantear nuevamente la cuestión histórica de la enseñanza cristiana sobre los judíos. Los diez puntos definidos por la conferencia judeocristiana de SEELISBERG – Suiza – en 1947 han recibido una estrepitosa confirmación en el Concilio Vaticano II.

El DOCUMENTO SOBRE LOS JUDIOS Y LOS NO CRISTIANOS que aprobó por 1657 votos contra 99, el viernes 20 de noviembre de 1964 – el “VIERNES NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II” – recuerda los orígenes judíos de la Iglesia, subraya la grandeza del patrimonio común a cristianos y judíos, recomienda y alienta el conocimiento y estima mutuos; por último, deplora y condena severamente el odio, las persecuciones y los prejuicios – la acusación de deicidio inclusive – cuyas víctimas fueron los judíos.

Sin duda alguna, este documento favorecerá en toda la Iglesia el nuevo descubrimiento de sus orígenes hebraicos y también la normalización de las relaciones espirituales entre LAS DOS PARTES DEL PUEBLO DE DIOS.

El pensamiento francés se caracteriza por su inquietud fundamental: la pregunta angustiada acerca del destino del hombre; de ahí se deduce el interés profundo por la condición del judío, trágicamente puesta de relieve en tiempos de la ocupación alemana. Asimismo, impulsada por el pensamiento francés, la mayoría de los pensadores que citamos vuelven a encontrar su identidad judía. Este fue también el caso  de THEODORE HERZL, fundador del Estado de Israel: no por casualidad fueron concebidos y escritos en PARIS los pasajes más decisivos de su obra SIONISTA.

Recesión bibliográfica de: ANDRE CHOURAQUI, El pensamiento judío, Editorial Columba, Buenos Aires, 1970, págs. 138-140. EN EL CUARENTA ANIVERSARIO DEL 20 DE NOVIEMBRE DE 1964 DEL VOTO CONCILIAR SOBRE EL PROBLEMA JUDÍO. LE HEMOS LLAMADO EL “VIERNES NEGRO” DE LA IGLESIA CATÓLICA.
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“Es triste, es muy triste… Si un cristiano cumple una mala acción la responsabilidad es solamente suya; si un hebreo cumple una mala acción la culpa recae sobre todos hebreos”.
ANA FRANK
 
2) Los orígenes lejanos del Vaticano II. Extractado del título La cara oculta de la historia moderna, tomo IV, p. 261. Autor: Jean Lombard, “La cara oculta de la historia moderna”, tomo IV, Fuerza Nueva, Madrid, 1977.

Sin embargo, desde el Aggiornamiento deseado por Jacques Maritain – esposo de una conversa, RAISA- en Toronto y realizado por el Concilio Vaticano II- cuanto más fácilmente que monseñor MONTINI, traductor del HUMANISMO INTEGRAL al italiano se ha nutrido de esa doctrina- la Iglesia y la MASONERIA se inspiran en el mismo profetismo judaico, ideal propuesto a la Humanidad por JAMES DARMESTETTER.

Se ha escrito mucho y muy buenas cosas respecto al Vaticano II. De modo que no nos extenderemos mucho sobre el tema, a no ser para completar el estudio de sus orígenes aportando un documento esencial, difícil de consultar, y al cual por lo tanto no se ha atribuido la importancia que merecía. Si en el inmediato – sobre todo en lo que se refiere a la cuestión – son las gestiones de JULES ISAAC – ex inspector general de Instrucción Pública, autor de los manuales de historia Mallet e ISAAC, cuya mujer e hija murieron desafortunadamente en campo de concentración  - apoyándose sobre las acusaciones que apunta en sus libros – Jesús y Israel, 1948; - ¿El antisemitismo tiene raíces cristianas?, 1960;-Génesis del anticristianismo en contra de San  Ambrosio, San Agustín, San Gregorio el  Grande, San Agobardo, y aprovechándose de la indignación provocada por las persecuciones nazis…; las charlas entre Edmond Fleg y Sami  Lattes por una parte y por otra parte entre Henri Marrouqui, el R.P. Daniélou y el Abate Vieillard – secretario del Episcopado francés – que iniciaron la negociación que se llevó a cabo en el Coloquio de Seelisberg en agosto de 1947 – que reunió 70 representantes de las religiones católicas, protestante y judía, respectivamente, procedentes de l9 países y repartidos entre cinco comisiones-.Si, una vez más, fue Isaac quien aportó a la Tercera Comisión – presidida por el R. P. Calixto Lopinet, de ROMA, junto con Monseñor Novak, checo, de vicepresidente, el Dr. E. L. Allen, de secretario, y como miembros el profesor  E. Bickel, la Srta. Davy, el pastor A. Freudenberg, los RR. PP. Demann, y de Menasce, el Rev. Robert Smith; los rabinos Kaplan, Rosenblum, Zwi Taubes e Isaac en persona – para servir de discusión, un memorando de l8 puntos luego reducidos a 10 y destinado a hacer desaparecer cualquier rasgo de malevolencia respecto a los judíos, memorándum cuyos términos fueron en la primera del ESQUEMA propuesto al Concilio – Maurice Carcavilla, Judaísmo e Iglesia Católica – la intriga concebida por Judaísmo para que penetre su influencia en el Vaticano es mucho más y mucho más ambiciosa.

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“El antisemitismo de los cristianos y el anticristianismo de los hebreos constituyen una igual injuria a Dios”.
JULES ISAAC

3) Antecedentes históricos del voto conciliar del 20 de noviembre del 1964, denominado como el viernes negro de la Iglesia Católica.

El 19 de noviembre de 1964, los obispos y cardenales conciliares reunidos en Roma adoptaron por una enorme mayoría el ESQUEMA relativo a la actitud de la Iglesia Católica con respecto al JUDAISMO.

El 27 de noviembre del mismo año, el periódico Le Monde mencionaba las violentas reacciones que aquel voto había provocado en las Iglesias Católicas orientales y en los Estados árabes.

El artículo terminaba con una conclusión de su corresponsal en Roma, M. Fesquet, el cual era considerado como el vocero del Padre IVES CONGAR, jefe del ala progresista modernista católica. Fesquet empezaba recordando que los votos conciliares son secretos, para añadir inmediatamente:

- “Noventa  nueve padres han votado “No”. Mil seiscientos cincuenta y uno han votado “Sí”, y doscientos cuarenta y dos han votado “sí” con reservas. Sin embargo, ese voto es provisional, ya que el escrutinio definitivo tendrá jugar en la cuarta sesión del Concilio, en 1965.

- Los obispos orientales han intervenido en el curso de las congregaciones generales para decir que en principio se oponían incluso a una declaración conciliar sobre los judíos.

Presentamos un extracto del texto de la Declaración sobre los judíos votada por los Padres Conciliares el viernes del 20 de noviembre de l964:

“Dado que el patrimonio espiritual común a los cristianos y a los judíos continúa siendo muy importante, el Concilio quiere estimular y recomendar un conocimiento y una estima mutuos entre ellos, los cuales nacerán especialmente a través de estudios bíblicos y teológicos, así como  los diálogos fraternales. Además, el Concilio, recordando ese patrimonio común, condena severamente las ofensas infligidas por doquier por los hombres. Lamenta y condena el odio y las persecuciones perpetradas contra los judíos, sea en el pasado, sea en la época actual.
Que todos procuren, pues, no enseñar en las catequesis ni en la predicación de la palabra de Dios nada que pueda hacer nacer en el corazón de los fieles el odio o el desprecio hacia los judíos: que nunca se presente al pueblo judío como una raza condenada o maldita, o culpable de deicidio. Lo que ocurrió en la pasión no puede serle imputado a todo pueblo entonces existente, y mucho menos al pueblo de hoy. Además, la Iglesia ha sostenido siempre y continúa sosteniendo que Cristo se sometió voluntariamente a la pasión y a la muerte a causa de los pecados  de todos hombres en virtud de su inmenso amor. Por lo tanto, la Iglesia en su predicación, debe anunciar la cruz de Cristo como un signo del amor universal de Dios y la fuente de toda gracia”.

El esquema aprobado el viernes 20 de noviembre de 1964, con algunas modificaciones, fue aprobado definitivamente por el Concilio el 15 de octubre de 1965, con sólo 88 votos en contra. El párrafo fundamental quedo redactado de la siguiente FORMA:

“Aun cuando las autoridades de los judíos con sus partidarios urgieron la muerte de Cristo, sin embargo lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado ni a todos los judíos que entonces vivían indistintamente, ni a los judíos de hoy. Dejando sentado que la Iglesia es el nuevo pueblo de DIOS, no obstante, los judíos no pueden ser señalados ni como reprobados por Dios, como maldecidos – o culpables de deicidio -, como si esto apareciera en los sagrados textos.
Por lo tanto, procuren todos que ni en la catequesis ni en la predicación de la palabra de Dios se enseñen cosas que no estén de acuerdo con la verdad evangélica y el espíritu de Cristo. Además, la Iglesia, que reprueba todas las persecuciones contra cualesquiera de los hombres, teniendo presente el patrimonio común con los judíos, jamás impulsada por razones políticas, sino por la caridad evangélica, deplora –y condena- los odios, las persecuciones, las manifestaciones de ANTISEMITISMO – juicio propio – realizados en cualquier tiempo y por quien sea contra los judíos”.

A primera vista, esa moción parece estar de acuerdo con la doctrina permanente de la Iglesia, la cual, al tiempo que ha tratado de proteger a la comunidad contra las influencias judaicas, ha condenado siempre las persecuciones, como lo reconoce un escritor judío de buena fe, MAX I. DIMONT:

“Papas y príncipes de la Edad Media hubieran podido, de haberlo deseado, borrar a los judíos de la faz del mundo, pero no lo quisieron…Cuando, por motivos sociales, económicos o incluso religiosos, la presencia de los judíos se hacía indeseable, se les expulsaba, pero no se les eliminaba. La Iglesia sostiene que todo ser humano posee un alma y que a un hombre no le basta su vida entera para salvar su vida. Sólo cuando la religión hubo perdido toda su influencia sobre el hombre, un pueblo de Occidente pudo planear a sangre fría el exterminio de millones de seres humanos, con el estúpido pretexto de que en la tierra no había lugar para ellos”. – Max I. Dimont: Les Juifs,  Dieu et l·Histoire, Robert  Laffont – París, 1964.

Pero en realidad, la moción votada en Roma significa, por parte de la mayoría de los Padres Conciliares, un olvido o un desconocimiento de lo que constituye la esencia misma del Judaísmo; parece que se hayan limitado a considerar el aspecto humanitario del problema, hábilmente presentado por los voceros del Judaísmo Mundial y por unos más media a su servicio.

En el origen de las reformas propuestas al Concilio en vistas a modificar la actitud y la doctrina seculares de la Iglesia Católicas con respecto al Judaísmo Mundial y a la Masonería, se encuentran diversas personalidades y organizaciones judías: Jules ISAAC, Label Katz, presidente de las Bnai-BERIT, Nahun Goldman, presidente del Congreso Mundial Judío, otros elementos.

Esas REFORMAS son muy graves, GRAVISIMAS, ya que vienen a decir que, después de 2.000 años, la Iglesia Católica se había equivocado, de debe rectificar dignamente y REVISAR por completo su actitud con respecto a los judíos.

Del lado católico, se está desarrollando una campaña de acción psicológica similar por parte de los prelados modernistas progresistas, los cuales, apoyándose en el hecho de que el CRISTIANISMO tiene una raíz judaica, reclaman una tolerancia hacia los judíos que éstos, como veremos, distan mucho de ejercer hacia los cristianos. En realidad, para unos y otros es un mecanismo bélico destinado a destruir el catolicismo tradicional, al que consideran como enemigo por excelencia.

Entre las personalidades judías anteriormente citadas, hay una que desempeña un papel esencial: el escritor JULES ISAAC, judío de Aix-en-Provence, fallecido en 1962 a una edad muy avanzada, ex inspector general de Instrucción Pública y autor de los manuales clásicos de Historia MALET e ISAAC.

Aprovechándose del Concilio, donde encontró valiosos apoyos entre los obispos modernistas y progresistas, JULES ISAAC ha sido el principal teórico y promotor de la campaña desarrollada contra la enseñanza tradicional de la Iglesia.

Expliquemos lo esencial de la tesis o propuesta que sostenía:

ISAAC dixit – hay que acabar con el ANTISEMITISMO, que ha conducido a la matanza de los judíos europeos en Auschwitz y en otros campos de extermino, en el curso de la Segunda Guerra Mundial.

El Antisemitismo más temible, según él, es el Antisemitismo CRISTIANO, de fundamentos teológicos. En efecto, la actitud de los cristianos ante el judaísmo se basado siempre en el relato de la PASIÓN, tal como ha sido por los cuatros evangelistas, y en las enseñanzas elaboradas, desde los primeros siglos del Cristianismo, por los Padres de la Iglesia: San Juan Crisóstomo, San  Ambrosio, San Agustín, el Papa Gregorio el Grande, San Agobardo, primado de las Galias, etc.

En consecuencia, JULES ISAAC ha tratado de minar esa base teológica fundamental, poniendo en duda el valor histórico de los relatos evangélicos y desacreditando los argumentos presentados por los PADRES DE LA IGLESIA para defender a los cristianos contra la influencia de los judíos, acusados de alimentar, de un modo permanente, deseos subversivos contra el orden cristiano.

JULES ISAAC Y EL CONCILIO

Ahora veamos en detalle la acción desarrollada por JULES ISAAC, lo mismo en el Vaticano que en el seno del Concilio, para hacer prevalecer su tesis.

A raíz de la desaparición  de su esposa y de su hija, fallecidas en deportación, JULES ISAAC dedicó los últimos veinte años de su vida al estudio crítico de las relaciones entre el Judaísmo y el Cristianismo, y consagró a esa tarea dos importantes libros: “Jesús e Israel”, publicado en 1946 y reeditado en 1959, y “Génesis del antisemitismo”, aparecido en 1948 y reeditado en 1956.

En esas obras, JULES ISAAC censura violentamente la enseñanza cristiana, responsable, según él, del antisemitismo moderno, y preconiza – sería más exacto decir: EXIGE – la “purificación” y la “REFORMA” de aquella enseñanza dos veces milenaria. Más adelante estudiaremos brevemente esas dos obras; de momento, continuemos con la historia del papel desempeñado por JULES ISAAC en la preparación del problema judío en el CONCILIO.

A partir del final de  la guerra, empezó a celebrar reuniones nacionales e internacionales con personalidades católicas FILOSEMITAS, favorables a su postura.

En 1947, a raíz de unas entrevistas judeo-católicas de ese tipo en las aparecen, del lado judío, Edmong Fleg y Samy Lattés, y del lado católico Henri I. MARROU,  el padre DANIELOU, y el abate VIEILLARD, del secretario del Episcopado francés, JULES ISAAC redactó una memoria de 18 puntos sobre la “REFORMA DE LA ENSEÑANZA CRISTIANA ACERCA DE ISRAEL”.

El mismo año, fue invitado a la conferencia internacional de Seelisberg, en Suiza, en la cual participaron 70 personas, procedentes de 19 países, entre ellas el Padre Calixto Lopinot, el Padre Démann, el Pastor Freudenberg y el gran rabino Kaplan. La conferencia aprobó en sesión plenaria los “Diez puntos de Seelisberg”, los cuales sugieren a las iglesias cristianas las medidas a adoptar para PURIFICAR la enseñanza religiosa en lo que respecta a los judíos.

Luego, con el gran rabino de Francia y su adjunto JACOB KAPLAN, los judíos EDMOND  FLEG y LEON ALGAZI y unos amigos católicos tales como HENRI I. MARROU, JACQUES MADAULE y JACQUES NANTET, y otros amigos protestantes: el profesor LOVSKY y JACQUES MARTIN, fundó la primera AMISTAD JUDEO-CRISTIANA, seguida inmediatamente por la fundación de otras AMISTADES en Aix, Marsella, Nimes, Montpellier, Lyon, y finalmente Lille, donde obtuvo el patronazgo del cardenal LIÉNARD.
Posteriormente, fundó otras en África del norte.

En 1949 entró en contacto, en Roma, con unos miembros del clero que le facilitaron una audiencia privada con PIO XII, ante el cual abogó por la causa del  JUDAÍSMO, rogándole que hiciera examinar los “DIEZ PUNTOS DE SEELISBERG”.

En 1959 pronunció una conferencia en la Sorbona sobre la necesidad de una REFORMA DE LA ENSEÑANZA CRISTIANA CON RESPECTO A LOS JUDÍOS, terminando con un llamamiento a la justicia y al amor a la verdad de JUAN XXIII.

Poco después, se entrevisto con varios prelados de la CURIA romana, especialmente con el Cardenal Tisserand, el Cardenal  Jullie, el Cardenal  Ottaviani y el Cardenal Bea, y el 13 de junio de 1960 fue recibido por JUAN XXIII, al cual pidió la condena de la “ENSEÑANZA DEL DESPRECIO”,  sugiriéndole la creación de una comisión encargada de estudiar ese problema.

Al cabo de unas semanas JULES ISAAC “tuvo la dicha de saber que sus propuestas habían sido tenidas en cuenta por el PAPA y transmitidas al Cardenal AGUSTIN BEA para su estudio. El Cardenal BEA creó entonces en el seno del Secretariado para la Unidad de los Cristianos un grupo de trabajo especialmente encargado de examinar las relaciones entre la IGLESIA e ISRAEL.

EN 1964, ESTE AÑO SE CUMPLEN CUARENTA AÑOS, LA CUESTION IGLESIA-ISRAEL FUE SOMETIDA AL CONCILIO VATICANO II, PARA DESEMBOCAR FINALMENTE EN EL VOTO CONCILIAR DEL VIERNES “NEGRO” DEL 20 DE NOVIEMBRE DEL MISMO AÑO.
“ALLELUIAH”!!!”    
- EXTRACTO DEL LIBRO  “EL JUDAÍSMO Y LA CRISTIANDAD”, BAJO LA AUTORÍA DE  LEÓN  DE PONCINS, México, 1965, 249 págs. 
Los temas tratados del capítulo I, de las páginas 9 a l8.

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…el cardenal Ruffini de Sicilia, en 1964, en la tercera sesión del XXXI Concilio Ecuménico, en un discurso conciliar, acusó a Talmud  de  “fomentar un complot contra la Iglesia”. Quizá más sorprendente aún, por sus repercusiones, es la declaración del obispo Luigi Carli, en la última sesión del Concilio, el 9 de noviembre de 1965, cuando refiriéndose al “esquema judío”, dijo: “Tenemos también que pedir a los judíos algo a cambio de esto. ¿Qué han suprimido ellos del Talmud, que contiene las más infames acusaciones y calumnias contra la virginidad de la Virgen? Tengo entendido que esos pasajes son leídos por los judíos todos los años el día de Navidad”.

v  LOS DIEZ PUNTOS DE SEELISBERG
DECLARACIÓN DE SEELISBERG – LAS BASES DE LA AMISTAD – Suiza

En julio de julio-agosto de 1947 se celebró en SEELESBERG, SUIZA una importante de hombres de buena voluntad, procedentes de distintas iglesias cristianas, entre los que figuraban destacadas personalidades católicas.

El objetivo de la asamblea fue el de analizar las causas del antisemitismo entre los cristianos y establecer los PUNTOS básicos de un acercamiento leal.

“Acabamos de asistir – se decía en el Preámbulo de la Declaración – a una explosión de antisemitismo, que ha conducido a la persecución y al exterminio a millones de judíos que vivan entre cristianos”.

Para evitar la repetición de tamañas injusticias y con el fin de lograr dentro del cristianismo un clima más evangélico para los judíos, los asambleístas fijaron una doctrina común, cuyos PUNTOS principales son los siguientes:

1-      Recordar que él es El mismo Dios que habló a los de la Antigua y a los de la Nueva Ley.
2-      Insistir en que JESÚS nació de una Virgen judía, de la raza de David, y que su amor alcanzo, al igual que su perdón, a todos los hombres del mundo.
3-      Tener presente que los primeros apóstoles, las primeras masas convertidas y los primeros mártires del cristianismo fueron judío.
4-      Recordar a judíos y cristianos, que el precepto del Amor dado por DIOS en la Antigua Ley y confirmado en la Nueva obliga a amarse a los unos y a los otros.
5-      No rebajar el judaísmo anterior y posterior al cristianismo, con el fin de exaltar la religión de JESÚS.
6-      No identificar el nombre de judío por el de enemigo de JESÚS.
7-  No exponer la Pasión de suerte que nazca odio para el pueblo judío. 
8-  Los responsables de la muerte de CRISTO somos todos.
9-  No poner en boca de todo el pueblo de ISRAEL el grito de: “caiga sobre nosotros su sangre”, y aplicar también a los judíos las palabras de perdón  pronunciadas por el  Redentor en la cruz.
10- No hablar con menosprecio del pueblo judío ni decir un pueblo que sea un pueblo maldito, réprobo. Tal afirmación es impía y antibíblica. Recordar que los primeros cristianos fueron judíos.  

4) Extractado del libro de Wilhelm Hünermann, “San Pío X – La llama ardiente”, Editorial Herder, Barcelona, 1961. Capítulo, Roma – Las campanas del mundo. Págs. 365-366.

Se abrió el testamento que había ya escrito el año 1909. El cardenal que lo abrió leyó con señales de la más profunda emoción, estas palabras:
- Pobre nací, pobre he vivido y sé que he morir en la pobreza…Por eso recomiendo a la generosidad de la santa sede a mis hermanas, que siempre han vivido conmigo, y le pido que se asignen trescientos liras al mes…
- Dispongo que mi cuerpo no sea tocado ni embalsamado.
- Por eso, en contra de lo acostumbrado, no debe expuesto sino pocas horas y luego sepultado en la gruta de la basílica de San Pedro.
- Se realizo todo según su deseo.
- Sobre su sarcófago se puso la inscripción:
EL PAPA PÍO  X,
POBRE Y RICO
MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN,
ESTRENUO DEFENSOR DE LA CAUSA CATÓLICA,
SE ESFORZO POR RESTAURAR TODAS COSAS EN CRISTO,
MURIO PIADOSAMENTE EL 20 DE AGOSTO DEL AÑO DEL SEÑOR, 1914.

- Todos los años se agrupan en torno a su tumba los niños de la primera comunión de Roma, los preferidos de su corazón.
- EL 3 DE JUNIO DE 1951, DÍA DE SU NACIMIENTO, EL HIJO DEL POBRE CARTERO DE RIESE ERA BEATIFICADO POR PÍO XII.
- LAS CAMPANAS DE TODO EL MUNDO ENTONARON SU SALUDO AL PADRE EN LAS ALTURAS.
- TRES AÑOS DESPUÉS (29 DE MAYO DE 1954), en una soleada tarde de primavera, la Iglesia, por boca de su pontífice, confirmaba definitivamente su juicio, adscribiéndole en el catálogo de los santos. A continuación, para dar cumplimiento a su promesa de volver a VENECIA vivo o muerto, se trasladó su cuerpo incorrupto a la ciudad de las lagunas.

5) Extractado del libro “Nosotros, los cristianos” de Florentino Pérez Embid, de la biblioteca del pensamiento actual, de  ediciones Rialp, Madrid, 1955, v, “La vuelta a las raíces: San Pío X”, págs. 146-152.

Tiene valor de símbolo la reciente canonización de PÍO X. Al cumplirse sólo cuarenta años de su muerte, la figura amable, egregia y sencilla  del Papa SARTO ha sido colocada en la gloria del BERNINI, y la Iglesia ha proclamado sus virtudes heroicas.

Este hecho es una gran alegría para los cristianos. Pero además, en los momentos actuales, está cargado de significación, dado el valor que para nuestro tiempo tiene – por las circunstancias que entonces concurrieron – el pontificado de PÍO X: los problemas con que  se tuvo con enfrentar, la reciedumbre  sobrenatural con que lo hizo, la gracia humana de su carácter y la fecundidad de su reinado, durante el cual quedaron establecidos nuevos planteamientos para la vida de la Iglesia, en muchos aspectos permanentes y esenciales. La canonización del Papa Pío  X armoniza a las mil maravillas, como prenda de gracias y anuncio de horizontes de esperanza, en el cuadro de lo que el mundo y los cristianos necesitan hoy.

Nació el año 1835, en el pueblecito de RIESE, diócesis de TREVISO, en el VÉNETO, que entonces – no se había hecho aún la unidad de ITALIA – dependía políticamente de AUSTRIA. Párroco de SALZANO y TREVISO, OBISPO de MANTUA,  PATRIARCA de VENECIA, podríamos decir casi no había salido de su tierra cuando en 1903 tomó billete de ida y vuelta para ROMA, al dirigirse al Cónclave en que los Cardenales habían de elegir al sucesor de LEÓN XIII. Y el  ESPIRITU SANTO le señaló a él.

Había siempre, lo mismo en los apostolados rurales que en medio de la pompa bizantina de Venecia, un hombre bondadoso y bueno, de conversación aguda y chispeante, de inteligencia llena de penetración, celoso hasta el sacrificio habitual, queridísimo de todo el pueblo, y sobre todo de los venecianos, orgullosos de su Patriarca, y acostumbrados a aclamarle hasta el delirio. De estatura mediana, nobles facciones, acogedor ademán, reunía en sí con la naturalidad de los santos, la gran apostura de su aristocracia y la sana sencillez de su familiar origen campesino.

“Un buen cura de aldea”, dijeron algunos de él cuando llegó a ser Papa. Y él, con firme y directa clarividencia, iba a lograr en la suprema capitanía de la Iglesia, en primer lugar, lo que ningún otro Pontífice había alcanzado en los tres últimos siglos, desde el Papa de LEPANTO, SAN PÍO V. IBA A LOGRAR SER SANTO. Y, como consecuencia, vencer, con las armas de la caridad sobrenatural y de la grandeza humana, unas dificultades acumuladas en tal  número y gravedad, como hacía también mucho tiempo – desde la Reforma – que no había delante ningún otro Pontífice.
Los católicos españoles quizá no saben la magnitud de titán, el talento profundo, la formidable heroicidad, el luminoso destello, que integran la grande personalidad de JOSE SARTO, niño grande, hombre genial y Papa santo.
Llegaba en su tiempo la Iglesia al ápice de sus adversidades históricas, después del proceso anticristiano del neo-paganismo, la Reforma, la Ilustración y el laicismo arreligioso  y apóstata. Tras los papas de los siglos XVI al XVIII, encerrados en Roma, en el siglo que acabada de terminar, se habían sucedido PÍO VII - escarnecido por NAPOLEON -, los papas perseguidos por la rebeldía social de los Estados Pontificios, atizada por liberales, masones y carbonarias, PÍO IX – el gran expoliado por el patriotismo de los patriotismo de los garibaldinos, la astucia fría de CAVOUR y ambición de la revolucionaria dinastía de Saboya – y, por último, LEÓN XIII, que – prisionero ya en el VATICANO – había tenido que empezar a encararse con los problemas sociales, la gran inquietud de los tiempos de los tiempos modernos.
A esta negra herencia, la vigilancia paternal del Papa SARTO iba a tener que añadir un más fino, duro y lacerante dolor. EL “MODERNISMO”, la herejía tortuosa de las inteligencias satanizadas, envenenaba diabólicamente a la Iglesia, sin atacarla de frente, sino desde dentro, equivocando a las almas, corrompiendo la doctrina y confundiendo a los pastores del pueblo fiel.
La encíclica PASCENDI – uno de los más esenciales y profundos documentos pontificios de este último gran siglo – trazó en todo su dramatismo la situación: los enemigos de Cristo “se ocultan, y esto es precisamente objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia… Han aplicado la segur no a las ramas, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas… Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad, lo hacen con habilidad tan refinada que llevan fácilmente la decepción a los pocos advertidos…Juntan con esto, y es la más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, asiduidad y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables…Despreciadores de toda autoridad, impacientes de todo freno y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo”.
Y en cuando a la táctica, “consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su metódico, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidos acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas”.
El Papa sencillo, que había implorado en el Cónclave que no cometiesen el error de elegirle, que no gustaba de ser retratado en la silla gestatorio, que simplificada en cualquier oportunidad el protocolo pontificio, y reía con los chistes de su tierra, y mantuvo en sus pobres quehaceres a su hermano cartero y a sus pobres hermanas, aquel Papa sencillo, que paseaba a pie con su blanca sotana, mantuvo el combate de Dios con una visión, una grandeza y una fuerza que pasman tanto por majestad como por su eficacia certera.
PIO X no predicó complicados remedios, ni se aplicó superficialmente a elaborar trabajosas arquitecturas especulativas. Fue derecho, con la luz de los santos verdaderos, a la raíz de la misma vida, con la ambiciosa plenitud que expresa mejor que nada la propia divisa que él eligió ara su pontificado: “RESTAURAR EN CRISTO TODAS LAS COSAS”.
El Cardenal MERRY DEL VAL, su Secretario de Estado, el español diplomático e hijo de diplomático, que había sido camarlengo y le había animado cariñosamente, y el Cardenal BILLOT – el gran teólogo -, fueron sus apoyos.
PIO X fue a lo esencial. Renovó la enseñanza del Catecismo, atrajo a los niños a la Eucaristía, restableció recta formación del clero, restauro el sentido de la liturgia, con la renovación de la música sagrada y la atención al arte sacro, e infundió vida nueva en la vida parroquial, en los seminarios, en la Jerarquía eclesiástica, y en médula misma y en el sistema nervioso de la Iglesia de Dios.
Vuelta sencilla a las fuentes eternas de vida  divina en la tierra. Fidelidad a la savia verdadera, que renueva la juventud y ahoga el mal en abundancia de bienes. Mirada esencial al Reino de DIOS y a su justicia. Por eso, al PAPA PIO X y la Iglesia por él regida, todo se les dio – por su mano – por añadidura.
“…en una inscripción que hay en la basílica de Freisig, y que aún es visible.
“So war die Maux die Katz nicht frisst,
wird der jud  kein wahrer Christ”.
(Hasta que los ratones coman a los gatos, no serán los judíos buenos cristianos).

6) Recensión bibliografía de Train Romanesco de su libro “Subversión internacional”, Comisión Argentina de Estudios Políticos e Históricos, 356 págs. 1965. Capítulo XVIII, página 344, La progresiva capitulación:

“Cuando el Papa PÍO X recibió en audiencia particular a THEODOR HERZL el creador del Movimiento Sionista Mundial y principal autor de los famosos “PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION” de 1897, entrevista celebrada el 25 de ENERO de 1904, HERZL esperaba lograr apoyo papal para la creación de su ESTADO de ISRAEL en Tierra Santa.

El Papa PÍO X no solamente rehusó darle cualquier, sino que le advirtió: “Cuando usted se vaya a Palestina y establezca allí a su pueblo, nosotros vamos a tener preparadas iglesias y misiones para convertirlos al cristianismo”…

El Papa BENEDICTO también se opuso a los planes sionistas de HERZL y consideró como una victoria de la cristiandad la ocupación de la ciudad de JERUSALEN  por las tropas inglesas, el 9 de diciembre de 1917. En su discurso de Navidad ante el Colegio de Cardenales, el 25 de siembre de ese año, expresó abiertamente su deseo y con ello el deseo de la Iglesia Católico de que la ciudad de Jerusalén y la Tierra Santo se quedaran en manos cristianas. Hoy están totalmente en poder de los sionistas y aunque el Papa  PAULO VI ha pedido que Jerusalén de internacionalizado, el judaísmo no le ha prestado, y pese a que tal conquista fue por la fuerza de las armas, a sangre y fuego, tampoco la ONU ha protestado, ni ninguno de los gobiernos que con frecuencia hablan de paz y de “DERECHOS”.

Cuando HERZL pedía, sin obtenerla, la ayuda papal para los planes sionistas sobre Palestina, no era esa la única arma que estaba poniendo en juego el moviendo político-hebreo. En su interés por hacer a un lado la formidable barrera de la Iglesia Católica, donde por tantos siglos se han estrellado sus maquinaciones, ese movimiento también estaba poniendo en juego una infiltración masiva y una serie de humildes ofrecimientos para convenios o pactos aparentando deseos de enmienda.

Bajo el pontificado de PÍO XI, el enemigo tradicional de la Iglesia estuvo la más activa de las penetraciones por medio de “CONVERTIDOS” y de agentes MASONES; se trataba de llegar hasta el interior de ese edificio cuya destrucción por fuera intentaron muchas veces sin éxito y que ahora sueñan con destruir por dentro.

Bajo este mismo pontificado de PÍO XI, el mando judío-comunista de Moscú mostró ciertos síntomas de “arrepentimiento”, - que ahora ya puede verse que eran ficticios – y propuso la celebración de pláticas con la Iglesia Católica. La persecución de los cristianos había sido tan espantosa en Rusia que evidentemente PÍO XI quiso hacer todo lo posible para mitigarle y dio su anuncia para que Monseñor TATINI, delegado del VATICANO, se entrevistara con CHICHERIAN, el entonces Comisario Soviético de Asuntos Exteriores.

Las pláticas se realizaron en Rapallo (Riviera italiana).

En 1924 tuvo lugar otra entrevista secreta católico-soviética, esta vez en Berlín, entre monseñor EUGENIO PACELLI más tarde Papa PÍO XII, que fue Nuncio Papal en Alemania entre 1920 y 1929, y el judío MAXIN LITVINOV (FINKELSTEIN),  entonces Ministro de Asuntos Exteriores de la URSS. El mismo año de 1934  mandó el Vaticano a la Rusia soviética sin título oficial, al Abate DE HIBERNY, director del Instituto Oriental de Rusia.

Desde su aparición en la escena política occidental, la masonería secretamente manejada por el judaísmo, ha sido y  continúa siendo uno los peores enemigos de la Iglesia Católica. Se conoce el slogan lanzado por el masón GAMBETTA, ministro francés de Asuntos Interiores, en 1870: “El clericalismo, he aquí el enemigo”, en todas partes donde han ocurrido persecuciones y matanzas de sacerdotes y cristianos, lo mismo en Rusia que en Francia, que en España, que en México o que en Cuba y Vietnam, han estado presentes los instrumentos masónicos del moviendo político hebreo. Por eso todos los Papas, hasta PÍO X, célebre por su famosa de “VEHEMENTER NOS” dirigida en 1906 contra el régimen masónico de Francia, nunca tuvieron inconveniente en denunciar a la masonería como un enemigo irreductible de la Iglesia Católica, del orden y de la sociedad cristiana.

Durante la Segunda Guerra Mundial, EUGENIO PACELLI, desde 1939 Papa PÍO XII, hizo todo lo posible para defender a los judíos de Europa, entonces en dificultades frente a los nacionalistas y anticomunistas alemanes. Veamos cómo actuaron los jefes judíos.

En julio de 1942 el Papa PÍO XII pidió a través de su Nuncio Papal en Bratislava al Presidente TISO de Eslovaquia, el mismo monseñor católico, que impidiera el transporte de judíos de su país hacia los campos de concentración. TISO ejecutó la – más o menos –orden papal, salvando de esa manera a los judíos eslovacos, los que junto a los judíos de Chequia habían de instalar unos años más tarde el régimen comunista de Checoslovaquia, régimen judaico entre cuyas primeras víctimas había de estar el propio Monseñor TISO, ahorcado el 18 de abril de 1947.        
También en 1942 intervino el Papa PÍO XII a través de su Nuncio Apostólico en Bucarest,  acerca  del Mariscal Antonescu, el entonces “Conductor” de Rumania, pidiéndole que rechazara la demanda alemana de expulsar a los judíos del país. Antonescu, movido propias convicciones y por la intervención papal, se negó a entregar los judíos rumanos a HITLER. De esta manera la judería de Rumania escapó casi indemne de la guerra. A este respecto el entonces Gran Rabino de Rumania, SAFFRAN, declaró: “Su intervención (la del Papa) nos salvó de la catástrofe”. Esta es la realidad, aunque hoy el mando judío pretende que también los judíos de Rumania fueron “matados por HITLER” y esto lo dicen para obtener más dinero como “reparaciones de guerra” por parte de Alemania Occidental.    
¿Pero qué significo esta intervención papal a favor de los judíos para Antonescu mismo y para el pueblo rumano? Apenas salida de la guerra, Rumania cayó en las garras de un gobierno de judeo-comunista dirigido por la israelita ANA PAUKER, respaldada por el Ejército Rojo de la URSS y por una policía secreta “Securitate” integrada casi exclusivamente por judíos. El Mariscal Antonescu fue asesinado como “criminal de guerra” junto con gobierno, en 1946, y el pueblo rumano yace hasta hoy bajo el régimen comunista, sin libertad política ni religiosa.
En el verano de 1943 intervino el Papa PÍO XII a favor de los judíos de las regiones ocupadas por los italianos en el sur de Francia y esto con el visto bueno de MUSSOLINI, que se había negado a meter en campos de concentración a los judíos de ITALIA, había de ser asesinado él mismo el 28 de abril de l945 por una banda de comunistas mandada por el judío WALTER AUDISIO.
Personalmente el Papa PÍO XII intervino cerca del gobierno húngaro del Almirante Nicolás Horthy, a favor de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Y cuando la guerra terminó, Hungría quedó dominada por un régimen comunista-judío, la Iglesia Católica fue despedazada y el CARDENAL MINDSZENTY encarcelado y torturado. (Todavía en 1968 se encuentra refugiado en la embajada de Estados Unidos de América y no puede salir de ahí. Ha aceptado su cautiverio como una protesta muda ante la tiranía que aflige a su grey).
Durante toda la Segunda Guerra Mundial, numerosos jefes judíos, masones o comunistas conocidos como tales, perseguidos en Italia y en otros de Europa, pidieron y recibieron asilo político en el VATICANO o en diversos monasterios, y se quedaron sanos y salvos hasta el final de la guerra. Entre otros, es conocido el caso del judío SAMUEL RUFEISEN, de la Silesia Superior, “convertido” al Catolicismo en 1942; entró en la Orden de los monjes carmelitas y como monje “alemán” estuvo ayudando a sus correligionarios judíos de Polonia durante toda la guerra. Pero su “conversión”  duró poco, pues al terminar la guerra volvió a sus antiguas actividades y en 1959 emigró a ISRAEL y pidió la ciudadanía de ese Estado.
Pues bien, el VATICANO y los conventos católicos en toda Europa facilitaban asilo a los enemigos de los diversos países en guerra contra la URSS. El Papa PÌO XII actuó cristianamente facilitando asilo a los perseguidos, sin preocupados por su origen, sus convicciones o planes. Entre los huéspedes del Vaticano en aquel tiempo estuvieron ALCIDE DE GASPARI, el futuro jefe de la “democracia cristiana” masónica italiana y PIETRO NENNI , el jefe del Partido Socialista Comunista,  hoy (1965) coaligado a la “democracia cristiana” en el gobierno “Centro-Izquierda” de ALDO MORO así como una multitud de hebreos.
Y sin embargo, una campaña judía contra el Papa PÍO XII se ha extendido por todo el mundo, acusándosele de que él creía que sólo HITLER podía haber salvado a Europa de la invasión del comunismo. Esta campaña ANTI-PIO XII fue lanzada en Alemania, con la puesta con gran publicidad, por el judío ERWIN PISCATOR, director del “Teatro Popular Libre de Berlín “, en 1963, de la pieza teatral “DER STELLVERTRETER” – EL VICARIO -, escrita por el protestante alemán ROLF HOCHHUTH.
Fue este judío PISCATOR, y después otro judío, LEÓN EPP, director del “Teatro Popular” de Viena, y HERMAN SHMULIN, judío director del “Brooks Atkinson Theater” de Nueva  York,  una serie de directores de teatro, casi exclusivamente judíos, sostenidos por una enorme publicidad, de “publicitar” EN TODO EL MUNDO OCCIDENTAL, empezando con Alemania, Austria, Francia, Suiza, Inglaterra, etc., la obra del HOCHHUTH .  
  
7) Recesión bibliográfica del libro: Pinchas E. Lapide, “Los tres últimos papas y los judíos”, traducción de Jesús Pardo Santayana, editorial Taurus, Madrid, 1969, 380 págs.

“(Ellos) deberán ser dispersados por la faz de la tierra como vagabundos, para que su rostro esté lleno de ignominia… Porque los que blasfeman en nombre de cristianos no merecen buenos tratos…, más bien deben ser tratados con la servidumbre a que ellos mismos se han hecho merecedores… No desagrada al Señor, al contrario, es aceptable a sus ojos que la dispersión de los judíos y sea útil a los reyes católicos y a los príncipes cristianos…” 

El Papa INOCENCIO III

“TARDAREMOS CUARENTA AÑOS EN REPARAR EL DAÑO QUE SE HA HECHO”. (Un cardenal de la Curia, pág. 361)

B. EL “ESQUEMA JUDÍO” DEL CONCILIO ECUMÉNICO – Pág. 354 y sgtes.

El Papa Juan XXIII  quiso dar el paso decisivo hacia la unión de las dos cunas gemelas del monoteísmo bíblico junto con el Concilio Ecuménico, cuya convocación fue anunciada de manera tan impresionante dos meses después de su subida al trono papal. Varias reformas litúrgicas de importancia secundaria, la supresión de pasajes ofensivos en oraciones y la condena del antisemitismo eran cosas que podían hacerse por decreto papal, pero para que la Iglesia, oficial y taxativamente, repudiase las interpretaciones tradicionales de la doctrina católica con que se ha estimulado o racionalizado la persecución de los judíos durante siglos, y para que profundas revisiones fuesen aceptadas universalmente, era preciso que estuviesen ratificadas por los obispos.
Lo que quería Juan XXIII se vio claramente cuando, en octubre de 1960, dio al cardenal Bea, principal arquitecto de la renovación, el expediente del profesor Jules Isaac, que contenía tres libros sobre las raíces cristianas del antisemitismo y 18 proposiciones detalladas para purificar la educación católica de todo odio contra los judíos y reinterpretar, en términos realmente bíblicos, los vínculos existentes entre ambas religiones. El memorándum en 18 puntos del profesor Isaac recomendaba respetuosamente las siguientes reformas:
1. Debiera darse a todos los cristianos, y especialmente a los católicos, un conocimiento, al menos elemental, del Antiguo Testamento, de manera que comprendan que el Antiguo Testamento, esencialmente semítico, era la Escritura Santa de los cristianos.
2. Debiera recordarse a los cristianos que buena parte de la liturgia cristiana ha sido tomada del Antigua Testamento, que el Antiguo Testamento, producto del genio judío, inspirado e iluminado por Dios, es una fuente permanente de inspiración para el pensamiento, la literatura y el arte cristianos.
3. Debiera recordarse que fue el pueblo judío,  escogido por Dios, a quien Dios Se reveló primero en todo Su omnipotencia, y que gracias al pueblo judío pudo ser conservada la creencia fundamental en Dios y trasmitida a los cristianos.
4. La Iglesia debiera enseñar, por medio de las fidedignas investigaciones históricas, que el cristianismo nació de un judaísmo vivo, no degenerado, como lo prueba la riqueza de la literatura judía, la resistencia indomable que el judaísmo opuso al paganismo, la índole espiritual del culto que tiene lugar en las sinagogas, la extensa actividad misionera, la amplitud de la creencia y la multitud de las sectas judaicas. La Iglesia debiera evitar la caricaturización tradicional del farisaísmo.
5. Debiera tener en cuenta que la historia desmiente el mito teológico de la dispersión como castigo divino por la crucifixión de Cristo, porque la dispersión del pueblo judío había tenido ya lugar cuando nació Jesús, y todos los datos tienden a demostrar que para aquella época la mayoría del pueblo judío no vivía ya en Palestina.
6. Debiera prevenir a los fieles contra ciertas tendencias pagandísticas que se observan en los evangelios, sobre todo en el cuarto evangelio, donde el uso frecuente del término “judío”, en sentido colectivo, parcial e insultante – los enemigos, tales como los altos sacerdotes, escribas y fariseos – es causa no solamente de quede falsificada la perspectiva histórica, sino también de que se inspire odio y desprecio hacia todo el pueblo el pueblo judío, cuando lo cierto es que ese pueblo, como tal, no interviene en la cuestión.
7. Debiera afirmar de manera muy explícita, a fin de que ningún cristiano pueda luego llamarse a engaño, que Jesús era judío,  nacido en una vieja familia judía, que fue circundado, de acuerdo con la ley judía, ocho días después de su nacimiento, que su nombre es un nombre judío helenizado, Yeshua, y Cristo la palabra griega equivalente al término hebreo Mesías; que Jesús hablo el aramaico, lengua semítica, y que incluso leyendo los evangelios en su texto original, en griego, sólo llega a la Palabra a través de traducciones de una traducción.
8. Debiera enseñar, de acuerdo con las Escrituras, que Jesús “nació bajo la ley judaica” y vivió “según la ley”, que no cesó de practicar hasta su último día los preceptos esenciales del judaísmo y que hasta el momento mismo de su muerte continuó predicando su Evangelio en las sinagogas y en el templo.
9. No debiera omitir el hecho de que Jesús, durante su vida humana, sólo deseó ser “el esclavo de la circuncisión (Romanos, 15,8), y que escogió a sus discípulos exclusivamente entre los judíos. Todos los apóstoles eran judíos, como su Maestro.
10. Debiera mostrar, basándose en textos evangélicos, que, salvo en raras ocasiones y hasta su último día, Jesús no dejó de ser seguido con entusiasmo por muchedumbres de judíos, en Jerusalén tanto como en Galilea.
11. Debiera abstenerse de afirmar que Jesús fue personalmente rechazado por el pueblo judío y que este pueblo rehusó reconocer  en El al Mesías y al Hijo de DIOS. Jesús nunca se presentó a ellos como Hijo de Dios, y el carácter mesiánico de su entrada en Jerusalén, la víspera de su Pasión, únicamente hubiera sido comprendido por un número de personas muy reducido. Además, debiera tenerse en cuenta que en aquella época la mayoría del pueblo judío ya no vivía en Palestina, y según todos los datos de que disponemos, ni siquiera había oído hablar de Jesús.
12. Debiera abstenerse de enseñar que Jesús que Jesús fue rechazado por los dirigentes autorizados de la nación judía. Los altos sacerdotes que fueron causa de su detención y condena eran los representantes de una casta oligárquica, vinculada a Roma y detestada por el pueblo. Por lo que se refiere a los escribas y fariseos, de los textos evangélicos se deduce que no estaban unánimemente contra Jesús. No existe dato alguno que demuestre que la élite espiritual del judaísmo intervino en las acusaciones formuladas contra Él.
13. Debiera abstenerse de interpretar arbitrariamente los textos con objeto de intentar demostrar el abandono total de Israel  por Dios o la existencia de una maldición que en ningún pasaje de los evangelios es explícitamente pronunciada. Debiera recordar que Jesús siempre estableció diferencia entre el pueblo y sus malos pastores y que mostró siempre compresión y amor hacia la gente del pueblo.
14. Sobre todo, debiera abstenerse de afirmar, como ha hecho tradicionalmente y hace aún ahora, que el pueblo judío había cometido el crimen inexpiable de deicidio y echado sobre sus hombres, colectiva y totalmente, la responsabilidad del mismo. Debiera abstenerse de tal afirmación no solamente porque es criminal, ya que fermenta el odio y el asesinato, sino también porque es radicalmente falsa.
15. Debiera arrojar nueva luz sobre el hecho, subrayado en los cuatro evangelios, de que los altos sacerdotes y sus cómplices que actuaron contra Jesús lo hicieron sin el apoyo del pueblo, más bien a pesar del pueblo, e incluso temerosos del pueblo.
16. Por lo que se refiere al proceso judío contra Jesús debiera recocerse que, según la narración sinóptica, el pueblo judío no tuvo nada ver con él, no participio en él y probablemente ni siquiera tuvo noticia de él; que las humillaciones y brutalidades que sufrió le fueron infligidas por sus carceleros y quizá también por algún miembro de la oligarquía, pero no por el pueblo judío. En el cuarto evangelio no existe mención alguna de un proceso judío, ni siquiera de una reunión del Sanedrín.
17. Por lo que se refiere al proceso romano de Jesús, no existe razón alguna para poner en el debe del pueblo judío la corona de espinas que los evangelios canónicos imputan a la soldadesca romana; debiera abstenerse la Iglesia de identificar a la muchedumbre, enardecida por los altos sacerdotes, con todo el pueblo judío o con la parte del pueblo judío residente entonces en Palestina, cuyos sentimientos antirromanos están completamente fuera de duda; y es necesario tener en cuenta que el cuarto evangelio echa la culpa exclusivamente a los altos sacerdotes y a sus agentes.
18. Y, finalmente, no debiera olvidar la Iglesia que ese grito monstruoso: “CAIGA SU SANGRE SOBRE NOSOTROS Y SOBRE NUESTROS HIJOS” no puede jamás prevalecer sobre la plegaria: “PADRE, PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”.

Recordando su “AUDIENCIA DE LOS 18 PUNTOS” con el Papa Juan XXIII en junio de 1960, el profesor Jules ISAAC escribe: “No podré nunca olvidar la conmovedora bienvenida que me concedido, la atención compresiva que presto a mis palabras y el inesperado éxito que tuvieron mis esfuerzos, confirmado por tantos y tantos testigos… Un nuevo ha sido arado en el campo religioso del judaísmo y la cristiandad que ya no podrá ser borrado”.

En noviembre de 1960 el cardenal BEA recibió el encargado de preparar un documento conciliar en el que se afirmase que los judíos no eran ni deicidas ni malditos, subrayando al mismo tiempo que todos los fundadores de  la Iglesia habían sido judíos de nacimiento y que el fundamento de la cristiandad tiene sus raíces hondamente hincadas en el judaísmo.

En marzo de 1962 Bea recibió un memorándum, firmado por el doctor Nahum Goldmann y Label A. Katz, en nombre de la Conferencia Mundial de Organizaciones Judías (C.O.J.O.) y aprobado prácticamente por todos los representantes del judaísmo mundial. El documento, cuyos firmantes solicitaban de Bea “que lo presentase a Su Santidad el Papa”, pedía “un esfuerzo concentrado para acabar con el mal del antisemitismo”.

En junio de 1962 estaba listo en borrador el esquema de Bea. No tenía más de unas  600 palabras, pero su objetivo era nada menos que dominar la elocuencia de docenas de tomos de patrística y hebreofobia eclesiástica. Con ayuda papal Bea consiguió pasar su obra, durante el verano y el otoño de 1962, a través de varias comisiones y comités conciliares, explicando, persuadiendo y sermoneando, con el objeto de llevar su esquema ecuménico, cuyo cuarto capítulo era el “documento judío”, a ser debatido por la sesión, a ser debatido por la sesión plenaria del Concilio.

Pero los entuertos centenarios no son fáciles de deshacer. En noviembre de 1962 todos los prelados que había en Roma recibieron por correo un libro grueso e impreso privadamente que se titulada EL COMPLOT CONTRA LA IGLESIA; consistía en 900 páginas del antisemitismo más vitriólico, y no solamente era un refrito de todos los viejos libelos, desde el asesinato ritual y el envenenamiento de pozos hasta el bolchevismo y la conspiración por el dominio del mundo, sino que también alegaba que existía una quinta columna judaica entre el clero católico y llegaba incluso a justificar las atrocidades de Hitler contra los judíos.

Nadie decía conocer el origen de aquel libro de aquel ni saber cómo había sido distribuido a todos los padres conciliares, aunque persistentes rumores que corrían por Roma mencionaban en relación con él los nombres de tres altos funcionarios del Vaticano y los de varios industriales del norte de Italia. Pero lo estaba claro a ojos de todos era que sin un pingüe subsidio económico de fuera y sin ayuda de dentro de la Santa Sede aquel libro tan caro no habría podido ser, primero, impreso, y segundo, distribuido. Y estaba igualmente claro que gracias a las “dificultades de procedimiento” que fueron surgiendo, la primera sesión del  II  Concilio Vaticano terminó sin que deliberara sobre la libertad religiosa o las relaciones judeo-católicas.

Y en noviembre de 1962 el Papa Juan XXIII sufrió  el primer ataque serio en la enfermedad que iba a ser causa de su muerte prematura. Algunos dignatarios de la Curia sugirieron repetidas veces que el Papa estaba siendo roído por una enfermedad inexorable que varios de ellos llamaban “LA MANO DE DIOS”. Cuando el Papa cerró el Concilio, el 8 de diciembre de 1962, estaba ya en transido de dolores, y su agonía iba a prolongarse, con breves treguas, durante seis meses más.

Dos veces durante sus últimos días dolorosos repitió el Papa la plegaria de Jesús en la Ultima Cena:
“Que todos seamos uno” (“Ut omnes unum sint!”).
En su lecho de muerte, transido de dolores, el Papa Juan XXIII repitió el salmo 122:
“Nuestros pies pisarán el umbral de tu puertas, oh Jerusalén”.
 
8) El concilio  Vaticano  II ante  los  judíos. Véase, PINCHAS Lapide . o.c. pág. 361 a 363.

“Al examinar el misterio de la Iglesia este santo sínodo, recuerda el lazo espiritual que une al pueblo del Nuevo Testamento con los descendientes de Abraham.
De esta manera, la Iglesia de Cristo reconoce que, según el plan salvador de Dios, el comienzo de su fe y su elección por Dios se remontan a los días de los patriarcas, de Moisés y de los profetas. La Iglesia afirma que todos los que creen en los hijos de Cristo-Abraham según la fe (Gálatas, 3, 7) forman parte de la grey de ese patriarca; afirma también  que la salvación de la Iglesia esta misteriosamente prefigurada en éxodo del pueblo escogido abandonando la tierra de su servidumbre. La  Iglesia, por tanto, no puede olvidar que recibió la revelación del Antiguo Testamento a través del pueblo con quien Dios, llevado de ese amor que las palabras que no pueden expresar, se dignó concluir el Antiguo Pacto. No puede olvidar tampoco que recibe fuerza y alimento de la raíz de ese olivo bien cultivado en el que han sido injertados los vástagos silvestres de los gentiles, haciendo de ambos uno sólo en Sí mismo (Efesios, 2, 14-16). La Iglesia, por tanto, tiene siempre ante sus ojos las palabras que dijo el apóstol sobre sus compatriotas: “Son de ellos la filiación, y la gloria, y los pactos, y la ley, y la adoración, y las promesas, de ellos son los patriarcas, y de ellos nació el Cristo según la carne” (Romanos, 9,4-5), el Hijo de la Virgen María. Más aún, la Iglesia recuerda que los apóstoles, sus piedras angulares y sus columnas (Apocalipsis, 21,14; Gálatas, 2, 9), surgieron del pueblo judío, igual que la mayoría de los primeros discípulos que proclamaron al mundo el Evangelio de Cristo.
Como atestigua la Sagrada Escritura, Jerusalén no vio que había llegado la hora de su gracia  (San Lucas, 19,44); los judíos, en gran  número, rehusaron aceptar el Evangelio; más aún, no pocos de ellos se opusieron  a su diseminación  (Romanos,  11, 28-29).   
Ya que el patrimonio común a cristianos y judíos es tan rico, este santo sínodo desea estimular y fomentar el conocimiento y respeto mutuo, un conocimiento y un respeto derivados principalmente de estudios bíblicos y teológicos, pero también de diálogos fraternos.
Ciertamente, las autoridades judías y aquellos que las apoyaban pidieron la muerte de Cristo (San Juan, 19, 6), pero, a pesar de todo, lo que ocurrió durante Su Pasión no puede serle imputado a los judíos de hoy. Ciertamente,  la Iglesia es el nuevo pueblo de DIOS, pero los judíos no  pueden ser presentados ante el mundo como rechazados o malditos por Dios, como si tal cosa se dedujese de las Sagradas Escrituras. Procuremos, por tanto, que no se enseñe nada, ni en el catecismo ni en las predicaciones de la Palabra de Dios, que no ajuste a la verdad evangélica y al espíritu de Cristo.
Más aún, la Iglesia rechaza cualquier persecución contra los hombres, sean quienes sean. Por esta razón, y por causa de su patrimonio común con los judíos, la Iglesia vitupera el odio, las persecuciones y las manifestaciones de antisemitismo. Y lo hace no movida por razones políticas, sino por el amor puro del Evangelio.
 Queda una cosa: Cristo sufrió pasión y muerte por su propia voluntad y llevado de infinito amor, por causa de los pecados de todos los hombres, a fin de que por él obtuvieran la salvación. Esto lo ha sostenido siempre y lo sostiene ahora. Enviada a predicar, la Iglesia está, obligada a proclamar la Cruz de Cristo como el signo de amor de Dios que lo abarca todo y como la fuente de que fluye toda gracia”.
 
9) Recesión bibliográfica del libro: “La nueva iglesia montiniana” de Joaquín Sáenz y Arriaga, 2da edición revisada, editores Asociados, México, 1971, 648 págs.

La Declaración promulgada el 28 de octubre de 1965 dice así: “Aunque las autoridades y aquéllos que las seguían presionaron para obtener la muerte de Cristo (cf. Juan 19,6), sin embargo, lo que sufrió Cristo en su pasión no puede ser atribuido, SIN DISTINCIÓN ALGUNA, a los judíos, que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, ni los judíos no deben presentarse como rechazados como rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura. Vean, pues, todos, que en la obra catequística o en la predicación de la palabra de Dios no se enseñe nada que sea inconsistente con la verdad del Evangelio y con el espíritu de Cristo.
Más todavía, la Iglesia que rechaza cualquier persecución contra cualquier hombre, teniendo presente el común patrimonio con los judíos y movida no por razones políticas, sino por el espiritual amor del Evangelio, deplora el odio, las persecuciones y los movimientos del anti-semitismo, que hayan sido promovidos contra los judíos, en cualquier tiempo y por cualquier persona”.
¡Lamentable Declaración, aún sin tener en cuenta las enseñanzas de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia! El sofisma quiere encubrir, ya que no puede destruir la realidad histórica y teológica. Todos sabemos que en el pueblo judío, el pueblo en otros tiempos de las predilecciones divinas, había una cierta solidaridad, establecida por Dios mismo, así en las bendiciones como en las maldiciones divinas. Es evidente que no todos los judíos, que vivían en tiempo de Cristo, estaban presentes en el pretorio de Pilatos, ni personalmente pidieron la crucifixión y muerte del Señor. Es también evidente que los mismos judíos que estuvieron presentes no tienen todos la misma personal responsabilidad, que la de sus dirigentes, que no sólo presionaron, sino que se hicieron e hicieron al pueblo responsable del drama del Calvario. No fueron ellos, claro está, los que azotaron a Cristo, los que le pusieron la corona de espinas, los que lo crucificaron. Pero, ellos son los autores intelectuales del deicidio, ellos son los principales responsables de todo lo que el Señor sufrió en su Sagrada PASIÓN. Y es, finalmente evidente, teniendo en cuenta la elección divina de Israel y la ingratitud colectiva de ese pueblo, que la responsabilidad solidaria recae todavía sobre los que hoy, como ayer, volverían a pedir su Pasión y Muerte.
Si la Iglesia es el nuevo Israel, como lo reconoce el Concilio, síguese que el antiguo Israel ha perdido sus privilegios, es ahora un pueblo desechado por Dios. Y esto se sigue de la Sagrada Escritura, si no queremos cambiar su sentido. O estamos con Cristo o estamos contra de Cristo.
Me permito copiar algunos conceptos, que escribí en mi libro “CON CRISTO O CONTRA CRISTO”: “Es conveniente insistir aquí en un punto básico, sobre el cual, con sofisma manifiesto se pretende exonerar de toda responsabilidad al pueblo judío de la muerte de Cristo. Empezaremos, pues, por precisar conceptos, aunque tengamos que repetir ideas ya expuestas. Una es la responsabilidad personal y otra es la responsabilidad colectiva. La responsabilidad personal solamente existe cuando un pecado o un crimen personal; en cambio, la responsabilidad colectiva puede darse y de hecho se da, aún en  la justicia humana,  cuando las colectividades por sus jefes o representantes lesionan gravemente los derechos inalienables de los individuos o de otras colectividades agredidas. Así, por ejemplo, aunque no todos los alemanes fueron personalmente responsables de las atrocidades atribuidas a la guerra de Hitler, sin embargo, todo el pueblo alemán fue considerado responsable, con esa responsabilidad solidaria, hasta exigirle pagar estrictamente todos los daños y perjuicios de los que consideraban agraviados y especialmente de los judíos. La solidaridad nacional impuso a todos y cada uno de los alemanes la responsabilidad de los crímenes atribuidos a Hitler y a su gobierno; aunque, como es evidente, no todos los alemanes que vivieron entonces ni muchos menos todos los alemanes que viven ahora pueden tener la responsabilidad  personal de esos supuestos crímenes. Los niños de aquel entonces tuvieron que asumir las agobiantes penas impuestas sobre todo el pueblo por aquella responsabilidad colectiva.
Así también, ante Dios, existe una doble responsabilidad: la responsabilidad personal, que cada uno de nosotros tenemos por los pecados propios o individuales, y la responsabilidad colectiva que recae sobre las colectividades humanas, sobre todo, cuando existe de por medio una cierta solidaridad o unión en esas colectividades, por un  plan divino que abarca y encierra a esas colectividades. En el lenguaje bíblico, los jefes de raza son identificados con sus  respectivas descendencias, que forman con ellas una misma persona moral. Esta solidaridad es más compacta y universal cuando ha sido establecida por Dios mismo en orden a la realización de los planes divinos. Así fue la solidaridad que Dios quiso que hubiese entre Adán y todos sus descendientes, en orden a nuestra elevación a la vida divina; y así también es la solidaridad que Dios estableció en el pueblo hebreo, que, como ya dijimos, estaba colectivamente destinado a la preparación del advenimiento de Cristo.
Los mismos hebreos han reconocido siempre y han defendido celosísimamente la solidaridad racial, que existe entre ellos, por institución del mismo Dios. Cualquier libro judío, incluso el Talmud, nos habla de esta solidaridad sagrada. Pero el gran sofisma del judaísmo y el Vaticano está en defender esta solidaridad en las bendiciones solamente  y no en las maldiciones y castigos del Señor, a quien con sus infidelidades han  ellos provocado.
Si el mesianismo divino, el plan redentor y la elección divina para preparar los caminos del futuro Mesías, con que Dios favoreció al pueblo de Israel, fue para todo el pueblo fuente de las divinas bendiciones y fundamento de todas sus grandezas; el mesianismo judío, que es la negación y ataque a los derechos divinos, fue, es y será para ese pueblo signo de reprobación y castigo de un Dios traicionado y ofendido. O Cristo con sus bendiciones o el antiCristo  con sus maldiciones: el dilema es ineludible.
La solidaridad en las bendiciones, que, en el plan divino, alcanzaban a todos los Israelitas, descendientes de los Patriarcas, exige lógicamente la solidaridad también.
En los castigos o maldiciones divinas, a los que colectivamente se hizo digno el pueblo hebreo por la incredulidad agresiva de sus dirigentes. Estas divinas bendiciones, esas promesas del amor divino, no fueron absolutas, sino condiciones. No fue Dios quien falló; fue Israel el que, por sus cabezas, abandonó a Dios. Su infidelidad atrajo sobre sí las maldiciones divinas.
Dios había prometido a su pueblo sus bendiciones, si guardaban sus mandamientos: “Si de verdad la voz de Yavé, tu Dios, guardando diligentemente todos sus mandamientos, que hoy te prescribo, poniéndoles por obra, Yavé, tu Dios, te pondrá en alto sobre todos los pueblos de la tierra”… Pero esas bendiciones divinas eran condicionadas; exigían la observancia la observancia fiel de la ley divina. Si el pueblo de Israel no aceptaba prácticamente los preceptos de Dios, si quería sacudir el yugo de su ley divina, el Señor también lanzaría sobre él furor y los castigos de su justicia infinita: “Pero, si no obedeces la voz de Yavé, tu Dios, guardando todos sus mandamientos y todas sus leyes que yo prescribo hoy, he aquí las maldiciones que vendrán sobre ti y te alcanzarán: Maldita tu canasta  y maldita  tu artesa. Maldito será el fruto de tus entrañas, el fruto de tu suelo y las crías de tus vacas y de ovejas. Y Yavé mandará contra ti la maldición, la turbación y la amenaza y la amenaza en todo cuanto emprendas hasta que seas destruido y perezcas bien pronto, por la perversidad de tus obras, con que te apartaste de Mí…” (Deuteronomio, XXVIII, 15, 43).
La palabra de Dios escrita está. Los cielos y la Tierra pasarán, pero esa palabra no pasará.
En la parábola del padre de familias que dejó a los campesinos en arrendamiento su viña, cuando mandó el dueño a sus siervos a recoger sus frutos, los  mataron. Y cuando, al fin, el padre de familia envía a su propio hijo, los campesinos le echan mano, le sacan fuera de viña y le dan muerte infame. Es una clara alusión del Divino Maestro a la ingratitud y perfidia con que el pueblo de Israel pagó sus predilecciones divinas. Por eso termina  Cristo: Auferetur a vobis regnum, et debitar genti facenti fructus eius: Se nos quitará el reino de Dios y será dado a la gente que dé sus frutos. (Mateo, XXI, 43).      
La masa de los judíos y especialmente sus dirigentes resistieron a las invitaciones de CRISTO y frustraron los esfuerzos de los Apóstoles para su conversión para su conversión, por lo cual quedaron fuera de la Iglesia, la viña, el Reino de Dios, a la cual afluyen los gentiles de todas partes. Jehová se había proclamado cien veces el Libertador, el salvador de su pueblo; el Mesías había de ser, en primer  término, el Redentor de los judíos: Sión estaba señalada de antemano como el centro de la Teocracia Mesiánica y punto de convergencia de las naciones infieles. Pero, al rechazar los judíos el mesianismo divino, al proclamar su mesianismo materialista, al dar al Salvador, solamente entran los gentiles en la Iglesia, sin pasar por la Sinagoga; entran casi solos, mientras que los judíos quedan excluidos, a pesar de que sus derechos parecían preponderantes y, a  su juicio, exclusivos.
En tres capítulos de su Epístola a los Romanos trata San Pablo de resolver el enigma. Sin negar San Pablo las indiscutibles prerrogativas, con las que Dios quiso favorecer a ISRAEL, afirma, sin embargo, que los gentiles, quienes ser nada para Dios y para quienes DIOS era nada, fueron los llamados a la fe, mientras que fue excluido el Pueblo Santo, la Raza Sacerdotal, la Casa Sacerdotal, la Casa de Jehová. Los herederos naturales son desheredaros, los hijos legítimos son suplantados por intrusos; parecen olvidadas  las promesas de Dios y violados los pactos. ¿Cómo conciliar todo esto con la Fidelidad de Dios y la Justicia Divina?
Las pretensiones judías descansan en la torcida interpretación que ellos han dado siempre a las promesas del Señor. Invocan el nombre de Abraham como si fuera una garantía absoluta para ponerlos al abrigo de todo mal, cualquiera que fuese su conducta; y piensan que la sangre de Israel, como una especie de Sacramento, debe salvarlos ex opere operato, sin consideración alguna a las disposiciones personales. Hay en esto cierto paralelismo, cierta semejanza entre las pretensiones judías y las pretensiones luteranas: para los hebreos, la sola sangre de Abraham; para los protestantes, la sola fe son prenda de salvación. Pero se olvidan los hebreos que hay un Israel, según la carne – los que tienen la sangre de Abraham – y hay un Israel, según el espíritu. Al primero no se le debe nada; al segundo pertenece la promesa. “No todos los que llevan el nombre de Israel son Israel, ni todos los que descienden de Abraham son hijos de Abraham. (Rom. IX, 6-7).
La incredulidad de los judíos ha sido causa de que la Antigua Alianza quedase rota y naciera la Nueva Alianza, el Nuevo Testamento, que recogiese todas las antiguas bendiciones en la Iglesia fundada por Jesucristo, en el nuevo “pueblo de Dios”, qui non ex sanguinibus, neque ex voluntate carnis, neque ex voluntate viri, sed a Deo nati sunt, que está formado no por la sangre, ni por voluntad de la carne, ni por voluntad de varón, sino por los que han nacido de Dios (a la vida sobrenatural, a la vida divina).
Por otra parte, la dureza de corazón, la incredulidad judía ha sido tradicional en este pueblo. Ya Isaías se quejaba de esta dureza, cuando decía: “Señor, ¿quién fe a nuestro mensaje?... Todo el día he extendido las manos hacia un pueblo que se niega a creerme y me contradice”. (Is. LXV, 2). La presente incredulidad, objeto de tanta admiración y de tanto escándalo, no es sino un caso más en los anales de la apostasía del pueblo judío.
Después de lo sumariamente hemos dicho, resulta incompresible la famosa Declaración del Vaticano II, cuando nos dice: “Los judíos no deben presentarse como rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura”.  Necesitamos mudar o suprimir los libros sagrados para admitir esa postura pastoral del Concilio, que parece a todo trance, - incluso contradiciendo a la Escritura, al dogma, a la Tradición, a los escritos de todos los Santos Padres y Doctores de Iglesia, a la verdad histórica – exonerar la responsabilidad judaica, para complacer las exigencias de nuestros mortales enemigos, que, por otra parte,
Mantienen su posición de rebeldía y negación en contra de Cristo y de su Iglesia.
Por lo demás, debemos recordar, como lo afirma San Pablo que la desgracia de Israel no es ni total, ni definitiva. No es total, porque siempre ha habido sinceros conversos del judaísmo – (no hablamos de los marranos, los falsos, los criptojudíos)-, que, al reconocer el Mesianismo y la Divinidad de Cristo, han ingresado en la Iglesia, han formado parte de Israel y han vuelto ser hijos de la predilección.  No es definitiva, porque, como lo afirma San Pablo. No es definitiva, porque, como lo afirma San Pablo, la conversión del pueblo a ser uno de los signos que vendrán antes del nuevo advenimiento del Redentor, para juzgar a los vivos y a los muertos.
Tan absurdo es afirmar que todo judío, por el hecho de ser judío, es un criminal, como, cambiando los calificativos, el afirmar que todo judío, por el hecho de ser judío, es incapaz de crimen alguno, incluso, del crimen de los crímenes, del crimen del deicidio.
Es necesario precisar bien el sentido de los términos, para no sufrir sofísticas propagandas, que quisieran desorientar la opinión pública e impedir de esta manera las necesarias defensas de todo lo que somos y todo lo creemos. Una es el antisemitismo – que, como ya dijimos, no existe, ni nunca ha existido, ese crimen ya elevado a la categoría de lesa humanidad – porque, ante los crímenes supuestos que se suponen han sido cometidos contra los judíos, se borran o existen  los crímenes perpetrados por ellos con categoría de genocidios milenarios o millonarios, si las víctimas son cristianas – y otra totalmente distinta es la reacción del  mundo libre ante las atroces y seculares fechorías del judaísmo cabalista y talmúdico. El antisemitismo de tipo racista, determinista, materialista – del que se quejan los enemigos – nunca ha existido entre los cristianos. Judío, en cuanto hombre, fue Jesucristo, judíos han sido no sólo los apóstoles y los primeros fieles de la Iglesia, sino innumerables y preclaros defensores de la causa cristiana. El judío, por el hecho de ser judío, no está impulsado fatalmente al mal; puede ser y,  en muchos casos, es sujeto de bien. También por ellos murió Cristo; también ellos, aún antes que nosotros, recibieron la vocación divina de la fe y de la salvación. La Iglesia Católica condena ese llamado antisemitismo, como condena toda discriminación racial, como condena todos los crímenes del judaísmo, del comunismo y de la masonería.
Pero, - no olvidemos – el cristianismo es la antítesis del Kabalismo y el Talmudismo: lucha secular en contra de Cristo Redentor y del Cristo Místico; ambición de dominio universal sobre todos los pueblos y naciones; perpetuación de la Sinagoga de Satanás, de aquel Sanedrín que condenó a muerte a Jesús de Nazareth.
Después de estos breves comentarios, que, a la luz que nos dio el artículo de RODDY, hemos hecho sobre el problema judío en la Iglesia de Dios, creemos que el uso del “EFOD Y DEL PECTORAL DEL JUICIO” del Gran Sacerdote Levitico, que las fotografías nos presentan sobre el pecho de PAULO VI adquiere una importancia excepcional y decisiva, sobre todo si se tienen en cuenta las secretas relaciones que personalmente y por sus asociadas ha mantenido el PAPA MONTINI con los dirigentes de la mafia judía desde el principio de su pontificado. 
He amado y amo a la Iglesia con toda la sinceridad y con todo el fervor de mi pobre persona. He trabajado y he luchado, según mis pequeñas posibilidades, por la santa causa de Dios y esas lides he agotado lo que soy y lo que puedo. Para nosotros, los que tenemos tradiciones e ideales, esta postura encaja y se amolda en el estilo más puro de la rancia tradición de origen hispánico, de aquella “Hispanidad eterna” de que habla Morente, que no significa ni estancamiento, ni reacción, ni representa hostilidad al verdadero progreso, sino que consiste precisamente en el crecimiento armónico que en todos sus momentos y elementos lleva el cuño y estilo que definen la esencia misma de nuestra nacionalidad.
Sacerdote de CRISTO, me adhiero a las viejas y apostólicas tradiciones del catolicismo. Y no puedo admitir el que la Iglesia de Cristo – nuestra IGLESIA -,  haya vivido en el error por tantos siglos y que sea necesario redescubrir ahora el espíritu del Nuevo Testamento, sepultado por la obra nefasta de los Concilios y los Papas.
Este nuevo trabajo pretende señalar al enemigo y demostrar una vez más la labor solapada, sincronizado, mundial y permanente que el Judaísmo Internacional ha realizado y sigue realizando en todas partes por destruir las bases mismas de la ortodoxia y de la unidad católica.

JOAQUIN SÁENZ Y ARRIAGA
Doctor en Filosofía y Teología
De  la Arquidiócesis de México.

Se trata del prefacio de su libro: “El Antisemitismo y el Concilio Ecuménico – Qué es el Progresismo”, Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires, 1964. 67 págs.

10) Recesión bibliográfica del artículo del: “Mito de la sustitución” a la religión noáquida  por Michel Laurigan.

La crisis que actualmente sacude la Iglesia de Dios, vista desde los cielos, se inscribe necesariamente en el combate multisecular entre la Iglesia y la Sinagoga de Satanás (Ap. 2,9). Este respecto, el siglo XIX fue testigo de la elaboración de un nuevo plan de asalto contra la ciudadela católica, estrategia revelada en 1884 por Elías Benamozegh.
Este rabino cabalista de Livorno, maestro del pensamiento judío contemporáneo, propuso entonces no borrar de la superficie el catolicismo sino “transformarlo” según los criterios de la ley noáquida ¿Fue el Vaticano II un intento de aplicar este plan? Esa es la cuestión que MICHEL LAURIGAN aborda en el siguiente artículo. Le SEL de la TERRE, nº 40. Otoño, 2003.  
La ley noáquida es aquella Dios dio a Noé después del Diluvio. El plan en cuestión, revelado por Elías Benamozegh en su obra Israel y la humanidad (1884). Citemos aquí tan sólo Jacob Kaplan, gran rabino de París, declaraba al respecto en 1966: “Según nuestra doctrina, la religión judía no es única que asegura la salvación. Se pueden salvar quienes no siendo judíos, creen en un Dios supremo y observan una regla moral, obedeciendo las leyes que el Creador ha prescripto a Noé (…) Por eso los rabinos enseñan que los justos de todas naciones tienen derecho a la salvación eterna. Al margen de las leyes noáquidas, las reglas de la Tora y la ley de Moisés sólo cuentan para los judíos, porque tienen su razón de ser en el divino proyecto de formar un pueblo destinado a cumplir una acción religiosa en el mundo. La esperanza de Israel no es, pues, la conversión del género humano al judaísmo, sino monoteísmo. En cuanto a las religiones bíblicas, según declaran dos de nuestros más grandes teólogos, son confesiones cuyo cometido es preparar junto a Israel la llegada de la era mesiánica anunciada por los profetas. Por eso deseamos ardientemente trabajar conjuntamente en la realización de este ideal esencialmente bíblico (…). De esta suerte, podremos acelerar la era mesiánica, que será la era del amor, la justicia, la paz”. (Jacobo Kaplan, Diálogo con el padre Daniélou S.J. el 1 de febrero de 1966 en el teatro de los Embajadores en París, París, 1966.    
“Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia” (Gn 3, 15).
Con motivo de la entrega del premio Nostra Aetate el 20 de octubre de 1998 en sinagoga Sutton Place (Nueva York) que conceden conjuntamente Samuel Pisar y el Centro para el Entendimiento Entre judíos de y cristianos de la universidad del Sagrado Corazón de Fairfield – EE.UU -, el cardenal Jean M. Lustiger, arzobispo de París, hizo una declaración: El mañana de judíos y cristianos. El cardenal abre su discurso exclamando: “¡Cuán conmovido estoy al ser recibido en esta célebre y venerable sinagoga de Nueva Cork, centenaria ya¡¡¡El cardenal acaba de publicar una síntesis de su pensamiento, especie de judeocristianismo sincretista en una titulada La Promesa, edit. Parole y Silence, 2002. Claude Viguée juzga así la obra del cardenal: “Jean-Marie Lustiger pone de manifiesto que no se puede – so pena destruir el núcleo mismo del cristianismo –rechazar la elección de Israel. Esa es la clave de su libro.  Para escribir estas líneas, desde la situación social y espiritual donde se encuentra, se precisa tener mucho valor. Hay cristianos que le no perdonarán fácilmente haber recordado que sin tener la elección haber recordado que sin la elección de Israel no es concebible la elección cristiana (…). Adviértase que si hubiese escrito lo mismo en tiempo de la Inquisición…. ¡de seguro estaría en la hoguera!”. France
Catholique, nº 2857, noviembre de 2002, p. 10.
Frente a los adalides del mundo judaico, el cardenal presentó un panorama histórico de las relaciones judeo- cristianas e hizo profundo análisis de la obra de salvación de la humanidad. Lejos de ello, fue más bien el debut de nueva teología de la historia. “En el de entrar en el tercer milenio de era cristiana, ha comenzado una nueva época en la historia de la humanidad. Se está dando una vuelta de página en la historia de la humanidad. En las relaciones judeocristianas, los cristianos por fin abrieron sus ojos y sus oídos al dolor y la herida de los judíos. Quieren llevar el peso sin transferirlo a otros y no pretenden aparecer como inocentes.
¿Cuál es el pecado en virtud del cual cristianos deben llegar una carga? El cardenal se encarga de responderlo en el capítulo titulado “La elección y los celos”, que debería citarse por entero al describir tan erradamente la historia de la salvación.
La elección recae sobre pueblo judío infiel; jamás ha sido revocada en razón del “escogimiento del pueblo elegido”. Los celos, es cosa de los cristianos.
Los celos frente a Israel son tales, que rápidamente asumió la forma de una reivindicación  de herencia. ¡Eliminar al prójimo, esto es, a alguien diferente de uno mismo! Los paganos convertidos tuvieron acceso a la Escritura y a las fiestas judías. Pero un movimiento de celo humano, muy humano, los condujo a poner al margen, o bien fuera, a los judíos (es decir, a su judaísmo, a sus prácticas, sus ritos, sus creencias).
En efecto, dice el cardenal, “la cantidad y la fuerza de los paganos convertidos vino a trastornar, invertir la economía de la salvación”. Este tendió a vaciar la existencia judía de su contenido concreto, carnal e histórico, concibiendo la vida de la Iglesia bajo la figura de una realización definitiva de la esperanza y de la vida judaica. En su último libro, el cardenal Lustiger distingue dos iglesias, la de Jerusalén, “Iglesia que es, dentro de la Iglesia, la continuidad de la promesa hecha a Israel (…) y que no perdurado, a más tardar, hasta el siglo VI, destruida bajo la presión de Bizancio. Esta es una de las pérdidas más importantes de la conciencia de los cristianos. La memoria de la gracia (de la elección, n.d.t.)  que se había concebido fue virtualmente rechazada, no digo por la Iglesia en cuanto esposa de Cristo, sino por los cristianos (p.17)” y por los pagano-cristianos, contar desde el siglo VI hasta el Vaticano II: “el pecado en que incurrieron los pagano-cristianos, tanto los clérigos como los príncipes o el pueblo, fue apoderarse de Cristo para desfigurarlo, y hacer de esta desfiguración su dios (…) Su ignorancia sobre Israel es prueba de su ignorancia sobre Cristo, a quien dicen servir” (La Promesa, edit. Parole et Silence, 2002, p. 81). ¿Es todavía católico el cardenal Lustiger?

ASÍ SE DESARROLLO LA “TEORÍA DE LA SUSTITUCIÓN

El cardenal Lustiger avanza, intentando probar que los cristianos desposeyeron a los judíos de su papel de pueblo sacerdotal y de pueblo elegido, portador de la salvación:
Cuando Constantino garantizó a los cristianos una tolerancia que equivalía a un reconocimiento del cristianismo en la vida del  Estado y lo estableció como religión del Imperio, los judíos fueron violentamente marginados. Este era un modo simplista y grosero de rechazar los tiempos de la redención y su trabajo de parto.
El mito de la sustitución del pueblo cristiano por el pueblo judío se alimentaba, pues, de un secreto e inconfesable ataque de celos, y legitimaba la apropiación de la herencia de Israel, cuyos ejemplos podrían multiplicarse. Para citar sólo uno: la pretensión de los reyes de Francia de ser descendentes de David, que determinó a sus consejeros a hacer celebrar sus consagraciones según el ceremonial de los reyes de Israel, tal como nos narra la Biblia y se había en Bizancio.
Leyendo estas líneas, parecería que el cardenal Lustiger condena los beneficios del Edicto de Milán del año 313. Más aún, Constantino habría rechazado “los tiempos de redención” por el apartamiento de los judíos. ¡Curiosa lectura de la historia de la Iglesia!
Para el cardenal de París, la sustitución del pueblo de Antigua Alianza por el pueblo cristiano sería simplemente ¡un mito…! “En vuestro libro La Promesa rechazáis la teología de la sustitución lo cual me place”, rabino Josy Eisenberg a J.M. Lustiger, Le Nouvel Observateur, nº1988, del 12-18 de diciembre, 2002, p. 116.
Hacia el fin de su panorama histórico y de singular teología de la teología, el cardenal tranquiliza a los autores. Las épocas han cambiado: el tiempo del menosprecio se extingue para lugar al del aprecio. (Lustiger asume aquí una expresión cara a Jules Isaac: el principio del desprecio).
Pronto la herencia será devuelta a su legítimo propietario, el pueblo judío, verdadero Israel, que vuelve a convertirse en pueblo sacerdotal, que traerá la auténtica salvación a las naciones, la paz a los gentiles y… aquella unidad de que el mundo tiene necesidad. (Véase, Patrick Petit-Ohayon, La Misión d’Israel, un peuple de prêtres, París, edit. Biblieuorpe, & F.S.J.U. 2002.). Su conclusión remata en esta esperanza: 
La Iglesia Católica condesó esta toma de conciencia en la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, que desde hace treinta años viene dando lugar a numerosas tomas de posiciones, especialmente bajo el impulso del papa Juan Pablo II. Pero a esta nueva comprensión aún le cabe transformar profundamente los prejuicios e ideas de tantos pueblos pertenecientes al espacio cristiano, cuyo corazón no está todavía purificado (véase Jules Isaac) por el espíritu del Mesías. La experiencia nos lo demuestra: se precisa una larga “paciencia” y un gran esfuerzo de educación “para poseer el alma”  (Lc.21,8).  Con todo, el rumbo emprendido es irreversible.
En pocas palabras, se trata de que los cristianos celosos se apropiaron de la herencia de los judíos, suplantándolos en el papel de pueblo de Dios e instrumento de salvación del mundo; de la admisión confesión de esta falta en el siglo XX, después de la toma de conciencia que tuvo lugar en el Concilio Vaticano II en cuanto esa herencia debe  devuelta a los judíos desposeídos; y de la necesidad de reparar la falta cometida, dado tiempo al tiempo a fin de cambiar el espíritu de los cristianos. El movimiento de la historia es irreversible.
Más recientemente, en el año 2002, el cardenal Lustiger intervino en un congreso judío europeo: París, 28-29 de enero de 2002. La intervención se titula: “De Jules Isaac a Juan Pablo II”. Ver el texto en La Promesa, p.185-188 o Rencontres européennes entre juifs et catholiques organisée par le Congrés Juif Européen, 28-29 de enero, 2003, edit. Parole et Silence, 2002. También, en un congreso judío mundial, en Bruselas, 22-23 de abril, 2002. “Judíos y cristianos. ¿Qué deben esperar de su encuentro?”. Intervención publicada en La Promesa, p.189-202. Ver el párrafo que sabe a herejía intitulado: “La libertad religiosa, clave de democracia”; y ante el Comité Judío Norteamericano, exponiendo una “reflexión sobre la elección y la vocación de Israel y sus relaciones con las naciones”.
Su judeocristianismo sincretista, parece agradar a las élites del judaísmo, sin que nadie en el mundo católico se conmueva realmente por la heterodoxia de su pensamiento. (Washington, 8 de mayo, 2002. “¿Qué significa el encuentro de judíos y cristianos en el marco del choque de culturas?”. Ver La Promesa, p. 203-218.
¿Cómo puede ser que un cardenal se permita reescribir la historia de la salvación hacia a fines del siglo XX, al punto de negar toda la obra redentora de Jesucristo continuada por su Iglesia?
¿Cómo se operó la subversión espiritual del siglo XX?
¿Fue en el Concilio Vaticano II, como sugiere el cardenal Lustiger?
Si la Iglesia ya no es el verdadero Israel, ¿qué ocurre con en esta nueva teología de la historia?
Este estudio intenta responder a estas importantes preguntas.

11) Recesión bibliográfica del libro de: JOAQUÍN SÁENZ ARRIAGA, “El antisemitismo y el concilio ecuménico – Qué es el Progresismo”, Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires, 1964.

El antisemitismo y el Concilio Ecuménico

Estamos en uno de los momentos más enigmáticos, más agitados, más desconcertantes de la humanidad. Parecen crujir y desplomarse nuestros principios, nuestra ideología, nuestras mismas creencias. Tenemos que revisar todo, tenemos que reconocer que estábamos equivocados, tenemos que pedir perdón a nuestros eternos enemigos, que simulando lo que no son, y lo que no sienten, y lo que no buscan, ni quieren, nos tienden hipócritamente las amigables manos.
Reconozco sinceramente los apostólicos anhelos que han lanzado a algunos hombres de la Iglesia a esta peligrosísima aventura, a esta ambiciosa y fluctuante política de la llamada “apertura a la izquierda”, del “diálogo ecuménico”, de la más tierna e indulgente benevolencia a “LOS HERMANOS SEPARADOS”. Pero, nada puede negarnos que nuestra caridad no puede comprometer la verdad, ninguna sola verdad de la doctrina inmutable del depósito de la Divina Revelación. Yo no tengo verdadera caridad a los hombres, cuando no amo a Dios sobre todas las cosas. Porque creo en Dios, por eso creo en el Papa y creo en el Concilio y creo en los obispos; porque quiero amar a Dios sobre todas las cosas, por eso quiero amar y reverenciar y obedecer a sus ministros y representantes aquí en la tierra.
Es muy curioso observar el fenómeno psicológico de muchos de los más destacados propugnadores de las ideas progresistas, que, mientras son todos oídos y comprensión y bondad para los “hermanos separados”, son, en cambio, toda dureza, todo desprecio, toda falta de caridad para los que firmes en la doctrina tradicional, en las definiciones dogmáticas de la Iglesia, no aceptamos, ni queremos doblegarnos a las novedades con que hoy quieren ellos acomodar nuestra fe a las pretensiones de los que hasta ayer considerábamos como herejes, cismáticos y enemigos de Dios.
De esta labor ecuménica quizás su promotor más destacado sea el cardenal tudesco Agustín Bea, S. J. A pesar de sus años, es ya anciano octogenario Su Eminencia, ha desplegado una actividad extraordinaria en este campo. El número de observadores no católicos al Concilio, gracias a su asombroso dinamismo y a sus generosas condescendencias con los “hermanos separados”, se elevó de 49, que asistieron en la primera sesión del Concilio representando a 17 iglesias no católicas, a 66 que en esta segunda etapa representan a 22 iglesias distintas de la nuestra.
La Prensa Asociada, el viernes 18 de octubre de 1963, después de hablar de la audiencia que S. S. Pablo VI concedió a esos observadores no católicos, nos dice: “Entretanto, se anuncia que está listo un documento sobre el antisemitismo, para ser presentado ante el Concilio. El documento, nuevo capítulo de un esquema sobre el ecumenismo – la búsqueda de la unidad cristiana – recalca la doctrina católica de que toda la humanidad comparte la responsabilidad de la crucifixión de Cristo…”
Una fuente próximo a la Secretaria del Cardenal indicó:
“Una cosa, que esperamos de este proyecto, es que ayude a poner fin al uso de referencias de las Escrituras sobre la crucifixión por parte de organizaciones antisemitas, como bases de panfletos para difundir el odio contra los judíos”.
El documento, continúa. La Prensa Asociada, examina las raíces judío-cristianas de la civilización occidental y recalca la enseñanza de que la discriminación contra todo un pueblo por faltas de unos pocos es un grave pecado contra la justicia y la caridad”.
Este reportaje de la Prensa Asociada, que en sus párrafos entre comillas bien puede atribuirse a Mons. Méndez Arceo, merece, concediéndole toda la autenticidad que se quiera, un análisis escrupuloso y una franca y categórica refutación. Distingamos los conceptos en las palabras literalmente copiadas:

1. Se afirma que el Concilio o mejor dicho, la Secretaría que preside el cardenal Bea prepara un documento, proposición dogmática o decreto disciplinario condenando el antisemitismo.
Yo me imagino que la razón evidente de esta solemne condenación es que el antisemitismo es una perversa y diabólica herejía contra la Iglesia de Cristo. ¿Por qué? ¿Por discriminar o perseguir a un pueblo, a una raza, a un grupo social de la humanidad? En este caso, espero que el Concilio, con una visión más ecuménica, condene dogmáticamente a toda segregación racial, a toda discriminación entre los hombres. Todas las hegemonías, todas las desigualdades humanas que engendran división, que originan injusticias, que son fuentes permanentes de inconformidades, de odios rencorosos y repugnantes tiranías entre los hombres, deben ser dogmáticamente condenadas por el Concilio. Es necesario que la Iglesia empiece a urgir la igualdad, la “egalité”, que ya antes había proclamado la Revolución Francesa y que en el fondo es un concepto es profundamente cristiano.
Porque sería contradictorio el que el Concilio tan sólo extendiese su manto protector sobre los judíos, dejando ignorados y desamparados a tantos grupos humanos, cuyas condiciones son, sin duda, más difíciles, más antihumanas, más odiosas que las que sufren o hayan podido sufrir los hijos de Israel. ¿Nos parecería justo que, mientras el Concilio condenase el antisemitismo, dejase sin condenación solemne y pública al comunismo, que ha destrozado y esclavizado a tantos pueblos, cubriendo de sangre, de dolor y de exterminio a medio mundo?

2. Según el reportaje de la Prensa Asociada, el cardenal Bea y con él Mons. Méndez Arceo y los otros elementos progresistas “urgidos en conciencia”, quieren librar de una vez para siempre a los judíos de toda responsabilidad en el deicidio de Jesucristo. No fueron los judíos, dicen ellos contrariando la historia y la tradición, fuimos todos los hombres, fue la humanidad prevaricadora la que crucificó al Redentor.
No niego que toda la humanidad comparta, en algún sentido, en cuanto pobres y miserables pecadores que somos todos, la responsabilidad de la pasión de Jesucristo; pero, esta responsabilidad colectiva nada tiene que ver con el crimen personal, directo, formal del deicidio que la Sinagoga cometió. Judas, miembro del Colegio Apostólico, vendió al Señor; no por eso vamos a decir, pese a nuestra personal responsabilidad, que el crimen de Judas es el crimen del cardenal Bea, ni del Obispo de Cuernavaca.

3. No sabía yo que fuese “enseñanza católica que la discriminación de un pueblo por faltas de unos pocos es un gran pecado contra la justicia y la caridad”. ¿Quién discriminó a ese pueblo, Dios, nosotros o sus dirigentes?
En el proceso del Señor aparece claro que la verdadera, la única causa de su condenación y de su muerte fue la afirmación categórica que Él hizo de ser el Cristo, el Mesías prometido.
No somos nosotros los que hemos discriminado al pueblo de Israel; son sus dirigentes, es su Sinagoga, la que, al rechazar al Hijo de Dios, enviado por su Eterno Padre para salvar al mundo atrajo sobre el pueblo escogido la maldición divina. El velo del tabernáculo se rasgó y la Antigua quedó sustituida por la Nueva Alianza.

4. El reportaje de la Prensa Asociada nos dice que el celo de su Eminencia el Cardenal, de su Excelencia el Obispo de Cuernavaca – ellos parecen ser los principales promotores del proyecto contra el antisemitismo – espera que dicho decreto conciliar “ayude a poner fin al uso de referencias de las Escrituras sobre la crucifixión por parte de organizaciones antisemitas, como bases de panfletos para difundir el odio contra los judíos”. ¡Cuántos sofismas en tan pocas palabras! Que demuestran que el uso de esas “referencias” es incorrecto, es arbitrario, es falso, es calumnioso. Sería necesario suprimir toda la tradición cristiana de veinte siglos que unánimemente ha usado el mismo lenguaje, ha tenido las mismas creencias y ha meditado y vivido las palabras del Antiguo y Nuevo Testamento. No son solamente las organizaciones antisemitas, ni tan solo libelos o panfletos los que han hecho uso de esas referencias; son los Santos Padres, son los Papas, los Concilios, es la liturgia de la Iglesia, es la misma Biblia que indeleblemente condena la perfidia del pueblo de Israel. El silencio que piden los promotores del proyecto en defensa del judaísmo internacional implica en cierto modo una condenación intolerable de la Sagrada Escritura.
No solamente quebrantaron los Mandamientos de Dios y todo aquello que Él había establecido como condición absoluta, para perpetuar sus bendiciones y hacer de Israel el Pueblo Elegido; sino que los hebreos, violando el pacto con Dios, quebrantando la ley divina y rechazando blasfema y sangrientamente al Cristo prometido, se hicieron reos del deicidio y con ese crimen inauguraron una serie horrenda de crímenes que en dos mil años han cometido en contra de la humanidad regenerada y santificada por Cristo.

12) Recesión Bibliográfica de: El judío en el misterio de la historia, cuarta edición, Ediciones Theoría, Buenos Aires, l963,  150 Págs. Extractad del capítulo III: El judío y los pueblos descristianizados. Autor: R. P. Julio MEINVIELLE.

Existe, decíamos, por disposición inescrutable de Dios, una oposición irreconciliable entre la Iglesia y la Sinagoga, entre judíos y cristianos, oposición que ha de perpetuarse irremediablemente hasta que llegue el tiempo de la Reconciliación. Judíos y cristianos han de encontrarse en todas partes sin reconciliarse y sin confundirse. Representan en la historia la eterna lucha de Lucifer contra Dios, de la serpiente contra mujer, de las tinieblas contra la Luz, de la carne contra el Espíritu. La eterna lucha de Caín contra Abel, de Ismael contra Isaac, de Esaú contra Jacob, de contra Jacob, de Faraón contra Moisés, de los judíos contra Cristo.
Es tan fundamental esta oposición, que después de  Cristo no son posibles para el hombre sino de dos caminos: la cristianización o la judaización, como tampoco son posibles en todas las manifestaciones más que dos modos verdaderamente fundamentales: el cristiano y el judío; dos religiones: la cristiana y la judaica; dos políticas: la cristiana y la judaica; la cristiana y la judaica; sólo dos internacionalismos: el cristiano y el judaico.
Hemos visto cómo la Iglesia tuvo presente este hecho de la “peligrosidad” del judío y cómo tomó precauciones, a veces dolorosas, para evitar la contaminación de los pueblos cristianos.
Los judíos confinados en sus ghettos bajo el control avizor del Estado podían desenvolverse paralelamente con los cristianos, pero sin mezclarse con ellos, a fin de no contaminarlos.
Mientras se evitó esta contaminación los pueblos cristianos nada tuvieron que temer de la peligrosidad judaica. El judío era un servidor del cristiano, como corresponde al hijo de la  esclava estar al servicio del hijo de la Libre.
Pero ¿cuál era lo mejor del cristianismo contra la peligrosidad judaica? ¿Acaso los reglamentos policiales?       
No. Jesucristo, verdad y salud del hombre, era la garantía y seguridad del cristiano, y Él había enseñado:
33. Buscad primero el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura. (Mt. 6)
28. No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed antes al que puede echar el cuerpo y el alma en el infierno. (Mt. 10).
27. Tened buen ánimo. Yo soy, no temáis. (Mt. 10).
Es decir, que mientras los pueblos cristianos están adheridos a Cristo nada tienen que temer de la Sinagoga.
Pero ¡ay de los pueblos cristianos si llega un día en que olvidan que su Salud es Cristo!
¡Ay de la Europa si llega un día en que quiere romper los suavísimos que la unen a la Santa Iglesia de Dios!
Porque entonces tendrán que caer bajo la esclavitud oprobiosa del diablo y su ejecutor en la tierra, el judío…Entonces Europa y América, los pueblos gentiles que conocieron las bendiciones de la fe, tendrán que conocer el oprobio de su judaización. 


13) Recensión bibliográfica de la revista ARX, (2) del Instituto San Tomás de Aquino de Córdoba, República Argentina, año 1934, págs. 285-311, cuyo autor es: R. P. JULIO MEINVIELLE,  sobre el tema: Integración y desintegración social. (Reflexiones acerca del momento actual y la Encíclica Caritate CHristi compulsi). Veamos páginas seleccionadas:

… cómo este proceso de rebeliones se viene efectuando desde la Edad Media hasta acá,
La Edad Media es esencialmente teocéntrica o teológica o sacerdotal, porque todas las actividades humanas, desenvolviéndose cada uno dentro de su propia esfera con su admirable economía, conspiran a la unión del hombre con Dios. Es sacerdotal porque siendo el sacerdote el depositario visible de la palabra de Dios, debe él ordenar un mundo cuyo anhelo es la realización visible de esa palabra.
Antes de colocar la corona sobre del rey, el arzobispo oficiante hacía las seis preguntas siguientes:
“¿Quiere Vuestra Majestad conservar la santa fe católica y apostólica y fortificarla con obras justas?
¿Quiere Vuestra Majestad proteger a la Iglesia y a sus servidores?
¿Quiere Vuestra Majestad gobernar el imperio que Dios le confía según la justicia de nuestros Padres y promete defenderlo enérgicamente?
¿Quiere Vuestra Majestad mantener los derechos del imperio, reconquistar los derechos que han sido injustamente separados y regirlos de modo que sirvan a los intereses del Imperio?
¿Quiere Vuestra Majestad mostrarse juez equitativo y leal defensor de los pobres como de los ricos, de las viudas y de los huérfanos?
¿Quiere Vuestra Majestad prestar al Papa y a la Santa Iglesia Romana, la obediencia, la fidelidad y el respeto que le son debidos?
Después de la prestación del juramento el arzobispo oficiante se volvía hacia los cuerpos del Estado reunidos, lo mismo que al resto de la asamblea, que en el espíritu del ceremonial representaban al pueblo entero, e interrogándoles les decía:
“¿Queréis fortificar su imperio? ¿Consentís en prestarle fe y homenaje? ¿Os comprometéis a someteros a todos sus mandamientos según la palabra del Apóstol: que cada cual esté sometido a la autoridad que tiene poder sobre él y al rey que es el jefe supremo?
Toda la Asamblea respondía entonces: “ASI SEA. AMEN”.
Esta augusta ceremonia, añade el historiador Janssen, consagraba, por intermedio del representante de la Iglesia, los deberes recíprocos del soberano  y del pueblo; un contrato quedaba afirmado entre la Nación y el soberano. En seguida tenían lugar la coronación y la consagración. La Iglesia santificaba el orden temporal en la persona del Rey, lo penetraba el espíritu del cristianismo.
…De esta suerte, toda la vida cultural fielmente respetada, era santificada por la vida sobrenatural, y así la vida en todas sus manifestaciones era profundamente cristiana. La vida era oración. Y como en toda criatura, la vida era rica en todas las manifestaciones de vida (sabiduría, arte) y al mismo tiempo, profundamente humilde, olvidada de sí misma y tan sólo suspirando por Aquel de quien viene todo bien. (…)

14) Recesión bibliográfica de la obra del R. P. Julio MEINVIELLE, “Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo”, Adsum, Buenos Aires, 1937, págs. 100; en el capítulo, “La teología y la historia”. Los principales textos son:

Que una época así deba revestir un significación particularmente PROVIDENCIAL, lo demuestra precisamente el que la lucha se entable entre estos pueblos bíblicos, precisamente en cuanto tales. La historia se mueve, y no se mueve al acaso como si no tuviese sentido. Por encima de todas las contingencias humanas, aprovechando todos los choques de los grupos humanos, choques religiosos, políticos, económicos, individuales, se va tejiendo la historia, y se va tejiendo, no al acaso, sino como la quiere escribir la insondable voluntad de Dios, que sabe escribir derecho con las líneas torcidas de los hombres. Y este escribir derecho de Dios no puede consistir sino en que todos las cosas, aún las más torcidas, de los hombres, sean dirigidas, suave y fuertemente hacia los fines providenciales, que en parte nos han revelados por Dios en su infinita misericordia. La historia es entonces la mente de Dios escrita en el tiempo. Donde los hombres no leen, los ángeles pueden leer. La historia es una lucha eterna entre los derechos de Dios sobre las criaturas y la soberbia de la criatura sobre los derechos de Dios; entre el amor misericordioso y la miseria del hombre. Entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre, con el triunfo final de la ciudad de Dios. La Misericordia de Dios debe finalmente triunfar y a este triunfo debe cooperar la misma rebeldía y ceguera del hombre. Las palabras de Santo Tomás respecto a la permisión del mal en el orden providencial ilustran mucha luz sobre esto:
“Siendo Dios Causa providencial de todo ser, es propio de su providencia permitir ciertos defectos en algunas cosas particulares para que no se impida el bien perfecto del universo; no habría la vida del león si no hubiese la matanza de los animales; ni la paciencia de los mártires, si no hubiese la persecución de los tiranos. (Sum. I, q. 22, a. 2). (…)

15) Recesión Bibliográfica del libro de GUSTAVO DANIEL CORBI, “Tres maestros: BILLOT, JUGNET, MEINVIELLE”, editorial Ictión, Buenos Aires, 1980, 233 págs. Los textos seleccionados son:

(…) Los dos amores del Padre Julio MEINVIELLE (1905-1973), apóstol de la Realeza de Cristo, fueron la Iglesia y la Patria.
Entre las facetas de la rica personalidad del Padre JULIO – donde alternan con igual derecho el teólogo y el filósofo tomista, el estudioso de los problemas de la polis y de la economía cristianas, el creador de la cultura humanística y filosófica, el fundador de revistas de buen odre, como nuestra ARX del Instituto Santo Tomás de Aquino con setenta años de existencia (1933-2004), y mejor vino, el párroco de visión y audaz empuje – descuella sobre todo su inconfundible figura de gran maestro, formador de varias generaciones de argentinos.
En sus obras pueden espigarse centenares de ejemplos de esas sus iluminantes fórmulas-claves:
-   el problema judío y la tensión  judío-cristiano como centro de la Historia;
-          el progresismo, o transmutación del culto católico en culto masónico, con su doctrina de la Fraternidad Universal;
-          la carnalización y cabalización del cristianismo;
-          el naturalismo neoliberal maritainiano;
-          la gnosis panteísta de Teilhard;
-          el cristianismo gnóstico de Karl Rahner,
-          etc., etc., etc.,

16) Recesión Bibliográfica del artículo del: “Mito de la sustitución a la religión noáquida” por Michel Laurigan de la Revista francesa LE SEL DE LA TERRE, nº 40. Otoño, 2003. 19 págs. (continuación)
“Redescubrir la herencia: tentativas a lo largo de la historia”.
Elegido por Dios, en un principio, para la magnífica misión de traer el Salvador a los hombres, el pueblo de Israel fue la esperanza y el honor de la humanidad durante los dos mil años que antecedieron la venida de Jesucristo. Guardaba la herencia de las promesas divinas, daba testimonio del verdadero Dios en medio de la idolatría pagana, conservaba en el mundo la fe, la verdad, el culto puro y sustancial del Padre que está en los cielos y la esperanza del Salvador del mundo. Los judíos han sido verdaderamente “el pueblo de Dios” hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo; al nacer de la raza de Abraham, Jesucristo la coronó y consagró con su propia santidad.
Pero el Calvario separó en dos al pueblo elegido: por un lado, los discípulos, apóstoles y los primeros cristianos, que reconocieron en Jesús crucificado al Mesías que venía a cumplir la Ley y los Profetas, adhiriendo plenamente a su mensaje, a su espíritu y a su cuerpo místico, la Iglesia; por otro, aquellos sobre cuya cabeza ha caído, según su deseo, la sangre del Justo, lo cual les valió una maldición que durara mientras persista en su rebeldía. (Los judíos infieles se convirtieron en instrumentos de Satanás en su lucha contra la Iglesia y contra la Madre de Dios. En el Evangelio según San Juan, c.8v.24 y 41-44 se lee que Jesús dijo a los judíos: Si no creéis que soy el Mesías, moriréis en vuestro pecado (…) Si fueseis hijos de Abraham, harías las obras de Abraham. Pero hacéis las obras de vuestro padre. Los judíos le dijeron: No somos hijos de fornicación; tenemos un solo Padre, que es Dios. Jesús les dijo: Si Dios fuese vuestro Padre, me amaríais, ya que salido de Dios y vengo de Él (…) El padre de cual vosotros habéis salido es el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre”. (…)
Mons. Delassus señala que “que el deicidio ha abierto un abismo entre el antiguo tiempo y el nuevo, abismo que la misericordia divina cerrará el día que su justicia haya terminado so obra”.
Hace dos mil años que aquellos que repudiaron la ley de Moisés para adherir al Talmud se dedican a obstaculizar la obra redentora. Estuvieron detrás de todas las rebeliones del espíritu humano contra Dios, contra su Ungido – al que no quisieron reconocer - , y contra su Iglesia, considerada como “usurpadora”.
Protegiéndose de ellos y recordando al mismo tiempo el horror del deicidio, la Iglesia nunca ha cesado de buscarlos por caridad a fin de traerlos al redil, a la fuente de la gracia, al Calvario, donde se derramó la sangre redentora. Esta caridad condujo a que la Iglesia incluso los protegiera, rechazados como fueron tantas veces por los pueblos cristianos. Los verdaderos convertidos han confirmados frecuentemente la caridad de la Iglesia a su respecto. (Ver en particular la pequeño obra de Teodoro de Ratisbona, El problema judío, París, edit. Dentu, 1856, 31 p. Disponible en Internet en www.gallica.bnf.fr.).
Con todo, los artífices de inequidad se dejaron tocar poco por esta mansedumbre de los pontífices romanos. En cada siglo redoblaron sus asaltos contra la Iglesia y la sociedad católica. Josué Jehouda, autor de El Antisemitismo, Espejo del Mundo, escribe a propósito de la era moderna y contemporánea:
“El mundo judaico intentó tres veces PURIFICAR la conciencia cristiana de las miasmas del odio (J. Isaac); se hicieron tres brechas en la vetusta del obscurantismo cristiano, se cumplieron tres etapas en la obra destrucción del catolicismo dogmático.
Tales son: Renacimiento, Reforma, Revolución.
El Renacimiento, la Reforma y la Revolución constituyen tres tentativas de radicación del pensamiento cristiano, a fin de ponerlo en sintonía con el desarrollo progresivo de la razón y de la ciencia”.
El autor citado precisa que “a pesar  de estas tres tentativas de PURIFICAR (J. Isaac) el antisemitismo del dogma cristiano, la teología aún no ha suprimido su MENOSPRECIO (J. Isaac) al respecto. Es por eso que “en el curso del siglo XIX se operaron otras dos tentativas más para sanear la mentalidad del mundo cristiano: uno por Marx y otra por Nietzsche”.
El pensador judío deplora el fracaso parcial de estos dos últimos intentos. La fortaleza del catolicismo le permite resistir. Será necesario esperar hasta después de la II Guerra Mundial para lanzar el asalto más sutil y más destructivo contra la Iglesia Católica romana: CAMBIAR (s.n.) la teología católica a través de los mismos hombres de la Iglesia. “Una revolución de capa y tiara”, iniciada por los Carbonarios del siglo XIX, continuada por los modernistas en el siglo XX y que triunfa en el Concilio Vaticano II.
(Josué Yehuda, El Antisemitismo, Espejo del Mundo, prefaciado por Jacques Soustelle, Ginebra, ed. Síntesis, 1958, 283 p. Jehouda aspira a ser el continuador  de ELÍAS BENAMOZEGH, rabino de Livorno. Sus otras obras son de máximo interés: La Tierra Prometida, París, Reidor, 1925, 122 p.; Las Cinco Etapas del Judaísmo Emancipado, Ginebra, edit. Síntesis, 1946, 132 p. – Extracto de la revista de Ginebra, 1936-1937; La Vocación de Israel, París, Zeluck, 1947, 240 p.; El Monoteísmo, doctrina de unidad, Ginebra, edit. Síntesis, 1952, l75 p. Instituto para el estudio del monoteísmo, Cahiers (I.E.M.) vol. 1, marzo de 1952; Sionismo y Mesianismo, Ginebra, Síntesis, 1954, 318 p. Cahiers (I.E.M.) vol. 2, octubre 1954; Israel y Cristiandad. La lección de la Historia, Ginebra, Síntesis, 1956, 263 p.; Israel y el mundo (síntesis del pensamiento judío), París, edit. Científico, s.d.; El Marxismo frente al Monoteísmo y al Cristianismo, Ginebra, Síntesis, 1962,  71 p. José Jehouda también prologó la obra de ELÁS BENOMOZEGH, Moral Judía y Moral Cristiana, edición revisada y corregida, Baconniére, 1946.
Josué Jehouda, El Antisemitismo, Espejo del Mundo, p. 161-162. Citado en el folleto de  LEÓN DE PONCINS, “El Problema judío ante el Concilio, 27 p. Este panfleto se distribuyó a todos los padres conciliares en 1965 antes de la cuarta sesión. Ver más adelante las circunstancias históricas de la difusión.).

 Vaticano II: la PUERTA ABIERTA

A partir de la Segunda Guerra Mundial, las organizaciones judías comenzaron a desafiar el mundo cristiano en punto a la necesidad de REVISAR LA ENSEÑANZA (J. Isaac) de la Iglesia sobre el Judaísmo.
En 1946 y bajo auspicios de las organizaciones judías norteamericanas y británicas, una conferencia tenida en Oxford reunió a católicos y protestantes para discutir los problemas surgidos  después de la guerra: fue una simple toma de contacto.
Una segunda conferencia internacional organizada en Seelisberg (SUIZA) trató el problema del ANTISEMITISMO en particular. En gran parte, era una reunión de expertos. Entre los sesenta participantes estaba el padre Journet. Por su parte, Jacques Maritain no pudo participar en la conferencia, pero envío un caluroso mensaje de aliento. Pero el personaje “clave” del encuentro fue JULES ISAAC. La conferencia concluyó con un documento titulado Los DIEZ Puntos de Seelisberg, de los cuales cabe hacer mención:
Nº 5. Evitar rebajar el judaísmo o postbíblico con el fin de exaltar el cristianismo.
Nº. 6. Evitar usar la palabra “judío” en sentido exclusivo de “enemigos de Jesús” para designar todo el pueblo judío.
Nº 7. Evitar presentar la Pasión de tal manera que cuanto de odioso en la condena a muerte de Jesús recaiga sobre los todos judíos, o solamente sobre los judíos.
Nº 9.  Evitar conceder aval a impía opinión de que el pueblo judío es réprobo, maldito, a cual está reservado un destino de sufrimiento.
(La revista Unidad de los cristianos, nº 109, publica la fotografía de todos los participantes. Ver Recuerdos de la Conferencia de Seelisberg y del padre Journet por el rabino A. Zafran, y La Carta de Seelisberg y la participación del cardenal Journet por Mons. P. Marie, en el Coloquio de la Universidad de Friburgo, 16-20 de marzo, 1998, sobre el tema: “Judaísmo, Antijudaísmo y Cristianismo”, San Mauricio, edit. San Agustín, 2000, p.  13-35. El padre Journet fue invitado a la conferencia dada por el R. P. de Menasce O.P., egipcio, judío convertido. En cuanto a Jacques Maritain, lo fue por el pastor de Ginebra Pierre Visseur.
El texto íntegro fue publicado por la revista Nova et Vetera 1946-1947, p. 312-317. Se titulaba: “Contra el Antisemitismo”. Allí se lee: “Los cristianos comprenderán que necesitan REVISAR (J. Isaac) diligentemente y PURIFICAR (ídem) su propia lengua, pues una rutina no siempre inocente, pero en todo caso particularmente despreocupada por el rigor y la exactitud, filtró expresiones absurdas como la de raza deicida, o un modo más bien racista que cristiano de relatar la historia de la Pasión, que invita a los niños cristianos al odio de sus condiscípulos al odio de sus condiscípulos judíos. 
André Kaspi, Jules Isaac, historiador, protagonista del acercamiento judeocristiano, París, Plon, 2002, p. 215, 216, 232.) 
Los archivos de Jules Isaac dan testimonio de las abundantes actividades de este autor. Así lo muestra André Kaspi, que acaba de consagrar una biografía a la personalidad de Jules Isaac, confirmando muchos hechos conocidos y revelando otros. Una de las contribuciones más importantes de Jules Isaac fue la redacción del libro Jesús e Israel, pretendiendo probar que el pueblo judío no fue ni deicida ni maldito y que el cristianismo es responsable del antisemitismo ambiente por su antisemitismo teológico. En la obra expone seguidamente veintiún puntos, verdadera “carta” de una nueva teología de las relaciones judeocristianas.
En 1948, Isaac funda la “Amistad Judeo-Cristiana” cuyo objetivo se indica claramente: “la rectificación de la enseñanza cristiana”. Muchos católicos liberales participan en las reuniones bien orquestadas. Kaspi escribe que “los diez puntos de Seelisberg y los veintiún puntos de Jesús e Israel se distribuyen por todas partes”. Por ese tiempo, se convoca a Isaac de entrevistar al jefe de la Iglesia Católica. PÍO XII lo recibe brevemente el 16 de octubre de 1949 en Castel Gandolfo. Jules Isaac expone al Sumo Pontífice los diez puntos de Seelisberg. El resultado del encuentro es bastante poco satisfactorio para el autor de manuales de historia.
En octubre de 1959, Cletta Mayer y Daniel Mayer – fundadores del Centro para Estudios de Problemas Actuales, estrechamente ligada a la Liga Antidifamación (asociación creada en 1913 por la logia masónica B’nai B’erit)  - “se entrevistan con Jules Isaac en el Hotel Terminus de París y le hablan de un posible encuentro con JUAN XXIII. Jules Isaac aprueba”.
JUAN XXIII había lanzado la idea de convocar un Concilio algunos meses antes. Se puso en marcha una comisión preparatoria, en la cual intervinieron muchos teólogos y hombres eminentes. Pero un contraConcilio se preparaba a sus espaldas y debía suplantar la verdadera llegada la hora. Ralph Wiltgen lo prueba abundantemente en El Rin desemboca en el Tiber.
La famosa inspiración de JUAN XXIII en San Pablo Extramuros sigue siendo un enigma. Sería interesante conocer si Jules Isaac o las organizaciones judías desempeñaron algún papel en la decisión que tomó. Se sabe que en 1923 los cardenales desaconsejaron a PIO XI una convocatoria semejante. El cardenal Billot había incluso predicho al Sumo Pontífice: ¿Acaso no debemos temer que el Concilio sea “maniobrado” por los peores enemigos de la Iglesia, los modernistas, que como los informes muestran con evidencia, se prepararan para aprovecharse de los Estados Generales de la Iglesia (es decir, un Concilio – n.d.t.) y hacer una revolución, un nuevo 1789? Citado por Mons. Tissier de Mallerais en Marcel Lefebvre, Clovis, 2002, P. 289.).
A mediados de junio de 1960 y por consejo de Mons. Julián, Isaac se dirigió al cardenal Agustín Bea, jesuita alemán. “Encontré en él un fuerte apoyo”. Es cierto que las malas lenguas decían que el cardenal Bea era “judío de corazón”. (Edit. Du Cedre, París, 1982. – Lo difundían los diarios egipcios. Ver la obra de Bea La Iglesia y los Judíos, Cerf, 1967, y el artículo del cardenal J. Willebrands “Contribución del cardenal Bea al movimiento ecuménico, a la libertad religiosa y a la instauración de nuevas relaciones con el pueblo judío”, D.C. 79. (1982), p.199-207.).
Isaac obtuvo un apoyo mayor al que podía esperar ya que sin muchas dificultades logró una audiencia con JUAN XXIII el 13 de junio de 1960. En esta ocasión Isaac entregó al Papa un memorando titulado: Necesidad de una reforma de la enseñanza respecto a Israel. “Pregunté si podía abrigar alguna esperanza”, recuerda Isaac. JUAN XXIII respondió que tenía derecho a tener algo más que esperanza, pero “que no era un monarca absoluto”. Tras la partida de Isaac, JUAN XXIII se esforzó en hacer comprender claramente a los funcionarios de la Curia Vaticana que se esperaba una firme condena del “antisemitismo” católico durante el Concilio que terminaba de convocar. Desde entonces, se sucedieron gran número de intercambios entre las oficinas del Concilio y el Comité Judío Norteamericano, la Liga Antidifamatoria y la B’nai B´rith. Estas asociaciones judías supieron hacer escuchar fuertemente su voz en Roma. (Ver el artículo “Como los judíos cambiaron el pensamiento católico” de Joseph Roddy en la revista Look del 25 de enero de 1966, artículo y publicado en LE SEL DE LA TIERRA, nº 34, otoño 2000, p. 196-215. Estas líneas remiten a ese artículo).
En efecto, si Isaac TRABAJABA A DESTAJO, NO ERA EL ÚNICO EN HACERLO. El rabino Abraham J. Heschel del Seminario teológico judío de Nueva Cork, que treinta años antes había oído hablar de Bea por primera vez en Berlín, trató de encontrar al cardenal en Roma. En esta ocasión, los dos hablaron de dos expedientes preparados por el Comité Judío Norteamericano
Uno sobre la imagen de los judíos en la enseñanza católico y otro de veintitrés páginas sobre los elementos antijudíos en la liturgia católica.
Heschel declaró que esperaba que el Concilio purgara la enseñanza de toda sugerencia de que los judíos eran una raza maldita. De esta suerte, añadió Heschel, el Concilio en modo alguno debe exhortar a los judíos a convertirse al cristianismo. (Mucho se podría escribir sobre los años de preparación del  Concilio – hombres, relaciones, redes, proyectos, publicaciones, planes, amistades, enemistades, etc… -).
León de Poncins, El Judaísmo y el Vaticano. Tentativa de Subversión Espiritual, edit. Saint Rémi, 2001, p. 204. El parecido que se encuentra con las reflexiones vertidas en la declaración del episcopado norteamericano sobre los judíos, del 13 de agosto de 2002, es algo espantoso: “¿Deberían los cristianos invitar a los judíos a bautizarse? Es una cuestión compleja, no sólo en términos de la autodefinición teológica cristiana, sino también en razón de la historia de los bautismos forzados de judíos por parte de los cristianos. En un estudio notable y siempre vigente presentado en el sexto encuentro del Comité de Enlace Internacional católico-judío en Venecia hace veinticinco años, el profesor Tommaso Federico examinaba las implicancias fisiológicas de Nostra AEtate sobre bases históricas y teológicas, argumentando que en la Iglesia no debería haber ninguna organización, del tipo que fuese, dedicada a la conversión de los judíos”. Reflexiones sobre la Alianza y la Misión, documento por el Comité del Episcopado Norteamericano para los asuntos ecuménicos e interreligiosos, junto Consejo Nacional de Sinagogas, donde se afirma que la conversión de los judíos es un objetivo inaceptable. Washington, 13 de agosto, 2002.).
Al mismo tiempo, el Dr. Goldmann, jefe de la Conferencia Mundial de Organizaciones Judías, también comunicó sus aspiraciones a JUAN XXIII. Del mismo modo, la B’nai B’erit ejerció presión para que los católicos reformasen su liturgia y suprimiesen en ella toda palabra que pudiera parecer desfavorable a los judíos o que recuerde el “deicidio”.
Doctas cabezas mitradas, próximas a la Curia, advirtieron que los obispos, en el momento del Concilio, harían bien en no “tocar” este tema, aunque con báculos de tres metros de largo. Sólo quedaba consultar a JUAN XXIII, que dijo que no debían hacerlo. 
En Roma se trabajó, pues, en la redacción de un texto sobre el judaísmo, en la cual intervinieron el padre Baum y Mons. John Osterreicher, miembros del estado mayor de Bea. La declaración que contenía una refutación clara de la acusación de deicidio debía presentarse en la primera Sesión del Concilio que iba a abrirse el 11 de octubre de 1962. La redacción plugo al Congreso Judío Mundial, que comunicó su satisfacción y decidió enviar al doctor Cain Y. Wardi en calidad de observador oficioso al Concilio.
Inmediatamente llovieron sobre el Vaticano protestas de los países árabes, indignados por el tratamiento preferencial concedido a los judíos. En consecuencia, en junio de 1962, la Secretaría de Estado, de acuerdo con el cardenal Bea, hizo retirar del orden del día la discusión sobre el proyecto de declaración sobre los judíos preparado por el Secretariado para la Unidad de los Cristianos.
Una agencia tan próxima a la Curia como para tener las direcciones privadas de 2.200 cardenales y obispos que residían temporalmente en Roma, envió a cada uno un libro de 900 páginas titulado “Complot contra la Iglesia” firmado bajo el seudónimo de Maurice Pinay. La tesis del libro, refrendada por muchos hechos y citas, consistía en que los judíos siempre pretendieron infiltrar la Iglesia para subvertir su enseñanza, estado ahora a punto de lograr su objetivo. El libro debía prevenir a los Padres conciliares acerca de una maniobra subversiva en el seno del Concilio, de suerte que se imponía obrar con mucha prudencia.
La exclusión del proyecto de declaración sobre los judíos en la primera sesión del Concilio fue todo un fracaso para Bea, pero no se logró abatir. El 31 de marzo de 1963, rodeado del máximo secreto, se reunió en el hotel Plana de Nueva York con las autoridades del Comité Judío Norteamericano, que presionaron para que los obispos cambiasen la teología de la Iglesia en punto a la historia de la salvación. “Se acusa a los judíos globalmente – dijo – de ser culpables de deicidio y se supone que sobre ellos pesaría una maldición”. 
(Joseph RODDY, ibídem, p.201/ Estos dos personajes eran oficialmente conversos del judaísmo. / Historia del Concilio Vaticano II, obra dirigida por G. Alberigo, París,  Cerf/Peeters, 1997, t. 1, p. 440-441. / Joseph Roddy escribe: Bea no quería que la Santa Sede o la Liga árabe supieran que se encontraba ahí para escuchar las preguntas sobre las cuales los judíos aguardaban una respuesta”, ibídem. p. 202.
“Los capítulos IV y V, concernientes a los judíos y a la libertad religiosa, provocaron los debates más tempestuosos entre renovadores y tradicionalistas. Lo que está en juego no es ni más ni menos que la renuncia, por parte de la Iglesia, al monopolio de la única verdad”. Henri Tincq, L’Étoile et la croix. Jean-Paul-Israël-L´ explication, París, J. C. Lattêsse, 1993, p. 30. Los patriarcas orientales defenderán valerosamente la teología. Entre ellos hay que citar al cardenal Tappouni, patriarca sirio de Antioquia, a Maximos IV, patriarca melquita de Damasco, al patriarca copto Esteban I Siderous y al patriarca latino de Jerusalén.
Y también Los hebreos y el Concilio, obra de un cierto Bernardus V. René Laurentin, La Iglesia y los Judíos en el Vaticano II, Casterman, 1967.
El deicidio a la luz del Concilio es todo un tema para estudio. En efecto, se produjeron debates de los más vivos y apasionantes. Por ejemplo, Bea afirma que “si bien es cierto que el Sanedrín de Jerusalem  representaba al pueblo judío, ¿habrá comprendido  plenamente la divinidad de Cristo?  Si la respuesta es negativa, entonces no hubo deicidio formal”. Por su parte, el arzobispo de Palermo, cardenal Ruffini, tomará la palabra para exclamar: “No se puede decir que los judíos son deicidas por la sencilla razón que no se puede matar a Dios”. Ver Henri Tincq, ibíd. P. 36 y R. Braun, “¿Es deicida el pueblo judío?”, artículo publicado en la revista   Encuentros de Cristianos y Judíos, nº 10, suplemento, 1975, p. 54 a 71. El tema sigue siendo de extrema actualidad por la polémica levantada alrededor de la película de Mel Gibson The Passion, cuyo estreno para Pascua 2004.)
Estos encuentros mantenidos oficialmente en secreto causaban inquietud entre buenos obispos. Roddy revela que “esta suerte de reuniones cumbres hechas bajo cuerda, lo que condujo a los conservadores a afirmar que los judíos norteamericanos formaban el nuevo poder que actuaba a espaldas de la Iglesia”, ibíd. P. 206. )

Refutó estas dos acusaciones y tranquilizó a los rabinos que, presentes en la sala, quisieron saber si la declaración diría explícitamente que el deicidio, la maldición y el rechazo del pueblo judío por Dios no eran sino errores de la doctrina cristiana, ¡Bea respondió de modo evasivo y todos se despidieron con una copita de jerez¡.
Poco después se estrenó la película El Vicario de Rolf Hochhuth, que calumniaba a PIO XII por su actitud durante la guerra. El medio de presión era poco elegante, pero podía influir la asamblea conciliar.
Durante la segunda sesión del Concilio, en otoño 1963, se entregó a los obispos la declaración sobre los judíos. Hacía parte del capítulo IV una declaración sobre el ecumenismo, lo que aparentemente le permitía pasar más inadvertida. El Sr. Schuster, director del área europea del Comité Judío Norteamericano, juzgó que la distribución del proyecto a los Padres conciliares fue uno “de los momentos más importantes de la historia”. El texto fue largamente discutido pero sorprendido retirado al final retirado al final de la sesión. Los representantes de la ortodoxia terminaban de distribuir varios ejemplares de Los judíos a la luz de la Escritura y la Tradición, que debía alertar a los Padres conciliares acerca de las maniobras del enemigo. Todo parece indicar que, una vez más, las advertencias fueron escuchadas. “Algo sucedió entre bastidores” – comentó la Conferencia Nacional Católica de Ayuda Social.
Sin entrar en el detalle de esta larga histórica, digamos que otros dos proyectos serán propuestos y discutidos detenidamente durante las sesiones III y IV. Entre 1964 y 1965 se multiplicarán las intervenciones judías ante Pablo VI. Los personajes más influyentes ante el papa fueron Joseph Lichten, de la Liga Antidifamatoria de la B’nai B’erit, Sacaría Schuster y Leonard Sperry del Comité Judío Norteamericano, el cardenal estadounidense Spellman, Arthur J. Goldberg, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos y el rabino Heschel.
Roddy revela que “(antes de la III sesión) seis miembros del Comité Judío  Norteamericano fueron recibidos en audiencia papal. El Santo Padre manifestó a los visitantes su aprobación a las manifestaciones del cardenal Spellman en el sentido de la no culpabilidad de los judíos”. Un poco más adelante, subraya que “Heschel se entrevistó con Pablo VI en compañía de Schuster, perorando enérgicamente sobre el deicidio y la culpabilidad, y solicitando que el Pontífice ejerciera presión a fin de obtener una declaración prohibiendo a los católicos todo proselitismo respecto a los judíos.
 (Sobre el esquema preparatorio, comenta Henri Fesquet: “Noventa y nueve Padres votaron negativamente, mil seiscientos cincuenta por la afirmativamente, y doscientos cuarenta y dos afirmativo con reservas. Los obispos orientales intervinieron en bloque declarando su oposición de principio a toda declaración sobre los judíos por parte del Concilio. Con todo, el escrutinio final recién tendrá lugar al fin de la sesión IV en 1965”, Le Monde, 27 de noviembre, 1964.
León de Poncins, El problema frente al Concilio, p. 7.
Mons. Luigi Carli, fiel amigo de Mons. Lefebvre en el Coetus Internationalis Patrum, publicó en su boletín diocesano de febrero, 1965, que  “los judíos de la época de Cristo y sus descendientes hasta el día de hoy son colectivamente  culpables de la muerte de Cristo”.
André  Chouraqui, Le Reconnaissance. Le Saint-Siége, les juifs et Israël, París, Robert Laffont, 1992, p. 200./ En cursiva en el texto.
Coloquio de la Universidad de Friburgo, 16-20 de marzo, 1998, sobre el tema: Judaísmo. Antijudaísmo y Cristianismo, Saint Maurice, edit. S. Agustín, 2000, ibíd., p. 129. 
Creador del sitio: www.chrétiens-et-juifs.org.
El diálogo con la Iglesia, ¿es bueno para los judíos? Bruselas, sept., 1997.
Paul Giniewki, Antijudaísmo cristiano. Un cambio, París, Salvador, 1993, p. 506. La lectura de esta obra se impone a todo el que quiera comprender los acontecimientos a la luz de la lucha entre la Iglesia y la sinagoga.)
El 20 de noviembre de 1964, en la sesión III, los obispos y cardenales reunidos votaron por gran mayoría el esquema provisorio que trata la posición de la Iglesia frente al judaísmo. León de Poncins se apresuró a redactar un opúsculo titulado el Problema Judío frente al Concilio, que se distribuyo a todos Padres antes de la Cuarta y última sesión. Era la última advertencia. En su introducción, el autor comprueba “de parte de los Padres conciliares una ignorancia profunda de la esencia del judaísmo”. El folleto produjo efecto, permitiendo a la “coalición por el rechazo” aguzar sus argumentos. Este frente consiguió que se descartasen algunas frases de la primera versión tales como “aún cuando una gran una gran parte del pueblo elegido permanece provisionalmente lejos de Cristo, es injusto llamarlo pueblo maldito o pueblo deicida”, que fue sustituida por aquella que aparece en la versión definitiva de Nostra Aetate, finalmente adoptada en la sesión IV del 28 de octubre de 1965 por 2221 votos contra 88: “Los judíos no deben ser presentados ni como réprobos ni como malditos por Dios, como si tal se derivara de la Escritura”. Un texto de compromiso sale a la luz después de años terribles de una guerra doctrinal sin precedentes, de luchas de influencia entre la Curia y entre los Padres conciliares, de difusión de numerosos libelos para defender la teología de salvación enseñaba por la Iglesia durante dos milenios. En general, como esperaban más, los judíos quedaron decepcionados por el contenido del documento. Pero una puerta terminaba de abrirse y era difícil volverla a cerrar. En efecto, con Nostra Aetate los obispos de la Iglesia Católica presentaban por primera vez una imagen positiva y atrevida de los judíos infieles.
André Chouraqui lo destaca oportunamente: “de repente, la Iglesia, afectada por una amnesia más o menos total a lo largo de dos mil años, se acuerda del vínculo que la une a la descendencia de Abraham –Israel- , reinstalando así el privilegio de mayorazgo en el contexto de la familia del pueblo de Dios. Este reconocimiento teológico elemental fue enriquecido con un contenido de los siglos no podrán agotar (…) Se necesitaron veinte siglos para que la Iglesia tomara conciencia de sus raíces judías. (…) Por  añadidura, la Iglesia rechaza categóricamente toda forma de proselitismo a su respecto, proscribiendo lo que antes había admitido”.
 Jean Halpérin, miembro de la oficina del Congreso Judío Mundial con sede en Ginebra, confirma las observaciones de Chouraqui durante un coloquio tenido en Friburgo:
Hay que destacar que la declaración Nostra Aetate de 1965 abrió verdaderamente el camino hacia un diálogo absolutamente nuevo e inauguró una nueva perspectiva de la Iglesia Católica respecto a los judíos y al judaísmo, manifestando su disposición a reemplazar la enseñanza del desprecio por la del respeto”.
Ménahme Macina ratifica esta afirmación:
Es necesario no olvidar el inmenso progreso que representa la declaración Nostra Aetate respecto a la situación previa. Una sola observación permitirá apreciar el camino recorrida. Quizás sepan que se promulgan documentos destinados a toda la cristiandad, los papas y los concilios tienen la costumbre de buscar y citar textos de sus antecesores que van en el sentido de lo que se proponen enseñar, con el fin de evidenciar la continuidad de la doctrina y tradición eclesiales. Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre con el pasaje que el Concilio dedica a la religión musulmana, en la declaración sobre de los judíos no hay ninguna referencia a precedente alguno positivo, ya sea de Padres, escritores eclesiásticos  o papas.
Podrían citarse muchos testimonios que confirman este análisis, pero concluyamos con el de Paul Giniewski en su importante obra Antijudaísmo cristiano-El cambio:
“El documento sobre judíos, que se podría considerar como la conquista un objetivo, resultó, en cambio y muy rápidamente, el principio de una nueva era en la feliz evolución de las relaciones judeocristianas.
Se abrió una puerta… Los hombres de la Iglesia admitían que los judíos ya no eran “un pueblo maldito”. Maldito no, ¿pero tampoco réprobo? “De ahora en más – dice incluso Chouraqui – la Iglesia reconoce la permanencia del judaísmo en los planes de Dios y el carácter irreversible de los principios sentados por Nostra Aetate, que dan de plano con toda restricción y toda ambigüedad en el diálogo con los judíos”. La semilla había sido plantada, sólo bastaba esperar creciera…
Por tanto, de allí en más había que avanzar en el camino del mutuo reconocimiento de judíos y cristianos. Es imposible hacer un saldo de beneficios y pérdidas de dos mil años ensangrentados.
La purificación del espacio ya podía comenzar… (Jules Isaac dixit).
(En una intervención ante el Congreso Judío Europeo celebrado en París, 2002, el cardenal Lustiger supo resumir admirablemente la historia de las relaciones judeocristianas entre 1945 y 1965: “Los signatarios de Seelisberg se tomaron su tiempo, Jules Isaac golpeó a la puerta y el Concilio Vaticano II la abrió a través de la declaración Nostra Aetate”. Difícilmente se podría sintetizar mejor. La Promesa, ibíd., p. 187. / Cardenal Lustiger, ibíd., p. 187. /
La expresión pertenece a Lustiger, en un discurso pronunciado en la sinagoga de Nueva Cork: “La Iglesia condensó esta toma de conciencia en la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, y desde hace treinta años, dio lugar a numerosas tomas de posición, particularmente bajo el impulso del papa Juan Pablo II. Pero esta nueva comprensión  aún debe transformar a fondo los prejuicios, las ideas de tantos pueblos del espacio cristiano, cuyo corazón todavía no está purificado, (Jules Isaac dixit), por el espíritu del Mesías”, ibíd. ¿Qué es este “Espíritu del Mesías?”
F. Lovsky, El reino dividido: judíos y cristianos. Ed. San Pablo, 1987.
 Las revistas Istina y Sens reprodujeron ampliamente los debates y los nuevos teológicos. Ver, entre otros, Ensayo de programas para una teología después de Auschwitz, de Franz Mussner, Istina, nº 36, 1991, p. 346-351.
Ver “Católicos y judíos: una nueva visión. Notas de la comisión vaticana para las relaciones con el judaísmo”, DC, 1827 (1985), p. 733-738. Ver también: Discurso de Juan Pablo II a los delegados de las conferencias episcopales para las relaciones con el judaísmo”, CD 1827 (4 de abril, 1982), p. 339-340. /
Ver el sitio del Servicio de Informes de Documentación Judía y Cristiana. La portada presenta el sitio así: “¿Qué es el S.I   .D.I.C. ¿ .Un organismo católico animado por las hermanas de Notre-Dame de Sión. ¿Su objetivo? Trasladar a la vida de los cristianos las directivas del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia y el pueblo judío. ¿A quiénes se dirige?  A todo cristiano deseoso de profundizar su fe hasta sus raíces judías, de luchar contra el antisemitismo, de conocer y reconocer a su hermano judío”. ¿Dónde está el espíritu católico de los hermanos Ratisbona, que querían ganar a los judíos para Cristo Redentor?/
Reflexiones sobre la Alianza y la Misión, documento publicado por la Comisión del Episcopado Norteamericano para Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos y el Consejo Nacional de Sinagoga, afirmando que la conversión de los judíos constituye un objetivo inaceptable, Washington, 13 de agosto,2002./  

De la purificación « del espacio cristiano » a la introducción de la religión de Noé.

1. “Purificación del espacio cristiano”.

Al principio los cristianos dijeron: “Nosotros también somos Israel”.
Luego afirmaron: “Nosotros también somos el verdadero Israel”.
Un poco más tarde: “Sólo nosotros somos el verdadero Israel”. F. Lovsky.

… preparando poco a poco al mundo cristiano para asumir una nueva teología de las relaciones de la Iglesia con el judaísmo. El objetivo de las directivas del Vaticano y de los episcopados desde hace casi cuarenta años se encaminó a transformar la mentalidad por medio de un “gran esfuerzo de educación” de los pueblos del “espacio cristiano”. Este esfuerzo tiende a:
  1. recordar la perpetuidad de la primera Alianza;
  2. inculcar el aprecio del pueblo judío (infiel), “pueblo sacerdotal;
  3. renunciar a la conversión de los judíos;
  4. familiarizarse constantemente con el diálogo y la cooperación con el judaísmo;
  5. preparar los caminos a la religión noáquida.
Altas autoridades vaticanas indujeron a los episcopados a publicar declaraciones cuyo contenido teológico se opone claramente al magisterio de la Iglesia.

a)      La nueva “teología de la Alianza” según el episcopado
Podemos ilustrar nuestra observación con dos ejemplos: el texto de la Comisión del Episcopado francés para las Relaciones con el Judaísmo (Pascua, 1973) y las Reflexiones sobre Alianza y la Misión del episcopado norteamericano (13 de agosto, 2002). A juicio de los judíos, son dos declaraciones cuyo contenido sobrepasan ampliamente las afirmaciones del Concilio.
Los aspectos heterodoxos no escapan a la consideración de persona alguna.
Los cristianos no deben ver al judaísmo como una realidad solamente social e histórica sino esencialmente religiosa; no como reliquia de un pasado venerable y acabado, sino como una realidad viva a través del tiempo. Las principales señales de esta vitalidad del pueblo judío son: el testimonio de su fidelidad colectiva al único Dios, su fervor en escrutar las Escrituras para descubrir, a la luz de la Revelación, el sentido de la vida humana, la búsqueda de su identidad en medio de otros hombres, sus constantes esfuerzos por congregarse en una comunidad reunificada. Como cristianos, estos signos nos plantean un interrogante que toca al corazón de nuestra fe: ¿Cuál es la misión propia del pueblo del pueblo judío en el plan de Dios?
Una elección que perdura: la primera Alianza no ha caducado. Contrariamente a lo que sostuvo una exégesis tan antigua como cuestionable, no se podría deducir del nuevo Testamento que el pueblo judío ha sido privado de su elección. El conjunto de las Escrituras, por el contrario, nos invita reconocer la fidelidad de Dios a su pueblo en la preocupación de fidelidad del pueblo judío a la Ley y a la Alianza. La primera Alianza, en efecto, no queda abrogada por la nueva. El pueblo judío tiene conciencia de haber recibido, a través de su vocación particular, una misión universal frente a las otras naciones.
¿Cuál es esta misión? Lo estudiaremos en un próximo apartado. La segunda declaración, más reciente, es de los obispos norteamericanos. Es realmente impresionante:
El pensamiento católico romano manifiesta un creciente respeto por la tradición judía que se desarrolla desde el Concilio Vaticano II. La profundización de la valoración católica sobre la alianza eterna entre Dios y el pueblo judío, así como el reconocimiento de la misión que Dios asignó a los judíos de atestiguar el amor fiel de Dios, llevan a concluir que las acciones encaminadas a convertir a los judíos al cristianismo ya no teológicamente aceptables en la Iglesia Católica.

b)      “Cambiar la teología” de los teólogos
Los testimonios de teólogos sobre la perpetuidad de la primera Alianza son tan abundantes que podría reproducirse una letanía de citas. He aquí algunas:
Quizá sea necesario ir al fondo del asunto: avizorar, bajo las nuevas perspectivas, la idea de un derrocamiento de la religión-madre por la religión-hija. La noción de una sustitución de la antigua Alianza por la nueva está en el origen mismo de la división judeocristiana y sus consecuencias. En uno de sus grandes estudios teológicos, significativamente titulado “La alianza nunca derogada”, Norbert Lohfink, jesuita, profesor de investigación bíblica en la universidad pontificia de Roma, afirma categóricamente que “la concertación cristiana ordinaria sobre la nueva Alianza favorece el antijudaísmo”.
Creemos que Cristo instauró una nueva Alianza. ¿Caducó con ello la antigua? Lo sostuvimos durante mucho tiempo y probablemente existen cristianos que aún lo piensan.
En un coloquio titulado Proceso a Jesús, ¿proceso a los judíos?, Alain Marchandur no duda en afirmar:
Durante mucho tiempo los cristianos percibieron a Israel como una clase de órgano testigo de una realidad absorbida esencialmente por el cristianismo convertido en nuevo Israel. Semejante lenguaje es indefinible: Israel existe con su historia, sus instituciones, sus textos. El judaísmo no se extinguió con la llegada del cristianismo (…) Sigue siendo el pueblo de la Alianza.
Charles Perrot, profesor del Instituto Católico de París, manifiesta una idea similar:
Si la Iglesia sustituye a Israel, si lo reemplaza, esto no significa que también lo elimine, por absorción o algo peor aún. Ahora bien, expresarse así es peligroso. ¿Es admisible hoy en día?

c) Hacer que las élites “revisen la historia cristiana”

Al igual que su teología, la Iglesia debe “revisar” su historia. En ese sentido, el Vaticano multiplica las reuniones de expertos. En Roma o en otras ciudades europeas se celebran distintos coloquios que tienen por tema la historia de la Iglesia en relación a su actitud frente al judaísmo. El 30 de noviembre de 1997 tuvo lugar en Roma un encuentro sobre las raíces del antijudaísmo cristiano. Historiadores venidos de todo el mundo escucharon a expertos en relaciones judeocristianos.
Claude-Francoise Jullian nos cuenta en Le Nouvelle Observateur cuál fue el objeto del debate:
Todos expertos reafirmaron los orígenes judíos del cristianismo y calificaron la teología de la sustitución – esto es, la nueva Alianza en Cristo, que rompe con la Antigua – como una aberración.
Al abrir el simposio, el cardenal Etchegaray (Presidente del Comité de Organización del Jubileo) explicó con voz rocosa, salida de las gargantas pirenaicas: “Se trata de que examinemos las relaciones a menudo alteradas entre  judaísmo y cristianismo”. El pensamiento fue recogido por el animador del encuentro, el dominico suizo Georges Cottier, teólogo privado del Papa (y Presidente del Comité histórico-teológico del Jubileo), que recordó: “nuestra reflexión apunta al plan divino de la salvación y a lugar que corresponde al pueblo judío, pueblo de la elección, de la alianza y de las promesas”.
“La aberración de la teología de la sustitución es un punto esencial, admitido desde el Vaticano II, pero difícil de hacer aceptar por las bases”- afirma un participante.
El periodista de un semanario se preguntaba: “¿Por qué Roma reúne a los expertos de cinco continentes para comprobar una cosa hoy parece ya una verdad de fe? 
Otro coloquio se celebró a la Universidad de Friburgo del 16 al 20 de marzo de 1998 sobre el tema Judaísmo, antijudaísmo y cristianismo. Las actas se publicaron en las ediciones de Saint-Augustin del año 2000 y todas las intervenciones revisen el mayor interés.
Más recientemente aún, el Congreso Judío Europeo organizó en París el 28 y 29 de enero de 2002 los Encuentros Europeos entre Judíos y Católicos sobre el tema: Después del Vaticano y Nostra Aetate: profundización de las relaciones judeocristianas en Europa bajo el pontificado de Juan Pablo II. En su transcurso se honraron se honraron varias personalidades comprometidas en el diálogo entre judíos y cristianos.
Unas jornadas vespertinas efectuadas en los salones del Hotel de la Ville de París el 28 de enero de 2003 reunió a 700 personas, tanto judíos como católicos. En la lista de oradores figuraban Maître Henri Hajdenberg, presidente de estos encuentros, el profesor Jean Halpérin, del Comité de Enlace entre judíos y católicos, el cardenal Lustiger, el gran rabino de Moscú, Pinchas Golschmidt, el gran rabino René Samuel Sirat, el doctor Michel Friedman, vicepresidente del Congreso Judío Europeo y el cardenal Walter Kasper, Presidente de la Pontificia para las relaciones religiosas con  el Judaísmo. En sus  discursos todos los oradores destacaron de cuánta importancia habían sido los pasos dados desde Nostra Aetate…   
Muchas cosas se dijeron esa tarde sobre las actuales relaciones entre judíos y cristianos. Sopló un nuevo espíritu, que realmente tomo nota de los gestos, de las palabras de los católicos, especialmente de Juan Pablo II. “Una nueva página, una nueva etapa”, ese es el sentimiento que, por otra parte, iba a confirmarse en el transcurso del día siguiente. Después de las exposiciones de los distintos oradores y de la proyección de la película “El Papa Juan Pablo II en Tierra Santa”, se hizo un gran silencio en la extensa sala. Durante el día siguiente, 29 de enero, ante un público más limitado y en presencia y en presencia de varios cardenales, obispos y personalidades judías, de algunas delegaciones venidas de Alemania, Austria, Bélgica, Italia, Suiza y Polonia, en un mismo clima de positividad y de verdad se abordó el tema: “La evolución de las relaciones judeocatólicas. De la teoría de la sustitución al respeto mutuo. Acerca de la necesidad de la necesaria transmisión de la memoria de la Shoa en el contexto actual”.
Por la tarde, diversos oradores expusieron sobre “Los retos de la asimilación y la secularización, la evolución de las relaciones judeocatólicas con el Estado de Israel y Jerusalén”. Las jornadas concluyeron con una declaración común de judíos y católicos”.
Podríamos multiplicar los informes sobre distintas reuniones, congresos, jornadas, etc., etc., que pululan año a año.
( Reflexiones sobre la Alianza y la Misión, documento publicado por la Comisión del Episcopado Norteamericano para Asuntos Ecuménicos e Interreligiosas y el Consejo Nacional de Sinagoga, afirmando que la conversión de los judíos constituye un objetivo inaceptable, Washington, 13 agosto, 2002./ Paul Giniewski, Antijudaísmo Cristiano. Un Cambio, París, 1993, Salvador, P. 391. Las citas que siguen se extraen de esta obra./
R. Padre Jean Dujardin, intervención durante un “Encuentro de jóvenes”, marzo, 1998, revista Sens, nº 12, p. 533./
Alain Marchandour, intervención en el coloquio Juicio a Jesús, ¿juicio a los judíos?, noviembre, 1996, Cerf, 1998, p. 11./
Charles Perrot, “La situación religiosa de Israel según Pablo”, en Juicio a Jesús, ¿juicio a los judíos?, ibíd., p.134-136./
Le Nouvel Observateur, 22-28 de febrero, 1998, p.110./
La relación de estas jornadas se encuentra en el sitio de las Hermanas de Notre-Dame de Sión. Los segundos encuentros europeos entre judíos y católicos tuvieron lugar en París, el 11 y 12 de marzo de 2003./
DC 1985, 733-738./ 
Discurso de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma, en Judíos y cristianos, París, Cerf. 1986, p.54-55. Ver DC 1986, 433-439. El grave problema reside en el aprecio manifestado a judíos infieles, que no han reconocido a Jesucristo como Mesías, ni a la Iglesia Católica como única arca de salvación./
Declaración de los Sabios Judíos Norteamericanos, septiembre, 2000, Ver el sitio www.chrétiens-et-juif.org. André Paul, biblista y teólogo, parece rechazar el “sionismo” del cardenal Lustiger (La Promesa): “Al galope de patéticas exégesis, donde se da rienda suelta a un lenguaje estereotipado a la manera de una gnosis judeocristiana, se suceden invitaciones -¡cuán encomiables¡- al “conocimiento recíproco” (p.189) de judíos y cristianos, pero es para afirmar, sin rodeos esta vez, que el sionismo político establecido en 1948 es algo “necesario” (p.182), más aún, que es un don de Dios”. L’ Express, nº 2683, 5-11 de diciembre, 2002, p. 96. Para los judíos, su presencia en la Tierra Santa reviste obviamente un carácter teológico. Por lo que hace a la reconstrucción del Templo, el proyecto avanza bien./
Paul Giniewski, Antijudaísmo cristiano. Un Cambio, ibíd. /
París, edit. Biblieuope & F.S.J.U., 2002. Si el pueblo judío es un pueblo de “sacerdotes”, ¿qué sucede con el sacerdote católico, alter Christus, en esta nueva teología? ¿No debe desaparecer? ¿Deberá cambiar su naturaleza? Sabemos que Satanás siempre aborreció el Santo Sacrificio de la Misa y que por todos los medios pretende erradicar el sacerdocio y el Sacrificio de la Nueva Alianza. En 1988 sufrió una derrota: Mons. Lefebvre salvo el episcopado y el sacerdote por la consagración de verdaderos obispos católicos, los únicos que pueden ordenar verdaderos sacerdotes católicos. El sacrificio redentor podrá perpetuarse y seguir salvando almas./
Ver lo que André Chouraqui pedía ocho años antes (1992) en un capítulo titulado “Por un gran perdón universal”: “Algunos cristianos desearían que la Iglesia Católica organizara una ceremonia solemne de expiación y un pedido de perdón por los crímenes, injurias y daños causados por los cristianos directa o indirectamente a los judíos”, ibíd., p. 214. Ver también Frère Johanan, Judíos y Cristianos, de ayer al mañana, Cerf, 1990, p. 56: “Por desgracia, el balance general de los cristianos frente a los judíos a lo largo de la historia es tremendo. La Iglesia Católica tiene el deber grave y urgente de expresar PUBLICA y OFICIALMENTE SU PROFUNDO PESAR por todo el mal cuya causa principal radica en la enseñanza cristiana”. Chouraqui revela: “Este pedido de perdón fue sugerido desde 1945 por voces autorizadas, en particular, por Jacques Maritain, Paul Claudel, y más recientemente, el cardenal Etchegaray, ibíd. P. 214./ )
  
d) Cambiar el contenido de la predicación y de la catequesis

Los documentos romanos del 24 de junio de 1985 – Notas para una correcta presentación de los judíos y del judaísmo en la predicación y la catequesis – deben leerse y meditarse a la luz de lo que se ha dicho precedentemente.

e) Cambiar los espíritus por gestos espectaculares

Un ejemplo de esta afirmación es el gesto de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma del 13 de abril de 1986. La visita fue todo un símbolo: “La Iglesia de Cristo. Por medio de Juan Pablo II, se traslada a la sinagoga y descubre su vínculo con el judaísmo explorando su propio misterio”. Con ese motivo, Juan Pablo II dirá:
La religión judía no nos es “extrínseca”, sino que en determinado sentido es “intrínseca” a nuestra religión. Tenemos, pues, a su respecto, relaciones que no tenemos con ninguna con ninguna otra religión. Vosotros sois nuestros hermanos preferidos, y se podría decir en cierto sentido, nuestros hermanos mayores.

f) Los cristianos deben respetar el derecho de los judíos a la tierra de Israel, centro físico de la Alianza.

El acontecimiento más importante para los judíos desde el holocausto fue el restablecimiento de un Estado judío en la Tierra prometida. Como miembros de una religión basada en la Biblia, los cristianos deben valorar que la tierra de Israel haya sido prometida y dada a los judíos en calidad de centro físico de su Alianza con Dios.
A los cristianos no les queda más alternativa que alegrarse de la presencia de los judíos en Tierra Santa…
Paul Giniewski analiza la enseñanza de los últimos años en términos del pensamiento judío distinguiendo tres etapas:
. “viduy”, es decir, el reconocimiento sincero del incumplimiento y las faltas;
. “teschuva”, que supone la conversión a la conducta contraria;
. finalmente, el más importante, “tikkun”, es decir, la reparación.
¿Hasta dónde hemos llegado? – se pregunta el escritor judío. Hasta el “teschuva”, responde, sin el menor margen de duda. Ésta no terminará “hasta que la enseñanza del aprecio se traduzca en textos didácticos y su propagación haya suscitado numerosas vocaciones de alumnos y profesores de la novedad. El objetivo es ambicioso: hacer oír y aceptar una enseñanza que decía lo contrario de lo que hasta ahora se enseñó (…). De esta forma, se descrucificará a los judíos”.
Por último, la Iglesia deberá reparar. Algunos ya han previsto lo que será el “tikkun”…
Los judíos podrán entonces retomar su papel en medio de las naciones, un rol explicado e muchas obras e inteligentemente resumido en un panfleto firmado por Patrick Petit-Ohayon, La Misión de Israel, un pueblo de sacerdotes.

2) El pedido de perdón del año 2000 o “viduy”.

En San Pedro, Roma, el 12 de marzo del año 2000, Juan Pablo II, en nombre de la Iglesia Católica, hace el “mea culpa” por los pecados cometidos por los cristianos a lo largo de la historia. Este gesto no se comprende si no se coloca en el contexto de la toma de conciencia de una Iglesia que, “por la Inquisición” (sistema de violencia, de apremio), persigue al pueblo de la Alianza, desposeído y oprimido al mismo tiempo. Los cristianos, pues, acaban de hacer su “viduy”.
Y para que todo quede suficientemente claro a cristianos y judíos, el texto de arrepentimiento fue colocado por el propio en un intersticio del Muro de los Lamentos, vestigio del Templo de la primera Alianza, que sólo aguarda su reconstrucción en la capital religiosa de la Alianza redescubierta: Jerusalén destrona a Roma, la usurpadora.

3) Hacia la religión noáquida

Si la Iglesia ya no es el verdadero Israel, ¿en qué debe transformarse en esta nueva teología de la salvación?
En este extenso estudio no podemos agotar todos los aspectos de la religión noáquida. Esta religión introducida en el Vaticano II debe suplantar el catolicismo. El tema es tan extenso que podría consagrársele unas jornadas de estudio. Señalemos algunos hitos históricos y desataquemos varios aspectos de este nuevo “catolicismo”.
Después de la Revolución Francesa, que emancipó a los judíos y posibilitó su inserción en las sociedades civiles, los rabinos y los pensadores del Judaísmo se plantearon el interrogante sobre el problema religioso del mundo por venir. Se acercaba el retorno a la tierra de Israel y se imponía solucionar la cuestión religiosa que no iba a dejar de plantearse. Aquello que estaba en juego en los debates teológicos de los rabinos del siglo XIX puede resumirse de la siguiente manera: ¿”Cuándo reencontraremos nuestro papal de pueblo que lleva la salvación a las naciones? ¿Cómo será la religión de los cristianos que pretendieron ser el nuevo Israel?”.
Elías Benamozegh, rabino de Livorno, el Platón del judaísmo italiano, “uno de los maestros del pensamiento judío contemporáneo”, propuso una solución que publicó en 1884 en 1884 en su obra principal Israel y la Humanidad. El subtítulo, sugestivo, es: Estudio sobre el problema de la religión universal y su solución. La solución Benamozegh, a la cual van a atenerse poco a poco los seguidores del judaísmo, puede sintetizarse como sigue:
“La Iglesia Católica debe reformar tres puntos de su enseñanza:
. cambiar su visión del pueblo judío, que debe rehabilitar como pueblo primogénito, pueblo sacerdotal, que “ha sabido conservar la religión primitiva en su pureza original”. Este pueblo ni es deicida ni ha sido reprobado por Dios. Ninguna maldición pesa sobre él. Al contrario, le cabe predicar la felicidad y la unidad de la humanidad”. “Admitir – escribe Gérard Haddad, citando a Benamozegh- el rol que San Pablo creyó poder excluir”.
. “Renunciar a la divinidad de Jesucristo, este Hijo del Hombre como Él mismo se llamaba”. Simple rabino, Jesús era judío y como tal permaneció. Predicar a Jesucristo, pero un Jesucristo humano, que viene a traer una moral para la felicidad de todos los hombres.
. Aceptar una reinterpretación – no una supresión – del misterio de la Trinidad.
Reunidas estas tres condiciones, “la Iglesia Católica es la Iglesia del verdadero catolicismo”, verdadero catolicismo que Benamozegh llama noaquismo, una religión destinada a todos los pueblos del “espacio cristiano”, como decía Lustiger. La Iglesia  tiene la misión la misión de propagar la moral inherente al noaquismo. La declaración sobre el judaísmo del episcopado norteamericano del 13 de agosto contiene una referencia explícita al respecto:
El Judaísmo considera que todo pueblo está obligado a observar una ley universal. Esta ley, conocida como las los Siete Mandamientos de Noé, se aplica a los seres humanos. Estas leyes son:
(1)     el establecimiento de tribunales de tribunales de justicia, de modo que la ley gobierne la sociedad;
(2)     la prohibición de la blasfemia;
(3)     de la idolatría;
(4)     del incesto;
(5)     del derramamiento de sangre;
(6)     del hurto;
(7)     la de comer la carne de animales vivos.
El nuevo objetivo de la Iglesia consiste en evangelizar los pueblos en este humanitarismo noaquista y propiciar su unificación. Se redefinirá la primacía para facilitar la unidad de los cristianos. El noaquismo será “la religión de la moral natural”. Los no judíos no deben pretender convertirse al judaísmo o mosaísmo talmudista, religión reservada a los elegidos. La solución Benamozegh, silenciada por largo tiempo, ahora es retomada por los dirigentes del mundo judío. El gran rabino René Samuel Sirat, por ejemplo, hizo alusión al status de los no judíos en ocasión del entierro de un joven francés de 24 años, víctima de un atentado cometido en cafetería de la universidad hebraica de Jerusalén el 31 de julio de 2002:
David, mi querido David, había elegido acercarse espiritual y culturalmente a nuestra comunidad judía y ostentar ante el judaísmo el hermoso título de toshav, extranjero y ciudadano a la vez, que Biblia valorizó y que el rabino Elías Benamozegh, en el siglo pasado, explicó magníficamente en su libro “Israel y la Humanidad”. Se trata de la libre elección de acercarse a la tradición de Israel, de observar las Siete Leyes – llamadas leyes noáquidas – de la moral natural reveladas antaño a Noé, padre de todos los vivientes (…).
Pues, preciso es recordarlo, no es necesario al judaísmo para tener derecho a la salvación eterna”.

Conclusión 

La nueva religión que resulta del Vaticano II debe interpretarse a la luz de esta nueva lucha, siempre antigua y siempre nueva, entre Jesús (María) y Satanás, entre la Iglesia y la Sinagoga. En el siglo XX, Satanás parece haber dado con su Caballo de Troya (Vaticano II) y con aqueos resueltos de teología subversiva.
En el centro de este movimiento de conversión, explícitamente enseñado por teólogos cristianos como Bouyer, Congar, y de Lubac, se oculta el redescubrimiento de la fe. Este es el trabajo de conversión que la Iglesia Católica y muchos cristianos quieren hoy realizar.
Con estas palabras cierra el cardenal Lustiger su intervención en la sinagoga de Nueva  York.
No, señor Cardenal. Católicos y romanos, nuestra fe está en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido por Espíritu Santo del seno purísimo de la Virgen María; nuestra fe está en Jesucristo, salvador de los hombres, crucificado bajo Poncio Pilatos y resucitado de entre los muertos, venido a cumplir la Ley y los Profetas, fundando la Iglesia católica, apostólica y romana, la nueva y eterna Alianza que no es la que usted predica. Con la ayuda de Dios, con el auxilio del magisterio de la Iglesia, su bimilenaria Tradición, no vamos a terminar noáquidas.
Tal vez esta fidelidad permitirá a los judíos beneficiarse con las preciosas gracias de la redención, gracias que la Virgen María sabrá distribuir en abundancia, como ya aprovecharon a los Drach, Liberman, Ratisbona, Lemann, Zolli y tantos otros, verdaderos convertidos, verdaderos hijos de la Iglesia Católica Romana, verdaderos hijos de María.
DIOS DE BONDAD, PADRE DE LAS MISERICORDIAS, TE SUPLICAMOS POR EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA, POR LA INTERCESIÓN DE LOS PATRIARCAS Y SANTOS APÓSTOLES, QUE DIRIJAS TU MIRADA DE COMPASIÓN SOBRE EL RESTO DE ISRAEL, PARA QUE CONOZCA NUESTRO ÚNICO SALVADOR JESUCRISTO Y PARTICIPE DE LAS GRACIAS PRECIOSAS DE LA REDENCIÓN. SEÑOR, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. (Oración indulgenciada por León XIII y SAN PÍO X).

 (Cfr. Estudio de Michel Feretti, La Iglesia y la Inquisición, edit. Saint-Rémi, 2001. Los mitos y leyendas negras sobre la Inquisición ya no tienen curso entre historiadores. De Bennassar a Testas, la universidad ha producido trabajos serios sobre el tema. Pero esta verdad histórica dista mucho de ser conocida o admitida por el mundo mediático (incluidos los manuales escolares). De ahí la utilidad de la obra de Michel Feretti, que ofrece una síntesis clara y bien informada. Feretti restablece verdades mal conocidas y rompe con ciertos “mitos” (Yves Chiron, Présent, 29 de diciembre de 2001)./
(La foto figura en la cubierta de muchas obras, también en las del cardenal Lustiger. Los autores y los editores comprendieron todo el simbolismo de este símbolo./
(Para los que quieren profundizar, v. Abraham Livni, El regreso de Israel y la Esperanza del Mundo, ed. De la Rocque, colección Hatsour, 1984. Paul Ginievski, Los Cómplices de Dios. Definición y Misión de  Israel, Neuchâtel. Edit. Bacconnière, 1963.
“El mundo no funciona bien sino cuando es noáquida”, Gérad Haddad durante la emisión de Judaica;  21 de diciembre de l996.
Página cuarta de un estudio publicado en Internet titulado: Le Noachisme et les sectes ocultes. Estudio biblio-coránicos en www.Le-carrefour-de-Listam.com. No consta el nombre del autor. Ver también: Actas del Coloquio Internacional celebrado el 10-11 de septiembre, 2000, en Livorno bajo el alto patrocinio del Presidente de la República italiana con motivo del centenario de la muerte de Elías Benamozegh. Coloquio presentado por Alessandro Guetta.
Ver Elías Benamozegh, Israel et l’Humanité, París, Albin Michel, 1961. Lamentablemente, la edición está expurgada. Un sitio creado recientemente sobre Benamozegh y su obra – http://www.benamozegh.info./Benamozegh.htmi permite acceder gratuitamente a la obra integral de Israel et l´Humanité, reimpreso en 1914. El prólogo de            Hyacinthe Loción es ilustrativo.
Gérard Haddad, “Aimé Pallière y la verdadera religión” en Histoire, nº 3, noviembre, 1979.
Para muchos autores judíos, San Pablo es un gran traidor porque rechazó los judaizantes para inventar el cristianismo, llamado con desprecio paulinismo. Ver Samuel Trigano, L´E (xc) lu entre Juifs et Chrétiens, París, Denoël, 2003, c. 4, par. 2: El paulinismo, obstáculo para el diálogo judeocristianismo (p.157).
El noaquismo no parece estar reservado solo “al espacio cristiano”. Los musulmanes siguen con interés este cambio de la religión católica. Se puede leer el estudio que redactaron titulado El Noaquismo y las Sectas Ocultas, ibíd.
“La dirección tomada por el diálogo judeocristiano es irreversible. Se inscribe en el movimiento de una humanidad que se unifica, aunque sea al precio de rupturas”. Lustiger, Nouvelle Revue Theólogique, ibid. P. 542.
L´Arche, mensual del judaísmo francés, nº 538, diciembre 2002, p. 107.
Hans Küng podría figurar en la lista. Ver su muy importante libro Judaísmo, París, Seuil, 1995. Otro tanto Theilhard de Chardin. Consultar la obra del Padre Julio Meinvielle, De la cábala al progresismo (hay traducción francesa de 1998. Nota del autor del artículo.)

Páginas selectas de León de Poncins, de su obra “El Judaísmo y la Cristiandad”, México, 1965, p. 249. Capítulo II, III y XI. Recensión Bibliográfica.

De modo que, según Jules Isaac:
Los evangelistas eran unos embusteros, San Juan Crisóstomo un vulgar libelista, San Agustín un falsario de inteligencia sutil, el Papa San Gregorio el Grande el inventor de ese “tema temible”: el “pueblo carnal”, que ha desencadenado contra los judíos a lo largo de la historia “el salvajismo de la Bestia”, San Agobardo, célebre Primado de las Galias, un sembrador “a voleo a través de la multitud de fieles de una enseñanza que conduce a las más odiosas secuelas, a los delitos de genocidio, a los asesinatos en masa, a los monstruosos “pogroms”.

Todos ellos unos perseguidores, animados de un odio antijudío, verdaderos precursores de los Streicher y compañía, responsables morales de ese lugar maldito, “Auschwitz”, y de los “seis millones de víctimas judías inocentes”.

Así, sin tratar de analizar los motivos por los cuales esos grandes doctores, de formación y de origen distintos, judíos, griegos o latinos y elevados por la Iglesia a sus altares, formularon, con tanta unanimidad, unas acusaciones tan graves y severas contra los Judíos, Jules Isaac corta, afirma y condena.

Jules Isaac pide – mejor dicho, exige – del Concilio:
La condena y supresión de toda discriminación racial, religiosa o nacional con respecto a los judíos.
La modificación o la supresión de las preces litúrgicas relativas a los judíos, en especial las del Viernes Santo.
La afirmación de que los judíos no son únicos responsables de la muerte de la muerte de Cristo, cuya culpa recae sobre la humanidad entera.
La revisión o la anulación de los pasajes evangélicos que relatan el episodio crucial de la Pasión, especialmente el de San Mateo, al cual Jules Isaac trata fríamente de embustero y de falsario. 
La confesión de que la Iglesia lleva las de perder en estado de guerra latente que persiste después de dos mil años entre los judíos entre los judíos, los cristianos y el resto del mundo.
La promesa de que la Iglesia modificará definitivamente su actitud en un sentido de humildad, de contrición y de perdón con respecto a los judíos, y que realizará todos los esfuerzos necesarios para reparar el daño que les ha causado, RECTIFICANDO y PURIFICANDO su enseñanza tradicional, de acuerdo con las directrices de M. Jules Isaac.

A pesar de su insolencia de su ultimátum, y a pesar de su virulenta requisitoria contra los evangelios y contra la enseñanza permanente de la Iglesia que tiene en las propias de Cristo, Jules Isaac ha encontrado en los prelados modernos, e incluso en Roma, poderosos apoyos, empezando por numerosos adeptos de la Amistad judeo-cristiana.
En su número del 23 de enero de 1965, el semanario Terre de Provence, publicado en Aix, informaba acerca de una conferencia pronunciada por Monseñor de Provenchères, obispo de Aix, en el local de la “Amistad judeo-cristiana”, con ocasión de la inauguración de la avenida Jules Isaac que había tenido lugar aquella misma mañana.
Citamos el comienzo del artículo:

“Una numerosa multitud se apiñó en el anfiteatro Zironski para oír la conferencia que debía pronunciar Monseñor de Provenchères, dentro del marco de la Amistad judeo-cristiana, sobre el tema: “Decreto conciliar sobre las relaciones de los católicos con los no-católicos”.
En primer lugar, el deán M. Palanque nos recordó la emocionante ceremonia que había tenido lugar aquella misma mañana en presencia del alcalde M. Mouret, de M. Schousky y de M. Armand Lunel, presidente de los Amigos de Jules Isaac, en la Montée Saint-Eutrope. Añadió que en la conferencia a propósito del esquema conciliar de la tercera sesión del Vaticano II iba a evocarse la figura de Jules Isaac. Monseñor de Provenchères podía dar una documentación de primera mano, ya que había tomado parte en el Concilio. Finalmente, tras expresarle el agradecimiento de todos por su gesto, le cedió la palabra.
“Monseñor de Provenchères nos dijo hasta qué punto le complacía poder prestar su testimonio en aquel día de homenaje, ya que las tareas conciliares le habían proporcionado una gran alegría”.
“Hablando de Jules Isaac, dijo que desde el primer encuentro, en 1945, experimentó una profunda estimación hacia él, estimación respetuosa matizada muy pronto de afecto. El origen del esquema conciliar se encuentra en una petición de Jules Isaac al Vaticano, estudiada por más de dos mil obispos. La iniciativa de aquel acontecimiento fue tomada por un seglar, y un seglar judío. Monseñor de Provenchéres señaló que a menudo los grandes actos históricos empiezan por unos hechos que más tarde quedan consagrados; así…el encuentro de Jules Isaac y Juan XXIII habrá sido el símbolo de la Amistad judeo-cristiana”.
 “Monseñor de Provenchéres detalló a continuación el papel desempeñado por Jules Isaac, en Roma, en la preparación del Concilio. Finalmente, el deán M. Palanque, al dar las gracias a Monseñor de Provenchéres, puso de relieve el papel que el obispo de Aix había desempeñado en la buena marcha de aquel esquema”. (Terre de Provence, 23-1-65).
Y puesto que nos encontramos en el capítulo de la Amistad judeo-cristiana, resultará muy instructivo comprobar con qué altiva y desdeñosa ironía habla de ella Josué Jéhouda, el cual es uno de los jefes espirituales del Judaísmo contemporáneo.

“La expresión corriente “judeo-cristiana”, si bien designa el origen judío del cristianismo, ha falseado el curso mismo de la historia universal por la confusión que provoca en las mentes. Al abolir las distinciones fundamentales entre el mesianismo y el mesianismo cristiano, engloba a dos ideas que se oponen radicalmente. Al cargar el acento exclusivamente sobre “cristiano”, en detrimento de “judeo”, escamotea el mesianismo monoteísta que es una disciplina válida en todos los planos del pensamiento y lo reduce a un mesianismo únicamente confesional, preocupado como el mesianismo cristiano de la salvación individual del alma. La expresión “judeo-cristiano”, si bien significa un origen común, es sin duda la idea más fatal que cabe imaginar. Se apoya en una “Contradictio in adjecto”, y ha falseado el curso mismo de la historia. Engloba en un mismo soplo dos ideas complemente inconciliables, quiere demostrar que no existe diferencia entre el día y la noche, o el calor y el frío, o el negro y el blanco, provocando una confusión fatal, sobre la cual, no obstante, se trata de edificar una civilización “. El cristianismo ofrece al mundo un mesianismo restringido, el cual quiere imponer como único mesianismo válido… Incluso Spinoza, el filósofo más alejado del monoteísmo histórico de Israel, escribe: “En cuanto a lo que dicen ciertas Iglesias, que Dios ha adoptado la naturaleza humana, confieso que su lenguaje me parece tan absurdo como el de quien afirmara que un círculo ha adoptado la naturaleza de un cuadrado”.
“El exclusivismo dogmático que profesa la cristiandad debe terminar por fin… Lo que propaga el antisemitismo es la obstinación cristiana en pretender ser el único heredero de Israel. Ese escándalo debe acabar, tarde o temprano; cuanto antes termine, antes desaparecerá el clima de falsedades en que se envuelve el antisemitismo”.
(Josué Jéhouda: El antisemitismo, espejo del mundo, pp. 135-136, Editions Synthesis, Ginebra, 1958.) 
Esto nos parece muy claro; pero prosigamos:
“El cristianismo reposa sobre una fe derivada de un mito relacionada con la historia judía, y no sobre su tradición concreta trasmitida por la Ley escrita y oral, como sucede con Israel”. (Josué Jéhouda: ob.cit., 132)

“Sin embargo, la cristiandad pretende aportar al mundo el “verdadero” mesianismo. Trata de convertir a todos los paganos, incluidos los judíos. Pero, mientras persista el mesianismo monoteísta de Israel, incluso en un estado virtual, el mesianismo cristiano aparecerá como lo que en realidad es: una imitación que se derrumba a la luz del auténtico mesianismo”. (Josué Jéhouda: ob. cit., p.155).
Los cristianos, pues, parecen demostrar un evidente candor al precipitarse con entusiasmo en la trampa de la Amistad judeo-cristiana, y mucho es de temer que en ese asunto sean, una vez más, víctimas inconscientes de la doblez talmúdica.
Tras esa necesaria digresión acerca de la amistad judeo-cristiana, obra maestra de Jules Isaac, cálidamente apoyada por los cardenales Feltin, Gerlier y Liénart, volvamos al corazón del tema, el papel de Jules Isaac y de las organizaciones judías en el voto conciliar.
Hemos reproducido largos extractados de los textos de Jules Isaac, ya que es el teórico y el portavoz de la campaña judía contra la enseñanza cristiana, pero Jules Isaac no ha actuado aisladamente. Le han apoyado poderosas organizaciones tales como los B´naï B´erit y el Congreso Mundial Judío.

Personalidades importantes, maestros del pensamiento judío contemporáneo, tales como Jesué Jéhouda en su libro El antisemitismo, espejo del mundo, han ofrecido argumentos similares sobre la necesidad de reformar y de purificar a Israel la enseñanza cristiana:

 “El Cristianismo se niega obstinadamente a considerar a Israel como a su igual en el terreno espiritual…
“Creer que el Cristianismo ofrece “la plenitud” del judaísmo, que constituye su punto culminante, que el judaísmo ha sido perfeccionado por el Cristianismo, es viciar en su misma base el monoteísmo universal, es minar los mismos cimientos del Cristianismo, es exponer al Cristianismo a crisis sucesivas. Para que el Cristianismo supere su actual crisis, hay que elevar su espíritu al nivel del monoteísmo auténtico. Se acerca la hora en que se hará necesario llevar a cabo el indispensable saneamiento de la conciencia cristiana por medio de la doctrina del monoteísmo universal”. (pp. 10 y 11)

“Es evidente que el antisemitismo constituye la enfermedad crónica de la cristiandad. Hay que estudiarlo en función de la crisis de la civilización cristiana, y no en función de las cualidades o de los defectos de los judíos, los cuales no son en ningún modo causas determinantes”. (p.14).

“En el terreno del antisemitismo, la causa esencialmente determinante es la actitud de los cristianos. Los judíos no son más que las víctimas inocentes”. (p.13)

“En el transcurso de los siglos, la cristiandad ha contraído una deuda de honor hacia Israel. Esa deuda de honor, ¿ha llegado a su plazo de vencimiento? Esta es la pregunta que plantea explícitamente este libro. De la respuesta afirmativa o negativa a esa pregunta depende la evolución espiritual de la cristiandad y, en definitiva, la paz entre los pueblos”. (p.15)

Josué Jéhouda, Jules Isaac, el B`nai B`erith, el Congreso Mundial Judío: se trata, pues, de una campaña premeditada, cuidadosamente elaborada desde hace años por el Judaísmo mundial, y que ha desembocado en el reciente voto del Concilio.
En realidad, bajo la capa de la unidad ecuménica, de la reconciliación de las religiones y demás engañosos señuelos, se trata de derribar el bastión del tradicionalismo católico, al que Josué Jéhouda califica de “vetusta fortaleza del oscurantismo cristiano”.
Según Jéhouda, se han producido tres tentativas de “reforma del cristianismo”, tres tentativas “tendentes a depurar la conciencia cristiana de las miasmas del odio”, tres tentativas de “reforma de la teología cristiana, convertida en algo ahogante y paralizador”, “tres brechas abiertas en la vetusta fortaleza del oscurantismo cristianismo”. De hecho, tres etapas importantes en la obra de destrucción tradicional:
El Renacimiento.
La Reforma.
La Revolución de 1789.
Lo que Jéhouda ve admirable en estos tres grandes movimientos es la obra de descristianización a la cual, bajo formas diversas, ha contribuido poderosamente cada uno de ellos. No nos lo dice con tanta brutalidad, ya que es muy hábil en el manejo de los artificios del lenguaje, pero salta a la vista en todos sus escritos. Algunas citas nos permitirán comprobarlo.

 “El Renacimiento, la Reforma y la Revolución ofrecen las tres tentativas de reforma de la mentalidad cristiana, a fin de adaptarla al ritmo del desarrollo progresivo  de la razón y de la ciencia… y allí donde el cristianismo dogmático se difumina, los judíos se emancipan gradualmente”.

Hablando del Renacimiento nos dice:

“Puede afirmarse que si el Renacimiento no se hubiese desviado de su curso inicial en beneficio del mundo griego dializado, hubiésemos tenido sin duda alguna un mundo unificado por el pensamiento y la doctrina de la Cábala”.
(Josué Jéhouda: El antisemitismo, espejo del mundo, p.168) 

Pasemos ahora a la Reforma:

“Con la Reforma, que estalló en Alemania cincuenta años después del final del Renacimiento, la universalidad de la Iglesia quedó destruida… (antes que Lucero y Calvino) Jean Reuchlin, discípulo de Pico de la Mirandola, removió la conciencia cristiana sosteniendo ya en 1494 que no había nada superior a la sabiduría hebraica… con el retorno a las fuentes antiguas. Finalmente, ganó la causa contra el controvertido Pefferkorn, el cual pedía a voces la destrucción del Talmud. El nuevo espíritu que iba a revolucionar a toda Europa…  se manifestó a propósito de los judíos y del Talmud… Sin embargo, asombra encontrar entre los protestantes tantos antisemitas como entre los católicos”.
(Josué Jéhouda: ob. cit., p.169)
 
Y Jéhouda concluye:
La Reforma es la rebelión contra la Iglesia Católica, que a su vez es una rebelión contra la religión de Israel”.
(Jesué Jéhouda, ob. cit., p. 172)

He aquí ahora la Revolución francesa:

“La tercera tentativa de reforma de la posición cristiana se llevó a cabo, tras el fracaso de unificación de la Reforma cristiana, bajo el impulso de la Revolución francesa… que señalará la pública aparición del ateísmo en la historia de los pueblos cristianos. Aquella revolución, habiendo adoptado una actitud claramente antirreligiosa, se prolongó a través del comunismo ruso y contribuyó poderosamente a descristianizar el mundo cristiano”.
(Josué Jéhouda, ob.cit., pp. 170-172)

Y para coronar esa “Reforma de la mentalidad cristiana”, he aquí a Carlos Marx y a Nietzsche: 

“En el curso del siglo XIX, dos nuevas tentativas de sanear la mentalidad del mundo cristiano fueron llevadas a cabo por Marx y por Nietzsche”.
(Josué Jéhouda: ob. cit., 187)

“El sentido profundo de la historia permanece idéntico en todas las épocas, es una lucha sorda o abierta entre las fuerzas que trabajan para el progreso de la Humanidad y las fuerzas que se aferran en pegarse a los intereses creados, obstinándose en mantener lo que subsiste, en detrimento de lo que debe venir”.
(Josué Jéhouda: ob. cit., p. 186)

A los ojos de esos pensadores judíos, la reforma conciliar debe ser una nueva etapa en el camino del abandono, de la dejación, de la destrucción del tradicionalismo católico, el cual es vaciado poco a poco de su sustancia.
Asistimos, por tanto, a un nuevo episodio, a una nueva batalla en el milenario enfrentamiento judeo-judeo-cristiano.
He aquí cómo nos describen ese enfrentamiento, Jéhouda, Rabi, Benamozegh, Memi.

 “El cristianismo – nos dice Jéhouda – se niega obstinadamente a considerar a Israel como a su igual en el terreno espiritual… Creer que el Cristianismo ofrece “la plenitud” del Judaísmo, que constituye su punto culminante, que el Judaísmo ha sido perfeccionado por el Cristianismo, es viciar en su misma base el monoteísmo universal… Se acerca la hora en que se hará necesario el indispensable saneamiento de la conciencia cristiana por medio de la doctrina del monoteísmo universal”.
(Josué Jéhouda: ob. cit., pp. 10-11)

 “El antisemitismo cristiano, a pesar de llamarse a sí mismo mesiánico, pretende reemplazar el mesianismo de Israel por la fe en un Dios crucificado que asegura a cada fiel la salvación personal. Relegando el mesianismo judío a una posición pagana, el cristianismo tiende a convertir a todos los judíos a un mesianismo reducido… Pero, mientras persista el mesianismo monoteísta de Israel, incluso en estado virtual, el mesianismo cristiano aparecerá como lo que en realidad es: una imitación que se derrumba a la luz del mesianismo auténtico… (y) el antisemitismo persistirá mientras el cristianismo se niegue a abordar su  verdadero problema, que se remonta a su traición contra el mesianismo monoteísta”.
(Josué Jérouda: ob. cit., pp. 154 a 160)

 “Lo que propaga el antisemitismo es la obstinación cristiana en pretender ser el único heredero de Israel. Ese escándalo debe terminar, tarde o temprano; cuanto más pronto acabe, antes desaparecerá el clima de falsedades en el cual se envuelve el antisemitismo”.
(Josué Jéhouda: ob. cit., p. 136) 

Escuchemos ahora a Elie Benamozegh, uno de los maestros del pensamiento judío contemporáneo: 

“Si el cristianismo consiente en reformarse de acuerdo con el ideal hebraico será siempre la verdadera religión de los pueblos gentiles.
“La religión del futuro debe tener su base en alguna religión positiva y tradicional, investida del misterioso prestigio de la antigüedad. Y, de todas las religiones antiguas, el Judaísmo es la única que declara poseer un ideal religioso para toda la humanidad (ya que) la obra (del cristianismo) no es más que una copia que debe ser enfrente del original… Puesto que es la madre indiscutible, la religión más antigua se convertirá en la más nueva.
“Enfrente del cristianismo… con su pretendido origen divino y su infalibilidad… Para reemplazar a una autoridad que se declara infalible y que sólo se remonta al año 1 de la era cristiana o de la hégira… debe buscarse otra infalibilidad mucho más seria que empieza que empieza con la historia del hombre sobre la tierra y que sólo terminará con él…”
“La reconciliación soñada por los primeros cristianos como una condición de la Parousie, o advenimiento final de Jesús, el retorno de los judíos al seno de la Iglesia, sin el cual las diversas comuniones cristianas están de acuerdo en reconocer que la obra de la Redención permanece incompleta, ese retorno, decimos nosotros, se efectuará, no como se ha esperado, sino de la única manera seria, lógica y durable, y especialmente de  la única manera provechosa para el género humano. Será la reunión del hebraísmo y de las religiones que surgieron de él, y, según las palabras del último de los Profetas, del Sello de los Videntes, como los Doctores llaman a Malaquías, “El retorno del corazón de los hijos a sus padres”.

Pasemos ahora a Rabi:
Entre los judíos y los cristianos, nos dice, existe una divergencia irremediable. Se refiere a Jesús. Suponiendo que Jesús haya existido históricamente, para el judío no fue Dios ni hijo de Dios. Lo máximo que podrá admitir, como concesión límite, es la tesis de Joseph Klauzner: ni Mesías, ni Profeta, legislador, ni fundador de religión, ni Tanna, ni rabino fariseo, “Jesús es para la nación judía un gran moralista y un artista en parábolas… El día en que sea podado de los relatos de milagros y del misticismo, el Libro de la Moral de Jesús será una de las más preciosas joyas de la literatura judía de todos los tiempos”.
“A veces imagino el último siglo, el último judío viviente, de pie delante de su creador como está dicho en el Talmud: “El judío, atado por su juramento, permanece en pie ante el Sinaí”. Imagino, pues, a ese último judío que habrá sobrevivido a los ultrajes de la historia y a las llamadas del mundo. ¿Qué dirá para justificar su resistencia al desgaste del tiempo y a la presión de los hombres? Me parece oírlo: dice: “No creo en la divinidad de Jesús”. Es natural que esa profesión de fe sea escándalo para el cristiano. Pero, ¿acaso la profesión de fe del cristiano no es escándalo para nosotros?
“Para nosotros… la conversión al cristianismo es necesariamente idolatría, porque representa la blasfemia suprema, es decir, la creencia en la divinidad de un hombre”.

Estos escritos datan de la última década. Remontémonos ahora a dos mil años atrás y releamos el relato de la Pasión:

“Mas ellos, asegurando a Jesús, lo llevaron a casa de Caifás, príncipe de los Sacerdotes, donde los Escribas y los Ancianos se habían congregado…
“Y los Príncipes de los Sacerdotes y todo el consejo buscaban un falso testimonio contra Jesús, para darle muerte, y no lo hallaban, aunque se habían presentado muchos falsos testigos. Más, por último, llegaron dos falsos testigos, y dijeron: Éste ha dicho: Yo puedo destruir el templo de Dios y reedificarlo a los tres días. Y levantándose el Sumo Sacerdote le dijo: ¿No respondéis nada a lo que éstos deponen contra Vos? Mas Jesús callaba; el Sumo Sacerdote le dijo: Yo os conjuro, de parte de Dios vivo, que nos digáis si sois Cristo, el Hijo de Dios. Jesús respondió: Tú lo has dicho. Empero yo os digo: Veréis bien pronto al Hijo del Hombre, sentado a la derecha del Poder de Dios, venir sobre las nubes del cielo.
“Entonces el Príncipe de los Sacerdotes rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado: ¿qué necesidad tenemos de testigos? Ahora mismo habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y ellos respondieron, diciendo: Reo es de muerte.
 (Evangelio según San Mateo)

San Lucas relata así aquella escena: Jesús está ante los Príncipes de los Sacerdotes y los doctores de la ley. Le interrogan: “Si eres Cristo, dínoslo.  
“Él les dijo: Si os lo dijere, no me creeréis, y si os preguntare no me responderéis, ni me soltaréis. Pero pronto el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. Dijeron entonces todos: ¿Luego tú eres el Hijo de Dios? Él les respondió: Vosotros lo decís: Yo soy. Ellos dijeron: ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca”.
 (Evangelio de San Lucas)

San Marcos aporta un testimonio cuya redacción es muy semejante al relato muy semejante de San Marcos.

A dos mil años de distancia, las posesiones recíprocas permanecen inalterable y el enfrentamiento judeo-cristiano es irreductible.

Revista Hostería Volante, nº 19, setiembre 1966, del Centro Platense de Estudios Universitaria, artículo: Galería de Bestias Sagradas – “O DU LIEBER AUGUSTIN”, p. 23-24.

Augustín Bea, S. J., cardenal de la Iglesia, configura un caso de extrañas resonancias judeo-cristianos; quizá constituye un factor decisivo de ciertas corrupciones doctrinales al nivel bíblico, preconciliar, conciliar y postconciliar. La historia de este jesuita “alemán”, profesor y director en un tiempo del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, elevado al cardenalato por Juan XXIII, es oscura y discutida, y por los informes que han circulado en ocasión del Concilio, puede tener solo por judío, de apellido Beha.
Seguros estamos que dos de sus colabores más conspicuos – dos bestezuelas eficacísimas de la “revolución doctrinal” dentro de la Iglesia Católica – son dos judíos nefastos; a ellos se han referidos ya anteriores entregas de la Historia Volante: Los padres Gregory Baum O.S.A. y Mons. John Oesterreicher, de quienes hacemos algunas puntualizaciones. El primero, el P.G. Baum, de origen judío, converso al parecer a la fe católica, y de la orden de San Agustín, es autor de un libro, publicado ahora por la Ed. Aguilar, 1965, titulado “Los Judíos y el Evangelio”, con el que procura revisar la concepción del judaísmo y los judíos en el texto del Nuevo Testamento. Se lo puede considerar en la línea de Jules Isaac, importante judío francés, autor entre otras obras siniestro opúsculo L`antisémitisme a-t-il des racines chrétiennes? Violento atasque en realidad a la Iglesia de la Tradición y en particular al Evangelio de San Juan. El P. Baum suele publicar algunos artículos en la revista Criterio (que ya integró esta galería famosa). Recordemos aquel trabajo titulado “Primado y Episcopado” (en el nº 1438, del 24-X-63) que puede considerarse un ataque a la doctrina del Primado Romano. Creemos que el P. Baum es un típico judeo-cristiano, encargado de erosionar las resistencias católicas americanas y de mostrar en última instancia que CRISTIANISMO ES JUDAÍSMO.

Más peligroso resulta sin embargo Mons. J. Oesterreiter; vale la pena recapitular algunos antecedentes de este cripto-judío, encargado de una vasta labor de propaganda corruptora, en especial en EE.UU. y en todo país de habla inglesa. Es el fundador del Institute of judaeo-christian Studies en la Univ. De Setton Hall (EE.UU.), “onr-man-institute”, como lo llama el informadísimo Benjamín Freedman en su libro Facts are Facts (New York, 1955). Procedente de Europa oriental sufre un proceso de “conversión”, se hace sacerdote y emprende la labor corruptora que detalla Freedman en su libro (1955). Estamos aún en el porticado de Pío XII y en momentos muy distantes del Concilio. Ahora bien, esa vasta labor de propaganda contra la Fe católica le valió ser llamado por el judío Agustín Bea a la comisión encargada de redactar el primer esbozo de la declaración conciliar sobre los judíos.
Agustín Bea, cardenal, y los PP. Baum y Oesterreicher son pues pilares de una fortaleza judeo-cristiana DENTRO DE LA IGLESIA. La labor de Bea en lo que atañe al texto de los Salmos puede considerarse nefasta, por su destrucción del latín litúrgico, por el corte que ha significado a la tradición mística de los Santos Padres y la inmensa vía de judaización abierta en occidente. La Iglesia no ora a Yaweh, sino al Dios Trinatario, por su mediador Cristo Jesús.
Este jesuita de rostro impresionante, de labor decididamente antitradicional; que ha hecho un continuo trabajo de ablandamiento en los círculos de Europa y EE.UU. significa la última etapa de una orden como la jesuítica, destinada a trastrocar la IGLESIA DESDE ADENTRO. Sin embargo, en estos tiempos postconciliares; cuando euforia incontrolada de judíos, judaizantes, masones y liberales, o simplemente estúpidos y desinformados, parece haber entrado en una cierta pausa sombría; cuando el fracaso de la política vaticanista a nivel de Asia y Europa pone a la Iglesia ante graves perspectivas diplomáticas; cuando el control de logias como la Benai Berith parece haber alcanzado una máxima tensión, la claridad de muchos espíritus nobles, verdaderos “mártires” de la FE, está a punto de provocar el derrumbe el derrumbe de la falsa ciencia de este insigne judaizante, tan insigne como quizá no se dio ninguno desde los días de San Jerónimo.
En esta galería tiene pues un lugar de privilegio, una hornacina enmarcado en signos orientales, para que se destaque su increíble desfachatez, visible en ese nefasto libro que corre ahora en castellano: Unidad en la libertad. Sofista de nuevo cuño, que intenta destruir la jerarquía objetiva, largamente alcanzada en siglos de reflexión tiene además derecho propio a esta figuración por procurar la destrucción de la lumbre helénica.
En esta atmósfera sombría del après-concile le entonamos sin embargo aquel conocido cantito germánico: O DU LIEBER AUGUSTIN, AUGUSTIN/ ALLES IST HIN. Sobre todo por nefasto judeo-cristianismo, que está definitivamente derrotado. 

Capítulo XI: 2.000 AÑOS DE ANTAGONISMO

El antagonismo irreductible que opone hace dos mil años el Judaísmo al Cristianismo forma la trama esencial de la subversión revolucionaria moderna.
 El advenimiento de Cristo fue para los judíos, y sobre todo para sus dirigentes, una catástrofe nacional. Hasta entonces, ellos, y sólo ellos, habían sido los hijos de la Alianza; habían sido sus sumos sacerdotes y sus beneficiarios.
Los poderosos imperios que les rodeaban ignoraban o despreciaban aquel pequeño y oscuro pueblo al que consideraban uno de los más pobres en cultura y en civilización.
En su libro Génesis del antisemitismo, Jules Isaac nos muestra la opinión de los griegos y de los romanos acerca de Israel.

Llegó una época en que:

“El mundo griego prestó más atención a Israel, hasta entonces considerado como insignificante… Pueblo singular, incomprensible, desprovisto de todo lo que a los ojos de los griegos daba a la vida sentido, luz y belleza; sin civilización visible, sin obras de arte; fanáticamente piadoso, pero con una fe sin claridad, sin dioses concretos y convertidos en adorables por el cincel del escultor. Y ese pueblo de nada se las da de todo; planta cara a la radiante Hélade y se atreve a darle lecciones, proclamándose maestro en orar, Elegido de la Divinidad. Asombrosa incongruencia, exasperante locura… El antijudaísmo que nació en ciertos medios griegos fue, ante todo, eso: una respetuosa a unas pretensiones consideradas intolerables y ultrajantes, un reflejo de amor propio lastimado, agravado por el desprecio, la ignorancia y la incomprensión. Aquel antijudaísmo se propagó rápidamente en toda la extensión del mundo más o menos helenizado; pero, originalmente, esencialmente, no es más que uno de los aspectos del violento antagonismo que acababa de surgir en Palestina entre judaicos y griegos, que iba a extenderse más allá de Palestina, envenenarse, y estallar después en nuevos conflictos sangrientos donde cada uno de los adversarios pogromizaría a más y mejor, donde ajusticiadores y ajusticiados serían los unos, ora los otros, según la ley del más fuerte. Guerras de exterminio mutuo, ha dicho el P. Lalande”. (Página 70)

La misma actitud por parte de los romanos:

“Encontraban inaudito que el orden romano, la paz romana, la religión imperial que era su símbolo, fuesen negados, sacudidos por una especie de orientales agitados, descuidados, supersticiosos.
“Augebat iras – escribe Tácito – quod soli Judaei non cessisset. Las cóleras redoblaban, porque los judíos se obstinaban en la lucha. Los muy estúpidos. “La santa ira llamea en Tácito…” (Páginas 120-121).

Pero los judíos no concedían la menor importancia a lo que pudieran pensar o decir los paganos; no se sentían alcanzados, puesto que aquéllos procedían de fuera; aquéllos no afectaba ni a la cohesión interna de Israel, ni a su orgullo inconmensurable, ni a su inquebrantable confianza en un futuro imperial:

“El pequeño pueblo de Israel. Tal como aparece en las concepciones de los profetas, se convierte en el ombligo del mundo: todos los acontecimientos, favorables o desfavorables, son suscitados por Jehová, su dios, y todos se relacionan con Israel, que es el centro del universo y el centro de la historia; nada existe, ha existido o existirá que no esté en función de sus destinos. Esa visión del misticismo profético conduce a un verdadero imperialismo religioso. Según los profetas, por la gracia de Jehová, su dios,  Israel está llamado a gobernar el mundo; cuando el pueblo de los servidores de Jehová se conformará a las exigencias divinas, llegarán los tiempos en que Israel reinará sobre toda la tierra”. (G. Batault: El problema judío, pp. 69-70).

Pero bruscamente surge entre ellos un profeta – hombre o Dios – hijo también de la raza real de David, hijo también de la Alianza, heredero de  la Promesa. Se declara enviado del más allá por Dios, su Padre, para completar y realizar la promesa de la Alianza. “No he venido a destruir la Ley, sino a cumplirla” (Mateo, V-17). Y como prueba de su misión realiza una serie de prodigios inauditos; las subyugadas multitudes le siguen.
Pero – y he aquí la extrema gravedad de su misión – interpreta la Promea en un sentido completamente nuevo, completamente distinto, que sacude y destruye todo el orgulloso edificio judaico, espiritualizándolo y universalizándolo.
La realización de la Promesa pasaba del plano material al plano espiritual; desbordaba el marco nacional, no estaba ya reservada a los judíos, únicos beneficiarios, sino que se extendía al mundo entero. 

“La idea de una patria celestial, común a todos los hombres, venía a sustituir a la Jerusalén de los judíos: no se trataba ya de la expansión de una raza ni del triunfo de una nación establecida: el pueblo elegido era reducido a la categoría de un pueblo cualquiera entre los pueblos. Esto no podían consentirlo ni el orgullo ni el nacionalismo religioso de los judíos, era contrario a las promesas del mesianismo. Tenían que llegar los tiempos de la sumisión de los reinos a Israel”. (G. Batault: Ob. cit., p. 91).

Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos no podían tolerar semejante blasfemia, semejante atentado a su privilegiada posición; para librarse de aquel peligroso agitador lo entregaron a los romanos y lo hicieron condenar a muerte.
Pero Cristo resucita y su predicación se extiende como un rostro de polvo a través del mundo antiguo. Los judíos denuncian a sus discípulos a las autoridades romanas como rebeldes al emperador: Roma les persigue, les entrega a las fieras, les descuartiza, les crucifica; sin embargo, la marea sube sin cesar y alcanza las altas esferas del poder imperial, y súbitamente el mundo oscila del lado de la Iglesia de Cristo:

“28 de octubre del año 312, batalla del puente Milvius, a las puestas de Roma. Constantino contra Majencio. Constantino vencedor, Majencio ahogado (se supone) en las aguas del Tiber.
 “Ha bastado una batalla para cambiar la faz del mundo, su faz religiosa…
“La victoria de Constantino ha sido considerada justamente como punto de partida de una nueva era, la del Imperio cristiano. Es cierto que su resultado inmediato pareció ser la instauración de la libertad y de la igualdad de cultos (313) … A partir de aquel momento, Constantino, por motivos que no han sido  completamente aclarados, Constantino vencedor asocia su destino al de la Iglesia de Cristo, y ésta tiene ganada la partida: ha conquistado y conservado el favor imperial, ocupa un lugar privilegiado en el Estado, se encamina hacia una situación más elevada, más peligrosa también, la de Iglesia estrechamente unida al Estado,  la de Iglesia del Estado. Enorme y sorprendente resolución, deplorada por unos, exaltada por otros, una de las más importantes de la Historia, de la cual el reinado de Constantino no es más que el preludio, y que continúa y se completa con el siglo, el extraordinario y caótico siglo IV. Pero la suerte inaudita de la Iglesia debía provocar el infortunio de la Sinagoga: para ésta, el siglo IV es una época fatal, que conduce a un futuro de angustia, de duelo y de catástrofes”.
(Jules Isaac: Génesis del antisemitismo, pp. 155-156).

“Cuando, por uno de los más sorprendentes cambios de situación que conoce la Historia, la Iglesia cristiana, del rango de perseguida se eleva (o se rebaja) al rango de Iglesia victoriosa y muy pronto oficial, hace de ello unos mil seiscientos años, en tiempos de Constantino emperador, entre 312 y 337, el judaísmo experimenta asimismo un cambio de situación, pero a la inversa. Habiéndose beneficiado hasta entonces de un estatuto privilegiado en el Imperio, se vio en poco tiempo humillado, vilipendiado, despreciado. A partir de aquel momento, mediante la estrecha colaboración de la Iglesia y del Estado (cristiano), empezó a elaborarse un sistema de exclusiones, de prohibiciones, de vejaciones, el cual, sometido a innumerables vicisitudes, alcanzó su apogeo en la época en que la propia Iglesia – la Iglesia romana – ocupó de hecho el poder, en la gran Cristiandad del siglo XIII”.

Los judíos no han aceptado nunca aquella derrota, no la aceptarán nunca; la ruptura es total, definitiva. De una y otra parte, el enfrentamiento es ya irreductible: 
“Si el judío tiene razón, la Cristiandad no es más que una ilusión.
Si el cristiano tiene razón, el judío es, en la mejor de las hipótesis, un anacronismo. La imagen de los que ya deberían existir”.
“El cristianismo, para el judío, es la renuncia al monopolio, la renuncia a una interpretación nacionalista, por no decir racista, de “la elección; es la apertura a la confraternización humana y, al mismo tiempo, un gran “amén” a Dios, a todo lo que Dios decide, y la aceptación del sufrimiento y de la muerte, la renuncia al orgullo del Ego, a su interés, a su desconfianza”.

Ningún otro pueblo, que yo sepa, ha sido sometido por el cristianismo a una prueba tan difícil.
“Ya que para ningún otro pueblo el paso al cristianismo ha significado, a plazo más o menos largo, su desaparición como pueblo. En ningún otro pueblo, las tradiciones religiosas, que debía abandonar por la fe de Cristo, estaban tan íntimamente ligadas a todas las manifestaciones de la Ciudad.
“En los otros pueblos del Imperio romano, la religión era en realidad una “superestructura”, un adorno. Podía ser cambiado sin derribar el edificio. Para el judío, la religión era la infraestructura, la razón de ser, la base. Los apóstoles le invitaron a abandonarlo todo, ya que el cielo estaba allí, las puertas del más allá abiertas de par en par. El judío dijo: no, no es cierto, no puede ser cierto, no puede ser cierto que Dios me pida eso. Que me lo demuestren.
“Así llegamos al otro motivo (o pretexto) justificativo del “no” del judío a Cristo. Este no correspondía a la idea – verdadera o falsa – que el judío tenía del Mesías. Y de la salvación”. 
(F. Fejtö: Dios y su pueblo, pp. 34-190 y 192).

“Al pretender ser el verdadero Israel – Israel según el espíritu, y no según la carne “despreciable” – la teología cristiana cree haber reemplazado definitivamente a Israel. Lo malo es que Israel no ha desaparecido, no quiere desaparecer”.
(Josué Jéhouda: El antisemitismo, espejo del mundo, p. 50).

La divergencia irremediable se refiere a Jesús.

“Suponiendo que haya existido históricamente, para el judío no fue Dios ni Hijo de Dios”.

“El cristianismo se preocupa esencialmente de la salvación individual del hombre. El judaísmo sólo piensa en la salvación de la Casa de Israel, la única que puede permitir la salvación de las setenta naciones del universo. Tal ha sido durante siglos el objetivo de los talmudistas y de los cabalistas. Esa perspectiva explica la promulgación de tan numerosos mandamientos. Tienen un objetivo fundamental: mantener una comunidad de la cual depende la salvación del mundo. Únicamente el rito permite integrar el judío a su comunidad”. 
(Rabi: Anatomía del judaísmo francés, pp. 203-204).
“El paso mediante el cual la fe cristiana conquistó su independencia debía conducirla rápidamente, fatalmente, a una guerra sin cuartel contra Israel “según la carne”, puesto que la nueva Iglesia se proclamaba se proclamaba el verdadero Israel de Dios y el único Israel “según el espíritu”: pero, ¿no damos cuenta de la gravedad de semejante reivindicación? Equivalía a algo peor que a difamar al pueblo judío: equivalía a tratar de desposeerle del resplandor de la vida, del fuego sagrado, y puede decirse que de su propia alma; y  además – pues tales son los estrechos lazos, las conexiones de lo espiritual y lo temporal -, de su lugar al sol, de su estatuto privilegiado en el Imperio”.
(Jules Isaac: Génesis del antisemitismo, p. 150).

La marcha ascendente del cristianismo duró quince siglos. En todo el período medieval el Judaísmo está completamente dominado, reducido a la impotencia: aprovechándose de la tolerancia de las autoridades, y de la protección de los Papas, tenía que limitarse a sobrevivir, acechando la posibilidad de resquebrajar por dentro el monolítico bloque cristiano. El Judaísmo considera a aquella época como un sombrío período de oscurantismo y de barbarie, ya que Israel sólo juzga al mundo en relación a sí mismo: él es la sal de la tierra, la medida de todas las cosas. Sobrevive, tascando el freno y concentrando su odio.
Luego, el Renacimiento y la Reforma provocan una ruptura en la unidad de la Fe. El judío se aprovecha de la brecha abierta para infiltrarse, y en adelante apoyará con todas sus fuerzas todos los movimientos que debilitarán y resquebrajarán el edificio de la cristiandad: se encuentra detrás de todas las herejías, de todas las revoluciones, el Renacimiento, la Reforma, la Revolución de 1789, el Marxismo.

Durante todo aquel período, nos dice Darmestteter,

“El judío había sido el paladín de la razón contra el espíritu mítico; en él pudo encontrar refugio el pensamiento durante la noche intelectual de la Edad Media. Provocado por la Iglesia, que quiere persuadirle después de haber tratado inútilmente de convertirle por la fuerza por la fuerza, la va minando con la ironía y la sagacidad de sus controversias, buscando siempre los puntos vulnerables de su doctrina. Para descubrirlos, tiene a su servicio, además de la inteligencia de los libros sagrados, la temible intuición del oprimido. Es el doctor de la incredulidad; todos los sublevados del espíritu acuden a él, en la sombra o a cielo abierto. Trabaja en el inmenso taller de la blasfemia del gran emperador Federico y de los príncipes de Suabia o de Aragón; él es quien forja todo el arsenal todo aquel arsenal asesino de razonamiento y de ironía que legará a los escépticos del Renacimiento, a los libertinos del gran siglo, (siglo XVIII), tal sarcasmo de Voltaire no es más que el resonante eco de una palabra murmurada, seis siglos antes, en la sombra del ghetto, y aún antes (en los contra-Evangelios de los siglos I y II), en la época de Celso y de Orígines en la propia cuna de la religión de Cristo”.
(Citado por A. Spire: Algunos judíos y medio-judíos, p. 223. Grasset, París, 1928). 
Bernard Lazare, por su parte, nos muestra la acción anticristiana judía en siglo XVIII: 

“En todo el terrible anticristianismo del siglo XVIII, convendrá examinar cuál fue la aportación, no diré del judío, sino del espíritu judío. No hay que olvidar que en el siglo XVII los sabios, los eruditos como Wagenseil, como Bartolocci, como Buxtorf, como Wolf, sacaron del olvido antiguos libros de polémica hebraica, los que atacaban la trinidad, la encarnación, todos los dogmas y todos los símbolos, con la aspereza judaica y la sutileza que poseyeron aquellos lógicos que formó el Talmud. No sólo publicaron los tratados dogmáticos y críticos, los Nizzachon y los Chizuk Emuna, sino que tradujeron también los libelos blasfematorios, las vida de Jesús tales como la Toledot Jeschu, y el siglo XVIII repitió las fábulas y las leyendas irrespetuosas de los fariseos del siglo II sobre Jesús y sobre la Virgen, que vuelven a encontrarse en Voltaire y en Parny, y cuya ironía racionalista, agria y positiva, revive en Heine, en Boerne, y en Disraeli, del mismo modo que la potencia de razonamiento de los doctores revive en Carlos Marx, y la fogosidad libertaria de los sublevados hebraicos en el entusiasta  Fernando Lassalle”.
(Bernard Lazare: El antisemitismo, tomo II, pp. 193-194)

Oigamos ahora a Josué Jéhouda: 

“El Renacimiento, la Reforma y la Revolución han sido las tres tentativas de reforma de la mentalidad cristiana”, con el fin de poner la fe al nivel de la ciencia y de la razón:



“A medida que el dogmatismo teológico pierde su imperio opresor sobre las conciencias, los judíos respiran con un poco más de libertad… Las tres brechas abiertas en la vetusta fortaleza del oscurantismo cristiano se extienden sobre unos cinco siglos, en el curso de los cuales los judíos eran considerados aún como los parias de la historia…
 “Si bien los judíos estaban entonces al margen de toda actividad intelectual y social de los pueblos cristianos, su pensamiento no dejó de desempeñar, a pesar de todos los ostracismos, un papel preponderante, aunque encubierto, y marca indirectamente con su huella lo mismo el Renacimiento que la Reforma y la Revolución… y no es por casualidad que aquellas tentativas fueron inspiradas por el estudio asiduo de las fuentes judías en una época en que los judíos eran víctimas aún de la auspicia y del desprecio”.
(Josué Jéhouda: El antisemitismo, espejo del mundo, pp. 161-162).

Jéhouda nos demuestra con ejemplos concretos el papel desempeñado por judíos o por hebraizantes tales como Pico de la Mirandola y Jean Reuchlin en aquella transformación de la cristiandad.
Pico de la Mirandola, muerto en Florencia en 1494, fue un hebraizante que se consagró al estudio de la Cabala bajo la dirección de maestros judíos tales como Jéhuda Abarbanel:

“En la principesca mansión de Pico de la Mirándola, en Florencia, se reunían los sabios judíos… El descubrimiento de la Cabala judía, que dio a conocer a algunos preclaros cristianos, contribuyó mucho más que el retorno a las fuentes griegas a la extraordinaria eclosión espiritual llamado Renacimiento. Medio siglo más tarde, la rehabilitación del Talmud conducirá a la Reforma… Pico de la Mirandola había comprendido que el indispensable saneamiento de la dogmática cristiana sólo podía ser realizado mediante el profundo estudio de la Cabala auténticamente judía…”
(Josué Jéhouda: Ob. cit. P.164)

“Con la Reforma, que estalló en Alemania cincuenta años después del final del Renacimiento, la universalidad de la Iglesia queda destruida. Empieza una nueva era. El Renacimiento no había conseguida sanear la dogmática cristiana; la Reforma acaba por embrollar todavía más “la problemática de la cristiandad”, ya evidente. Puede resumirse así: “Cómo vencer su dualismo básico, procedente de un doble origen contradictorio: Jerusalén y Atenas, de las cuales Roma asumió la sucesión”. Desde luego, es notorio que la Reforma fue llevada a cabo por Lucero (1483-1546), Calvino (1509-1564) y Zwinglio (1484-1531), pero lo que suele ignorarse es que antes, Jean Reuchlin (1455-1522), discípulo de Pico de la Mirándola, había removido la conciencia cristiana al sostener ya en 1494 “que no había nada superior a la sabiduría hebraica”. Y cuando en 1509 un judío renegado, Joseph Pfefferkorn, obtuvo después de varias tentativas anteriores la condena definitiva del Talmud – ese compendio colectivo que resume mil años de sabiduría judía -, Jean Reuchlin no retrocedió ante ninguna amenaza ni temió exponerse a todos los peligros para defender ante el Emperador y el Papa la valía extraordinaria del Talmud, cuyo verdadero sentido había penetrado.
“Con el retorno a las fuentes antiguas, Reuchlin preconizó también el retorno a las fuentes judías. Finalmente, le ganó la partida al converso Pfefferkorn, el cual pedía a voces la destrucción del Talmud. “El nuevo espíritu que iba revolucionar a toda Europa – escribe el historiador Graetz – se manifestó a propósito de los judíos y el Talmud”. Sin embargo, la Reforma, que dio a conocer la Biblia en su texto de superficie, se mostró todavía más incapaz que el Renacimiento de purificar al cristianismo de su antisemitismo congénito. No sin asombro, se tantos antisemitas entre los protestantes como entre los católicos. La Reforma, habiendo desembocado en un callejón sin salida intelectual, adoptó el fidelismo como principio, excluyendo toda posibilidad de razonar su fe…”
“También la Reforma experimentó la atracción irresistible del “milagro griego” que dualiza el pensamiento separándolo de la fe, y adoptó sin darse cuenta el laicismo pagano que preparó el terreno al ateísmo, el cual aparece por primera vez en la historia de los pueblos cristianos con la Revolución francesa. La actitud claramente antirreligiosa de la Revolución francesa se prolongó a través comunismo ruso y contribuyó poderosamente a descristianizar al mundo cristiano… “.
“La tercera tentativa para modificar la posición cristiana se llevó a cabo, después del fracaso de la unificación de la cristiandad por medio de la Reforma, bajo el impulso de la Revolución francesa”. 
La Revolución francesa y más tarde, la Revolución rusa, si bien liberan al judío en los terrenos social y político experimentan hacia la religión monoteísta de Israel  el mismo desdén manifestado por la teología cristiana…”.
“El laicismo, surgido de la Revolución, confiere al judío su dignidad de hombre, pero la teología cristiana no ha renunciado aún a su desdén espiritual en lo que él respecta. De ahí procede la actitud ambivalente del mundo moderno en lo que respecta al judío, y los sucesivos estallidos del antisemitismo…”.

“El antisemitismo, esa fiebre aftosa de la cristiandad, se muestra rebelde incluso después de las tres tentativas de depuración del dogmatismo cristiano. Sin embargo, y a pesar de todas las depuraciones sucesivas, la cristiandad permanece apegada a su mitificado dogmatismo que engendra, inevitablemente, el antisemitismo. La afirmación de que el cristianismo ofrece la última fase del desarrollo espiritual del Judaísmo debe ser reconsiderada en interés mismo de la cristiandad y, en consecuencia, de la civilización occidental…”.

“El que profundiza en el sentido de la Historia universal, para obtener una visión de conjunto, descubre que desde la antigüedad hasta nuestros días dos corrientes opuestas se disputan la historia, penetrándola y moldeándola sin cesar: la corriente mesianista y la corriente antisemita, bajo los nombres más diversos…”.
“Pero el sentido de la Historia permanece idéntico en todas las épocas: es una lucha sorda o abierta entre las fuerzas que trabajan para el progreso de la humanidad, y las fuerzas que se aferran a los intereses creados, obstinándose en mantener lo que subsiste en detrimento de lo que debe venir”.
“Ya que el mesianismo y el antisemitismo constituyen los dos polos opuestos de la humanidad en marcha. El antisemitismo es el polo negativo del mesianismo…”.
(Josué Jéhouda: Ob. cit., pp. 164-169-170-172-173-174-186).

Actualmente, el ataque cobra nuevo vigor bajo la égida del Ecumenismo y los judíos llevan la guerra al interior mismo de la Iglesia. Con el apoyo de los progresistas, atacan la doctrina tradicional de la Iglesia en lo respecta al Judaísmo. Es la batalla del Concilio, que hemos expuesto en la primera parte de esta obra.
Se nos dice que un acuerdo es posible y deseable, desde luego; pero, ¿posible?
Para los judíos talmudistas, el acuerdo no es más que el abandono puro y simple por parte del Cristianismo de todo lo que constituye la esencia de su doctrina y el retorno íntegro al Judaísmo, el cual no cede en nada, no abandona ninguna de sus posiciones, mantiene su absoluta intransigencia.
Todos los pensadores judíos, rabinos y dirigentes del Judaísmo, se muestran unánimes en ese punto.
Veamos lo que André Spire nos dice de Darmestteter:

“Al margen de toda confesión, por encima de todo dogma, ha permanecido fiel al espíritu de las Escrituras. Por añadidura, mediante un original giro del pensamiento, ha hecho entrar las partes más bellas del cristianismo en el judaísmo y, conduciendo a la Iglesia a la sinagoga, reconcilia a la madre y la hija en una Jerusalén ideal. Pero es la hija, como es lógico, la que reconoce sus fallos y confiesa sus errores”.
(A.    Spire: Ob.  cit., p. 255).  

Oigamos ahora a Josué Jéhouda:

“Un profeta moderno exclamó un día: “Vergüenza y maldición sobre nosotros, pueblos cristianos, si continuáis empeñados en ahogar la tradición monoteísta de Israel. Ya que sin la renovación del monoteísmo mesiánico, no existe salvación parta vosotros y para el mundo”.
(Josué Jéhouda: El antisemitismo, espejo del mundo, p. 349).

Oigamos también a Rabi:

 “No es la cruz lo que colmará el cisma entre el pueblo judío y el conjunto de las naciones, como cree Lovsky. Lo único que lo hará posible será la adhesión del mundo a la idea judía de filiación común. No hay otra moral para el hombre, no otros fines para la historia”.
(Rabí: Anatomía del judaísmo francés, p. 186).

Sobre esa misma cuestión damos a continuación un breve resumen de la importante introducción que ELIE BENAMOZEGH, apodado “el Platón del judaísmo italiano”, consagra su obra ISRAEL Y LA HUMANIDAD, porque resume de un modo perfecto el pensamiento judío. (Nota del recopilador: La obra que comentamos, del profesor LEÓN DE PONCINS, “EL JUDAÍSMO Y LA CRISTIANDAD”, México, es del año 1965, apenas finalizado el Concilio Vaticano II. (Por la información bibliográfica que poseemos, hasta el año 2001, este gran autor seguía produciendo obras de gran envergadura y talento).

Después de – afirma el profesor LEÓN DE PONCINS – haber comprobado la crisis religiosa en el mundo, Elie Benamozegh opina que el único modo de resolverla es llegar a una unidad religiosa, y busca las condiciones en las cuales podría llegarse a un acuerdo.
Para este rabino, ferviente cabalista, la religión del futuro no puede ser el racionalismo, el cual, simple producto de la mente humana, no se apaga más que a las cosas inteligibles y mudables. En efecto, la religión, acto de adoración y culto de lo Absoluto, sobrepasa nuestros sentidos y nuestras facultades e implica una verdad basada en la verdad basada en la Revelación.
Únicamente las religiones surgidas de la Biblia y de la Tradición, el Judaísmo, el  Cristianismo y el Islamismo, poseen aquella condición.
Pero, entre ellas, el Judaísmo ocupa una situación preeminente. Primogénito de los hijos de Dios, guardián del mesianismo, la función sacerdotal en la gran familia de las naciones pertenece de derecho a Israel, ya que en la antigüedad el primogénito:

“era el sacerdote de la familia, encargado de hacer cumplir las órdenes del padre y reemplazarle en su ausencia. Era el que administraba las cosas sagradas, el que oficiaba, enseñada, bendecía. En reconocimiento a sus servicios, recibía una doble parte de la herencia paterna y la consagración o imposición de las manos… Tal era la concepción judía del mundo. En el cielo un solo Dios, padre común de todos los hombres, y en la tierra una familia de pueblos, entre los cuales Israel es el primogénito encargado de enseñar y de administrador la verdadera religión de la humanidad, de la cual es el sacerdote”.
(Elie Benamozegh: Ob. cit., p. 40).

El Judaísmo, pues, tiene que convertirse en la religión del género humano, y el concepto judío del mundo debe imponerse sobre todos los demás.
El Cristianismo, surgido del hebraísmo, a pesar de su venerable y antigua tradición tiene que remontarse a la tradición más antigua y más auténticamente divina que lo ha formado. Debido al exceso de sus sectas, a sus errores y a sus discordias, a la oscuridad de sus dogmas, no responde ya a las aspiraciones de los tiempos modernos. Para subsistir, debe reformar sus partes defectuosas aceptando el ideal que el Judaísmo se ha formado del hombre y de la sociedad, y volver a la fe primitiva en Dios y en su revelación. Únicamente en esas condiciones conservará su carácter de mesianismo, podrá unir sus esfuerzos a los del Judaísmo con vistas a asegurar el futuro religioso de la humanidad y continuará siendo la religión de los gentiles:

“La reconciliación soñada por los primitivos cristianos como una condición de la parousie, o advenimiento final de Jesús, el retorno de los judíos al seno de la Iglesia, sin el cual las diversas comuniones cristianas están de acuerdo en reconocer que permanece incompleta la obra de la redención, ese retorno, afirmamos nosotros, no se efectuará en realidad como se ha esperada, sino del único modo serio, lógico y durable, y sobre todo del único modo provechoso para el género humano: será la reunión del hebraísmo y de las religiones que han surgido de él, y…”el retorno del corazón de los hijos a su padre”.
(Elie Benamozegh: Ob. cit., p. 48).

Una magnífica respuesta a estos furiosos anatemas la encontramos precisamente en un escritor judío al cual ya nos hemos referido, el Dr. A. Roudinesco. Veamos lo que dice en su libro Le Malheur d`Israel:  

“Se ha llamado milagro judío a la supervivencia hasta nuestros días de esa pequeña comunidad, a pesar de las persecuciones y de sufrimientos inauditos. Esa supervivencia no es un milagro: en el mejor de los casos es una desgracia. El verdadero milagro judío es la conquista espiritual de la humanidad por el cristianismo. La misión del pueblo elegido ha terminado desde hace mucho tiempo. Aquellos, de entre los judíos, que esperan perfeccionar algún día el cristianismo por medio de un mesianismo renovado, ignoran las leyes esenciales de la evolución de la humanidad”. 
(Dr. A. Roudinesco: Ob. cit., pp. 197-198).      

Revista La Hostería Volante – Órgano del pensar Americano para una cultura humanística y política, AMERICANA.  nº 46, La Plata, mayo de 1996. Artículo sobre Esoterismo y política, titulado “Dos estudios sobre Papismo y judaísmo”, pp. 28, 29, 30 y 31.

En la muy interesante publicación Orthodox Tradition, publicada por el C.T.O.S. y auspiciada por el St. Gregory Palamas Monastery (Etna, California), se reúnen las plumas de algunos de los discípulos del eminente teólogo patrístico P. George Florovsky. En esa revista trimestral se dedican habitualmente rúbricas a ensayos teológicos, temas litúrgicos, comentarios bibliográficos, psicología, preguntas y exposiciones de los lectores, y es presentado uno o más textos patrísticos, en cuidada versión del griego.
En el núm. 3/1995, el teólogo búlgaro p. Archimandrita Sergei (Yazadzhiev), publica un interesante artículo sobre Papismo y Judaísmo, al que hace de continuación otro – en el 2/96 – bajo el título de  ¿Es cristiano el cardenal Lustiger?
Tras señalar que “uno de los más siniestros síntomas de nuestra edad apocalíptica es el sistemático y cada vez mayor rapprochement entre “el Papismo y Judaísmo”, pasa a considerar institución derivada de la concepción hebraica del Sumo Sacerdote, figura abolida por la realidad de Cristo.
De esta concepción hace depender la idea de que “el resto de los obispos son considerados como simples vicarios o delegados del Pontífice Romano”. “Ya el 6 de setiembre de 1938, el entonces Papa PÍO XI, un judío italiano, expreso por Radio Vaticano el extraño pensamiento de que todos los cristianos son “espiritualmente semitas”. ¡Una bastante extraña asimilación racial, este aserto a través del cual la esencia espiritual de la fe cristiana, es sacrílegamente convertida en materialista!”.
Pasa luego revista al Concilio Vaticano II, y a la Declaración conciliar Nostra Aetate, tanto como la Declaración del Episcopado francés de abril de 1973, confrontando las citas escriturísticas truncas y utilizadas contra su sentido evidente, con los textos evangélicos correspondientes. Hace notar así la colocación de la Parusía cristiana en paralelo con espera mesiánica judaica, “absurda mezcla de conceptos (en la que) el verdadero Mesías, quien ha venido – Nuestro Señor Jesucristo -, es unido en su Segunda Venida con un falso mesías, cuyo advenimiento está siendo preparado por los judíos”.
Por otro lado el “nuevo catecismo”, secc. 840, equipara “las aspiraciones del pueblo de Dios del Antiguo Testamento y la del Pueblo de Dios del Nuevo Testamento: la expectativa (o retorno) del Mesías”; a propósito cual, el recuerda la declaración del Gran Rabinato francés que remarcó que la declaración del episcopado galo “coincide con la enseñanza de los más prominentes teólogos judíos, de acuerdo a los cuales las religiones que provienen del judaísmo tienen por misión la preparación para el advenimiento de la era mesiánica (sic) indicada en la Biblia”¡¡¡
A esta política de rapprochement, atribuye el nombramiento de “Jean-Marie Aaron Lustiger como arzobispo de París y Cardenal, recordando que los fieles franceses hicieron una parodia de su nombre “¡Lustiger-Lucifer!”. El P. Sergei agrega que “los masones han volcado todo su esfuerzo para inclinar la opinión pública a favor de su candidato, de forma que sea electo Papa” (…) lo que no es extraño, ya que el actual es, él mismo, masón. En octubre de 1983, la revista italiana OGGI publicó en uno de sus números, el cual tuvo que ser confiscado, una escandalosa fotografía mostrando al Papa Juan Pablo II vestido de negro, de acuerdo con la estricta regla de las logias masónicas, y participando en un banquete masónico con sus brazos cruzados en la “cadena de hermanos” formada por comensales masones alrededor de la mesa. Una pizarra con un monstruo coronado diseñado en ella, es visible detrás de él, ¡obviamente el Diablo presidiendo la reunión! Un poco atrás en la “cadena de hermanos” formada por comensales, vemos al Vicario de Roma, Cardenal Hugo Poletti, un famoso masón del Vaticano, (quien no casualmente) acompaño al Papa en su visita oficial a la Sinagoga Mayor de Roma el 13 de abril de 1986, cuando el Papa se dirigió a los rabinos judíos con las amistosas palabras: “¡Ustedes son nuestros hermanos mayores!”. En una entrevista reciente dada a la revista estadounidense PARADE, el Papa afirma enfáticamente que “la actitud de la Iglesia hacia el pueblo de Dios del Antiguo Testamento – los judíos -, sólo puede ser “la de que ellos son nuestros hermanos mayores en la Fe”, “¿En qué Fe?” nos preguntamos”.  
Tras recordar las oportunidades en las que se ha hecho referencia a Abraham, como factor de hermandad y señalar que de acuerdo a San Juan el Precursor y a San Pablo, hay una línea ininterrumpida que vincula al Profeta con Cristo, hace resaltar las palabras con que J.P. II se dirige en Mainz, Alemania (octubre de 1980) al Gran Rabino local diciendo “Sea el pueblo judío bendito por nuestro padre común Abraham”. ¡Sin la menor alusión a Cristo!”. Y en Varsovia, en junio de 1991, J.P. II hace resaltar que su permanente preocupación por reunirse en sus viajes con representantes del judaísmo “enfatiza a su modo la única confesión de fe, la cual unifica a los hijos de Abraham, quienes confiesan la religión de Moisés y los profetas, con aquellos que de idéntica forma (¡) confiesan a Abraham como su “padre en la fe” (Juan 8:39)”.
“De este modo, sin nombrar explícitamente a los cristianos, y sin contarse entre ellos, el Papa les adscribe “la misma” confesión de fe que a los judíos (…) ¡en una maliciosa falsificación de parte del “infalible” Papa a favor de los judíos, especialmente porque la expresión citada por él entrecomillada no está contenida en el verdadero texto de los Evangelios (Juan 8:39)!”
El A. comenta un artículo del Archimandrita Arsenios Kompougias, La relación entre el Papa y el Anticristo, donde se analiza “un reciente libro del autor estadounidense Benjamín Creme, La nueva aparición de Cristo y los Maestros de Sabiduría. De acuerdo con este libro, publicado por el clero del futuro “messiah”, a saber el Anticristo, éste pronto aparecerá como cabeza del gobierno mundial. Entre los planes a poner en realización, está la abolición de la religión cristiana y el establecimiento de una nueva religión universal a través de la mediación de las logias masónicas. El autor acentúa el papel decisivo a ser jugado por el sucesor del presente Papa en la traición del cristianismo, en tanto que la misión del actual es nivelar el terreno entre las religiones por la unificación de todos los cristianos”. 
El P. Sergei enfatiza que “similar al “pequeño cuerno” mencionado por el santo Profeta Daniel (Daniel 7:8), el Vaticano juega un papel predominante entre los países europeos, anticipando una Europa Común, cuyo “arquitecto principal” (¡un término masónico!) es, según se supone, el mismo Papa. El Vaticano también parece la segunda bestia apocalíptica, con dos cuernos como cordero, pero que habla como un “dragón” y “hace a la tierra y a sus habitantes adorar la primera bestia” (Apoc. 13: 11-12). Sin anticiparnos al curso de los acontecimientos, podemos – sin embargo – preguntarnos: ¿No será el Papa el precursor del Anticristo que viene?”.
Reproduce luego el Preámbulo del Acuerdo firmado entre el Vaticano y el Estado de Israel, el 30 de diciembre de 1993, que tiene en cuenta “la naturaleza única y las edificantes relaciones entre la Iglesia Católica y el pueblo judío; el proceso histórico de creciente reconciliación y comprensión; el incremento de la amistad mutua entre católicos y judíos”, y establece que el “Acuerdo será una base sólida y durable para el continuo desarrollo de sus relaciones presentes y futuras”.
Comenta el autor que los siguientes quince artículos del Acuerdo, establecen las obligaciones mutuas entre el Vaticano e Israel, estableciendo sistemas de consulta entre “la Iglesia” y “el Estado”, y señala que la repetición de estos términos en el Acuerdo, en lugar de “Estado de Israel” y “Vaticano” o “Iglesia Católica Romana”, “implica que en el futuro, las dos partes negociadoras se convertirán en dos súper-poderes absolutos de carácter universal”.
Según interpreta el P. Sergei, el Cardenal Lustiger ha sido promovido en vida de Juan Pablo II como su sucesor, en una maniobra de prensa que califica de “¡inaudita!”.  A su vez, Lustiger, en una entrevista concedida israelí Ediot Ajranot, en 1983, sostiene que quizá el “Judaísmo querrá reconocer al cristianismo como una especie de adopción acordada por Dios. En el análisis final, el judaísmo, en la vivencia de su vocación divina (¡), será un día capaz de reconocer que las gentes convertidas al cristianismo son igualmente hijos dados a la nación judía, a pesar de no ser electos (¡); será un don en forma de una prole inesperada, que aún no ha sido reconocida. Y aún cuando los cristianos no han reconocido todavía a los judíos como sus hermanos mayores y no pueden ver en ellos la raíz en la que  han sido injertados, es quizá preciso  que los judíos mismos deban reconocer a los pueblos gentiles convertidos al cristianismo como sus hermanos menores”.
Y el autor no puede dejar de recordar que, en verdad, “el Antiguo Testamento conduce al Nuevo Testamento, y por lo tanto el Antiguo es inferior (“menor”) respecto del Nuevo, el que es superior (“mayor”), y no viceversa, como querría el Cardenal”, del que podríamos “preguntarnos legítimamente si ha sido convertido verdaderamente a la fe cristiana”.
Hasta aquí un resumen ceñido de estos dos ensayos, cuya traducción íntegra, y posterior difusión bien vale la pena injertar, en estos tiempos de confusión e indiferenciación, para esclarecer que, lejos de todo materialismo biológico o injusta discriminación, lo que aquí se enfrentan se enfrentan son dos principios espirituales excluyentes y contrapuestos, ya que como lo señala San Ignacio de Antioquia, Padre Apostólico, “ABSURDO ES HABLAR DE JESUSCRITO Y JUDAIZAR. PUESTO QUE NO CREYÓ EL CRISTIANISMO EN EL JUDAÍSMO, SINO EL JUDAÍSMO EN EL CRISTIANISMO” (Ep. Ad Magnesios, X, 3).
 
Para una mejor comprensión del pasaje, y el contrasentido evidente con que es usado el texto evangélico, recordaremos que en esa perícopa se relata una larga discusión de Cristo con los judeo-cristianos, a quienes dice: “Sé que sois del linaje de Abraham, pero buscáis matarme, pues mi palabra no halla sitio en vosotros. Lo que yo he visto junto al Padre, habló;   y vosotros, lo que oísteis de vuestro padre hacéis. Respondiéronle: nuestro padre es Abraham. Les dice Jesús: Si sois hijos de Abraham, entonces harías las obras de Abraham, pero ahora buscáis matarme, a mí, hombre que la verdad ha hablado, tal como la oí de parte de Dios; eso Abraham no lo hizo. Vosotros hacéis las obras de vuestro Dios. Le dijeron: nosotros no hemos sido engendrados por fornicación, un padre tenemos, Dios. Díjoles Jesús: Si Dios fuere vuestro padre, me amaráis, porque yo de Dios salí y he venido, porque no venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque  no podéis escuchar mi palabra. Vuestro padre es el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir. El era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, puesto que no hay verdad en él. Cuando dice una mentira, de lo suyo mismo habla, pues es mentiroso y padre de la mentira” (Juan 8: 37-44).
Como se ve estamos bien lejos de la peregrina interpretación que hace Juan Pablo II del texto, y de compartir una fe común con es supuestos “hijos de Abraham”.              

PROBLEMA DE ACTUALIDAD – MALESTAR JUDÍO Y MALESTAR CRISTIANO. (Capítulo XII, páginas 211-226).

(…) Dado que los judíos no pertenecen a nuestra raza, no siendo “ni galos, ni celtas, ni eslavos, ni germanos”.
Dado que nuestras tradiciones nacionales les resultan completamente extrañas.
Dado que nuestra caballeresca, con su histórico pasado de honor y de devoción les parece una época odiosa.
Dado que nuestra religión es “una blasfemia, un escándalo espiritual y una subversión” (Memmi).
Dado que nuestro Dios, a los ojos de los judíos, es “un poco el diablo, es decir,  la condensación del mal sobre la tierra, que les hace apenas respirable la vida social” (Memmi).
Dado que nuestros Evangelistas, según JULES ISAAC, son unos embusteros y unos falsarios.
Dado que nuestros grandes santos y Padres de la Iglesia, siempre según Isaac, son: vulgares libelistas, teólogos odiosos y venenosos, violentos e inicuos, los verdaderos precursores de Hitler y de Streicher y responsables lejanos de Auschwitz.
Dado que nuestras catedrales góticas, son, según Enrique Heine, “las más terribles fortalezas de de sus enemigos”.
Dado que los nombres de santos que llevan nuestros pueblos y nuestras estaciones de Metro les resultan ofensivos.
Dado que las campanas de nuestras iglesias hieren los oídos judíos.
Dado que es inadmisible a sus ojos que:
1º) El  Presidente de la Republica asista oficialmente a una ceremonia religiosa católica (o protestante en un país protestante);
2º) el Papa bendiga nuestro país;
3º) el Nuncio sea el decano del Cuerpo Diplomático, por el simple hecho de ser el Nuncio.
Dado que les parece intolerable que las fiestas cristianas, y no las fiestas judías, determinen las fechas de las vacaciones.
Dado que desean con todas sus fuerzas presenciar la agonía de las religiones, de las naciones, y de las familias – las de los demás, por lo menos, ya que la religión, la nación y la familia judía conservan su carácter de intocables.
Dado que constituyen una minoría de quinientos mil en un país de cincuenta millones de habitantes, cabe preguntarse si es legítimo, útil, juicioso y oportuno que los judíos sean o hayan sido entre nosotros: (…)
Cuando se han leído las obras de Enrique Heine, Bernard Lazare, J. Darmestteter, Kadmi-Cohen, Daniel Pasmanik, Ludwig Lewisohn, Emil Ludwig, Walter Rathenau, Alfred Nossig, León Blum, Josué Jéhouda, Edmond Fleg, Elie Benamozegh, André Spire, Elie Faure, Jules Isaac, Rabi, Max I. Dimont, Memmi y compañía, se llega fatalmente a una conclusión: es completamente legítimo e incluso loable que los judíos defiendan y conserven sus propias tradiciones; es completamente legítimo que puedan vivir en los países occidentales sin ser molestados ni perseguidos.
Pero es inadmisible que se aprovechen de esa tolerancia para infiltrarse en todos los puestos de mando y para minar, disgregar y finalmente destruir nuestras propias tradiciones, religiosas, nacionales y culturales. Las reacciones francesas y occidentales que los judíos califican de antisemitismo son esencialmente reacciones de defensa y de protección contra una influencia tanto más peligrosa por cuanto opera en el seno mismo de nuestras instituciones y se cubre con una fraudulenta etiqueta de ciudadanía francesa en Francia, inglesa en Inglaterra, alemana en Alemania, etc.
Y lo que decimos desde el punto de vista nacional, es igualmente cierto desde el punto de vista religioso.
Cabe, en efecto, preguntarse si es legítimo, juicioso y congruente con respeto
Que la Iglesia ha profesado siempre en lo que atañe a sus libros Santos, que una asamblea mundial de obispos, reunidos en Concilio, en Roma, tome como consejero a un escritor judío, Jules Isaac, en vistas o “RECTIFICAR y PURIFICAR” la enseñanza tradicional cristiana respecto al Judaísmo.
Jules Isaac, del cual uno de sus correligionarias, Rabi, ha podido escribir:

“Su “Jesús e Israel”, aparecido en 1948, constituye de máquina de combate más específica contra una enseñanza cristiana particularmente nociva”.
(Rabí: Anatomía del judaísmo francés, p. 183). 

Sin embargo, a juzgar por el voto conciliar del 19/20 de noviembre de 1964, los argumentos de Jules Isaac, de los Bnai Brith y del Congreso Mundial Judío pesaron más en la balanza y en la conciencia de mil trescientos obispos y Padres Conciliares que los Evangelistas, que San Agustín,  que San Juan Crisóstomo, San Gregorio el Grande – que es tanto como decir todos los doctores de la Iglesia y todos los Papas - , que son los autores de esa enseñanza denunciada ahora por Jules Isaac y sus partidarios como particularmente nociva. 

Capítulo II: CRÍTICA DE LOS EVANGELIOS POR JULES ISAAC. (PP.17-25).

Examinemos ahora las acusaciones formuladas por JULES ISAAC contra los Evangelistas, especialmente por sus relatos de la Pasión, y contra los Padres de la Iglesia, a los cuales hace responsables de lo él llama “LA ENSEÑANZA DEL DESPRECIO” que impregna a toda la mentalidad cristiana.
Al mismo tiempo, Jules Isaac niega fríamente todo valor histórico al relato de los Evangelistas.

 “El historiador tiene el derecho y el deber, el deber absoluto, de considerar los relatos como testimonios de cargo (contra los judíos), con la circunstancia agravante de que son los únicos testimonios y se inclinan todos del mismo lado: no tenemos ni testimonios judíos (válidos) ni testimonios paganos para equilibrar la balanza. El partidismo de los evangelistas se hace más evidente, más acentuado – con la lamentable ausencia de documentación no cristiana -, en la historia de la Pasión… Sin embargo, salta a la vista que los cuatro tuvieron la misma preocupación: reducir al mínimo las responsabilidades romanas, para agravar tanto más las responsabilidades judías. Desiguales, por añadidura, en su partidismo: a este respecto, Mateo destaca con mucho, no solamente sobre Marcos y sobre Lucas, sino incluso sobre Juan. El hecho no es sorprendente. Los enemigos más encarnizados son los de la propia sangre: y Mateo es judío, sustancialmente judío, el más judío de los evangelistas; y según una tradición que parece bien fundada, escribió “en Palestina y para los palestinos”, para demostrar, apoyándose en el Antiguo Testamento, que Jesús era el Mesías anunciado por las Escrituras (judías)… Pero ¿sale bien parada la verdad histórica? Cabe dudarlo. No tiene nada de sorprendente que, de los tres Sinópticos, Mateo sea el más parcial, su relato de la Pasión el más tendencioso, y que el más imparcial – o el menos parcial – sea Lucas, el único evangelista que no era judío, el único procedente del Paganismo”.
(Jules Isaac: Jesús e Israel, pp. 428-429, Fasquelle, París-1959). 

“Pero no lo olvidemos, humanos o inhumanos, católicos o protestantes, todos de acuerdo en afirmar que allí, antes Pilatos, en aquella hora única, que sonó una vez por todas y cuenta para la humanidad más que cualquier otra hora en el mundo, el pueblo judío en su totalidad cargó sobre él explícitamente, de un modo expreso, la responsabilidad de la Sangre inocente. Responsabilidad total, responsabilidad nacional. Queda por comprobar hasta qué punto los textos y la realidad que dejan entrever justifican la espantosa gravedad de una afirmación semejante”.
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 468.)

“La acusación cristiana formulada contra Israel, la acusación de deicidio, acusación de asesinato asesina en sí misma, es la más grave, la más grave, la más nociva: es también la más inicua,
“Jesús fue condenado al suplicio de la cruz, suplicio romano, por Poncio Pilatos, procurador romano…”
“Pero los cuatro evangelistas, por una vez de acuerdo, afirman: fueron los judíos los que entregaron a Jesús a los romanos; la irresistible presión de los judíos fue la que obligó a Pilatos, deseoso de exculpar a Jesús, a ordenar su ajusticiamiento. Por lo tanto, a los judíos y no a los romanos, simples ejecutores, incumbe la responsabilidad del Crimen, pesa sobre ellos, con un peso sobrenatural, que les aplasta…”
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 567.)

“De momento, impresiona la unanimidad – al menos aparente – de los cuatro evangelistas respecto a lo constituye el fondo de la discusión: las responsabilidades judías…
“Las cuatro evangelistas atestiguan sin dudar, con insistencia, unánimemente, que el Romano pronunció la sentencia de muerte bajo la presión de los judíos. Pero su testimonio es un testimonio de los judíos. Pero su testimonio de cargo, interesado, apasionado, y un testimonio indirecto, tardío, por lo cual resulta imposible – hablando honradamente – aceptarlo sin reserva”.
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 481). 

“Mateo (XXVII, 24-25) es el único en saber y en decir que el procurador Pilatos se lavó las manos, solemnemente, al estilo judío, para librarse de la responsabilidad de la sangre inocente que se veía obligado a verter. Es el único, asimismo, en observar que “todo el pueblo” gritó: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Marcos, Lucas y Juan no saben nada, no dicen nada, ni del famoso lavatorio, ni de terrible exclamación”.
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 481.)

“La sugeridora gradación, observada en la primera fase del proceso, vuelve a encontrarse en ésta. Gradación muy sensible ya de Marcos a Mateo (XXVII), según la cual Pilatos se exonera a sí mismo de toda responsabilidad (mediante el lavatorio de manos), el “pueblo judío”, en cambio, la asume como a placer. En Lucas, por tres veces, Pilatos declara inocente a Jesús y manifiesta la intención de soltarle (XXII, 14, 15, 16, 20, 22). Juan llega todavía más lejos; no vacila en prolongar las extrañas idas y venidas del procurador, del interior al exterior del pretorio; después del intermedio de la flagelación, viene la lastimosa exhibición; “Ecce homo”, nuevo diálogo entre Pilatos y “los judíos”; desconcierto de Pilatos, cuando se entera que Jesús se proclama “Hijo de Dios”; nuevo diálogo entre Pilatos y Jesús; nuevo esfuerzo de Pilatos por soltar a Jesús; chantaje de los judíos: “Si le sueltas, no eres amigo del César” (Juan, XIX, 12),  al cual acaba por ceder el vacilante procurador: “Entonces se lo entregó para que fuera crucificado” (XIX, 16).
“Un verdadero torneo para ver  quién hará más odioso a los judíos.
“Cuánto podría decirse, cuánto se ha dicho ya situándose en el terreno de la verosimilitud histórica… Pero es un terreno peligroso, lo sé: lo verdadero “puede a veces no ser verosímil”. Sin embargo, y de un modo especial en Mateo y en Juan, el personaje de  Poncio Pilatos supera los límites de lo inverosímil: “juez de opereta”, según la frase de Loisy.
“Inverosímil aquel omnipotente procurador que, en su desconcierto, pregunta a los judíos, sus súbditos, a los sumos sacerdotes, sus vasallos, lo que tiene que hacer con el prisionero Jesús (Marcos, XV, 14;  Mateo, XXVII, 23).
“Inverosímil aquel exterminador de judíos y de samaritanos, súbitamente asaltado de escrúpulos ante un judío galileo, sospechoso de agitación mesiánica, llegando incluso a pedir para él la compasión de los judíos: “Pero, ¿qué mal ha hecho?” (Marcos, XV, 14; Mateo, XXVII, 23).
“inverosímil  aquel funcionario romano que, para librarse de las responsabilidades – ante el Dios de Israel, sin duda – recurre al simbólico rito judío de lavarse las manos (Mateo, XXVII, 24).
“Inverosímil aquel político astuto que, aquel día, decide tomar partido por un mísero profeta contra la oligarquía indígena, sobre la cual tiene que apoyarse, de acuerdo con la tradición romana, y en la cual se apoya: gracias a Anás y a Caifás, un Pilatos gobierna la Judea.
“Inverosímil aquel representante de Roma, obligado por encima de todo a hacer respetar la majestad romana, que, en honor de algunos judíos devotos, va y viene de su tribunal a la calle, donde en aquélla se mantienen apiñados.

“Inverosímil aquel gobernador implacable, dispuesto a ahogar en sangre todo motín o amenaza de motín, que, para complacer a la multitud (judía), consiente en liberar a un notable facineroso, acusado de sedición y de asesinato (¿y por qué la liberación de Barrabás tiene que llevar implícita la crucifixión de Jesús?).

“Inverosímil aquel magistrado que dicta la ley en su provincia y que parece ignorarla al decir a sus interlocutores, los sumos sacerdotes: “Lleváoslo vosotros mismos y crucificadle”. (Juan, XIX, 6).

“Inverosímil aquel pagano escéptico, impresionado por la acusación que los judíos formulan contra Jesús – según Juan, XIX, 7-8 -, “de haberse proclamado Hijo de Dios” (en el sentido cristiano, inaccesible de buenas a primeras lo mismo para un pagano que para un judío).

“Pero más inverosímil aún, mil veces más inverosímil aquella multitud judía, “todo el pueblo” judío, aquel pueblo patriota y piadoso, súbitamente furioso contra Jesús, hasta el punto de ir a asediar a Pilatos, el odiado romano, para exigirle que el profeta tan admirado la víspera, un hombre del pueblo, uno de los suyos, sea crucificado al estilo romano por unos soldados romanos…”
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 483-484.) 

“La famosa escena que opone al lavatorio de manos de Pilatos el grito de “todo el pueblo” judío: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”?
“Ya hemos hablado de ella. Pero no lo suficiente, si se piensa en todo el daño  que ha producido”.
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 489.) 

“…Me atengo a la confesión de que el gesto de Pilatos era “absolutamente contrario a los procedimientos de los tribunales romanos”. Es suficiente: tengo derecho a llegar a la conclusión de que lo más verosímil es que el gesto no se efectuara. Toda aquella puesta en escena es digna de los apócrifos, y volvemos a encontrarla, en efecto, en ellos, elevada al absurdo.
“La réplica de los judíos, “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos” resulta menos paradójica por cuanto corresponde a las antiguas tradiciones y formulismos hebraicos. Pero no aparece menos inverosímil, como ya hemos dicho, por su propia atrocidad, por el furor que pretende expresar…”
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 491-492.)

“Nunca se ha hecho tan evidente el carácter tendencioso de un relato, su afán “demostrativo”. Una evidencia que estalla y culmina en esos versículos  24-25, que engendran una convicción en toda mente libre: 
“No, Pilatos no se lavó las manos al estilo judío.
“No, Pilatos no proclamó la inocencia de Jesús.
“No, la multitud judía no gritó: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
“Pero, ¿a qué insistir más? La cuestión está resuelta. Lo está para todos los hombres de buena fe. Me atrevería a decir: lo está también ante Dios”.
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 493) 

“La responsabilidad global del pueblo judío, de la nación judía, de Israel, en la condena a muerte; es, en consecuencia, un hecho de creencia legendaria, sin un sólido fundamento histórico…”
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 514-515.)

“Para sostener lo contrario, es preciso un partidismo inveterado, furioso, o la ciega  sumisión a una tradición que, como todo el mundo sabe, no es “preceptiva” y, por lo tanto, no debería imponerse como norma de pensamiento ni siquiera al más dócil de los hijos de la Iglesia. 
“Pero, tradición vivaz, infinitamente nociva, tradición asesina, de la cual ya he dicho y repito ahora que conduce a Auschwitz – a Auschwitz y a otros lugares…
“Alrededor de seis millones de judíos asesinados por el  simple hecho que eran de que eran judíos. Para deshonra, no sólo del pueblo alemán, sino de toda la cristiandad. Ya que, sin los siglos de catequesis, de predicación y de vituperación cristianas, la catequesis, la propaganda y la vituperación hitlerianas no hubieran sido posibles.”
(Jules Isaac: Ob. cit., p.508.)

En resumen, en el relato de la Pasión, corregido y revisado por JULES ISAAC, los evangelistas se nos aparecen como unos pertinaces y deliberados falseadores de la verdad, pero el más venenoso es, sin dispuesta, Mateo:

“Mateo, con mano segura, lanzó la flecha envenenada, inarrancable.” 
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 483) 

Capítulo III: CRÍTICA DE LOS PADRES DE LA IGLESIA Y DE LA ENSEÑANZA CRISTIANA POR JULES ISAAC – (27-41)

Liquidados adecuadamente los evangelistas, Jules Isaac se dedica a continuación a los Padres  de Iglesia que durante mil quinientos años han codificado la doctrina cristiana respecto al Judaísmo.
“Es muy cierto que en el mundo pagano existió una fuerte corriente de antisemitismo, muy anterior al antisemitismo cristiano;
“es muy cierto que ese antisemitismo desencadenó a veces conflictos sangrientos, matanzas en masa;
“es muy cierto que aquel antisemitismo tuvo como causa determinante el exclusivismo, el separatismo de esencia religiosa, dictado por Jehová, ordenado por la Escritura, y sin el cual es evidente que el cristianismo no hubiera podido nacer, ya que gracias a él, a ese separatismo judío, la fe de Jehová, el conocimiento y el culto del Dios único pudieron transmitirse intactos, limpios de toda mácula, de generación en generación hasta la venida Cristo.
“Pero el recuerdo de esos hechos históricos, ¿en qué os justifica?
“Porque haya existido un antisemitismo pagano, cuya fuente es en efecto el mandato divino, ¿en qué se encuentra justificado el cristianismo por haber continuado aquella línea de intolerancia (tras haber sido él mismo su víctima durante cierto tiempo), y, más aún, por haber elevado al paroxismo la virulencia, la malignidad, las calumnias y los odios asesinos?”
(Jules Isaac: Jesús e Israel, p. 353.) 

“Así empezó a elaborarse, en la conciencia cristiana, por así decirlo, el tema del Crimen, de la Indignidad, de la Maldición, del Castigo de Israel, castigo colectivo como el propio Crimen, sin apelación, englobando a perpetuidad al “Israel carnal”, al Israel hundido, réprobo, Israel-Judas, Israel-Caín. Tema que se entrelaza pero que no se confunde con otro tema, convertido en tesis central, la del Pueblo-Testigo. Reservado por Dios, había dicho el judío San Pablo, para la plenitud de la conversión final. Mísero testigo “de su propia iniquidad y de nuestra verdad”, dijo San Agustín trescientos cincuenta años más tarde, marcado por Dios al igual que Caín con un signo que le distingue y le señala al mismo tiempo, le señala a la execración del mundo cristiano.” 
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 359.)
  
“Contra el Judaísmo y sus fieles, ninguna arma se ha revelado más temible que “la enseñanza del desprecio”, forjada principalmente por los Padres de la Iglesia en el siglo IV; y en esa enseñanza, ninguna tesis más nociva que la del “pueblo deicida”.  La mentalidad cristiana quedó impregnada de ella hasta las profundidades del subconsciente. No reconocerla y subrayarla, es ignorar o enmascarar la fuente principal del antisemitismo cristiano.
Fuente principal donde los sentimientos populares han podido alimentarse, pero que ellos no han creado, evidentemente. La enseñanza del desprecio es una creación teológica.”
(Jules Isaac: Génesis del antisemitismo, p. 327, Colman-Lévy, París, 1956.) 

“Deicida”. ¿En qué momento aparece el infamante epíteto, hallazgo genial, asesina mancha indeleble, engendradora de furores y de crímenes (homicidios, genocidios)? Es imposible saberlo con exactitud. Pero puede discernirse, en el agitado oleaje de las polémicas judeo-cristianas, la corriente de la cual ha surgido.”
(Jules Isaac: Jesús e Israel, p. 360.)
“En el siglo IV se ha franqueado el paso. Ahora que la Iglesia y el Imperio han unido su destino, terminan todas las contemporizaciones y el tono de la polémica antijudía puede elevarse. Se eleva, en efecto, se hace francamente injuriosa…
“El antisemitismo cristiano que entonces se expande es esencialmente un hecho teológico, incluso podría decirse “eclesiástico”, “clerical”. Y la base de aquel antisemitismo teológico es la acusación de deicidio.”
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 361.)

“Escuchemos en primer lugar, el rumor salvaje ascendiendo desde el fondo de los siglos, el rumor de las acusaciones, de las imprecaciones cristianas, es decir, las que emanan de aquellos que se llaman cristianos, ya que están en profundo desacuerdo con las palabras de caridad, de misericordia y de amor que son las principales enseñanzas y la gloria de Cristo.
“Todos esos gritos de muerte… ¿acaso pueden existir gritos de muerte “cristianos”?
“Y las acusaciones, las imprecaciones judías, incluso anteriores, incluso odiosas, no los justifican.

“Asesino de Jesús, del Cristo-Mesías, asesino del Hombre-Dios, deicida;
“tal es la acusación lanzada contra todo el pueblo judío, sin reservas, sin distinciones de ninguna clase, la ciega violencia de las masas ignorantes uniéndose íntimamente con la fría ciencia de los teólogos.
“Acusación capital, a la cual va unido el tema del castigo capital, de la terrible maldición que pesa sobre los hombros de Israel, explicando (y justificando de antemano) su miserable destino, las peores violencias cometidas contra él, la sangre que mana de sus llagas reabiertas incesantemente.
“De modo que, en virtud de un ingenioso mecanismo – alternativo – de sentencias doctrinales y de furores populares, se atribuye a la voluntad de Dios lo que, visto desde la esfera terrestre, no es más que el producto de la incurable vileza humana, de aquella perversidad, distinta pero sabiamente explotada de siglo en siglo, de generación en generación, que culmina en Auschwitz, en las cámaras de gas y en los hornos crematorios de la Alemania nazi.”
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 351-352.) 

“Hay que reconocerlo con tristeza: casi todos los Padres de la Iglesia han participado, con su piedra, a esa empresa de lapidación moral (no sin consecuencias materiales): lo mismo San Hilario de Poitiers que San Jerónimo, lo mismo San Efraín que San Gregorio de Nisa, y San Ambrosio, y San Epifanio – judío de nacimiento -, y San Cirilo de Jerusalén… Pero en esa ilustre cohorte, venerable por otros muchos conceptos, dos nombres tienen derecho a una mención especial: el gran orador griego San Juan Crisóstomo, por la abundancia y truculencia de las invectivas, por el desbordamiento de las injurias; y el gran doctor de la latinidad cristiana, San Agustín, por su maravilloso (y peligroso) ingenio en la elaboración de una doctrina coherente.”
(Jules Isaac: Génesis del antisemitismo, p. 161.) 

Después de esa visión de conjunto de los Padres de la Iglesia, pasemos ahora a los casos particulares, citando algunos párrafos del estudio que Jules Isaac ha dedicado a los grandes Doctores: San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Gregorio el Grande, San Agobardo.

San Juan Crisóstomo

En el año 386, San Juan Crisóstomo empezó a predicar en Antioquia, donde existía una importante comunidad judía. Inició su predicación con ocho homilías contra los judíos, cuyo tono “es a menudo de una violencia inusitada”.

“En Crisóstomo se encuentran reunidas todas las acusaciones, todas las injurias. En él aparecen sublimadas, con una violencia y a veces una grosería inigualada, aquella fusión de elementos extraídos de la vena antisemita popular y de reproches específicamente teológicos, aquella utilización de textos bíblicos que son el sello propio del antisemitismo cristiano.
(Jules Isaac: Ob. cit., p.256.)

“Digámoslo sin ambages: cualquiera que haya sido el objetivo propuesto, esa desmesura en el ultraje y la calumnia es algo repulsivo, por parte de un orador sagrado.
“Semejantes semillas de desprecio y de odio germinan siempre. ¡Buena tarea, hermosas cosechas! Más allá de los santos retóricos del siglo IV, santamente aplicados a arrastrar a sus adversarios por el lodo, veo perfilarse en los siglos a venir la innumerable legión de los teólogos, de los predicadores cristianos, de los pedagogos, de los escritores, atareados en insistir en los temas impresionantes del judío carnal, del judío lúbrico, del judío procaz, del judío demoníaco, del judío maldito, del judío asesino de profetas, asesino de Cristo, deicida, y concienzudamente aplicados, también, a hacer penetrar en las mentes receptivas aquellas ideas perniciosas, criminales y falsas; asimismo dispuestos, consecuencia lógica, a admitir con Crisóstomo que si el odioso judío ha sufrido el exilio, la dispersión , (n.r. diáspora), la esclavitud, la miseria y la vergüenza, no ha sido más que un acto de justicia (justicia de Dios): ha pagado sus culpas. Imágines retóricas, sí; pero hay que comprender adónde conducen las imágines retóricas proferidas, han adquirido consistencia vital, virulenta; se han incrustado en millones de almas. ¿Quién, pues, osará creer que el alma cristiana se ha librado hoy de ellas? ¿Quién puede decir si llegará nunca a librarse de ellas? Y después de los predicadores cristianos ved llegar a los odiosos libelistas, a los Streicher nazis”.
(Jules Isaac: Génesis del antisemitismo, pp. 162-164-165-166.) 

San Agustín

Menos violento que el orador griego, escribe Jules Isaac, San Agustín 

“No es menos apasionadamente hostil al judaísmo y a los judíos, ni demuestra menor preocupación por luchar contra su persistente influencia, por librar de ella a sus fieles, abasteciéndoles de argumentos válidos para sus controversias con aquellos obstinados, aquéllos réprobos. El método es el mismo, los puntos de vista y la interpretación de las Escrituras es semejante: mucho antes de la venida del Salvador, el judaísmo se había ido corrompiendo, desecándose, marchitándose; después de la revelación de Cristo, no tiene más inspirador que Satán; los que antaño fueron hijos privilegiados de Dios, se han convertido en hijos del diablo.” 
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 166.)

“En esa enseñanza apasionada que ha atravesado los siglos y que en nuestros días se atreve aún a levantar la voz, no hay más respeto hacia la verdad de la Escritura que hacia la verdad histórica. De la Dispersión, lo mismo que de la lamentable Crucifixión, se hace un arma cruelmente afiliada para martirizar mejor al viejo Israel…”
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 167.)

“Todavía no se ha dicho lo esencial, la aportación doctrinal propia de San Agustín, de su mente sutil, la elaboración de una tesis ingeniosa, oportuna, y por lo mismo destinada al mayor de los éxitos (teológicos): la doctrina del pueblo-testigo…
Si los judíos que se negaron a creer en Cristo subsisten, se debe a que es necesario que subsistan, se debe a que Dios lo ha querido así en su sabiduría sobrenatural; subsisten para dar testimonio de la verdad cristiana, son testigos a la vez por sus libros sagrados y por su Dispersión.”
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 168.) 

“Maravilloso hallazgo de un genio inventivo y sutil: la sorprendente supervivencia del pueblo judío sólo tiene una razón de ser, atestiguar la antigüedad de la tradición bíblica, la autenticidad de los textos sagrados sobre los cuales se apoya la fe cristiana; ellos mismos, los judíos ciegos (y “carnales”) no comprenden el verdadero sentido de sus Sagradas Escrituras, pero las conservan piadosamente. Reverentemente, para uso de la Iglesia de la cual no son más que, a lo sumo, los esclavos “portalibros” andando detrás del amo. E incluso la Dispersión, sin perder su significado – ya tradicional, con absoluto desdén de las realidades históricas – de castigo querido por Dios como pena impuesta por la crucifixión de Cristo, presta también testimonio y responde al designo providencial, ya que demuestra en todas partes que los judíos subsisten “para la salvación de las naciones y no para la suya propia”, sirviendo así para la difusión de la fe cristiana que los judíos se obstinan en negar.”
“Tal es, a grandes rasgos, la tesis sostenida por San Agustín.” 
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 168-169.)

“Existe un corolario de esas proposiciones agustinianas, un corolario temible por sus consecuencias prácticas. El testimonio que prestan los judíos (a favor de la verdad cristiana) con su supervivencia y su Dispersión, deben prestarlo también mediante su visible desgracia. La eficacia de su testimonio tendrá como medida la dureza de la suerte que les está reservada…
“La enseñanza del desprecio conduce al sistema de envilecimiento, el cual es una justificación necesaria.
“Ahora vemos también la diferencia radical que separa al sistema cristiano de envilecimiento de su moderno imitador, el sistema nazi: éste no ha sido más que una etapa, una breve etapa, precursora de la exterminación en masa; aquél, por el contrario, implica la supervivencia, pero una supervivencia vergonzosa, en el desprecio y el infortunio; por lo tanto, está destinado a atormentar lentamente a millones de víctimas inocentes.”
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 166-167-168-171-172.)  

Todo lo que es exagerado carece de valor, se siente la tentación de decir después de haber leído tan impúdicas calumnias contra la enseñanza de la Iglesia. Contestaremos a ellas unas páginas más adelante.

San Gregorio el Grande

“Consideremos en primer lugar la enseñanza doctrinal de la Iglesia en aquel período de la alta Edad Media. Su expresión más perfecta es la obra maestra de San Gregorio el Grande, que se sitúa casi a medio camino entre San Agustín y San Agobardo, a finales del siglo VI. De entre los Padres de la Iglesia, ninguna obra ha tenido más resonancia y más audiencia en la cristiandad, especialmente en la catolicidad de Occidente. Ningún ejemplo puede ser más demostrativo, que sabemos, por haberlo visto actuar como jefe de Iglesia y jefe de Estado, que aquel gran Papa, lejos de ser un fanático, estaba adornado de cualidades insignes: generosidad de corazón, elevación moral, equidad, humanidad…
“Gregorio el Grande no definió nunca sistemáticamente su posición doctrinal con respecto al judaísmo, lo que explica, sin duda, la divergencia de las apreciaciones acerca de él; hay que recogerla de los trazos dispersos a través de sus escritos, principalmente de sus Epístolas Morales y Homilías. Un teólogo católico V. Tiollier, que le ha dedicado un estudio especial y concienzudo, la resume en los siguientes términos, los cuáles, después de haber examinado los textos aludidos, pueden considerables como aceptables: “Ha contemplado la historia de aquel pueblo como la de una enorme culpa, largamente preparada, fríamente cometida, rigurosamente castigada, pero que algún día borrará la misericordia divina”. Por haber mostrado hacia Dios “la más negra de las ingratitudes”, “el pueblo elegido se ha convertido en el pueblo maldito… no despertará de su funesto sueño hasta los últimos días del mundo”,
“Gregorio el Grande no podía hacer más que seguir la tradición  existente, sólidamente establecida por los Padres del siglo IV. Digamos a favor suyo que nunca perdió de vista los orígenes judíos de la Iglesia, ni la visión paulina de la reconciliación final, que él (no San Pablo) sitúa en los últimos días del mundo; que no se complació en la injusta y criminal acusación de “deicida”; que a pesar de subrayar la culpabilidad primordial de los judíos en la Pasión, no omitió nunca del todo la parte de culpabilidad del procurador Pilatos y de los romanos; e incluso que formuló ya la idea cristiana por excelencia – la que debería dominar la mente y corazón de todos los creyentes en Cristo y que enseña el catecismo del Concilio de Trento -, es decir, la responsabilidad de la humanidad pecadora; y, finalmente, que en los escritos gregorianos la polémica antijudía no degenera nunca en violencias ultrajantes, como en San Juan Crisóstomo”.
“Por ello resulta más sorprendente el frío rigor con que aquel gran Papa, aquel espíritu noble, habla del judaísmo y del pueblo judío, y reanuda por su cuenta la mayoría de los temas ya tradicionales, sin comprobar sus fundamentos...
“Ebrios de orgullo – escribe el gran Papa -, los judíos han dedicado todas sus energías a cerrar su inteligencia a la palabra de los enviados del Señor.”
“Al perder la humildad, han perdido la inteligencia de la verdad”. Tema del pueblo carnal, en íntima relación con el tema precedente (del judaísmo degenerado a la venida de Cristo).
“A ejemplo del cuarto evangelista, Gregorio hace un incesante abuso del término “los judíos” para designar de los adversarios de Jesús, lo cual conduce a entregar a todo el pueblo judío al despreció y al odio de los fieles: “Los judíos han entregado al Señor y le han acusado…”.
(Jules Isaac: Ob. cit., pp. 289-290.)

“Los mejores no han podido conducir a esa nación grosera a servir a Dios por amor y no por temor… No ha sido fiel más que a la letra de los preceptos divinos… Ha buscado en las palabras divinas, no un medio de santificación, sino de un motivo de orgullo”.        
 “Para elevarse a Dios, Israel tenía las alas de la Ley, pero su corazón, arrastrándose por los bajos fondos, no supo nunca despegarse de la tierra.” “El pueblo infiel sólo comprendió carnalmente la encarnación de Dios, no ha querido ver en  ÉL más que un hombre… Así, la esposa abandonada a sus sentidos carnales, ha desconocido el misterio de la Encarnación”.
(San Gregorio el Grande: ciado por Jules Isaac: Ob. cit., pp. 289-290.) 

Jules Isaac continúa:

“Infinitamente peligroso es ese tema del pueblo “carnal”, ya que conduce por una progresión fatal al del pueblo de “la Bestia”, del “Anticristo” y del “demonio”, animado de un odio perverso y diabólico contra Dios y sus defensores.”
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 290.)

“Porque los corazones de los judíos están vacíos de fe – dice San Gregorio -, se encuentran sometidos al diablo.” “La Sinagoga no se limitado a ser refractaria a la fe, sino que la ha combatido con la espada, y ha levantado contra ella los horrores de una persecución sin piedad”. “¿No es más exacto decir que la Bestia ha hecho su guarida de los corazones de los judíos perseguidores?” “Cuanto más llene el mundo el mundo el Espíritu Santo, más encadenará el odio perverso las almas judías”. “Su ceguera ha ido hasta la crueldad, y su crueldad les ha empujado a la persecución implacable”.
(San Gregorio el Grande, citado por Jules Isaac: Ob. cit., p. 290.) 

“Tales son las enseñanzas del gran Papa; de un carácter puramente doctrinal a sus ojos, y conciliables, en la práctica, con los deberes de humanidad, de caridad cristiana, de respeto a la legalidad. A sus ojos, pero no necesariamente a los ojos de los de demás. Lo que las mentes y los corazones mediocres, en mayoría siempre y en todos partes, retendrían de semejante enseñanza, sería la huella infamante estampada en la frente del pueblo judío, sus crímenes, su maldición, su satánica perversidad. No se necesitaba más, en aquella época – en cualquier época -, para desencadenar el salvajismo de la Bestia.”
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 291.)

San Agobardo

“Primer punto a señalar: el antijudaísmo de Agobardo, como el de los Padres de la Iglesia, es esencialmente eclesiástico, teológico; no se basa en absoluto en lo que M. Simon llama la vena antisemita popular.”
(Jules Isaac: Ob. cit., p. 274). 

Hallándose en conflicto con los judíos, Agobardo apeló directamente al Emperador, por medio de dos cartas: De insolentia judeorum (Sobre la insolencia de los judíos) y De judaïcis superstitionibus (Sobre las supersticiones judaicas).

“En la primera (De insolentia judeorum), Agobardo empieza por justificar su actitud y las medidas antijudías que ha adoptado. Le resulta fácil afirmar que, al denunciar la perfidia judaica, no ha hecho más que acomodarse a los preceptos enseñados por los Padres, a las normas establecidas por la Iglesia. Esos preceptos y esas reglas, asegura, concilian la razón y la caridad: “Puesto que los judíos viven entre nosotros y no debemos usar la malignidad con ellos ni causar perjuicio a su vida, a su salud ni a su fortuna, observamos la moderación prescrita por la Iglesia, conduciéndonos con ellos con prudencia y, al mismo tiempo, con humanidad.”. 
(Jules Isaac: Ob. Cit., p. 278.)

“Nos damos cuenta hoy de que muchos, muchos siglos de ceguera han cerrado nuestros ojos de tal manera que ya no podemos percibir la belleza de Tu pueblo escogido ni reconocer en sus rostros las facciones de nuestros hermanos privilegiados.

“Nos damos cuenta de que el signo de Caín está marcado en nuestras frentes. A través de los siglos nuestro hermano Abel  ha yacido en la sangre que nosotros le hicimos derramar o derramado lágrimas causadas por nosotros, que olvidamos Tu amor.

 “Perdónanos por la maldición que falsamente imputamos al nombre de judío. Perdónanos por haberte crucificado por segunda vez en la carne de éstos. Porque no sabíamos lo que hacíamos…”  

El Papa JUAN XXIII

Citado por el periódico católico de Londres Catholic Herald el 14 de mayo de 1965 y en el número de verano del mismo año en The Jews and Ourselves. 

“Israel es el Jesucristo de las naciones”, escribió el famoso escritor católico JACQUES MARITAIN, y la diáspora judía en Europa cristiana es una larga Vía Dolorosa”.

Esta frase de Maritain no es una hipérbole poética: historiadores fidedignos calculan que el número de judíos que han muerto a manos cristianas hasta 1925 pasa de siete millones, más que las víctimas del holocausto hitleriano durante la segunda guerra mundial.

¿Por qué?

Ante todo, por causa de una antigua acusación de asesinato, tan patentemente absurda que ningún tribunal actual podría defenderla por mucho que lo desease; se condena a muerte a una nación entera basándose en pruebas tan poco plausibles que no podrían convencer a ningún erudito bíblico que se precie de serlo. En resumen, que la acusación de deicidio, raíz de toda la hebreofobia teológica, podría ser echada con simple común y un poco de conocimiento histórico. 

Comencemos con los tres argumentos que usó el cardenal BEA en una conferencia el año 1965:

Primero.- La iniciativa de la acusación contra Jesús emanó de unos pocos rabinos, escribas, y dignatarios eclesiásticos de Jerusalén, no de todos, ni mucho menos. Fueron éstos los que reunieron a unos pocos cientos de judíos, pues el patio del palacio de Pilatos no podían caber más, y les convencieron de que pidieran la condena de Jesús. Los que gritaron; “Caiga su sangre sobre nosotros…” constituían solamente una pequeña fracción de la población de Jerusalén, que en aquella época contenía poco más de un 1 por 100 de la población judía de todo el mundo. “Condenar a todo el pueblo judío de aquella época, cuya mayoría ni siquiera había oído hablar de Jesús – dijo el cardenal Bea -, sería tan injusto como condenar a sesenta millones de alemanes, yo incluido, por los crímenes de Hitler.”
Hacer responsables a los judíos actuales de la muerte de Jesús es tan justo y tan bueno como sería perseguir a los griegos actuales por el envenenamiento de Sócrates, o condenar a los súbditos de la reina Isabel por la quema de Juana de Arco (que es una santa de la Iglesia Católica), o como hacer responsables a todos los católicos italianos de la ejecución de Galileo.
Segundo.- Con el fin de justificar la acusación de deicidio, es preciso demostrar que los culpables de él sabían que su víctima era “Dios”, pero los autores de los cuatro evangelios declaran de manera explícita que los judíos no consideraban Dios a Jesús. Al contrario, los rabinos y el populacho pedían su condena porque estaban convencidos de que Jesús era un revolucionario peligroso. Si hubieran visto en ÉL al Hijo de Dios es  indudable que se habrían hecho cristianos, como subrayaron los evangelistas un siglo más tarde.
Tercero.- En Palestina, los tribunales rabínicos solamente tenían autoridad para llevar a cabo interrogatorios y vistas preliminares; el único que podía juzgar por delitos de pena capital, como,  por ejemplo, traición o sedición, era el procurador romano. Jesús fue conducido ante Pilatos y acusado del delito político e hacerse pasar por Mesías, es decir, por rey de los judíos, lo cual para los romanos tenía el mismo significado que “rey de los irlandeses” para un gobernador británico de Dublín en 1920. A Jesús le aplicaron la ley romana, una ley romana que no sólo le sentenció, sino que, como dice el Nuevo Testamento, “le envió a la muerte a sabiendas de era inocente”; la forma de matarle fue romana (la ejecución judía habría consistido en lapidarle), fueron romanos los soldados que azotaron su cuerpo ensangrentado, saludándolo burlonamente como “rey de los judíos”, y los que clavaron sus miembros a la cruz.
Pero era judíos los que “le siguieron en gran número” cuando Jesús subía por la ladera del Gólgota, judías las mujeres que “se golpeaban los pechos y le lloraban”, como también los que amorosamente bajaron su cuerpo y le dieron un entierro judío apropiado.

(Pinchas E. Lapide, “Los tres últimos papas y los judíos”, Ob. cit., p. 23-24).


La DECLARACIÓN DE “DE IUDAFIS ET NON CHRISTIANIS”

28 DE SETIEMBRE DE 1964

Etapas de la preparación de esta Declaración

En la 63 Congregación General del Concilio (8 de noviembre de 1963) fue distribuido a los Padres un texto de 42 líneas que se presentó como IV Capítulo del Esquema sobre el Ecumenismo, bajo el título de “Actitud de los Católicos en relación con los No Cristianos y en particular los Judíos. Después de una brevísima mención de los demás monoteístas todo el capítulo se ocupaba de los judíos, que tienen particulares relaciones con la Iglesia de Cristo. Al mismo tiempo un comunicado del Secretario para la Unión de los Cristianos declaraba que tal capítulo, preparado desde casi dos años hacía por el Secretariado, era de sentido exclusivamente religioso y de inspiración únicamente espiritual. Por lo tanto, el Secretariado se oponía enérgicamente a cualquier posible interpretación política del documento sobre los judíos  sometidos a las deliberaciones del Concilio.
El Concilio inició el examen del esquema sobre el ecumenismo en la 69 Congregación General del 18 de noviembre de 1963, y al día siguiente el cardenal Bea leyó una relación cuatro páginas de texto para aclarar el significado, el contenido y finalidad del capítulo sobre los judíos que había de unirse al esquema del ecumenismo.
En el debate general sobre dicho esquema se expresaron algunas reservas respecto al capítulo sobre los judíos: por alguno se sostuvo que el capítulo no forma parte del ecumenismo verdadero y propio o que si se quiere hablar de los judíos debe  hablarse asimismo de los musulmanes y de las otras religiones no cristianas. Por otra parte, sobre todo, de los padres orientales del mundo árabe se declaró la falta de oportunidad de un capítulo sobre los judíos en las circunstancias de tensión de la hora actual. 
En la 172 Congregación General del 21 de noviembre de 1963 los tres primeros capítulos del esquema sobre el ecumenismo fueron aprobados por 1.966 votos afirmativos contra 86 negativos.
En la 79 y última Congregación General el cardenal Bea aseguró a los Padres conciliares que se aplazaba temporalmente la discusión del citado capítulo, al no poder realizarse entonces, y entre tanto sería nuevamente examinado.
Al comienzo de la reunión plenaria del Secretariado para la Unión de los Cristianos (27 de marzo de 1964), las propuestas sobre el Capítulo de los judíos presentadas oralmente en el Concilio o por escrito llenaban un fascículo de 72 páginas. En sus deliberaciones el Secretariado llegó a las siguientes conclusiones: 1) el esquema verdadero y propio sobre el ecumenismo tratará lógicamente de solo la unidad entre los cristianos; 2) el capítulo revisado sobre los judíos será conservado  tanto por razones internas como por su importancia y la universal expectación que ha provocado que ha provocado; 3) por razón de los vínculos particulares que unen la Iglesia con el pueblo de la Antigua Alianza el documento sobre los judíos será un apéndice del texto sobre el ecumenismo, pero no del capítulo, ya que el ecumenismo propiamente dicho se refiere a las relaciones entre los cristianos; 4) en el mismo apéndice se tratarán también las relaciones de los cristianos con las religiones no cristianas, y en particular con el Islamismo.

Contenido de la “Declaración” sobre los judíos y los no cristianos

El nuevo texto tiene dos páginas con un total de 70 líneas. Está dividido en tres apartados que tratan del patrimonio común de los cristianos y los judíos, de la paternidad universal de Dios, y de la inadmisibilidad de cualquier discriminación.

  1. El patrimonio común de los cristianos y los judíos.
 
La Iglesia de Cristo reconoce espontáneamente que según el misterio divino de la salvación, los comienzos de su fe y de su elección tienen sus raíces en los Patriarcas y en los Profetas. Como nueva creación de Cristo y el pueblo de la Nueva Alianza la Iglesia no podrá olvidar que es una continuación de aquel pueblo con el que Dios en su inefable misericordia estipuló la Antigua Alianza y a quien confió la Revelación contenida en el Antiguo Testamento. La Iglesia no olvida que Cristo según la carne nació del pueblo judío, como la Madre de Cristo y los Apósteles, fundamento y columnas de la Iglesia. La Iglesia tiene presente las palabras del Apóstol Pablo sobre los judíos, “a quienes corresponde la adopción y la gloria y la alianza, la ley, y el culto y las promesas” (Rom. 9,4)
A causa de tal herencia trasmitida a los cristianos por el pueblo judío, el Concilio se propone fomentar y recomendar el mutuo conocimiento para profundizar en las investigación teológico y en el diálogo fraterno, deplora y condena las injusticias cometidas en todas partes contra los seres humanos, y en particular el odio y las vejaciones contra los judíos.
Es digno de ser recordado que la unión del pueblo judío con la Iglesia forma parte de la esperanza cristiana. Según la doctrina del apóstol Pablo (Rom.11,25) la Iglesia espera en la fe y con anhelo la entrada de este pueblo en la plenitud del Pueblo de Dios restaurada por Cristo.
Por esto cuiden todos, en la catequesis, en la predicación y la conversación diaria, no presentar al pueblo judío como pueblo reprobado, y no decir ni hacer nada que pueda alejar a los judíos. Guárdense todos, además, de hacer responsables a los judíos de nuestros tiempos de lo que fue cometido durante la Pasión de Cristo.

  1. Dios es Padre de todos los hombres

Esta verdad que ya enseña el Antiguo Testamento fue luminosamente confirmada por Cristo. No podemos confesar e invocar a Dios como Padre de todos si conservamos una actitud hostil hacia otros hombres creados según la imagen de Dios. El que espera de Dios el perdón debe estar dispuesto a perdonar a su prójimo, y quien no ama a su hermano a quien ve no presuma de amar a Dios invisible.
En el espíritu de amor hacia nuestros hermanos, queremos considerar con gran respeto las opiniones y doctrinas que, aun distintas de las nuestras en muchos puntos, reflejan en muchos elementos un rayo de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Así queremos comprender también a los musulmanes que adoran a un Dios único, personal y remunerador y que con su sentido religioso nos son un tanto cercanos.
  
  1. Se condena cualquier especie de discriminación

Se desvanece, por este motivo, el fundamento de toda teoría que establezca entre hombre y hombre, pueblo y derecho, diferencias en la dignidad humana y en los derechos que de ella provienen.
Todos los hombres honestos, y en particular los cristianos, deben abstenerse de todo acto de discriminación o vejación por motivos de raza, de color, de condición social o de religión. Los cristianos son exhortados ardientemente por el Concilio a vivir, en cuanto de ellos depende, en paz con todos los hombres, a amar a todos, aún a sus posibles enemigos, a fin de que seamos en verdad hijos del Padre celestial que hace lucir su sol sobre todos.

Tácito resumió en estas pocas líneas la historia del origen del cristianismo: “Auctor nominis eius Christus Tiberio imperitante per procuratorem Pontium Pilatum supplicio adfectus erat; repressaque in praesens exitiabilis superstitio rursum erumpebat, non modo per Iudaeam originem eius, sed per Urben etiam, quo cuncta undique atrofia aut pudenda confluunt celebranturque. (Tácito, Annal.  XV, 44) 
“Cristo, de quien les viene a los cristianos este nombre, fue condenado al suplicio por el procurador Poncio Pilato, imperando Tiberio; y reprimida por entonces tan execrable superstición, volvió a invadir – hacia el año 64, en tiempo de Nerón -, no sólo la Judea, que fue su cuna, sino también a Roma, adonde vienen a parar y donde tienen acogida todas las atrocidades e infamias del mundo.”

A  PRÓPOSITO  DE LA DECLARACIÓN CONCILIAR SOBRE LOS NO CRISTIANOS. (Osservatore Romano, Ciudad del Vaticano, 3º de noviembre – 1º de siembre de 1964, pág. 1.) 

En la Congregación General 127ª, del 20 de noviembre fue aprobada con gran mayoría (de 1.906 presentes votantes: 1.651 votaron “placet” y 242 “placet iuxta modum”, 99 “non placet”) la Declaración: De Ecclesia habitudine ad religiones non cristianas. El Relator oficial subrayó explícitamente también este año, del mismo modo que el año pasado, que la Declaración no admite alguna interpretación política, sino que es de carácter, sino que es de carácter puramente religioso. Este carácter exclusivamente religioso de la Declaración es aún es aún más acentuado, en el texto propuesto a la votación, por el hecho de que mientras tanto se había decidido que ésta formara un apéndice a la Constitución sobre la Iglesia y que ésta considera no solamente a los hebreos, sino a todos los no cristianos. Así como lo que trata acerca de los hindúes, budistas, musulmanes, no tiene nada que ver con la política – cosa evidente – así también de lo relativo a los hebreos debe excluirse toda interpretación política. Efectivamente en ésta se trata solamente de la relación que existe entre la religión del Antiguo Testamento y la cristiana, y además de la doctrina de San Pablo con respecto a la futura suerte religiosa del pueblo de Israel. No se toca ni siquiera explícitamente la cuestión de la culpa de aquellos que tuvieron parte activa en la condena de Jesús pero se afirma en la condena en la condena de Jesús pero se afirma solamente que esta condena no se puede atribuir a los cuatro millones y más de hebreos que en aquel tiempo vivían fuera de Palestina, en la diáspora, y mucho menos a los hebreos de nuestro tiempo. También las consecuencias pastorales de los hebreos expuestos tocan solamente el campo religioso.
Después de todas estas medidas y declaraciones, cautas y objetivas, se puede con razón esperar que la Declaración sea rectamente interpretada y valorada en modo sereno; y que, por tanto, se disiparán ilaciones – de las cuales en estos días la prensa se ha hecho eco – acerca de  intenciones y miras políticas: de otra manera se interpretarían las afirmaciones hechas en la declaración de un modo arbitrario y torcido, tergiversando las intenciones del Concilio, y de un documento conciliar inspirado en motivos de verdad, justicia y caridad cristiana, evidentemente en pleno acuerdo con el Evangelio. Es cuestión religiosa, en la cual el Concilio no desea otra cosa otra cosa que favorecer en todas partes la paz haciendo votos porque no se abuse de la religión para justificar discriminaciones y prejuicios políticos
Cardenal Agustín Bea
Presidente del Secretariado para la Unión de los Cristianos

La nación judía estaba sujeta a unas creencias que por la severidad de sus leyes ayudaban no poco a su aislamiento: prohibición todo culto idolátrico: “gens contumelia numinum insignis”, decía PLINIO (Hist. Nat. XIII, 4, 46); prohibición de los matrimonios mixtos; prohibición de asistir a los teatros, circos, gimnasios, termas; prohibición de sentarse a la misma mesa con un gentil; prohibición del servicio militar, y aún de desempañar cargos públicos. Algunos privilegios legales permitían a los judíos practicar libremente su religión, juntarse en las sinagogas, celebrar públicamente sus juicios para administrar la justicia según la ley, guardar el sábado y circuncidarse; mas estos privilegios facilitaban su aislamiento. Por fin, el antisemitismo concluía esta obra de exclusión, porque el antisemitismo estaba ya en las costumbres, y se desataba en sarcasmos, y a veces llegaba a ser causa de matanzas y proscripciones.

LOS CATÓLICOS Y LOS JUDIOS

(Texto íntegro de la relación leída ante el Concilio el 19 de noviembre de 1963. al presentar la actitud de los católicos frente a los no cristianos, en particular frente a los judíos, por el Presidente del Secretariado para la Unión de los Cristianos, Cardenal Agustín Bea).
Eminencias, Excelencias:

La preparación del esquema “sobre los judíos”, que  es presentado ahora, comenzó hace dos años. Este esquema estuvo sustancialmente terminado en el mes de mayo del año pasado. Y este año, con la aprobación de la Comisión de coordinación, fue insertado en el esquema sobre el ecumenismo.
El Secretariado para la unión de los cristianos emprendió la tarea de tratar la cuestión de los judíos no por propia iniciativa, sino expreso mandato del Papa JUAN XXIII, de feliz memoria, dado de viva voz al presidente del Secretariado. El esquema, después de ser preparado, debía ser discutido por la Comisión central en junio 1962. Esta discusión no se realizó, no por las ideas o la doctrina expuestas en el esquema, sino únicamente por razón de ciertas desdichadas circunstancias políticas.
El decreto es muy breve, pero la materia que trata no es fácil. Entremos inmediatamente en el tema y digamos de qué se trata o, más bien, para evitar ser mal comprendidos, digamos en seguida de qué no se trata. No se trata ni un problema nacional ni de un problema político. Nada tiene que ver, en particular, con la cuestión del reconocimiento del Estado de Israel por parte de la Santa Sede. Ninguna de estas cuestiones es tratada en el esquema, no se las considera en absoluto. El esquema no se ocupa más que de cuestiones puramente religiosas.  

Lo que la Iglesia ha recibido del Pueblo de Israel

El texto quiere recordar solemnemente lo que la Iglesia de Cristo, por un misterioso designio de la Divina Providencia recibió de manos del pueblo elegido de Israel. Ha recibido en primer lugar “los oráculos de Dios” (Romanos, 3, 2), según la expresión de San Pablo,  en la epístola a los Romanos, es decir, la palabra de Dios en el Antiguo Testamento. Además, siempre según San Pablo, a los israelitas corresponde “la adoración de hijos, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas”; de sus padres “procede según la carne Cristo, quien está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos” (véase Romanos, 9, 4-5). En otros términos, no solamente toda la preparación de la obra del Redentor y de su Iglesia en el Antiguo Testamento, sino también la ejecución de su obra, la fundación de la Iglesia, su propagación en el mundo fueron realizadas en el pueblo elegido de Israel o por medio de los miembros de ese pueblo  del cual Dios había hecho su instrumento. La Iglesia es verdaderamente, en cierto sentido, la continuación del pueblo elegido de Israel, como quedó perfectamente expuesto en el esquema “De Ecclesia” (Capítulo I, pág. 7), de suerte que, según San Pablo, los mismos cristianos pueden ser llamados “israelitas”, no “según la carne”, sino porque en ellos se cumplieron las promesas hechas a Abraham, padre del pueblo de Israel (véase Romanos, 9, 6-8). Pues en nosotros, los cristianos, miembros de la Iglesia, se cumple a la perfección el reino de Dios, para cuya fundación en el mundo Dios había elegido y formado el pueblo de Israel. Ahora bien, se puede preguntar con razón si la manera en que nuestros predicadores a veces se expresan en los sermones, especialmente a propósito de la pasión de Nuestro Señor, responde a estos hechos, así como a las relaciones de la Iglesia respecto del pueblo elegido de Israel y a nuestra deuda respecto de este pueblo.

Dios no ha rechazado al pueblo elegido

Hay quienes objetan, sin embargo: ¿No fueron acaso los príncipes de ese pueblo los que condenaron y crucificaron a Cristo inocente? Ellos gritaron: “¡Qué su sangre caiga sobre nosotros y sobre sus nuestros hijos¡” (Mateo, 27, 25). Cristo mismo ¿no ha hablado acaso severamente de los judíos y de su castigo? – Respondo sencilla y brevemente. Es verdad que Cristo habló severamente, pero para que ese pueblo se convirtiera y reconociera el tiempo de su visitación” (véase Lucas, 42,49).
Pero aun en la cruz pidió moribundo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lucas, 23, 34).
Si Nuestro Señor afirmaba ante la tumba de Lázaro, dirigiéndose a su Padre: “Yo sé que siempre me escuchas” (Juan, 11, 42), no se puede decir que esta oración no haya sido escuchada y que Dios no solamente no haya perdonado su culpa al pueblo elegido, sino que le haya rechazado. Dios mismo nos asegura por medio de San Pablo que no ha rechazado en manera alguna al pueblo que eligió y amó. El Apóstol escribe, en efecto, a los romanos: “Pregunto yo: ¿Pero es que Dios ha rechazado a su pueblo? No, ciertamente…No ha rechazado Dios a su pueblo, a quien de antemano conoció”. (Romanos, 11, 1 s.). Y, poco después, da esta razón de ello: “Los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Romanos, 11, 29). Es decir, Dios no recova la elección una vez hecha y no ha rechazado al pueblo de Israel. Y más adelante, San Pablo afirma que un día “todo Israel” será salvado, tanto aquellos que son que son “de Israel según la carne” como los que son de Israel solamente según la promesa. En efecto, el Apóstol afirma: “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no presumáis de vosotros mismos: que el endurecimiento vino a una parte de Israel, hasta que entrase la plenitud de las naciones; y entonces todo Israel será salvo…Pues así como vosotros (los romanos, en tanto que no sois judíos) algún tiempo fuisteis desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por su obediencia, así también ellos, que ahora se niegan a obedecer, para dar lugar a la misericordia a vosotros concedida, alcanzarán a su vez misericordia” (Romanos, 11, 25 s., 30). San Pablo, que tuvo tanto que sufrir de parte de algunos judíos, decía, sin embargo: “Desearía ser yo mismo anatema de Cristo por mis hermanos, mis deudos según la carne” (Romanos, 9, 3). El objeto de este breve decreto es, pues, que estas verdades acerca de los judíos expuestas por el Apóstol y contenidas en el depósito de la fe sean traídas tan claramente a la memoria de los fieles en sus relaciones con los hijos de este pueblo, que no obren de una manera distinta de la que obraron Nuestro Señor y sus apóstoles Pedro  y Pablo. San Pedro. San Pedro, dirigiéndose al pueblo judío, decía a propósito de la crucifixión de Nuestro Señor: “Ya sé que por ignorancia habéis hecho esto, como también vuestros príncipes” (Hechos, 3, 7). Como se ve, ¡excusa hasta los mismos jefes! Del mismo modo San Pablo (Hechos, 13, 17).
No se trata, pues, en manera alguna de poner en duda – como se pretende a veces – lo que dicen los Evangelios, sea acerca de la conciencia de Cristo respecto de su dignidad y naturaleza divina, sea acerca de la manera como Nuestra Señor, a pesar de su inocencia, fue injustamente condenado. Pero es posible y necesario, sin perder jamás esto de vista, imitar la dulzura de la caridad de Cristo y de sus apóstoles que les hacia perdonar a sus perseguidores.

Los crímenes del Nazismo

Pero, ¿por qué hay que recordar estas cosas precisamente estas cosas precisamente en nuestros días? Porque hace algunos años el antisemitismo estaba muy difundido en muchos países, bajo una forma extremadamente violenta y criminal, principalmente en Alemania, donde bajo el régimen nacionalsocialista fueron cometidos crímenes inhumanos por odio a los judíos. Muchos millones de ellos – no nos corresponde establecer la cifra exacta – perecieron. Ahora bien, toda esta acción estaba acompañada por una propaganda poderosa y eficaz contra los judíos, y apenas se podía evitar que ciertos “slogans” de esa propaganda dejasen de tener efectos funestos sobre los mismos fieles católicos, tanto más cuanto que los argumentos que empleaban tomaban muy a menudo las apariencias de la verdad, sobre todo cuando eran sacados del Nuevo Testamento y de la historia de la Iglesia. Por tanto, en el momento en que la Iglesia, en este Concilio, trabaja para su renovación “con el fin de reencontrar en un estudio afectuoso los rasgos de su juventud más ardorosa” – como dijo JUAN XXIII, de venerada memoria (ver discurso del 14 de noviembre de 1960, A.A.S. LII, 1960, P. 960) – parece que esta cuestión debe ser nuevamente tratada.

El problema de la responsabilidad en la muerte de Cristo

No se trata de negar que el antisemitismo, en especial el del nacionalsocialismo, haya recibido su inspiración en la doctrina de la Iglesia, lo que es absolutamente imposible. Se trata más bien de descartar las ideas que han podido insinuarse en el espíritu de los católicos por el hecho de la propaganda mencionada. Si Nuestro Señor Jesucristo y sus apóstoles, que sintieron de manera inmediata los efectos dolorosos de la crucifixión, manifestaron una caridad ardiente para con sus perseguidores, ¡cuánto más deberíamos nosotros estar animados de esa caridad! Pues los judíos con los que tratamos pueden ser acusados con tanta menos razón de lo que ha sido cometido contra Cristo cuando más alejados están de los hechos. Y, aun en tiempo de Cristo, la inmensa mayoría del pueblo elegido no fue en manera alguna cómplice de los príncipes del pueblo en su condenación. Es de un miembro del sanedrín, José de Arimatea, de quien el Evangelio dice que “no había dado su asentimiento a la resolución y a los actos de aquéllos” (Lucas, 23, 51). Incluso aquellos que gritaban a Pilato “¡Crucifícalo¡” no constituían más que una ínfima minoría del pueblo elegido. Los príncipes de los judíos ¿no trataron de que Nuestro Señor no muriera “durante la fiesta, no vaya a alborotarse el pueblo”? (Mateo, 26, 5). Si, pues, no se puede acusar a todos los judíos de Palestina ni de Jerusalén, ¡cuánto menos se puede acusar a los judíos dispersos en el Impero romano, y cuánto menos todavía a los que hoy, después de diecinueve siglos, viven dispersos en el mundo en el mundo entero!

El ejemplo de Cristo y de sus apóstoles

Pero dejemos estas consideraciones. Bástanos el ejemplo de la caridad ardiente de Cristo y de los apóstoles. La Iglesia, al anunciar la pasión y muerte de Cristo, debe conformarse lo más perfectamente posible a ese ejemplo.
Obrando de esa manera, no queremos afirmar o insinuar que las raíces del antisemitismo sean, ante todo y sobre todo, de naturaleza religiosa, a saber, el relato evangélico de la pasión y muerte del Salvador. Sabemos perfectamente que hay también razones de orden político-nacional, psicológico, social y económico. Pero afirmamos que la Iglesia debe por cierto imitar los ejemplos de la dulce caridad de Cristo para con el pueblo por medio del cual ha recibido tantos y tan grandes beneficios. Aun en el caso de que muchos judíos aquí y allá realicen tales y cuales cosas de las que se les acusa, los cristianos se acordarán del ejemplo de San Pablo, quien era combatido por muchos judíos – si bien denunció públicamente a sus perseguidos, que atentaban  contra la libertad de anunciar la palabra del Señor o contra la libertad de los hombres para creer en el Evangelio (ver Tesalonicenses, 2, 15) – testimoniaba al mismo tiempo que los amaba tan ardientemente que deseaba ser “anatema, separado de Cristo” por ellos. Así, pues, que los hijos de la Iglesia se sirvan valientemente de las armas pacíficas de la verdad, de la caridad y de la paciencia, que son ciertamente las más eficaces.
Una última palabra: como se trata aquí de una cuestión puramente religiosa, es evidente que no hay peligro alguno de que el Concilio se inmiscuya en los delicados problemas de las relaciones entre las naciones árabes y el Estado de Israel, o del sionismo. 

La aprobación de Juan XXIII

En el mes de diciembre pasado, expuse toda esta cuestión de los judíos al Papa JUAN XXIII, de feliz memoria. Pocos días después, el Soberano Pontífice me hacía conocer su plena aprobación.
En este sentido escribió el Papa mismo alrededor de cinco meses antes su dichosa muerte. No afirmo, por cierto, que la causa de la que tratamos haya sido resuelta por sus palabras, ya que, al igual que su sucesor en la actualidad, quería que el Concilio quedase enteramente libre. Sin embargo, pienso que sus palabras son caras a todos los Padres y que al mismo tiempo nos a todos luz para seguir a Nuestro Señor que pide en la cruz: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!” Es el ejemplo que debe imitar la Iglesia de Cristo, el camino que debe seguir, y es lo que este decreto que proponemos procura facilitar y promover.

Cardenal Agustín Bea 
Presidente del Secretariado
Para la Unión de los Cristianos 

Como quiera que fuese, los judíos, por ser de una misma raza, formaban otra ciudad dentro de la ciudad. “Los judíos”,  dice Estrabón, “recibieron en Egipto un lugar separado para habitar en la ciudad de Alejandría, donde les fue asignado un barrio grande. Gobiérnalos un etnarca, que administra los negocios de la nación, dirime los pleitos, asegura la ejecución de los contratos y de las leyes, lo mismo exactamente que si fuese gobernador de una ciudad independiente”.
ESTRABÓN, citado por Flavio Josefo, Antiquit., XIV, 7, 2.

El Concilio y los judíos  (pág. 23-38)

Versión ampliada de un discurso dado por Msgr. OESTERREICHER, invitado por grupos de obispos y periodistas, durante la segunda sesión del Concilio Vaticano II. El discurso fue dado antes que se publicara la toma de posesión propuesta acerca de los judíos. Msgr. Oesterreicher es director del Instituto de Estudios Judeo-cristianos, Seton Hall University, South Orange, New Jersey y consultor del Secretariado para la unión de los Cristianos. 


En la edición de Kerygma and Dogma, del 3 de julio de 1963, el profesor Edmund Schlink pone de relieve el estrecho nexo existente entre el impulso ecuménico y la persecución. Señalando que los recientes sufrimientos de los cristianos en casi toda Europa despertaron en ellos un renovado deseo de unión, el doctor Schlink no quiere decir que el peligro común – con otras palabras, la necesidad de autoprotección – haya obligado a los miembros de distintas comunidades a “acercarse más unos a otros”. Opina más bien que la perseverancia de cristianos evangélicos, ortodoxos y católicos produjo una irradiación tan grande que no podían menos que ver la intervención de un mismo Cristo en las vidas y el martirio de cada uno de ellos. Aquí y allá, así lo siente, se ha manifestado la misma gracia. Aquí y allá, los muros se hicieron transparentes. 

Una visión nacida del sufrimiento

La tentativa de Hitler de exterminar el pueblo judío – la llamada “Solución final del problema judío” – surtió efectos similares en las relaciones entre cristianos, o por lo menos en la actitud de los cristianos frente a los judíos. Enteramente contra la voluntad de sus autores, los campos de concentración y las cámaras de gas, destinados a poner fin, una vez por todas, a la historia judía, introdujeron una nueva era de conocimiento, simpatía y encuentro mutuo. Las lágrimas y la sangre de las víctimas judías de Hitler mostraron a la
Sinagoga bajo una nueva luz. Se aclaró parte de la oscuridad que la había cubierto. Durante siglos les había parecido a los cristianos que los judíos estaban amortajados por la ceguera, la ceguera de su descreimiento en Cristo y la tenebrosidad de su separación en ÉL. Hoy sabemos, como nunca lo sabíamos antes, que Cristo está presente por doquier y que también puede  estar con y dentro de aquellos que no lo conozcan.
Después de la noche de 1938 en que ardieron las sinagogas y, más aún desde Auschwitz, todos aquellos cuyos ojos no estén cerrados por el fulgor despedido por aquellos horrores, se han percatado de que el pueblo al cual Dios una vez se acercó a sí mismo de una manera tan maravillosa, es más que un fósil, más que las reliquia calcinada de un pasado perdido. Es cierto, cuando aquellos que constituyeron la mayoría en Israel no seguían la dirección del “resto sagrado”, sino la de las autoridades oficiales de Jerusalén, perdieron su gran oportunidad.
Sin embargo, la existencia de Israel no puede resumirse como la de un pueblo que haya errado la meta de su destino. Es innegable que los hijos de Israel viven en la sombra de su no aceptación de Cristo, que su visión está ofuscada por su rechazo o su incapacidad de reconocer su amor redentor. Pero también permanece sobre ellos el reflejo de estos dones brindados libre y amorosamente: el nombre de Israel; la adopción, la gloria y el pacto; la ley, el culto y las promesas; los patriarcas; y encima de todo, la gracia de haber sido la cuna de Cristo. Todos esos dones los menciona San Pablo como distintivos de honor aún presentes en una manera u otra (cfr Rom. 9, 4 y sig.). Al mismo tiempo puede verse entre los judíos, de cuando en cuando, una vislumbre de su futura gloria; el observador amante descubre las señales, a veces tímidas y a veces fervientes, de esa vida primaveral cuyo advenimiento, probablemente lejano, el Apóstol predice sin vacilar. (Cf. Rom. 11, 25 y sig.). (También John M. Oesterreicher, “Israel`s Mis-Step and Her Rise”, Studorium Paulinorum Congressus Internationalis Catholicus, 1961, Instituto Bíblico Pontificio. Roma, 1963, Ed.) 

Las razones de la nueva comprensión

Las razones de nuestra comprensión profundizada de la significación teológica del pueblo judío, son dos. Primero, su persecución por los nazis no puede compararse con nada que habían sufrido en el pasado. Nunca antes ha habido una matanza tan gigantesca, mecanizada, calculada y oficialmente controlada como ésa. Pero no era su carácter maquinal el que la hacía única. Ni era el, bien conocido, fenómeno llamado “el enemigo”, que todo régimen totalitario necesita para encubrir sus fallas y, muchas veces, sus objetivos secretos. Sin duda, había motivos tanto políticos como económicos para oprimir a los judíos. La razón principal, sin embargo, era de otra índole.
Para Hitler, los judíos eran un símbolo. Intentando abrir un período de la historia en que el Decálogo nada significaría y la conciencia moral estaría prescripta, sentía en ellos el pueblo que había estado en el Sinaí. Con el instinto de Caín, los miraba como una señal de la preocupación de Dios por Su Creación, como un recordatorio de la historia de la salvación. Cuando arrojó a  los judíos a los campos de concentración, encerró al hombre, la criatura que es capax Dei por estar hecho a Su imagen. Enterrándolos quería enterrar la carne y la sangre de Cristo.
El segundo factor que produjo una comprensión más profunda era el de que, en la década de 1930 y a principios de la 1940, casi por primera vez en la historia, judíos y cristianos fueron perseguidos juntos. Su destino común creó un nuevo clima espiritual. En la antigüedad cristiana, los cristianos tenían que defenderse a menudo contra la propaganda y la hostilidad judías, tenían que rechazar ataques y argumentos; de ahí la gran cantidad de tratados patrísticos Adversos Judaeos. En la Edad Media, los sentimientos estaban veces regidos por una sensación de poder, hasta el triunfo. Ninguna de estas disposiciones – ni la actitud defensiva ni la ofensiva – son propicias para mostrar el destino de Israel en su verdadera perspectiva. Sin embargo, en 1938, la radio del Vaticano podía proclamar: “No podemos hacer otra cosa mejor que repetir las palabras del rabino quien, por simpatía con los sacerdotes perseguidos en México y España, declaró: “Contemos sus víctimas entre las nuestras e imploremos para ellas, igual para las nuestras, la gracia y merced de Dios”. (The Catolic Herald, Londres, 18 de noviembre de 1938). 
Sólo el sufrimiento común de cristianos y judíos, sólo su compasión recíproca, podían imprimir en nuestras mentes y corazones la verdad paulina de que de  el pueblo de Israel, físico, no ha sido rechazado, sino continúa siendo portado por el amor de Dios. Por penoso que parezca el que se necesitara el dolor de las víctimas de Hitler para abrir más plenamente nuestros ojos al misterio de Israel, el hombre de fe no puede estar demasiado sorprendido. Como no hay salvación sin la cruz, una perfecta comprensión de los designios de salvación divinos no es posible sin alguna participación en  la Pasión de Cristo.

Un nuevo lenguaje: la voz de los Papas

Junto con una visión más profunda de la significación teológica de Israel, se nos dio un nuevo lenguaje. Las bulas papales del Medioevo exigían justicia para los judíos en términos inequívocos. Sin embargo, algunas alegaban que los judíos estaban condenados a una servidumbre permanente. De ahí que, durante la Edad Media y aún mucho tiempo después, se ofreció a cada nuevo Papa un rollo de la Torá, de parte de los representantes de la comunidad judía de Roma, para que pudiera mostrarle su reverencia. Pero, aceptando y bendiciendo la ofrenda de la Torá. En los discursos de los Papas recientes, en cambio, no hay alusión alguna de una supuesta servidumbre  del pueblo judío, ni hay el menor vestigio de reproche.
La censura fue reemplazada por la discreción ecuménica, por una hondura de visión para la cual el desliz de Israel – su “tropiezo”, para usar el término acertado de San Pablo (cf. Rom. 11, 11 y sig.) – es anulado por la gracia de haber sido llamado en los comienzos de la historia, así como por la gracia de volverse hacia Cristo, de su perfección en el tiempo, o cerca de él, cuando el reino de los cielos será revelado en toda su gloria.
Era esta visión la que indujo a Pío XI, en su conducta del antisemitismo, a pasar por alto toda razón moral en contra de él, por justificada que fuera, y a rechazarlo más bien en virtud del parentesco entre todos los descendientes de Abraham. De modo similar, en la inauguración del Año Santo de 1950, Pío XII nombró a los judíos de un aliento con los cristianos separados de Roma. Con la intrepidez de la esperanza los contó aun entonces – en virtud del ímpetu mesiánico que llena su historia su historia, lo quieran o no – entre los veneradores de Cristo, entre los inconscientes amantes del Mesías (cf. Acta Apostolicae Sedis, XLII, 1950, 126). Sin olvidar, ni por un segundo, la diferencia, Juan XXIII los saludo como hermanos. Llamando a los judíos parientes de los cristianos, ensalzando la hermandad que los une y debe unirlos, el Papa no se entregó a la oratoria de los perorantes de banquetes. Era el testigo de un corazón cristiano. Finalmente, hace sólo pocos días, el Papa Pablo VI, dijo a un grupo de visitantes judíos que su Dios y el de ellos era un solo Dios, el Padre de todos, cuya gracia, guía, luz y bendición pidió para ellos. 

Un nuevo lenguaje: la voz de los obispos

 El fenómeno de un nuevo lenguaje es bastante importante para nosotros como para detenernos ante él por unos momentos más. Durante la última guerra, el cardenal Seredi, el difunto primado de Hungría, se levantó en el senado húngaro para protestar contra un proyecto de ley que llamaba deicidas a los judíos y los acusaba de maquinar el derrumbe de la sociedad y de aspirar a dominar el mundo. “Protestar contra tales acusaciones injustas, hueras y falsas”, declaró. Imputó a los pocos sacerdotes que ayudaban a propagarlas, que “con sus sermones envenenados” estaban difundiendo “el odio contra el pueblo que nos dio Nuestro Señor, Nuestra Señora, los apóstoles, el decálogo”, haciéndose así cómplices de la matanza de los judíos. Volviéndose hacia sus colegas senadores, exclamó con la intrepidez de un profeta: 

Si vuestros corazones, invadidos por el odio racial, os indujeran a votar a favor de esta ley, oíd mis palabras, palabras que el Señor mismo me inspira en este momento decisivo. De cierto os digo, todas las lágrimas, todas las lágrimas, todos los mártires inmolados os acusarán cuando os llegue el día de rendir cuentas ante el Señor por vuestra acción infame de hoy.
Recordad la advertencia de San Bernardo de Clairvaux: “No toquéis a los judíos porque son las niñas de los ojos de Cristo”. En nombre de Dios Todopoderoso votaré contra esa ley infame.

Las nuevas miras y el nuevo lenguaje están particularmente manifestados en el pastoral cuaresmal del cardenal Liénart, obispo de Lila, dirigida a sus feligreses en 1960. En ella declara:

No es verdad que el pueblo judío sea el primer y único responsable de la muerte de Jesús. La causa más profunda de Su muerte en la cruz son los pecados de los hombres. Por consiguiente, todos somos responsables; los judíos no eran más que nuestros delegados. Ni es verdad que los judíos sean deicidas…que Israel, el pueblo elegido del Antiguo Testamento se haya convertido en el Nuevo. En verdad, el destino religioso de Israel es un misterio de gracia, y nosotros los cristianos deberíamos considerarlo con respetuosa simpatía.

Hay un mundo de diferencia entre las palabras y las expresiones duras, a menudo abusivas, de San Juan Crisóstomo. Provocado por judíos que habían tentado a su rebaño a plegarse a la sinagoga, Juan Crisóstomo no vaciló en llamar la sinagoga “una casa de vicio”, “un antro de bandidos”, “un escondrijo de bestias salvajes” (Adversus Judaeos, PG 48:847). Los tiempos en que se pronunciaban palabras tan amargas, gracias a Dios, se fueron.
En nuevo lenguaje llegó a su culminación, hace dos años, en la hermosa oración que los obispos alemanes mandaron que se dijera en todas las iglesias de su país. “Con espíritu de expiación”, la oración pedía perdón “por los pecados cometidos por miembros de nuestro pueblo”. Suplicó que la paz y la reconciliación reinaran por doquier. En el domingo de la Fiesta del Sagrado Corazón, en 1961, los católicos alemanes recitaron estas palabras:

¡Señor Dios de nuestros pares, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob! Padre de misericordia y Dios de todo consuelo…Confesamos ante Ti: en nuestro medio innúmeras gentes fueron asesinadas por ninguna otra razón que la de haber pertenecido al tronco del cual viene el Mesías según la carne…
Concede a los asesinados Tu paz en el país de los vivos. Haz que su muerte, sufrida injustamente, sea su salvación por la sangre de Tu Hijo, Jesucristo, quien junto a Ti vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, Dios por siempre jamás. Amén. 

Esta plegaria sin par respira, en verdad, el espíritu del Papa Juan.
Evocar el nombre del Papa Juan, significa recordar los cambios introducidos por él en el lenguaje de la intercesión del Viernes Santo a favor de los judíos, y la eliminación de oraciones que podrían ofenderles sin necesidad. Evocar su nombre equivale a justipreciar la naturaleza y el ánimo de lo que se llamó el “nuevo lenguaje”, aunque sólo trata de llevar de llevar adelante el espíritu fraternal de San Pedro y San Pablo (cf. Hechos 2, 20-3,17; Rom. 9, 3). Es el lenguaje de humildad y arrepentimiento; porque poseer verdaderamente verdad, o mejor dicho, el estar poseído de ella, significa ser humilde, significa llegar a la conciencia, ante todo, de las propias faltas. Es el lenguaje, no de juicio, que es de Dios, sino de cuidado y compasión, en una palabra, el lenguaje del Buen Pastor.
Ante estos hechos – en el lenguaje bíblico debarim, “palabras”, son a un tiempo hechos – nos sentimos obligados a preguntar: ¿El afecto de Paulo y la revelación de la doctrina acerca del pueblo de Israel y su relación con la Iglesia formarán parte de las decisiones de este Concilio?

El interés de los Padres del Concilio

Afortunadamente, el problema entró en las deliberaciones del Concilio. Varios obispos abogaron por que el Concilio haga suyos el lenguaje y la visión de los Papas recientes como de miembros conspicuos del episcopado mundial. El arzobispo de Zagreb, por ejemplo, pidió que, al tratar el misterio de la Iglesia, el Concilio describiera, tan completa y precisamente como sea posible, el lugar que el pueblo elegido ocupa en los designios de salvación divina. Subrayó que no fue rechazado por Dios y que tiene una herencia en común con la Iglesia: “Judaei longe plura quam alii populi populi cum Ecclesia habent communis uti Scripturam Voteris Testamenti”. (Mucho más que otros, los judíos tienen un vínculo común con la Iglesia, por ejemplo, el Antiguo Testamento”. Me contó que una última oración del texto que tenía preparado no la dijo por falta de tiempo: “Nemo est qui non videret relationem populi Israelitici erga Ecclesiam omnino specialem esse, cun nullo populo communem”. (Cualquiera puede ver que la relación del pueblo de Israel con la Iglesia es muy especial. No la tiene en común con ningún otro pueblo).
En nombre del episcopado holandés, el obispo de Harlem también recomendó que el esquema respecto de la Iglesia afirmase el vínculo estrecho entre ella y el pueblo de Israel. Al hacer sus sugerencias, se refirió a los descendientes de Abraham como a aquellos que “por natura (es decir, de acuerdo a su designio dado por Dios), serán ingeridos en su propia oliva” (cf. Rom. 11, 28). Mientras que los teólogos del pasado veían en ellos infieles, incrédulos en Cristo, el obispo los llamó populus ille fidelis. Explicó que, al utilizar la palabra pensaba en la palabra hebrea emeth, fidelidad. En opinión del obispo de Harlem, pues, el pueblo de Israel – pese a su descreimiento en Cristo, pese incluso, al hecho de que hoy en día muchos han abandonado las tradiciones de sus padres – sigue siendo el pueblo de fe.  A eso está llamado. Sigue siendo, ante todo, el pueblo de la inalterable fidelidad de Dios. Sean cuales fueren sus faltas, Dios es su fiel Pastor.
Ha habido otras voces y otros documentos no presentados en la sala del Concilio. De éstos, sólo mencionaré uno, el memorando de un arzobispo del Mediterráneo. (Aunque gentilmente me dio permiso de mencionar su nombre, considero que no he de hacerlo su informe no se haya hecho público). En su memorándum de muchas páginas pide que el Concilio exhorte a los que están encargados de cuidar las almas que instruyan a sus feligreses que hagan al pueblo de Israel el honor que se le debe y le muestren su amor. Los sacerdotes, continúa el arzobispo, deben evitar hacer en sus sermones aserciones injustas acerca de los judíos, especialmente los de la época de Nuestro Señor. Igual como deben hacer todo lo que puedan con el fin de erradicar el antisemitismo, así también han de proclamar la vocación y esperanza escatológica de Israel.
Al final de su memorándum, Su Eminencia resume la doctrina y los sentimientos de la Iglesia. De estos últimos – animus Ecclesiae – quiero mencionar sólo dos puntos: primero, su aflicción por la frecuente falta de amor entre cristianos y por las tergiversaciones de pasajes bíblicos por algunos predicadores; segundo, su condenación de la gigantesca tentativa, hecha por hombres de nuestro tiempo, de borrar al pueblo judío de la faz de la Tierra. 

La esperanza de los fieles 

A esta poderosa voz otras podrían agregarse, incluso instancias de obispos como asimismo peticiones escritas y verbales, presentadas a varias personas por sacerdotes y legos desde muchas partes del mundo .Aunque sería precipitado concluir en virtud de esas solicitudes que una abrumadora mayoría de fieles esté esperando una declaración del Concilio con respecto a la Iglesia y la Sinagoga, puede decirse tranquilamente que quienes llevan como propia la carga de la Iglesia y las necesidades del mundo, esperan y rezan que el Concilio hable sobre este asunto con afecto, vigor y claridad.
Revisando las distintas sugerencias, nos formamos la idea clara de los puntos más importantes que los que esperan ansiosos una expresión del pensamiento y del amor de la Iglesia, desean que sean tratados:
  1. La primera y fundamental tesis de una declaración del Concilio debería tratar, sin duda, acerca de las raíces de la Iglesia en la antigua Israel. Nacida en la Cruz, habiendo salido del corazón abierto del Crucificado y habiéndose en Pentecostés, no obstante, la Iglesia ha sido preparada por muchas generaciones de patriarcas, profetas, príncipes, sacerdotes y sabios. La comunidad de Israel constituía, pues, la Iglesia naciente, mientras que la Iglesia naciente, mientras que la Iglesia es Israel renovado, Israel transfigurado por la palabra, la sangre y la gloria del Salvador. Aunque es el cumplimiento trascendente de las antiguas promesas, una nueva creación en Cristo, es y será para siempre el fruto, la continuación del Israel de la expectación.
  2. Forma parte de la novedad de la Iglesia su carácter universal. De acuerdo con una  interpretación alegórica de la edad patrística, Jesús abrió Sus brazos en la cruz para atraer hacia los gentiles. “Judíos y gentiles” es la expresión bíblica para designar al género humano. Estrechando a ambos contra su pecho con un solo amor, la Iglesia proclama que en Cristo todos los hombres han de reconciliarse con el Padre y que, en y por ÉL, ella es la nueva humanidad. (Cf. Ef. 2, 11-12). Que la Iglesia es y siempre debe ser la asamblea de judíos y gentiles es una verdad particularmente cara a la Iglesia de Roma.
Los mosaicos de Sta. Pudenciana, San Sabina, Sta. María in Trastevere, Stos. Cosme y Damián, San Clemente – que pertenecen a nueve siglos, desde el IV hasta el XIII – son testigos de esta tradición. Que San Pedro sea coronado por la Iglesia de Jerusalén como apóstol de los judíos y San Pablo por la de Belén como apóstol de los gentiles; que las ovejas, llegando de la ciudad de David como de la de los Reyes Magos, se acerquen al cordero para ser un solo rebaño; o que dos mujeres simbolicen a la Ecclesia ex circuncisiones y la Ecclesia ex gentibus, todos esos mosaicos cuentan la misma historia: la Iglesia es católica, es una sola. Precisamente siendo el hogar de los judíos y de las naciones, puede proclamar con el Apóstol que “no hay diferencia de judío y de griego: porque el mismo que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan (Rom. 10, 12; cf. Gal. 3, 28).
  1. Era el gran dolor, la incesante angustia del Apóstol. (cf. Rom. 9, 2-5). Sólo la menor parte había entrado en la comunidad mesiánica; sólo una santa reliquia de gracia (cf. Rom. 11,6)  se había convertido en el núcleo de la Iglesia, el Cuerpo formado para la salvación del género humano. Mas el pueblo judío no fue ni es desechado (cf. Rom. 11, 1). Los hijos de Israel no son ni rechazados ni maldecidos por Dios. Lejos de ser una massa damnata, siguen siendo amados por Dios “por causa de los padres”, a pesar su hostilidad contra el Evangelio (cf. Rom. 11, 28). Es decir que, no debido a méritos propios, sino más bien a la lealtad y la irrevocabilidad de Sus dones y vocación (cf. Rom. 11, 28) serán siempre objetos de Su amor.
Igual que los judíos no son una nación maldita ni condenada, así tampoco son un pueblo deicidia. Llamarlos así no sólo es históricamente falso – una gran cantidad de judíos, en realidad millones de ellos en Galilea y la diáspora, no tenían parte ni conocimiento de la decisión de sus dirigentes. Pero también es falso teológicamente – esos dirigentes mismos no hubiesen condenado a Jesús si realmente hubiesen creído que ÉL era Dios. Si la palabra “deicida” ha de tener un sentido, debe aplicarse a todos los pecadores, en cuanto todo pecado mortal es una tentativa de “matar”, de “desendiosar” a DIOS. Por eso escribe Msgr. Charles Journet en “The Mysterious Destinies of Israel”,The Bridge II (Herder and Herder, Nueva York, 1956):
 
Llamamos a Jesús “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29), es decir, de todo el mundo y no meramente de los judíos. Decir pues que vino para quitar el pecado es, realmente, la causa final de Su muerte en la cruz, tanto es así que es imposible cargar la responsabilidad primaria en ninguna otra causa que el pecado, el cual es común a todos los hombres.
La parte que de esta responsabilidad universal correspondía a la masa de Jerusalén era principalmente la de una causalidad ministerial, porque fueron ellos quienes, instigados por sus malos dirigentes, se movieron visiblemente y en el primer plano de la historia. “La ignorancia humana había llegado a su culminación”, escribió San Hilario, cuando se negó a aceptar al Señor de la gloria eterna investido de la ignominia de la cruz”, (Comm. In Mt., XVIII, 3; PL 9, 1019). Escribió “ignorancia humana”, no “ignorancia judía”.
Pero una cosa es decir, como la Iglesia nos obliga a decirlo, que debido a sus pecados personales, todos los hombres, y por supuesto todos los cristianos, son, detrás del escenario, pero de la manera más eficaz, “deicidas”, y otra cosa es tratar la crucifixión de Jesús como si no fuese peor que la ejecución de Sócrates – a este respecto un cristiano no puede transigir jamás. Pero es aún otra cosa convertir en un grito de guerra el misterio del pecado obrando en la condena y crucifixión de Jesús, hablar de los “judíos deicidas” , tal como la codicia de los príncipes, la ambición de los poderosos o la furia del populacho lo hicieron en el pasado para poner a los judíos fuera de la ley. Esto, un cristiano puede recordarlo únicamente con pesar, indignidad y lágrimas. Y la Iglesia que jamás protege las faltas o errores de sus hijos, ni siquiera de los mejores entre ellos, sólo puede deplorar y condenar tal abuso.
  1. Un punto final de un pronunciado del Concilio respecto de la actitud católica frente a los judíos, podrá ser una persecución de los judíos en el pasado y en nuestros días. El que la Iglesia repudia y deplora la enemistad y la injusticia para con los judíos, de palabra tanto como de hecho, lo han declarado muchas veces Papas, obispos, sacerdotes y laicos. La Iglesia rechaza el odio contra ellos como rechaza el odio contra cualquier pueblo, grupo o individuo. Mas el antisemitismo le duele de una manera porque está ligada al pueblo judío por un lazo único de afecto, por la humanidad sagrada del Señor. No se puede olvidar su origen en Abraham, su herencia común con la Sinagoga y la expectación del reino final de Dios, que ella comparte en cierta medida con esta última. Ni mucho menos puede olvidar la esperanza, la seguridad, que llenaban el corazón de San Pablo (cf. Rom. 12, 15, 23, 25 y sig.). Por estas razones, los cristianos no pueden desentenderse de sus hermanos judíos, sino que deben tratar de entablar con ellos una fraternal conversación, por grandes que sean las dificultades.
El estudio del contenido de una posible declaración del Concilio acerca de la Iglesia y los judíos, revela sus pros y contras. ¿Cuáles son? 

¿Dudas?

Un Concilio que desee cumplir con el testamento del Papa Juan, que quiera conservar el clima creado por él, que espere continuar su obra de rapprochement, de reconcialiación – un Concilio que se sienta obligado a hablar al mundo – no tiene opción. No puede desentenderse de los judíos, como no puede desentenderse de otros hombres; así me parece.
Sin embargo, no podemos estar indiferentes ante la aprensión de aquellos que se preguntan si los gobiernos árabes no considerarán un documento tal como una declaración política, una afrenta que los llevaría a dificultar la vida política en sus respectivos países. ¿No serán exagerados estos temores? No creo que los gobiernos árabes sean tan susceptibles como para considerar como política una manifestación teológica y pastoral.
Hace algunos meses, cuando la prensa norteamericana discutió el temor de una reacción adversa de los árabes, el señor Saader Hasan, jefe de prensa y relaciones públicas de la Oficina de la Delegación de los Estados  Árabes en Nueva York, declaró públicamente: “Un enunciado claro y preciso del Concilio Ecuménico acerca del antisemitismo sería aplaudido por los Estados Árabes”. No es posible dudar de la integridad de estas palabras.   
Es cierto, el señor Hasan parece haber esperado que el Concilio haría una distinción explícita entre judaísmo y sionismo. Aunque tal distinción es obvia, el Concilio difícilmente puede llamar la atención sobre ella sin entrar en la arena política. En todo caso, el señor Hasan subrayo una declaración del Protocolo de Alejandría, del 7 de octubre de 1944: “El Comité declara también que es el primero en lamentar las penas causadas a los judíos de Europa por los Estados dictatoriales europeos”. A esto, el jefe del Centro de Información Árabe agregó: “Esto estriba en nuestra profunda convicción de que la discriminación, en cualquiera de sus formas, es contraria a nuestra creencia en la unidad del género y en el derecho de todos a vivir en una atmósfera de libertad, justicia y libertad”. 
Incidentalmente también puede haber algunos judíos que no encuentren a su gusto, tal como yo lo esbocé – una manifestación centrada en Cristo -. Podrán preferir otra que se mantenga dentro del orden temporal, tratando tan sólo de las exigencias sociales y cívicas impuestas sobre cristianos y judíos por su convivencia en una sociedad pluralista. Sin duda, el Concilio tiene que evitar en todo momento las malas inteligencias, procediendo prudentemente. Mas, por paradójico que parezca, ¿no exige la verdadera prudencia, en este caso, que la Iglesia pronuncie SU pensamiento, que dé voz al espíritu?
Me parece que la Iglesia no puede transigir con respecto a un documento que, pese a su referencia a un documento que, pese a su referencia particular a un pueblo, implica el amor para todos. En efecto, el silencio a este respecto sería poco menos que una calamidad. A pocos problemas se les ha dado tanta publicidad como a la posibilidad de una declaración del Concilio respecto a los judíos. Los diarios de muchos países – periódicos seculares, judíos y católicos – llamaron la atención de gran cantidad de personas sobre esta cuestión, de modo que pasarla por alto ahora creería una gran desilusión. La omisión de un tal pronunciamiento mancillaría la autoridad moral de la Iglesia; menoscabaría su credibilidad a los ojos del mundo; destruiría algo de la herencia de buena voluntad que el Papa Juan nos ha transmitido.

La plenitud de miras ecuménicas

Permítanme que deje atrás toda vacilación y enfoque nuestro problema positivamente. En primer lugar, una orientación verdaderamente ecuménica no puede olvidar el “cisma” original y prototípico entre la reliquia sagrada, el “pequeño rebaño” que creía en Cristo, y la oficialidad judía que lo rechazó –cisma que condujo a la expulsión de la joven Iglesia del seno de la Sinagoga y que desembocó en la milenaria división entre ellas. Si el ecumenismo católico se olvidara que incluye una unidad, por atrofiada que sea, una herencia y un destino comunes, por velados que sean, sería deficiente.
Fray Bernardo Lambert, O. P., por eso escribe:       

A la luz de los designios de Dios, la reconciliación básica no es entre ortodoxos, católicos, protestantes y anglicanos, sino entre judíos y gentiles, entre judíos y cristianos. Lo que está en tela de juicio no es nada menos que la oikumene en las dos partes constitutivas de su unidad, nada menos que la economía de la salvación en la continuidad de los grandes eventos escatológicos, nada menos que la reconciliación entre los aspectos de la elección: una por naturaleza (o sea descendencia), la otra por la gracia. Un ecumenismo que se confinará a las relaciones entre cristianos solos, estaría, por principio, condenado al fracaso por estar edificado sobre una base demasiado estrecha. 

De una manera similar, un pastor luterano de Alemania, en una carta dirigida a mí hace poco, citó con gran satisfacción al Obispo de Ratisbona, quien dijo en marzo pasado:

Si no proseguimos con nuestras tentativas ecuménicas, si hemos llegado a un punto muerto, ¿podría ser porque hubiésemos fallado en tomar por las raíces el mal de la separación, porque no nos hubiéramos remontado hasta la separación entre la Iglesia y la Sinagoga?

Aunque ha habido varias tentativas católicos de ver, y de hacer ver a otros, bajo la luz ecuménica los destinos de Israel (los ahora desaparecidos Cahiers Sioniens de los Padres de Sion, París; los Freiburger Rundbriefe, de la organización Caritas alemana; The Bridge, del Instituto de Estudios Judeo-Cristianos, Seton Hall University, U. S. A.; Los Jeif et nous, Dialogue, At the Crosaroads. Todos publicados por las Hermanas de Notre Dame de Sion), esos esfuerzos no pueden compararse con los hechos por nuestros hermanos protestantes. No dudo, sin embargo, que una declaración del Concilio acerca de los judíos daría un nuevo ímpetu, por las perspectivas que abriría al pensamiento ecuménico católico, al diálogo entre católicos y otros cristianos.  

La curación de heridas

No menos importante que las implicancias ecuménicas de una declaración del Concilio respecto de los judíos, sería su poder reparador. En efecto, ambos correrían parejos. Hablando de reparación, no quiero sugerir que el Concilio haga una especie de “confesión cósmica”. No es inusitado, hoy en día, que tanto corporaciones como individuos cristianos se confiesen culpables de los malos tratos dados a los judíos en el pasado. Pero no hay culpa colectiva de cristianos en cuanto a los sufrimientos judíos, igual que no hay culpa colectiva de los judíos en cuanto a la Pasión del Señor. Estaríamos ciegos realmente si  no viéramos que los destinos de los hombres se entretejen entre comunidades, países y centurias. Todos somos responsables, unos por otros; llevamos la carga de generaciones anteriores. Pero el envolvimiento es una cosa, la culpa colectiva es otra.
Debido a esa interdependencia entre individuos y sociedades, las faltas no reparadas se convierten en focos de infección ocultos pero potencialmente explosivos. Mas donde la mala herencia del pasado se vence moralmente y así se redime, el mal se trasmuta en bien. En su discurso de inauguración de la segunda sesión del Concilio, y nuevamente dirigiéndose a los observadores, el Papa Paulo adjudicó un lugar prominente, si no el primero, a ese espíritu de solidaridad y reparación. Volviéndose a los representantes de varias comunidades separadas de la Santa Sede, pidió y ofreció perdón por las recriminaciones y dolores que siguieron a la desunión. No hay nada que se oponga a la extensión de ese espíritu; más bien  hay colmadas razones de llevar su poder curativo a la relación entre católicos y judíos. La injusticia exige reparación. Luego, si el Concilio dijese “No” a las acusaciones y expresiones estereotipadas de ayer y de hoy, más aún, si hablara el convincente lenguaje del amor, haría más que corregir las faltas cometidas contra los judíos por anticristianos y anticristianos: introduciría una era de gracias aún desconocidas. 

La pureza de la vida cristiana

La reparación y la curación se imponen, no sólo por la causa de relaciones más amistosas, no sólo por la causa de los judíos y su bienestar, sino también por la de los cristianos. Si el Concilio da un santo principio que conduzca a sacerdotes, predicadores, catequistas y fieles a liberarse de errores con respecto a los hijos de Israel, purificando así su pensamiento y su palabra, la vida íntima de la Iglesia misma ganará mucho. Es interesante que los autores anónimos de Complotto Contro la Chiesa hayan elegido la apertura de la Segundo Concilio Vaticano para exhibir ante los obispos del mundo sus alucinaciones de un conspiración judía con el fin de destruir la cristiandad. ¿Podría ser que lo que realmente temen no es “subversión judía”, sino el abrir las ventanas deseado por el Papa Juan? ¿Podría ser que sintieran de alguna manera que un rejuvenecimiento de la Iglesia, que el resucitar del espíritu de Pentecostés, será y tiene que ser acompañado de una reorientación y un reordenamiento de la actitud de los cristianos frente a los judíos? 
Para no dar más que tres ejemplos: un cristiano que achicare la significación del Antiguo Testamento, que, en lugar de verlo como la siempre viva revelación de Dios subrayare sus imperfecciones e interpretare mal su mensaje, no presta ningún servicio al Señor. No se ensalza la dignidad de Cristo desacreditando a otros, y mucho menos a la madre espiritual de Su humanidad. En efecto, no le podemos comprender sin una comprensión amorosa de todo lo que había venido antes que Él, sin duda una apreciación viviente de las magnolia Dei, los milagros que Dios obró por la antigua Israel. Ni puede comprenderse verdaderamente el nuevo pueblo de Dios, sin una visión informada, más aún, inspirada del antiguo. Sus migraciones y exilios anticipan el peregrinaje de la Iglesia; sus aflicciones, errores y victorias reflejan los altibajos de cristianismo.   
Asimismo, un lector del Evangelio – y más aun, su predicador – que interpretare la parábola del fariseo y el publicano como si Jesús hubiera querido dar con ella una caracterización general del movimiento farisaico de su tiempo, en lugar de una advertencia contra esos piadosos de todos los tiempos quienes, como consecuencia de su rigurosa observancia de las leyes, se han convertido en caricaturescas de piedad, pagadas de su propia rectitud – un cristiano que interpretare falazmente éste o cualquier otro pasaje del Nuevo Testamento, se priva a sí mismo del poder sacramental de la palabra de Dios. Su facultad de perdonar, convertir, fortalecer y transformar estará perdida en él.
Finalmente, cuán distorsionada ha de ser el alma de quien oyere la historia de la Pasión sólo para ensañarse  contra los “judíos malvados” que condenaron a “su” Señor. Prescindiendo del hecho de que el Señor es Señor y no posesión de nadie, un cristiano que, viendo al Crucificado, señalare con el dedo a otros en vez de golpear el propio pecho, en lugar de gozar de la bendición que es suya y del mundo, está a punto de perderse. Negar la propia participación en la crucifixión significa – a no ser que Dios en su misericordia se abstenga de tomarle la palabra – privarse de la participación en la redención. No hay lugar en el Gólgota para el “justo”, el “inocente”; Cristo no murió por ellos, sin por los pecadores.
Todo esto es así porque Dios, en Su soberana sabiduría, ligó los destinos espirituales de los judíos – sus gracias como sus faltas, sus penas como sus alegrías – con la salvación del mundo. Debemos rezar, pues, por que los Padres del Concilio juzguen llegado el tiempo para declarar nuevamente Sus juicios inescrutables, sus caminos inexplotables (cf. Rom. 11,33). Si creyeron llegado el tiempo de hablar, señalado por Dios, los hombres reconocerán una vez más: “Por toda la Tierra resuena su voz y al cabo del mundo, su mensaje” (Salmo 18. 5).
Mons. John M. OESTERREICHER

Al revés de los griegos, los judíos eran el pueblo menos expuesto al individualismo. Su religión los aislaba de los pueblos en que vivían, pero a la vez los unía entre sí con estrecha solidaridad. “QUIA APUD IPSOS FIDES OBSTINATA”, escribe TÁCITO, “misericordia in promptu, sed adversus omnes alios hostile odium”. (Tácito, Historias, V.5). Vilipendiados o amenazados en todas partes, se aglomeraban en sus barrios para mejor defenderse y ayudarse unos con otros. Tenían sus sinagogas para congregarse todos los sábados, y sus cementerios para que los enterrasen al lado de sus correligionarios.

En materias doctrinales, los Pontífices del siglo XIX, sobre todo a partir del reinado de Gregorio XVI (1831-1846), asumieron una actitud cada vez más firme y decidida. El hecho de que el peligro de desviación proviniese del interior de la Iglesia y no ya del exterior, hizo que los Pontífices reaccionasen con renovado vigor. La reacción más espectacular fue, ciertamente, la de Pío IX quien, curiosamente, había ascendido al Solio con una merecida fama de liberal. Sin embargo, luego de los avatares que sufrió como jefe temporal de los Estados Pontificios – que lo llevaron a huir de Roma en 1848 -, Pío IX comprendió el riesgo de parlamentar con los elementos avanzados y retornó a una posición de estricto tradicionalismo. Suyos son los decretos más representativos de la defensa de la Verdad única. Los más famosos son la Encíclica Quanta Cura y Syllabus, ambos de 1864. En ellos fueron condenadas y rechazadas sin apelación todas las tendencias que habían ido minando el pensamiento occidental: racionalismo, iluminismo, socialismo, liberalismo, comunismo y otras. De todo lo cual merece ser destacada la última proposición del Syllabus: “Aquel que diga que el Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización, sea condenado”. Esta proposición ha sido juzgada por los progresistas           y por los enemigos del Catolicismo como el peor aberración y como la expresión de una vocación anti-racional y anti-social de la Iglesia. Sin embargo, bien meditada y considerada en el contexto que corresponde a la época de la imposibilidad de la Verdad, ella no puede ser más sabia. En efecto, si el Papa, (es decir, la Iglesia), debiera reconciliarse con el mundo y la civilización en cada etapa que estos recorren, la doctrina inmutable sufriría irreparablemente en el esfuerzo de la adaptación permanente. La Iglesia tomaría el aspecto de un camaleón insípido, listo para cambiar de color a la zaga de los teóricos o ideólogos del momento. Y, sobre todo, perdería la libertad de decidir sobre sí mismo y de reflexionar en forma independiente, para limitarse a seguir el pensamiento engendrado fuera de ella y, a menudo, contra ella. El “mundo” ha sido siempre, en la tradición católica, lo opuesto al Reino de Dios y pocas veces como en nuestra época de falta de Verdad se fue disolviendo en nuestra cultura, la prudencia de la proposición que examinamos salta a la vista, hasta para el menos perspicaz.
Esta solidez doctrinal de los Papas fue la que hizo posible la proclamación del dogma de la Infalibilidad pontifícia, durante las sesiones del Primer Concilio Ecuménica del Vaticano, en 1869-1970. Este dogma, que se inserta en la evolución orgánica o explicitación progresiva de la Verdad, a través del magisterio de la Iglesia, vino a reafirmar enfáticamente, en plena época de la imposibilidad de la Verdad, que, a lo menos en la Iglesia católica, la Verdad única de Fe y razón existía y era definida, enseñada e interpretada por un magisterio sin errores. (Constitución Dogmática sobre la Fe Católica). Este es un episodio importancia trascendental en la historia espiritual de Occidente.
Bajo el Pontificado de León XIII, considerado más liberal que Pío IX, volvió a surgir el movimiento de adaptación y compromiso entre la Iglesia y el mundo. Esta vez iba apoyado en un verdadero resumen de todas las tendencias decimonónicas de progreso y cientificismo, a la manera de una síntesis ideológica; por esta razón se le llamó Modernismo. Pero el Papa San Pío X, sucesor de León XIII, salió de esta astuta tendencia y la condenó severamente.
Fue en 1907, mediante varios documentos, entre los cuales sobresale la Encíclica “Pascendi”.

El Ecumenismo

La Iglesia romana cree, profesa y predica firmemente que ninguno de los hombres que viven fuera de la Iglesia – los judíos, herejes y cismáticos, como los paganos – no pueden participar de la vida eterna; sino que todos arderán en el fuego eterno “que ha sido preparado por el diablo y sus ángeles” (Mt. XXV, 41). A menos que antes de su muerte se conviertan a Ella…una persona, cualquiera sea la cantidad de limosna que haya dado y aunque haya vertido su sangre por el nombre de Cristo, no puede sea salvada, si no permanece en el regazo y la unidad de la Iglesia Católica. (Concilio de Florencia, “Decretum pro Jacobitis” et Bulle “Cantate Domino”, tiré du Catéchisme Cathoique pour Adultes, du Cardinal Gaspari, p. 414, éd. Nazareth, 1959).
Después de haber leído este texto, ¿qué pensar de la falsa concepción del ecumenismo que sea instalado en la Iglesia post-conciliar? Ya las declaraciones conciliares habían comenzado a falsear el sentido del Ecumenismo y, después del Concilio Vaticano II, Paulo VI ha tenido la insolencia de pedir perdón a las otras confesiones religiosas por los errores que la Iglesia Católica había cometido con ellas; y ¡qué decir de ese horroroso gesto de besar los pies del Patriarca cismático Atenágoras para pedirle perdón¡

Juan Pablo II no podría haberlo hecho mejor, imbuido como está de la mentalidad de su maestro Paulo VI. En su Encíclica “Redemptor Hominis”, invita a los miembros de la Iglesia Católica a adherirse a este ecumenismo luciferino, que no tiene más que un solo objetivo: destruir la Iglesia de Jesucristo y hacerle abandonar su misión de convertir a todos los que están extraviados por la herejía o el cisma y retornarlos a la verdadera Fe, la Fe Católica tal como ha sido enseñado siempre hasta la muerte de Su Santidad el Papa Pío XII. 

Para comprender mejor, bastará con oponer la doctrina conciliar de Juan Pablo II a la de la Iglesia tradicional. Juan Pablo II dice así en su encíclica:

“¿Y qué decir de todas las iniciativas suscitadas por la nueva orientación ecuménica? El inolvidable Juan XXIII, con una gran claridad evangélica, presentó el problema de la unión de lis cristianos…En Concilio Vaticano II ha respondido a esta exigencia, en forma concisa, por medio del decreto sobre el ecumenismo. El Papa Paulo VI, apoyándose en la actividad del secretariado para la Unidad de los cristianos, dio los primeros pasos difíciles hacia el logro de la realización de esta unidad.
¿Estamos nosotros tan lejos de este logro?... La verdadera actividad ecuménica significa apertura, acercamiento, disposición al diálogo, búsqueda común de la verdad en el sentido plenamente evangélico y cristiano… Actividad que tiende al acercamiento con los representantes de las religiones no cristianos, que se expresa por el diálogo, los contactos, la oración en común. A VECES NO SE LLEGA A LA FIRMEZA DE LAS CREENCIAS DE LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS – EFECTO TAMBIÉN DEL ESPÍRITU DE VERDAD -…tendiendo al conocimiento recíproco y a la supresión de los obstáculos que se hallan en el camino hacia unidad perfecta”. (“Redemptor Hominis”, Juan Pablo II, 4 de marzo de 1979).

Habréis, sin duda, percibido esta execrable blasfemia contra el Espíritu Santo: “Religiones no cristianas – producto también del Espíritu de verdad… tendiendo al conocimiento recíproco y a la supresión de los obstáculos que se hallan el camino hacia la unidad perfecta”. ¡Mentira¡ Las religiones no cristianas y todas las otras religiones que no son la religión Católica, no son productos del Espíritu Santo, sino del espíritu diabólica. Pues ¿cómo el Santo Espíritu puede ser a la verdad y mentira y cómo podría ser el autor de la idolatría, pecado abominable a los ojos de Dios, que se halla en ciertas religiones no cristianas? Maldita blasfemia en la pluma de este antipapa. 

Leamos ahora la enseñanza luminosa que nos ha dejado Pío IX:

“Algunos alimentan la esperanza de que se podría reunir a la gente, a pesar de sus diferencias religiosas, uniéndose en la profesión de ciertas doctrinas admitidas como fundamento común de la vida espiritual. Para  ello, efectúan congresos, reuniones, conferencias, frecuentas por un número considerable de auditores; invitan a las discusiones a todos los hombres indistintamente, los infieles de toda clase, los fieles y hasta los que han tenido la desgracia de ser separados de Cristo o que se niegan obstinadamente la divinidad de su naturaleza y de su misión. SEMEJANTES ESFUERZOS NO TIENEN NINGÚN DERECHO A LA APROBACIÓN DE LOS CATÓLICOS, PUES SE APOYAN SOBRE LA OPINIÓN ERRONEA DE QUE TODAS LAS RELIGIONES SON MÁS O MENOS BUENAS Y LOABLES… FUERA DE QUE (ADEMÁS DE QUE) SE EXTRAVÍAN EN PLENO ERROR, LOS SUSTENTADORES DE ESTA OPINIÓN, VERDADERA RELIGIÓN: FALSEAN SU NOCIÓN Y CAEN POCO A POCO EN EL NATURALISMO Y EL ATEÍSMO. ES PERFECTAMENTE EVIDENTE QUE ASÍ ABANDONAN LA RELIGIÓN DIVINAMENTE REVELADA PARA UNIRSE A LOS PARTIDARIOS Y PROPANGANDISTAS DE SEMEJANTES DOCTRINAS. Cuando se trata de favorecer la unión de todos los cristianos, una falsa apariencia de bien puede, con mayor facilidad, arrastrar a algunas almas… BAJO LA SEDUCCÓN DEL PENSAMIENTO Y LA SUAVIDAD DE PALABRAS SE OCULTA UN ERROR, INCOSTESTABLEMENTE DE LOS MÁS GRAVES Y CAPAZ DE ARRUINAR DE ARRIBA ABAJO LA FE CATÓLICA. La conciencia de         Nuestra misión apostólica Nos obliga a impedir que errores tan perniciosos extravían a la grey del Señor”. (Encíclica “Mortalium animas”,  Pío XI, 6 de enero de 1928).

Ciertamente, se habrá visto la diferencia de las dos enseñanzas. Lo que ha sostenido siempre la Iglesia Católica es el retorno a la verdadera fe de sus hijos separados de ella por los senderos de la herejía o el cisma, pero jamás la Santa Iglesia ha cambiar una jota de su divina doctrina agradar y atraer; pues ella sola detenta la verdad y les corresponde a las otras religiones cambiar, abandonar sus errores y retornar a la Iglesia Católica Romana, la única Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo.

Lo que propone Juan Pablo II a los católicos, no es, ni más ni menos, que renunciar a su fe; borrar los dogmas so pretexto de caridad y de unidad.

Creemos que sería útil mostrarles lo que avanzamos en este sentido, a través de dos hechos que no se tendrá ninguna dificultad para comprender.

El 10 de abril de 1977 se publicó un comunicado del Comité Internacional Judeo-Católico, reunido en Venecia, que informaba dos apreciaciones importantes.

Este comunicado, enviado a la prensa por la Santa Sede, hacía alusión a una declaración del gran rabino de Roma, Elio Toaff, quien se alegraba del “importante paso adelante dado”. He aquí la declaración que hizo, basándose en las declaraciones del Comité Internacional Judeo-Católico:

“El rechazo por parte de la Iglesia Católica de toda forma de proselitismo (conversión) con respecto a los judíos es importante. Es ciertamente susceptible crear nuevas relaciones entre la Iglesia y el Judaísmo”. 

Y todos los observadores italianos no pudieron dejar de interpretar el comunicado en el mismo sentido:

“Un abandono definitivo de toda tentativa de conversión de los judíos”.

Este es el ecumenismo conciliar heredado del Vaticano II, traición a la primera misión de la Iglesia de Cristo según lo mandado por el Divino Maestro: 

“Id pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto Yo os he mandado”. (Mt. XXVIII, 19).

Este ecumenismo, esta Iglesia conciliar y sus miembros no son católicos: ¿ qué mal más grande se les podría haber hecho a los judíos sino renunciar a darles la luz: Jesucristo, quien es el único que les puede salvar? Obrar así es renegar de Cristo, es abandonar a los judíos en las tinieblas y en el odio implacable que ellos tienen contra Jesucristo, Hijo de Dios, Mesías anunciado por los Profetas y Salvador del mundo, que ellos se niegan siempre a reconocer.

Aquí otro ejemplo que servirá para explicarle a los fieles que esta clase de ecumenismo no lleva a las otras religiones a la verdadera fe católica sino que los hombres de  Iglesia son los que abandonan su fe para adaptarse a las otras confesiones religiosas, empujando a las almas a seguirlos con una obediencia ciega.

Veamos lo que hicieron los obispos. La Comisión Internacional entre la Iglesia Católico y la comunidad Anglicana se llegaron a un acuerdo, pero en este acuerdo, la declaración sobre la Eucaristía es totalmente inaceptable. En esta declaración firmada por Monseñor Emmet Carter, la doctrina y la fe católica son ultrajadas. Dice así:

“No puede haber repetición del sacrificio, ni adición a lo Cristo ha realizado una vez para siempre. Cualquier tentativa hecha para expresar un vínculo entre Sacrificio de Cristo y la Eucaristía no debe oscurecer este hecho fundamental de la fe cristiana”.

A todo lo largo de esta declaración, han elegido expresiones equívocas para mejor engañar y sembrar la duda, en particular:

“Memorial de la muerte del Señor”.

Ahora se cita, para refutar este texto, la verdadera doctrina católica, tan bien definida en el Concilio de Trento:                

“No hay más que una sola y misma víctima inmolada, que se renueva todos los días en la Eucaristía… El augusto Sacrificio de la Misa no es sólo un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, ni un simple memorial de Aquél que ha sido ofrecido en la Cruz, sino un verdadero Sacrificio propiciatorio… pues todos los méritos tan abundantes de la víctima se repiten para nosotros mediante este Sacrificio incruento… Jesús instituyó la Eucaristía a fin de que la Iglesia poseyera un Sacrificio Perpetuo”. (Catecismo del Concilio de Trento, Tratado de la Eucaristía).
¿De dónde han tomado, Mons. Carter y, con él, todos los obispos del mundo, esta enseñanza de que no hay vínculo entre el Sacrificio y la Eucaristía? Ciertamente que no de la doctrina tradicional de la Iglesia sino, más bien, de la teología protestante. Estos obispos se han convertido en propagadores del error y asesinos de las almas.

Ese es el buen ejemplo del trabajo del ecumenismo post-conciliar; y éstos sus frutos: traición, herejía, cisma, despreció de Jesús y de su Evangelio, tras la máscara de esta quimera que es la creación de una religión universal, ideología que implica una religión universal; ideología que implica, necesariamente, la destrucción de la Iglesia Católica, tal como ha fundado Cristo y como los Papas la han gobernado hasta la muerte de Pío XII.

Y Ustedes, ¿sois sacerdotes, os sentís sacerdotes renegando de Cristo, apostatando de vuestra fe? ¿Estáis seguros que hombres de Iglesia, que se conducen de manera aberrante y escandalosa, están asistidos por el Espíritu Santo? ¿No deberíais reflexionar profundamente sobre el hecho de que vuestra salvación y la de vuestros hijos, puede depender de la actitud que vosotros adoptéis frente a esta gran apostasía de los hombres de Iglesia? 

“Si uno se sitúa en el punto de vista de los hechos, Jesucristo no ha instituido ni formado una Iglesia que comprendiera una variedad de comunidades de género semejante, pero distintas y no unidas por lazos que puedan hacer de la Iglesia invisible y única según el modo como lo proclamamos en el Símbolo de la Fe: Creo en la Iglesia…Una…Por el contrario, cuando Jesucristo habla de este edificio místico, no menciona más que una sola Iglesia, que ÉL llama suya: “Yo edificaré Mi Iglesia”. (Mt. XVI, 18). Toda otra iglesia que se imagine fuera de ella, no siendo fundada por Jesucristo, no puede ser la verdadera Iglesia de Cristo… La Iglesia de Cristo es única y perpetua, todos los que se separan de Ella, se alejan de la voluntad y del orden de Nuestro Señor Jesucristo. Se alejan de la fuente de salvación y  van a su perdición”. (Encíclica Satis Cognitum, León XIII, 29 de junio 1896).

Herencia de Paulo VI a Juan Pablo II

Una comprobación se impone: desde el día sombrío en que Paulo VI ocupó la Sede de Pedro, comenzó la destrucción. Ese hombre enigmático que era Juan Bautista Montini, que había sido separado del Vaticano por Pío XII por haber entablado negociaciones con Moscú, sin él (Pío XII) saberlo, ha presidido, calculado y ordenado fríamente la destrucción de la Iglesia de Jesús, por el culto a favor del hombre y en menoscabo de Dios, por su espíritu, su liberalismo, su humanismo masónico y su actitud pro-comunista. La reforma de Paulo VI surge, del liberalismo, del humanismo masónico y del modernismo, por tanto, de ideologías severamente condenadas por el magisterio infalible de los verdaderos sucesores de Pedro.

Veamos ahora cuál es esta triste herencia que Paulo VI ha dejado y que Juan Pablo II dice querer asumir:

“EL CRIMEN DE LA EDAD MODERNA ES QUERER SUSTITUIR SACRÍLEGAMENTE A DIOS POR EL HOMBRE”. (San Pío X, 1884, Fuertes en la fe, nº 37, p. 34). 

El 23 de setiembre de 1963 Paulo VI dijo:

“Nosotros no queremos hacer de nuestra fe un motivo de polémica con nuestros con nuestros hermanos separados”. (Documentation Catholique, 1963, discours, p. 117).

“Las guerras de religión se han terminado para siempre”. (Documentation Catholique, 5 de febrero de 1965).

Este es un insulto a todos los Santos Pontífices que han emprendido cruzadas, guerras santas por la defensa de la defensa de la Santa Fe Católica y con respecto a todos los mártires que, por su fe, han vertido su sangre, a todos los santos que han combatido con valor las herejías.

Si Paulo VI no quería defender la Fe Católica, si él no quería proteger el depósito sagrado que le había sido confiado; entonces, ¿qué derecho tenía de ser la cabeza de la Iglesia, si él no estaba dispuesto a enfrentar a los culpables, a los enemigos de Cristo y de su Iglesia? Nadie ha detenido a este hombre; pues todos los cardenales, obispos y sacerdotes se han escondido tras un silencioso culposo; silencio que equivalía a una profunda traición a su misión.
Y Paulo VI, desde el comienzo, estuvo comprometido en esta obra diabólica.
Lea su discurso del 7 de diciembre de 1965, espantoso discurso, que no es ni más ni menos que una apostasía:
La Iglesia del Concilio, es verdad se ha ocupado mucho del hombre, del hombre tal como en realidad se presenta en nuestra época, el hombre vivo, el hombre todo entero ocupado de sí, el hombre que se hace no sólo el centro de todo lo que interesa, sino que pretende ser el principio y razón última de toda realidad…”
“El humanismo laico y profano, en fin, aparece en su terrible estatura y, en un sentido, ha retado al Concilio. La religión de Dios hecho se ha reencontrado con la religión (pues no es más que una) del hombre hecho Dios. ¿Cómo se llegó a eso? ¿Por un choque, una lucha, un anatema?, pero así no ocurrió. La antigua historia del Samaritano ha sido el modelo de espiritualidad del Concilio. Una simpatía sin límites lo ha invadido totalmente. El descubrimiento de las necesidades humanas – que son mayores a medida que los hijos de la tierra se multiplican – ha absorbido la atención del Sínodo. Reconodle al menos este mérito, vosotros humanistas modernos que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas y reconoced nuestro nuevo humanismo: nosotros también, más que cualquiera, sostenemos EL CULTO DEL HOMBRE”. (Discurso de clausura, Vaticano II, texto integral, 7 de diciembre de 1965).
 
Es difícil de creer que haya osado pronunciar un blasfemia tal; culto del hombre, amor por el hombre que se hizo Dios; él llegó a componer un himno blasfematorio al hombre, su dios, sobre el modelo del Himno a Cristo Rey:

Honor al hombre, honor al pensamiento,
Honor a la ciencia, honor a la técnica,
Honor al trabajo, honor a la osadía humana,
Honor a la síntesis de la actividad científica
Y el sentido de organización del hombre que, 
A diferencia de otros animales, toma gracias
A su espíritu y a su habilidad manual los 
Instrumentos de conquista; honor al hombre,
Rey de la Tierra y hoy príncipe del Cielo”. (Angelus del 7 de febrero de 1971, Observatore romano – Documentation Catholique). 

Perdón, oh Cristo Rey, por esta blasfemia; perdón por esta traición abominable; perdón por todos sacerdotes que en su culpable, no pueden alzarse frente a este hombre inicuo para decirle: “Honor a Jesús, Rey del cielo y de la tierra; honor a Cristo Rey; honor a nuestro Divino Salvador; honor y gloria a ÉL sean rendidos en toda la extensión de la tierra”.

Pero, para Paulo VI, Cristo Rey no era más que un obstáculo para esta utopía anti-católica suya, la reunión de todos los hombres en “el amor y la fraternidad”. Nos lo muestra, el discurso que pronunció el 9 de agosto de 1970 a propósito de Medio Oriente:

“El conflicto implica tres expresiones étnico-religiosas que reconocen todas un único y verdadero Dios; el pueblo hebreo, el pueblo islámico y, en medios de ellos, expandido en todo el mundo, el pueblo cristiano”.

“Se trata de tres expresiones que profesan un idéntico monoteísmo, por tres caminos muy auténticos, muy antiguos, históricos y asimismo muy tenaces y convincentes; ¿No sería posible que el nombre mismo de Dios, en lugar en lugar de oposiciones irreductibles, engendre un sentimiento de respeto mutuo, de posible entender, de coexistencia pacífica? La referencia al mismo Dios, al mismo Padre, sin que interpongan discusiones teológicas, ¿no podría servir un día para descubrir algo tan evidente, aunque tan difícil y tan indispensable, cual es, que somos hijos del mismo Padre y por tanto, todos hermanos?”. (Documentation Catholique, 1970).

Allá está Jesucristo, apartado, negado, relegado al plano de las discusiones teológicas. Pero, leemos lo que San Pío X responde una proposición tal:

Extraño, espantoso y entristecedor a la vez, es la audacia y ligereza de espíritu de los hombres que se dicen católicos, quienes sueñan con reformar la sociedad según los cánones semejantes y establecer sobre la tierra, a pesar a pesar de la Iglesia Católica, “el reino de la justicia y el amor” con obreros venidos de todas partes, de todas las religiones o sin religión, con o sin fe, con tal que se olviden de lo que los divide: su convicción religiosa y filosófica, y que pongan en común lo que los une: un idealismo generoso y fuerzas morales tomadas “de donde sea”. No hay que asustarse… El resultado de esta promiscuidad en el trabajo, el beneficiario de esta acción social cosmopolita no puede ser otro que una democracia que no será ni católica, ni judía, ni protestante; una religión que la Iglesia Católica, que reúna a todos los hombres convertidos en hermanos y camaradas en el “Reino de Dios”. No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad… Es la apostasía organizada”. (Carta sobre Le Sillon, San Pío X).

Y quién se adhiera con conocimiento de causa a esta ideología, ¿no se convierte en         cómplice de apostasía y de cisma para la Santa Iglesia Católica y su Divino Esposo, Jesucristo, Hijo de Dios?

Se ignora, sin duda, que la Iglesia Católica, antes de Paulo VI, no sabía dar a conocer Cristo al mundo; que el puente estaba cortado entre la Iglesia y el mundo, que Ustedes mismos, sus padres, estaban en una oscuridad espiritual. Leamos a Paulo VI:

“El Concilio ha impuesto a la Iglesia una consigna grande y difícil, la de restablecer el puente entre ella y el hombre de hoy… Esto supone en todo caso, por el momento, que este puente no existe, o bien que es poco utilizable, si no es que está completamente derrumbado. Si reflexionamos bien, nos daremos cuenta que este estado de cosas representa un terrible e inmenso drama histórico, social y espiritual; esto quiere decir que, en el estado actual de cosas, la Iglesia no sabe presentar Cristo al mundo en modo y medida suficientes”. (Documentation Catholique, 12 de julio de 1965).

Blasfemia execrable contra el Espíritu Santo, pues si la Iglesia, antes de Paulo VI, no sabía dar a conocer Cristo al mundo es que, durante siglos, el Espíritu Santo ha faltado a su Iglesia y que los hombres han errado en las tinieblas espirituales; aceptar una idea tal es renunciar a ser católico.

Lutero, hereje condenado por la Iglesia, autor de un cisma y responsable del extravío de muchos miles de almas, personaje que tenía horror al Augusto Sacrificio de la Misa; él, este instrumento del diablo, ¡no ha recibido de la Iglesia conciliar más que alabanzas¡

El Observador Romano (periódico oficial de la Santa Sede) publica, sin emitir ningún comentario o rectificación, esta declaración del delegado sueco al congreso de laicos:

“La reforma litúrgica ha dado un notable paso adelante en el campo del ecumenismo y ha aproximado las formas litúrgicas a las de la Iglesia Luterana”. (Observador Romano, 13 de octubre de 1967, p. 3) 

Leamos la declaración del enviado especial de Paulo VI, el Cardenal Willebrands, a la asamblea luterana mundial en Evian, en julio de 1970:
“Una apreciación más justa de la persona y obra de Lutero se impone…¿El Concilio Vaticano II no ha acogido requisitos que habían sido expresados por Lutero y por los cuales muchos aspectos de la Fe Cristiana se expresan mejor actualmente que antes? Lutero ha señalado, de una manera extraordinaria para la época, el punto de partida de la teología y de la vida cristiana”. (Fors dans la Foi, nº 41, p. 351) 

Oh Ud. ¡Eminencia, que ha sido elevado a la dignidad del sacerdocio, Ud. “la sal de la tierra”, ¿por qué estas palabras escandalosas? Habéis olvidado que vos debéis ser el defensor de Cristo y de su Iglesia?  Ahora, decidnos, ¡ por qué os habéis convertido en semejante enemigo de Cristo, pues, exaltando la persona y obra de Lucero es al diablo a quien exaltáis y a Cristo a quien negáis¡

Por este discurso escandaloso del Cardenal Willebrands esta Lutero rehabilitado. ¡Es posible que un día asistamos a su canonización por parte de la “Iglesia conciliar” y a la excomunión del Papa que solemnemente lo condenó¡

Y la lista de fechorías podría alargarse de manera casi indefinida. Bajo Paulo VI las peores herejías y escándalos han sido difundidos sin ser jamás condenados. Cardonnel, Schillebeck, Six, protegido de Paulo VI, Küng, Besret, Hourdin, León-Dufour, etc,; tantos heresiarcas que debieron haber sido condenados, pero que Paulo VI los protegió para matar mejor a las almas.  

CRISIS CATOLICA. Liberalismo. Ecumenismo.

“Para cumplir con los deberes de esta obligación pastoral, nuestros predecesores siempre han desarrollado una infatigable actividad para difundir la sana doctrina de Cristo en todos los pueblos de la tierra, y ellos han velado con igual celo para que se le conserve pura y sin alteración tal como se la ha recibido… PUES EL ESPÍRITU SANTO NO HA SIDO PROMETIDO A LOS SUCESORES DE PEDRO PARA QUE ELLOS PUBLIQUEN, DESPUÉS DE SU REVELACIÓN, UNA DOCTRINA NUEVA, sino para que, con su asistencia, ellos guarden y expongan fielmente la revelación trasmitida por los Apóstoles, decir, el depósito de la Fe”. (Constitución “Pastor Aeternus”, Vaticano I, Catecismo para adultos, del Cardenal Gaspari, 1959).

Lo que ocurre hoy en la Iglesia Católica es aterrador, y es muy importante que el lector se dé cuenta de la gravedad del problema aunque, a priori, le pueda parecer increíble. Una crisis sacude a la Iglesia Católica después de Paulo VI. Al comienzo de esta crisis, algunos han pensado que ella existía porque no se obedecía a Paulo VI y a las directivas del Concilio Vaticano II. Pero después de un serio examen del Concilio, se constata que el Concilio es la causa de todos los desórdenes y trastornos escandalosos que han herido la conciencia de tantos católicos. Pero, se dirá, si el Concilio es la causa, ¿por qué implicar a Paulo VI y sus sucesores? Justamente porque la crisis que comenzó con el Concilio Vaticano II, es una crisis de autoridad.

Paulo VI promulgó el 7 de diciembre de 1965 el documento sobre la libertad religiosa. Esta promulgación debía en sí comprometer la inhabilidad del magisterio extraordinario universal (el Papa y los obispos reunidos en Concilio); o, esta declaración dada para toda la Iglesia por Paulo VI es herética y ha sido ya condenada por el Papa Pío IX, en la Encíclica “Quanta Cura”, encíclica que comprometió la inhabilidad pontificia. Ante este hecho, a la luz de la doctrina católica, debemos concluir que Paulo VI cesó de ser Papa, es decir, que él no poseía ya la autoridad pontificia cuando promulgó esta declaración, pues si él hubiera sido Papa, hubiera sido preservado del error y no hubiese podido promulgar un texto herético. Sabemos que esto puede parecerles inconcebible, pero es necesario permanecer católicos y juzgar las cosas a la luz de la doctrina de la Iglesia. El Concilio Vaticano I ha definido la infalibilidad papal; éste es un dogma de fe en la cual todo católico debe creer bajo pena de ser separado de la Iglesia.

La Infalibilidad se ejerce en la enseñanza ordinaria universal, es decir, cuando el Papa enseña a toda la Iglesia por los medios ordinarios: exhortación, predicación, carta encíclica, y en la enseñanza extraordinaria, que es la que Papa solo da a toda la Iglesia en virtud de su carácter de Pastor Supremo (lo que se llama comúnmente “ex cathedra”) o con toda la asamblea de obispos reunida en Concilio. Para ser católico, es necesario creer en todas las verdades de la fe, sin excepción. Es justamente porque creemos firmemente en todas las verdades de la fe, enseñadas por la Santa Iglesia Católica, que tenemos la obligación de concluir que Paulo VI no tuvo la Autoridad en el momento en que promulgó la declaración sobre la libertad religiosa.

LA DOCTRINA CATÓLICA ES COHERENTE Y NO PUEDE CONTRADECIRSE: LO QUE HA SIDO CONDENADO POR UN PAPA COMO MALO Y HERÉTICO, NO PUEDE SER PROMULGADO POR OTRO PAPA COMO BUENO Y ORTODOXO; es simple, lógico y católico. La declaración sobre la libertad religiosa siendo herética no puede venir de la Iglesia, de la Esposa Bienamada de Jesucristo; ella no pudo haber sido dada por alguien que detentaba la Autoridad pontificio y a ella ningún católico puede dar su asentamiento. Tampoco podemos aprobar las constituciones “Lumen Gentium” y “Gaudium et Spes” y la reforma litúrgica; todo ello no viene de Dios. El Espíritu Santo no puede cometer errores y ÉL no puede permitir que un Papa, vicario de Cristo, enseñe el error a toda la Iglesia. Es por ello, que, para permanecer católicos, es necesario arribar a la conclusión, aunque sea penoso, de que Juan Bautista Montini no era Papa de la Iglesia Católica al menos a partir del 7 de diciembre de 1965. JUAN BAUTISTA MONTINI HA CAIDO PUBLICAMENTE EN HEREJÍA, Y HA PROVOCADO UN CISMA, ARRASTRANDO TRAS EL A LA MAYORÍA DEL MUNDO CATÓLICO.
Los que lo han sucedido, particularmente, el que ocupa actualmente la Sede Apostólica, no pueden ser considerados como jefes legítimos de la Iglesia Católica. Juan Pablo II no cesa de repetir que él va a continuar poniendo en práctica las directivas del Concilio Vaticano II, siguiendo el espíritu de Pablo VI. Por este solo hecho, no puede poseer la Autoridad pontificia, pues un sucesor de San Pedro no puede querer seguir las directivas de un concilio herético y cismático. Una cuestión delicada se impone: Mons. Wojtyla siendo objetivamente cismático antes de su elección, así como los que participaron del Cónclave, ¿debe considerarse esta elección como válida por un solo instante? Por nuestra parte, lo dudamos bastante y los fieles comprenderán nuestras dudas después de tomar conocimiento de la constitución apostólica de Paulo VI que se halla en este opúsculo. 
Ya se considere esta elección como válida o no, una cosa es clara: Mons. Farol Wojtyla, en virtud  de su adhesión a la herejía y al cisma de Paulo VI, por su aceptación de la llamada Misa Nueva, no puede ser el jefe de la Iglesia Católica; él no puede poseer las llaves de la Iglesia y al mismo tiempo estar separado de ella:

“… El Papa que deviene herético cesa, ipso facto, de ser Papa y, en consecuencia, no es como tal juzgado, en el caso en que un Papa deviniera herético”, escribe San Antonio, arzobispo de Florencia, “se encontrará, por este solo hecho y sin otra sentencia, separado de la Iglesia, en efecto, una cabeza separado de un cuerpo no puede, mientras permanezca separada, ser la cabeza de este mismo cuerpo del cual ella está quitada. Por tanto, un Papa, que ha sido separado de la Iglesia por herejía, cesaría por lo mismo de ser cabeza de la Iglesia; no podrá herético y continuar como Papa, pues estando fuera de la Iglesia, no puede poseer las llaves de la Iglesia”. (Historia de los Concilios, vol.1, Tratado Teológico, cap. III, pp. 42-43, Actas e Historia del Concilio Ecuménico, de Roma, Iº del Vaticano. 1869).

Habiendo establecido este punto esencial, creemos sería oportuno explicar que la herejía capital del Concilio Vaticano II, la herejía que subyace prácticamente a todas las declaraciones conciliares, es la herejía modernista. Esta herejía, condenada por el Papa SAN PÍO X en la Encíclica “Pascendi Dominici Gregis” como “cloaca colectora de todas las herejías”, se manifiesta bajo diversos aspectos. Una de esas formas es el liberalismo. El liberalismo fue condenado por PÍO IX en “Quanta Cura” y “Syllabus” (como fue nuevamente condenado por San PÍO X en “Pascendi”). Es provechoso, creemos, explicar un poco qué es el liberalismo y cuán graves son sus consecuencias. Ello ayudará a los fieles a comprender lo que produjo el Concilio Vaticano II y por qué, después de él, el mundo católico fue llevado a una decadencia total.

La herejía del liberalismo es sutil y para darles una idea general, utilizaremos el libro “El liberalismo es un pecado” de Don FÉLIX SARDA Y SALVANY. Este libro desenmascara el liberalismo en todas sus facetas. Don Félix ha hecho un estudio muy preciso a la luz de la enseñanza de la Iglesia Católica:

“El día de la presentación en el Templo, el anciano Simeón, hablando por inspiración del espíritu profético, dijo a la Santísima Virgen que su Divino Hijo estaría en el mundo como signo de contradicción, de donde vendría la ruina para un gran número y para un gran número también la resurrección. El carácter de su divina misión, Jesucristo la trasmite a su Iglesia y esto explica cómo, desde los primeros tiempos del cristianismo, la herejía ataca las verdades de la Fe. Después, esta contradicción no ha cesado, sino que en cada siglo, por así decir, ella se transforma tomando un carácter distinto al del último error totalmente destruido o desenmascarado. Para no hablar más que los últimos tres siglos: el décimosexto ha estado dominado por la herejía protestante; el jansenismo ha tratado de pervertir el decimoséptimo y el naturalismo filosófico ha pensado en el décimoctavo, subvertir los fundamentos mismos de la sociedad. Con el residuo de todos estos errores, el siglo décimonoveno aportó otro que podría ser considerado más peligroso que los precedentes, porque es más sutil, y en lugar de apuntar a tal o cual aspecto de la doctrina, ha pretendido insinuarse en el conjunto mismo de la doctrina, para corromperla desde sus fundamentos… se trata del liberalismo. (“El liberalismo, es un pecado”, D. Félix Sarda y Salvany, p. IX, 1910).

*EDITÓ: gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO Cordubensis. INSTITUTO EMERITA URBANUS. Córdoba de la Nueva Andalucía, 27 de mayo del Año del Señor de 2010. Fiesta de SAN BEDA el Venerable, Confesor y Doctor. Sopla el Pampero. ¡VIVA LA PATRIA! ¡LAUS DEO TRINITARIO! ¡VIVA HISPANOAMÉRICA! GRATIAS AGAMUS DOMINO DEO NOSTRO!gspp.*


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