(L´utopie et les utopies)
p. RAYMOND RUYER*
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
*IN MEMORIAM JUAN CARLOS SÁNCHEZ, Editor de la página Política y Desarrollo, (+ 8.3.2010. RIP) *
Cap. IV, p. 41
*LOS CARACTERES ESENCIALES DE LAS UTOPÍAS SOCIALES* p. Raymond Ruyer
*En consecuencia, los escritores utopistas de cierta importancia resultan heréticos desde el punto de vista de la doctrina cristiana, pues tratan de restaurar la inocencia prístina del hombre – su conocimiento y su potencia – y, para alcanzar este objetivo, desean anular al pecado original y partir de un comienzo sin mancilla.
SANTO TOMÁS DE AQUINO (Summa Theológica, II, II, 163, 2) dice a este propósito: “El primer hombre pecó fundamentalmente al tratar de parecerse a Dios en eso de saber distinguir entre el bien y el mal… es decir, en que por virtud por su propia naturaleza sería capaz entre el bien y el mal… es decir, en que por virtud de su propia naturaleza sería capaz de determinar por sí mismo qué es bueno y qué es lo malo”, y además: “para que, al igual que Dios reinante por naturaleza, también así el ser humano ha de gobernarse a sí mismo sin ayuda de claridad que le venga de fuera, sino por estar iluminado por su propia naturaleza” (Comentarios a las Sententias, II, XXII, 1, 2, ad 2). *
Si los autores de UTOPÍAS SOCIALES jugasen conscientemente al juego utópico, si se limitasen a emplear el “modo utópico” dejándose guiar con honesta docilidad, por la virtud de objetividad inherente a ese “modo”, sería naturalmente imposible distinguir los caracteres esenciales de las utopías sociales.
Ahora bien, en los hechos, por el contrario, no hay nada más fácil. Cuando se leen varias utopías una después de otra, nos sorprende la monotonía de la imaginación humana, casi tan evidente en este dominio como en el de las mitologías y cuentos populares. La paradoja de la utopía social reside precisamente en que, siendo ésta un producto, en principio, de una imaginación teórica y científica, se desvía constantemente según las pendientes familiares del espíritu. Sucede que, si el utopista es un especulativo, es un especulativo “débil” y de mala fe. Se deja pues dominar por múltiples prevenciones, por los prejuicios de su época y sobre todo por los instintos generales del alma humana. La utopía social pierde allí valor objetivo y variedad, pero gana un valor un valor de síntoma.
De tiempo en tiempo se esparce entre los hombres la creencia de que es posible construir una sociedad ideal. En consecuencia, comienza a tocarse a rebato a fin de que todos se congreguen para edificarla: el reino de Dios sobre la Tierra. A pesar de su aparente atractivo, se trata de una fantasía delirante con la impronta de una lógica demencial.
La verdad es que la sociedad está siempre inacabada y siempre en transformación, de suerte que sus problemas claves no pueden ser resultados nunca mediante una ingeniaría social. Pero para reconocer esta verdad el hombre debe conquistar, una y otra vez, su libertad. Mientras tanto, en los intervalos, sucumbe a ese sueño de una humanidad definitivamente petrificada en su orgullo planetario. Tal sueño – el utopismo – conduce a la negación de Dios y a la autodivinización – ESTO ES, A LA HEREJÍA. La realidad acerca de la relación entre utopismo y herejía y del puente que une a ambos. No puedo alentar la esperanza de liberar al mundo de la tentación de fraguar utopías, porque eso quería asimismo utópico. Esperamos a retirar su adhesión a esa mascarada de una sociedad perfecta compuesta por hombres imperfectos.
Simetría
Casi todos los mundos utópicos son simétricos, dispuestos con regularidad, como un jardín a la italiana o a la francesa. Esta simetría, esta organización regular se convierten a menudo en manía, y dejan translucir, en muchos utopistas, una tendencia a la esquizofrenia y sus construcciones geométricas (1): (V. MINKOWSKI, “La Schizophrénie”, p. 104 y sig. Se podrían encontrar muchos otros puntos de comparación: racionalismo morboso, falta de sentido de la vida y de la individualidad, amor por la construcción visual y los objetos sólidos, poco sentido del dinamismo, el inmovilismo, el análisis de detalles ínfimos, etc.).
Todo está trazado a cordel en las ciudades utópicas. Las clases, las profesiones, las instituciones, todo es regular. En el divertido diálogo “DuPont et Durand” en que MUSSET se burla de los fabricantes de sistemas, tan numerosos entonces (Sansimonianos, Furieristas), ya esta subrayado este rasgo: “Yo había formulado un proyecto”, dice DUPONT a DURAND…
“Por otra parte, querido amigo, en los campos no se verán ni bosques, ni campanarios, ni valles ni montañas. Sobre dos radios de hierro un camino magnífico de París a Pekín ceñirá mi república…
El mundo será limpio y liso como una escudilla, el humanitarismo lo transformará en la olla y el globo afeitado, sin barba ni cabello como un gran zapallo rodará por los cielos”.
Los utopistas pertenecen a la categoría de espíritus que, en la política, sufren verdaderamente ante una solución fundada en un acuerdo de las partes, imperfecta, pero que trae la paz. Son esas gentes que no soportan la idea de que haya colonias europeas en América, o turcos en Europa.
Es simétrica la República de PLATÓN ( y correspondiendo simétricamente al cuerpo humano); simétrica la capital de la Atlántica; simétrica la Utopía de MORO, en la que todas se parecen, las casas están alineadas regularmente, todas de la misma forma, todas con tres pisos; simétrica también la Ciudad del Sol, de CAMPANELLA, formada por siete grandes círculos concéntricos que llevan los nombres de los siete planetas, Salem, capital del País de los Césares, es un cuadrado perfecto, donde corre un río dividido en canales paralelos.
En la capital de la Icaria de CABET, las calles no se parecen, pero cada una está formada por dieseis casas particulares, del miso estilo, con un edificio público en cada extremo. El mobiliario es “standard” para la Icaria y es necesaria una intervención del Parlamento para poder diseñar un nuevo sillón. Cuando la simetría, es aritmética. El número diez tiene un papel extravagante en el sistema político de MORELLY. Los números no rigen quizá el mundo real, pero rigen con seguridad el mundo utópico.
¿Qué significa esta pasión por la simetría? Es dudoso que se trate de un gusto artístico. Parece más bien, cuando no es un síntoma morboso, una manifestación de la “teoría hecha poder”, y de su carácter deductivo, anti-histórico y anti-vital. COURNOT observa muy justamente que el Reino humano al superponerse sobre el Reino vital, se caracteriza por la línea recta, el ángulo recto, la simetría y la regularidad. No hay todavía gran diferencia entre las cabañas de un poblado negro y un conjunto de nidos de golondrinas. No se salió aún del reino de la naturaleza viva.
Pero cuando se ve una gran ciudad con sus calles regulares, se siente que se ha entrado en un reino muy diferente del de la naturaleza, en el Reino humano, que, curiosamente, regresa a la regularidad del cristal y del mineral, más allá de las formas flexibles de la vida. Las ciudades nuevas norteamericanas están trazadas a escuadre, y ciertos Estados tienen fronteras rectilíneas. No es sorprende que el espíritu humano librado a su natural inclinación, en la utopía, se sacie de regularidad, de simetría.
En todo utopista hay un LE CORBUSIER que dormita, y que presentaría con placer el proyecto de reemplazar París (cuyo crecimiento orgánico e histórico está inscripto en la geografía), por unos treinta rascacielos. Inversamente, en toda urbanista, hay un utopista dispuesto a despertarse. Desde el griego HIOOODAMOS hasta los Owenistas y Buckingahan (autor de la Ciudad modelo que es también una utopía: Victoria, 1848) y Pemberton (Autor de la “Colonia feliz” – 1854 -. V. DUPONT, “L¨Utopie Dans la littérature Anglaise”, en la que hay un resumen de aquélla.
La utopía es esencialmente «urbana», porque la ciudad manifiesta el Reino del hombre. Se puede decir, incluso, que la utopía consiste en tratar los problemas psicológicos y sociales como problemas de arquitectura y urbanismo. A veces, parece considerar a los hombres vivos como simples accesorios de las piedras que éstos habitan.
El triunfo de la simetría pone de manifiesto entonces, el carácter no orgánico, no viviente de las utopías. Por definición no crecen lentamente como las cosas reales, como las mil intervenciones perturbadoras de la historia y las tradiciones, ellas empiezan siempre en cero, y deducen en lo abstracto. Encarnan directamente una razón despojada de elementos orgánicos y de los aportes de la duración. Su simetría, lejos de ser de origen estético, es más bien anti-estética, ya que el arte difícilmente puede separarse de la vida. Una utopía es de regular como un cristal, no como una célula viviente.
Uniformidad
Las utopías realizan perfectamente el ideal racional tal como lo define ANDRE LALANDE y MEYERSON, llegan al máximo de asimilación, identidad y uniformidad. Existen utopías aristocráticas, que conservan clases sociales, pero en su mayoría son unitarias y uniformizantes. Incluso las que creen en las clases, “uniforman” por lo menos dentro de dichas clases. Por otra parte sus clases sociales, deseadas y dirigidas por el poder central, son más bien el órgano de funciones sociales que clases en el sentido propio del término, capaces de autonomía y reivindicaciones. Hay pocos disidentes en las sociedades utópicas. Poco o nada de oposición, ni de partidos que se combatan.
Si es cierto que los hombres tengan necesidad de creer, y sobre todo necesidad de certeza, esta necesidad es ampliamente satisfecha por el totalitarismo espiritual de las utopías.
El propio TOMÁS MORO, que predica explícitamente la tolerancia y que admite varias religiones, no permite los cultos particulares más que en la intimidad privada; en los templos se celebran ceremonias que convienen a todas las sectas, el ateo está excluido de los cargos públicos. Todo utopista realiza, pues, especulativamente, una Revocación del Edicto de Nantes.
En las utopías recientes, incluso después del Renacimiento (del S. XIV al XVI), se sueña con una utopía política total, una Monarquía universal (cfr. WELLS, y ya también POSTEL). Una utopía tiene siempre algo de integral. El utopista querría privar al hombre de esa realiza que disfruta en su casa, una vez que ha cerrado su puerta.
Creencia en la Educación
La pasión por la unidad y uniformidad (que tiene las mismas leyes que el amor por la simetría) implica la creencia en el poder y también en el valor casi supremo, de la educación. En Utopía, casi siempre, la duración de la educación y su importancia social son mucho mayores. La educación es un fetiche. Hay utopías especialmente pedagógicas. Pero, en el fondo, la “utopía pedagógica” tiene una posición central en muchas utopías y, una vez terminadas la educación preconizada, se considera que la utopía se ha realizado. El predominio de lo pedagógico se manifiesta en el hecho de que numerosos utopistas instituyen recompensas tanto como castigos, y se ve que tienen deseos de trabajar con una generación completamente nueva.
La vieja generación era enviada “a los campos” en la República de PLATÓN.
En PLATÓN, lo esencial es realmente la educación de los Magistrados y Guerreros. Su forma de vida, reglamentada minuciosamente por el Estado, es también una educación. La supresión de la familia, la comunidad de las mujeres, es el medio de una educación uniforme.
En la antiutopía que es “Un mundo feliz” de ALDOUS HUXLEY, la uniformidad por la educación, la “propaganda interna” de la utopía, son caricaturizados hasta transformarse en “condicionamiento” según la técnica de WATSON y PAVLOV.
Su creencia en la educación no les pide a los utopistas creer también en la herencia y, por lo tanto en el eugenismo. Citemos, entre otros muchos, a PLATÓN, CAMPANELLA y CABET. La disputa de los partidarios del medio y los partidarios de la herencia no existe en Utopía. Es que, en su ardor por actuar sobre el material humano, los utopistas consideran no sin sentido común, por una vez, que dos medios valen más que uno.
No hay que olvidar que otras utopías creen en la virtud de la educación con un sentido más noble: como poder liberador de las aspiraciones a valores superiores. Los “utopianos” de WALLS, por ejemplo, se parecen a veces a brillantes estudiantes ingleses que son a la vez “estetas” y “atletas”: “El suelo en que surgió el nuevo orden (de la “Utopía Moderna”), fue el de las escuelas y colegios”. Se tiene la sensación de que muchas utopías están escritas están escritas por “intelectuales” y “letrados”, hostiles, por temperamento, a los políticos, hombres de negocios, financistas. En estas utopías “universitarias”, la unidad soñada se hace por sí sola, por comunidad de aspiraciones y gustos, con la única condición de dar un lugar de privilegio a la educación.
Lógicamente, el Estado político es esencialmente educador: “Nuestro gobierno es la educación”, dice LEÓN, uno de los Hombres dioses de WELLS. Como los utopistas son “teoréticos”, creen fácilmente que todos los hombres tienen una prodigiosa sed de instrucción y educación.
Hostilidad respecto a la naturaleza
La creciente un poco ingenua en la educación prueba que, en el fondo, pese a ciertas apariencias, el espíritu utópico es hostil a la Naturaleza. Uno podría equivocarse, ya que muchas utopías, sobre en el siglo XVIII predican el retorno a la vida natural y la admiración por el “buen salvaje”, contra todas las convenciones. Muchas utopías se presentan, según el título de la obra de MORELLY, como un “Código de la Naturaleza”. Pero no hay dejarse engañar: la utopía es anti-naturista. Su gusto por la simetría, la uniformidad, la traiciona. Creer la naturaleza, significaría mostrarse dócil ante la vida, y también ante la historia, en donde se manifiesta sin duda un arte humano, pero un arte que todavía es, como dice BURKE, la naturaleza del hombre. El utopista es demasiado ideólogo para esto. Hay en WELLS una expresión muy significativa sobre la Naturaleza, “esta vieja hada maligna que tenemos que limpiar y peinar”.
La utopía está del lado de la Antinaturaleza, de la Antiphysis. El Reino humano es, en efecto, creador de la verdadera Contranaturaleza, extraída de la naturaleza por la técnica, pero independiente y rival. Así, los colorantes, perfumes artificiales de la química orgánica, alimentos, textiles y telas sintéticas. Los cuerpos fabricados por la química se conforman bien a las leyes de la naturaleza, pero no por eso son menos artificiales. Ahora bien, la utopía, desde hace mucho tiempo, (ya BACON en su “Atlantis” anuncia el reino del “Ersatz”, del “pan sin trigo”, de las tinturas artificiales, alimentos en conserva) es el reino de la “Antiphysis”. El cemento, las materias plásticas sobre todo, son más “utopiazas” que la piedra o la madera, tienen un gran papel en el sueño de “outdoing natura”. (Cfr. C. C. FURNAS, “The next hundred years”). La utopía es el reino de los “plásticos”, de la bakelita, galalita, esencias y caucho sintético.
Los hombres que habitan las utopías y sus instituciones, se parecen a las palabras y frases de las lenguas artificiales, “lenguas bien hechas” que pretenden corregir los equívocos, anomalías, irregularidades de las lenguas naturales, atribuyendo a los signos un sentido único preciso, que corresponde con rigor a una sola raíz lógica. Naturalmente, esta “lengua bien hecha” es siempre una lengua mal hecha, incapaz de reproducir los matices de las lenguas naturales, formadas lentamente bajo las influencia de necesidades infinitamente variadas, harmoniosas como seres vivos, superiores a la lengua sistemáticas como el ojo es superior a un instrumento de óptica o el animal a la máquina. (COURNOT, “Essai sur les fondements de nos connaissances”, art. 223). Hay campos precisos y limitados en los que conviene tener máquinas e instrumentos de ópticas, las lenguas o por lo menos vocabularios artificiales. Pero el utopista, totalitario, quiere reemplazar toda la naturaleza con el artificio racional. La comparación de la utopía con una especie de “esperanto” es tanto más legítimas cuanto que varias Utopistas del siglo XVIII, y los Icarianos de CABET, emplean lenguas “racionales”.
Dirigismo
Las utopías sociales, a pesar de un muy pequeño número de utopías anarquizantes, tan escasas como las utopías verdaderamente naturalistas, son “dirigistas” y consideraban al liberalismo como una forma de la anarquía. El “control social” es intenso sobre individuo. Este carácter, que concuerda con los otros, es muy importante, ya que en ese aspecto la literatura utopista ha ejercido sobre el mundo real una enorme acción. El socialismo empezó con formas utópicas, y el socialismo implica el dirigismo. El movimiento democrático, por el contrario, debe relativamente poco a la literatura utópica (a pesar de la “Oceana” de HARRINGTON), justamente porque el movimiento democrático es liberal, individualistas. La democracia debe mucho más a la religión o a la filosofía religiosa, sobre el estoicismo y el cristianismo, que a la utopía. Incluso, el espíritu utópico se torna fácilmente en gusano que carcome la democracia.
Por el contrario, el socialismo surge directamente de la utopía y así KARL MARX pudo englobar a todos sus predecesores socialistas con el epíteto general de utopistas. Da al término, un sentido naturalmente peyorativo, pero reconoce entonces que la utopía es la primera forma del socialismo. El socialismo es utópico por razones muy profundas sobre las que volveremos: en virtud de la afinidad entre una utopía y un plan, por oposición, ya con el puro determinismo histórico, ya con el determinismo estadístico del liberalismo.
El socialismo utópico es pues simplemente, si no se quiere formular ningún juicio de valor, el socialismo que hace el plan de la sociedad futura en lugar de limitarse a observar las fuerzas actuales en acción y prever su evolución.
El socialismo “planista” es dirigista por definición. Esto no da pruebas, necesariamente, contra el socialismo utópico. En todo caso da una gran importancia histórica a la literatura utópica. El espíritu de la utopía y el espíritu del socialismo tienen visiblemente muchos caracteres comunes: amor por la uniformidad, racionalismo, dirigismo.
La mayoría de los utopistas creerían faltar a sus deberes si dejasen algo librado al juego del equilibrio natural, al dinamismo espontáneo. No sólo suprimen la libertad económica de compra y venta, de producción y empresa. Atacan la libertad moral, familiar, artística o científica. PLATÓN pretende dirigir las relaciones sexuales. Expulsa a HOMERO de la ciudad, prescribe modos musicales y, en las Leyes, obliga hasta los ancianos a cantar en coro, embriagándolos para eliminar toda timidez.
MORO y CAMPANELLA reglamentan los viajes, los cambios de domicilio, los trajes. Muchos utopianos deben llevar uniforme. WELLS pretende ser liberal pero, en su Utopía, se tiene al día un inmenso fichero, en donde se anotan los desplazamientos de todos los seres humanos. Evidentemente, un trabajo tan bello debe servir para algo.
Este dirigismo es normal en Utopía: el arquitecto de un mundo, como el arquitecto común, no quiere que los materiales tengan “juego”. El dirigismo “utopiano” tiene pues sus raíces algo distintas de las del dirigismo de las sociedades contemporáneas, inspirado, sin duda, en teorías e ideologías, pero que se ha hecho inevitable sobre todo por el reflejo ordinario del ciudadano de los Estados modernos, actuales, ante lo que le choca, de reclamar la intervención de los poderes públicos.
La utopía tiene tanta vocación por el dirigismo, como por esencia, que FÉNELON, en su “Telémaco”, después de mostrar como la prosperidad de Tiro depende del temor de “alterar por poco que sea las reglas de un comercio libre”, cuando describe Salento, no puede dejar de hacer realizar a MENTOR, con un pretexto moral, lo que él reprocha a PIGMALIÓN: vigilar e importunar a los comerciantes, y además, reglamentar el mobiliario, vestido y alimento.
El dirigismo utopiano, en su aspecto más desagradable queda disimulado por el hecho de que, contra toda lógica, no se nos describe nunca a policías y carceleros. Pero no se ve cómo, Magistrados tan tiránicos podrían prescindir de un ejército de tales auxiliares.
En la semi-utopía que constituye el sistema de COMPTE, el dirigismo reina sobre la ciencia. Cada ciencia debe conversar su lugar, mantener su rango, cumplir con los menesteres de su oficio en el orden social. Por naturaleza, la ciencia, como la técnica, es el progreso “infinito”. Pero el utopista no lo entienda así. Inmoviliza a la ciencia en su condición, como el Bajo Imperio ataba a cada uno a su oficio, con la intención oculta, muy característica, de que el orden externo tenga la virtud de crear el orden interno, en el espíritu humano. En Utopía, la literatura también está bien encasillada, CABET prevé, incluso, Talleres nacionales en donde trabajarán poetas y dramaturgos.
Colectivismo
El Dirigismo, en la unidad social y uniformidad, conduce naturalmente al colectivismo. A menudo, incluso, al colectivismo familiar, al control colectivista de la familia, si no a la comunidad de mujeres, ya que la familia individual sería un núcleo refractario a la unidad del Estado. La tradición y la vida se refugiarían allí.
Es interesante observar que, en las experiencias de comunidad real, siempre se han tomado precauciones para controlar las relaciones familiares: LA FAMILIA, con su exclusivismo, presente una amenaza constante para la solidaridad comunitaria. Entre los Hutteritas, “la familia fue el punto de invasión del capitalismo en la comunidad” (V. MAC IVER, “Society”, p. 350, cita una obra inédita de L. E. DEETS sobre los Hutteritas).
En THOMAS MORO, los padres de familia van a llevar su producción a Almacenes Generales, y allí se va a buscar lo que se precisa, sin necesidad de moneda. Los Almacenes Generales tuvieron un prodigioso éxito en las utopías (MORELLY, VAIRAS, BELLAMY, CABET, etc.)
En el siglo XIX se ve aparecer utopías que defienden la propiedad privada, pero se trata casi siempre de contra-utopías.
EL COLECTIVISMO UTÓPICO está destinado mucho menos a satisfacer la sed de justicia que a responder a las aspiraciones del teórico, de unidad, regularidad, simetría. EL UTOPISTA ES SOCIALISTA A LA MANERA SANSIMONIANA. Tiene horror por el azar, el desorden, la competencia entre los individuos. DE LOS DOS PRINCIPALES COMPONENTES DEL SOCIALISMO (aspiración a la justicia, aspiración sansimoniana a la organización) la última es la que predomina. La sed de justicia lleva más naturalmente a la REBELIÓN que a la elaboración de una utopía.
Las cosas puestas al revés
Uno de los procedimientos utópicos más fáciles y más elementales, que se utiliza a menudo casi sólo en las utopías más primitivas, y que nunca falta totalmente, es la inversión pura y simple de la REALIDAD. Evidentemente, es la actividad mental más fácil. Se imagina fácilmente que las cosas anden al revés, que las mujeres hagan la corte a los hombres (B. LYTTON), que el oro sea un metal despreciado, que los jóvenes azoten a sus padres (CYRANO DE BERGERAC), que los ancianos se vuelvan jóvenes, etc. Durante todo el siglo XVIII, la Tierra austral, el hemisferio opuesto, las antípodas, son el lugar de encuentro de una muchedumbre de utopistas. RESTIF DE LA BRETONNE, entre otros, elige la Patagonia, Y DESCRIBE EL PAÍS DE LOS MEGA-PATAGONES, cuya capital es SIRAP (PARÍS AL REVÉS).
La abadía de Theléme es un monasterio al revés: no hay muros, hombres y mujeres viven juntos, en lugar de “Castidad, Pobreza, Obediencia”, la divisa es “Casamiento, Riqueza, Libertad”.
No es sólo la simplicidad del procedimiento lo que motivó su éxito, es que también corresponde al resentimiento oculto bajo el deseo de poder del utopista, y al negativismo del intelectual y del especulativo. Ciertamente es el caso de SWIFT, y su invención de los Caballos racionales, que se sirven del hombre como vil ganado y animal de tiro. Es también lo que explica la enorme mayoría de las utopías condenen la propiedad privada, y establezcan la propiedad colectivista.
Ante las imperfecciones de la realidad, la reflexión menos fatigosa, para la inteligencia, la que mejor alivia el sentimiento, es decir, que todo iría mejor iría si todo se pusiese al revés.
Autarquía y aislamiento
Una sociedad perfecta y artificial debe aislarse, por la misma razón que las plantas cultivadas deben ser aisladas y protegidas cuidadosamente, y no pueden, pena de muerte, quedar abandonadas al equilibrio natural de la flora. No son únicamente las exigencias del procedimiento literario y de la creación imaginario de un mundo las que provocan el aislamiento de la utopía.
Cuando la utopía es una isla que un explorador o un náufrago acaba de descubrir, no es sólo el deseo de verosimilitud lo que incita al utopista a explicar por qué se ha descubierto tan tarde, es también la precaución de aislar una frágil obra maestra.
La “Nueva Atlántida” de BACON es típica. Debe notarse, también que las numerosas pequeñas comunidades realizadas en el siglo XIX, sobre todo en los Estados Unidos, tuvieron efectivamente el mayor cuidado de aislarse geográficamente, y también, económica y culturalmente, reforzando este aislamiento con una propaganda interna constante. La comunidad “utopiaza” no puede conservar sus costumbres particulares si no es luchando contra toda influencia exterior.
Ascetismo
Antes de 1850, la tendencia al ascetismo, la condena del despilfarro y el lujo son casi generales. Muchas utopías parecen haber sido escritas por “sentimentales” avaros. Dentro del orden de la tipología espiritual, como ya vimos, el utopista es un “teorético”. En el orden de la psicología del carácter, el utopista es un “sentimental”, esquizoide, inclinado por temperamento a la economía. Este rasgo concuerda bien con su desconfianza de la buena naturaleza viviente (que, por el contrario, agrada al “ciclotímico” generoso). El ideal de vida de muchos utopistas se parece terriblemente al del “obrero modelo” de los libros de moral del siglo pasado. Al utopista no le gusta la profusión, el despilfarro, la prodigalidad de la vida. Es hombre de un sistema donde no hay nada inútil.
DE AMAUROTE, de Salento, se suprimen todos los oficios que no producen “cosas necesarias”. No hay mejor prueba de la distancia a que se encuentra el utopista del esteta. Nadie ha soñado nada tan suntuoso como el Renacimiento de los pintores venecianos. Aunque la imaginación no cueste nada, el utopista economiza. En la “Nueva Atlántida”, BACON hace que los sabios de la Casa de SALOMÓN lleven una vida lujosa. Pero BACON había sido un canciller prevaricador, lo que había liberalizado sus ideas. En el siglo XIX, en las utopías hay un general confort, un aumento a veces prodigioso del “nivel de vida”, pero no lujo. Es que el lujo tiene algo de irracional.
Los utopistas están muy lejos de pensar (como BAYLE, SHAFTESBURY, MANDEVILLE) en un Dios que utilice para sus fines, nuestros vicios, nuestras pasiones incluso, en particular la vanidad y la apetencia del lujo, para producir la variedad y la colorida riqueza de la vida. El lujo utopiano, en la débil medida en que existe, está reservado al Estado, monumentos y ceremonias públicas.
Eudemonismo colectivista
Y, sin embargo, la moral de las utopías es eudemonista. El objeto de la vida es allí la felicidad. Y cada utopía pretende dar la felicidad a los hombres. Su moral no es casi nunca una moral heroica o una moral religiosa de salvación. En la medida en que la salvación, en el sentido amplio, representa un ideal superior al de la felicidad, puede decirse que las utopías no apelan a lo más elevado que hay en la naturaleza humana. Incluso es bastante curioso observar que, al pretender explorar más completamente la gama de posibilidades que lo que hace el mundo real, los utopistas restringen de hecho la gama utilizada de sentimientos humanos.
Idealizan al hombre, no ven suficientemente los factores de interés personal que lo mueven, pero por otra parte rebajan al hombre y no parecen creerlo capaz de heroísmo, ni del sacrificio de la felicidad misma para obtener la salvación. Las morales de salvación han sido predicadas por profetas, fanáticos, por hombres apasionados, muy diferentes de los calculadores utopistas. Éstos son intelectuales que sueñan, y el heroísmo se descubre en la acción, no en el sueño. Sólo se sueña con la felicidad. Por otra parte, lógicamente, un mundo utópico, con instituciones perfectas, no necesita heroísmo en su moral, ni sabor en su religión.
Pero la felicidad que otorga la utopía es dada a un sujeto mal definido: no se sabe bien si es a la colectividad o al individuo. A la colectividad, más vale, según parece. Sin embargo, la felicidad de una colectividad como tal no significa nada, y PLATÓN tropezó ya con esta paradoja.
Humanismo
El utopista no es humanismo en el verdadero sentido del término, ya que hace “actuar” como teórico, como experimentador curioso, con el riesgo de desarticularlo, forzarlo y volverlo monstruoso, al hombre natural que el verdadero humanismo quiere cultivar respetando cuidadosamente la naturaleza. Pero la utopía es humanista en el sentido en que implica un acto de fe en el hombre y no en una gracia trascendente. (E. BREHIER, “Science et humanisme”, II, 3.)
La utopía diviniza al hombre. Hay utopías cristianas (GOTT, CAMPANELA), pero la mayoría de las utopías manifiestan un optimismo no cristiano. Creen en una armonía posible, alcanzada en esta tierra únicamente con la fuerza de los hombres. Aunque MORO haya sido beatificado por la Iglesia Católica, como utopista es ante todo humanista, amigo de DESIDERIO ERASMO y, aún en su vida, mostró mucha más sabiduría que santidad. La utopía, en todo caso, no es metafísicamente dualista, maniquea. El mal le parece ser el resulto de las tonterías del hombre, y por lo tanto, puede desaparecer. El mundo no es para ella un mundo abandonado por Dios, condenado al Mal esencial. El sufrimiento no es valor positivo, sino una des-adaptación, y tiene remedio.
Proselitismo
Aunque la utopía sea esencialmente un juego, un ejercicio consciente y voluntario de imaginación, no por eso supone ausencia de fe en su autor, una chispa de creencia religiosa seria, que pretende despertar en el lector un sentido de obligación, un sentido de “deber ser”, o por lo menos, un sentimiento de valores deseables. La utopía es proselitista. El utopista desea a menudo que se lo tome más en serio de lo que dice. Por una timidez de intelectual se protege detrás de las leyes de un género poco comprometedor, un poco como el prudente DESCARTES pretende en su física describir sólo un mundo imaginario, utópico en suma. Pero desea ardientemente, cuando pone ante los ojos de los hombres el cuadro de la vida utópica, crear una fuerza de realización espontánea y orientar energías.
No tiene el coraje del que predica y quiere persuadir directamente, ya que la persuasión es una lucha directa. Emplea el procedimiento de la caza o de la pesca, por medio de cebos o carnadas.
Pretensión profética
El utopista se presenta a menudo como vidente, un profeta, incluso cuando no escribe sobre temas de anticipación propiamente dichos. Pero con demasiada frecuencia parece ilustrar la tesis materialista de la conciencia epifenoménica o superestructura, de la conciencia que es siempre efecto, y nunca causa, de la conciencia que va a la rastra de los acontecimientos, incluso cuando cree anunciarlos o suscitarlos.
Las utopías tienen su valor como síntomas de las ideas e ilusiones de la época en que son escritas, no tienen gran valor como profecías. Salvo muy raras excepciones, los utopistas han mostrado con gran frecuencia una curiosa falta de olfato para las cosas de futuro. Sucede incluso que los utopistas se sitúan con atraso respecto a su época. Más bien reflejan ideas y no realidades del tiempo en que escriben, y generalmente muestran un retardo frente a los acontecimientos.
Los realistas, los temperamentos manipuladores de hombres y cosas, los hombres de negocio, la gente muy comprometida con el “siglo”, serían muy probablemente mucho más capaces, si tuviesen tiempo, de elaborar buenas anticipaciones, que los intelectuales especulativos, quienes no perciben las fuerzas nuevas y quieren perfeccionar un estado actual que está ya condenado a muerte.
PLATÓN y PLATÓN describen la Ciudad Griega (“la polis”) ideal en vísperas de los imperios helenísticos. MORO insufla vida al viejo ideal de la comunidad moral y estancamiento económico en vísperas también de las guerras religiosas y de la expansión económica moderna. ALEJANDRO no era más que un joven energúmeno de talento comparado con PLATÓN y su maestro ARISTÓTELES. Sin embargo, fue ALEJANDRO quien vio en qué dirección estaban las posibilidades de un mundo nuevo, cuando, en el banquete de OPIS, oró por una “HOMONOIA” en un Estado común, entre Macedonios y PERSAS.
Utopía e ideología
Hay que hacer notar, empero, y esto corrige algo lo dicho en el párrafo precedente, que, en principio, una utopía, al contrario de la ideología, puede desprenderse de la época en que se escribió, y del interés de clase o prejuicio nacional de su autor. Una ideología es una pseudo- teoría, que es en realidad un arma, y la expresión de una voluntad colectiva de justificación y de propaganda. La utopía, a causa de su carácter más verdaderamente teorético, objetivo (y también de su carácter de juego individual) conserva por el contrario la aptitud de principio, de desprenderse de su soporte. De hecho, por ejemplo, el socialismo utópico no ha sido un socialismo de clase y lucha de clases. Generalmente son burgueses o emparentados con ellos quienes escribieron las utopías socialistas. Claro está, los deseos, prejuicios, sueños del autor y de su época o de su clase, se expresan y desvían el juego objetivo y la experiencia mental.
Pero no se trata de una intervención subrepticia y voluntaria del fanatismo como en la ideología. La utopía es menos hipócrita que la ideología. Cuando el utopista se engaña, cae más sinceramente y con mayor candidez en su propio juego. La utopía da testimonio así, a su manera, contra el escepticismo de la “sociología del saber”.
Para MANNHEIM (KARL MANNHEIM, “Ideologie und Utopie”, cap. I), ideología y utopia son igualmente míticas: la ideología expresa el mito justificador de la situación presente y de la clase que está en el poder, la utopía, el mito revolucionario de la clase que está en el poder; la utopía, el mito revolucionario de las clases que quieren cambiar el presente y hacer el porvenir. Pero esta concepción de MANNHEIM nos parece algo injusta para la utopía. La utopía es casi siempre un error, rara vez una mentira. Su “perspectivismo” es más involuntario que el de la ideología. Respeta más a su público; repropone un ideal que se supone hace su propaganda por sí mismo. Aunque la utopía pueda estar a menudo falseada y ser de mala fe, y pueda llegar a ser un medio como cualquier otro de propaganda ideológica, este abuso no altera su esencia.
*A MANERA DE CONCLUSIONES*
Se ha sostenido que tales construcciones utopistas configuran un juego ejecutado con elementos con elementos tomados de la realidad pero ordenados de manera diferente. Sin embargo, y como lo ha hecho notar RAYMOND RUYER en L´Utopie et les Utopies, el elemento que resalta más a la vista en la literatura utopista es la crítica social y política, el disgusto ante la comunidad actual, con sus regímenes políticos y sus obstáculos a la felicidad.
…Debe adoptar el punto de vista de que acontecerá una regeneración única con la cual se pondrá término a la Historia (es decir, al imperio del azar y de lo que se puede predecir) y se abrirán las puertas que conducen a una especie de tiempo intemporal, capítulo final en el Libro del Hombre y en el cual todo estará ordenado y planeado científicamente, será previsible y gozará de felicidad. Confróntese RAYMOND RUYER, L´Utopie et les Utopies, P.U.F. 1950. RUYER cita a A. DÖBLIN (p. 70) como afirmando que el utopismo es anti-histórico por su esencia, y que se trata de un proyecto humano para interrumpir la historia, para saltar fuera de ésta y alcanzar un estado de perfección continua. RUYER mismo hace notar que tanto HEGEL como MARX pusieron coto a los procesos dialécticos a que adhieren: HEGEL veía el punto final de la filosofía en el Estado Prusiano; MARX, en el Estado Comunista posterior a la revolución proletariado.
En lo referente a los judíos, dado que viven actualmente en el primer ciclo, apoyan todas sus esperanzas en el gran ingreso en el segundo, lo que ocurriera con la llegada del Mesías, que abrirá las puertas de la Nueva Jerusalén, una comunidad terrena y, sin embargo, espiritual. Como es bien sabido. La creación del Estado de Israel ha tenido el efecto, en lo que a este asunto se refiere, de dividir las opiniones. Muchos judíos sostienen que ella ha realizado lo que se expresa en los textos antiguos con “la reconstrucción de Jerusalén”, mientras otros mantienen la idea de que este acontecimiento puramente secular no tiene nada que ver con la tan esperada venida del Mesías. Los que pertenecen a este último grupo llegan incluso, si residen en Israel, a considerar a este país nuevo como una especie de creación sacrílega y se niegan a obedecer sus leyes.
Las tendencias mesiánicas (del siglo diecinueve) – afirmación de J. L. TALMON – consideraban al cristianismo como el archienemigo… Su propio mensaje de salvación resultaba abiertamente incompatible con la doctrina cristiana verdadera, esto es, la que parte del pecado original y enfoca la historia como narración de la caída, negando al mismo tiempo al hombre potencia para alcanzar su salvación por sus propios esfuerzos. Las dicotomías alma-cuerpo, etc., quedaban condenadas en esos movimientos mesiánicos delante de la majestad de la unicidad de la vida y de la unicidad de la historia, y frente a la visión de una sociedad justa y armoniosa hacia el final de los tiempos”. (“Political Messianism”, Frederick A. Praeger, Publisher, Nueva York, 1960, pp. 25-26).
El Estado socialista de los comunistas no es cuerpo político, pues solo las clases dirigentes necesitan del Estado como arma de represión; el Estado es, más bien, una extensión administrativa de la sociedad sin clases. Y, desde luego, hasta esta administración se extinguirá cuando se pase del Estado socialista a la Sociedad comunista.
El Milenio: surgimiento de un hombre nuevo. A todos estos obstáculos el utopista les agrega la naturaleza pecaminosa del hombre, la que, no obstante, será cambiada mediante una nueva y dramática encarnación, o bien por evolución de tipo biológico-moral, como enseña TEILHARD DE CHARDIN. RUUSBROEC utiliza su voz herética y opositora para formular los reclamos más arrogantes: “Yo soy igual a Cristo, de todas maneras posibles…Todo lo que Dios le ha dado al Él, me lo ha concedido a mí, y en el mismo grado… Cristo fue enviado a la vida activa para servirme para servirme, en tanto que yo soy introducido a la vida contemplativa, que es de carácter más elevado…”.
A esta creencia se la denomina MILENARISMO y, generalmente, encuentra expresión en el leguaje elegante de su época. Se puede considerar como manifestaciones de esta doctrina tanto a los movimientos homónimos de la Edad Media como al totalitarismo contemporáneo. (Agregamos: comunismo, nazismo, etc.). Dice NORMAN COHN, comparando las formas medievales y modernas de aquella: “es verdad que han desaparecido los viejos símbolos y los lemas viejos y que han sido reemplazados por elementos nuevos; pero en lo respecta a la estructura de las fantasías básicas, parece haber cambiado bien poco. Fundándose en la autoridad de SAN AGUSTÍN, el Concilio de Éfeso (año 431 d. C.) condenó al MILENARISMO como una aberración supersticiosa. Esa doctrina, ya sea en su faceta religiosa o en la secular, invoca la necesidad de un nuevo Advenimiento, de un nuevo Drama Universal, de una nueva Pasión en cada momento culminante de la historia, de manera muy similar a las ceremonias purificadoras de las religiones paganas que tenían lugar en la primavera de cada año. En lugar de animar a la gente a forjar su propia salvación resistiendo al mal y obrando el bien, así como cambiando gradualmente las condiciones externas de sus vidas, los milenaristas del tipo entusiástico buscan atajos y están prontos a saltar fuera de sus condiciones naturales al menor acontecimiento que les parece excepcional.
De este modo, UTOPÍA se revela no como “un lugar que no existe”, sino como un asiento de la desolación y de la muerte.
1) Escribe TEODORO HERTZKA en su Freeland:
“Los ministerios de justicia, de guerra, de finanzas y las fuerzas policiales y armadas, que en otros países devoran los nueve décimos del presupuesto, no consumen nada en Librecia. No tenemos ni jueces ni policías, nuestros impuestos ingresan espontáneamente y no conocemos a los soldados. Y, sin embargo, no hay entre nosotros ni hurtos, ni robos, ni asesinatos. En lo que respecta a la falta de magistratura, ni siquiera consideramos que nos haga falta un código en lo civil o en lo criminal. El Consejo se conforma con exponer todas las medidas en reuniones públicas y requerir el consentimiento de sus miembros, cosa que les concede por unanimidad.
2) Y dice CHAUNCEY THOMAS en The cristal button:
En acumular dinero no representa más el objetivo principal de todo esfuerzo y, en consecuencia, han quedado ahogadas muchas ambiciones innobles. Los puestos que ejercen el control y que requieren gran confianza son otorgados a personas enérgicas y dignas de toda fe: el camino que conduce hacia sitiales es tal que nadie más que ellas puede recorrerlo.
3) Y CABET en su Icaria:
“Como usted ve”, afirme DINAROS, “el comunalismo, de un solo golpe, suprime y previene los latrocinios y los ladrones, los crímenes y los criminales, de modo que ya no necesitamos más ni cortes de justicia, ni prisiones, ni castigos penales”.
4) Y TROTSKY en Literatura y la revolución:
“En una sociedad que haya arrojado lejos de sí molesta y entontecedora preocupación por ganarse el sustento diario y en la cual los restaurantes comunales habrán de servir comida sana, apetitosa y a gusto del consumidor; en la que los lavaderos comunales limpien perfectamente la buena ropa de todo el mundo; donde los niños, cualquier niño, todos los niños, andarán bien alimentados y serán fuertes y alegres y donde ellos absorban los elementos las proteínas y el aire y los rayos solares; en una sociedad en la cual la energía eléctrica y las ondas de radio no se recibirán mediante complicados artefactos en uso hoy día, sino que provendrán de fuentes superpotentes prácticamente inextinguibles y ante un llamado que consistirá en presionar un botón; donde no existirán las “bocas inútiles” y donde el egoísmo humano – poderosa fuerza – será desviado de su orientación actual y dirigido hacia la comprensión, la transformación y el mejoramiento del universo; en una sociedad así el desarrollo dinámico de la cultura será algo incomparable con todo lo ocurrido en este sentido en el pasado”.
La lista de las “invenciones” utopistas es impresionante. TOMAS MORO hablaba de incubadoras artificiales; BACON describe lo beneficioso que le resulta a la gente de Benzalem el empleo de materiales sintéticos y el envasar los alimentos. Tanto CAMPANELLA como CYRANO DE BERGERAC se adelantaron a la preocupación moderna por alimentarse con una dieta ordenada y equilibrada. En La Ciudad del Sol un médico fiscaliza la provisión de alimentos, mientras entre los Selenistas un especialista en fisiognómica determina a partir de la apariencia del paciente, si sus comidas han sido saludables o no. El versátil CYRANO describe, asimismo, un sistema de subsidios familiares financiado por el Estado, en el cual, desde el momento en que nace un niño, el Tesoro nacional provee una suma anual para la educación del mismo.
Si bien SAINT-SIMON no escribió ninguna obra que pudiese calificarse como netamente utopista, fue, sin duda, el padre, o al menos un formulador imaginativo, de las ideas modernas acerca de la organización social e industrial. Más de un siglo antes que JAMES BURNHAM, SAINT-SIMON ya reclama el poder político supremo para el partido de los dueños de talleres industriales y de los científicos, pues preveía que la legislación iba a ser enemiga de la propiedad privada y favorable a la centralización de la actividad económica en manos de unos pocos grandes señores de la industria.
La vida humana, tal como se la describe en todos estos textos, se presenta totalmente fuera de foco, fuera de contenido existencial y por completo irreconocible. Cuando los escritores utopistas se ocupan del trabajo, de la salud, de la holganza, de la duración de la vida, de la guerra, de los crímenes, de la cultura, de la administración pública, las finanzas, los jueces, etc., parece como si sus palabras fueran emitidas por un autónoma sin ningún conocimiento de la VIDA REAL. El lector tiene la desagradable sensación de hallarse transitando por un terreno onírico poblado de abstracciones, rodeado de objetos yertos, que al principio trata de identificar aun cuando sea solo de un modo un tanto vago, pero después, tras una inspección más detenida, descubre que en realidad no se parecen a nada familiar ni en la forma ni en el color, el volumen o los sones que emiten.
Pero la verdad es que faltan los cimientos filosóficos y espirituales y entonces pierde la fe, no sólo en la bondad esencial de la creación, sino en la creación misma. El individuo que no participa con todo el espíritu no puede ser en el reino de la política sino un átomo que vaga sin objeto de uno a otro lado. No es extraño que sea UTOPIA su último refugio; pero, ¿qué es UTOPÍA sino un refugio para individuos anónimos, para un rebaño afligido y sin ley?
*EDITÓ: gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO Cordubensis. INSTITUTO EMERITA URBANUS. Córdoba de la Nueva Andalucía, 4 de abril de Año del Señor DE 2010. SANTA PASCUA. Sopla el Pampero. ¡VIVA LA PATRIA! ¡LAUS DEO TRINITARIO! ¡VIVA HISPANOAMERICANO! gspp.*
¿El Papa, es Papa?
Hace 2 meses
1 comentario:
Un extraordinario trabajo de investigación, faltó revisar Fuegos bajo el agua del Médico-ensayista venezolano Isacc Pardo.Es un buenídsimo trabajo ern esta época de un absurdo querer revivir totalitarismo en Latinompertrjuc. Gracias
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