Hijos míos, estamos aquí para vencer o morir… y recordad que en cielo no hay sitio para los cobardes. No deis a los infieles ocasión para que os pregunten: “¿dónde esta vuestro Dios?”. Luchad en el Santo Nombre de Dios, y, tanto en la muerte como en la victoria, conquistaréis la inmortalidad.
Juan de Austria. Arenga.
EL SIETE DE OCTUBRE DEL AÑO DEL SEÑOR DE 1571, LA FLOTA DE LA LIGA SANTA, MANDADA POR UN TAL DON , JUAN DE AUSTRIA, VENCIÓ A LA FLOTA TURCA EN EL GOLFO DE LEPANTO.
Y AQUELLO NO ERA VERDAD. PORQUE LO QUE EN REALIDAD HABÍA OCURRIDO ERA QUE DIOS HABÍA UTILIZADO A UN PUÑADO DE SERVIDORES PARA DETENER, EN EL SENTO DE LA CRUZ, EL AVANCE DE LA MEDIA LUNA.
AFIRMARÍAN QUE EL COMANDANTE DE LOS CRISTIANOS ERA UN GRAN HOMBRE, EL HIJO DE UN GRANDE EMPERADOR, UN GENIO DE LA ESTRATEGIA NAVAL Y MILITAR; ERA OTRO ALEJANDRO MAGNO.
El día 8 de octubre, a primera de la tarde, tuvo lugar una reunión con todos los comandantes en la nave capitana pontificia; a continuación se procedería a pasar revista a toda la flota.
El tiempo era perfecto.
Cuando don JUAN DE AUSTRIA subió a bordo, fue recibido por una banda de trompetas de plata acompañadas de timbales; unas y otros eran parte del botín del anterior.
El almirante COLONNA recibió al Generalísimo en la pasarela y lo condujo a su cámara, donde ya esperaban los demás comandantes.
JUAN estrechó la mano de DORIA, felicitó calurosamente a REQUESÉNS y a SANTA CRUZ, y a continuación se encontró ante el viejo VENIERO. Le dio un abrazo.
- Lo habéis hecho admirablemente, padre mío – le dijo, y el irascible viejo se deshizo en lágrimas.
- Muchas gracias, Excelencia – pronunció con un hilo de voz -. Lo único que lamento es tener decirle que el Proveedor AGUSTÍN BARBARIGO ha muerto. Recuperó los sentidos durante unos momentos y pude darle la noticia de nuestra gran victoria. Ya no podía hablar, pero levantó las manos al cielo y sonrió.
- Envidiable BARBARIGO – comentó JUAN -. Dios le tenga en Su gloria.
- Amén – contestaron todos.
ALEJANDRO FARNESIO subió por la escala.
- Esto ha sido mejor que MALTA y SZIGET juntos…querido tío – murmuró, haciendo gestos como un niño pequeño - . Me habría gustado estar con vos cuando os apoderasteis de la SULTANA.
- Alguien me ha comentado esta mañana que vos tampoco habéis despreciado el tiempo – le dijo JUAN-. Os apoderasteis de una galera turca sin ayuda de nadie, y eso es más de lo que ningún otro en la flota puede decir. Me gustaría conocer todos los detalles, por supuesto.
- No es cierto tío – replicó ALEJANDRO - . No estaba yo sólo. Conmigo estaba DÁVALOS, un español, y, si no hubiera sido por mí, ahora estaría muerto. Salté a bordo de la nave y él detrás de mí, entonces nuestra galera se separó de ella y allí quedamos los dos. Así es que decidimos hacer lo que pudiéramos, dando palos a diestro y siniestro, y los turcos debieron de pensar que éramos DJINNS o IFRITS o como sea que llamen a sus demonios, porque estaban llenos de espanto, en especial cuando di muerte al capitán y DÁVALOS al timonel. En aquel momento, nuestra galera maniobró para abordar otra vez al barco y arrojaron a todos los turcos por la proa al agua; cuando los asaltantes acabaron su tarea, allí estábamos nosotros. Lo que creáis o no, ni DÁVALOS ni yo recibimos ninguna herida. Fue verdaderamente milagroso, como en realidad lo ha sido todo el día.
- Sí – afirmo JUAN - . Que entreguen a ese DÁVALOS mil ducados. Tomad nota, SOTO. En cuanto a vos, querido sobrino…
- Yo lo único que quiero es el privilegio de llamaros tío mío – le interrumpió ALEJANDRO, gesticulando -. ¡Madonna! Cómo me gustaría ver la cara de la reina CATALINA cuando oiga contar estas cosas. Va a dar un reventón, y con ella todos sus brujos. Pero si deseáis saber algún detalle, os contaré uno muy bueno. Teníamos a bordo un capellán, que nos habían de Roma, un irlandés con un nombre que parecía una invocación: ODONEL, o algo así…no estoy muy fuerte en esos nombres extranjeros. Bien, pues cuando abordamos otro turco, nos encontramos con estaba lleno de jenízaros que pelean muy bien, como sabéis…En un determinado momento, las cosas empezaron a no irnos demasiado bien. Entonces, el Padre ODONEL, que mide dos metros y tiene el pelo rojo, tomó una pica, lanzó un bramido: ¡Es Cristo quien pelea en esta batalla! Y se puso a la tarea como SANSÓN entre los filisteos. Quitó de en medio a siete u ocho e hizo un docena de prisioneros..no me he divertido tanto en su vida.
- Cinco capellanes han muerto en la batalla – intervino VENIERO - . Cuatro sacerdotes venecianos y un fraile de Su Santidad.
- Todos los sacerdotes y todos los frailes estuvieron en cubierta durante la batalla – añadió COLONNA -. Ya tengo las cifras definitivas, Excelencia. Hemos perdido quince barcos y algo más de mil seiscientos hombres; tenemos unos quince mil heridos. Hemos hundido noventa y dos galeras y capturado ciento setenta y ocho. Hemos hecho casi diez mil prisioneros. Según las listas que hemos encontrado, los turcos han debido de tener entre treinta y treinta y cinco mil esclavos cristianos condenados a galeras. Todos ellos quieren servir en nuestros barcos hasta que regresemos a casa.
- Nunca ha sucedido una cosa como esta – comentó DORIA excitado -. Y si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no me lo creería.
- La victoria acompaña siempre a quienes no vacilan – afirmó VENIERO, sin poderse reprimir y sin referirse a nadie en particular.
- Por favor, señores, dejadme continuar – rogó COLONNA - .Hemos tomado ciento quince piezas de artillería pesada y doscientos noventa y cuatro y cuatro cañones ligeros. Entre los prisioneros se encuentran los dos hijos de ALÍ PACHA: AHMED BEY, de dieciséis años, y MOHAMED BEY, de treinta; con ellos está su preceptor EL HAMED. Su madre es hermana del Sultán. También hemos hecho prisionero a PERTAU PACHÁ y a no menos de treinta gobernadores de provincias. Todavía no hemos calculado el valor del oro, la plata y las joyas; hay unos peritos trabajando en ello. Entre las muchas banderas, estandartes, pabellones y banderines están la bandera verde del Profeta, de La Meca, y el pabellón del Sultán.
- Me gustaría que aquel oficial suizo hubiera conseguido la bandera que tanto deseaba – comentó JUAN, sonriendo.
- Los guardias suizos se han apoderado de varias banderas – le informó COLONNA -. Han honrado a su país y el Santo Padre. Pero todavía hay un hecho del que quisiera daros cuenta, Excelencia. Se pusieron en los mástiles de todos nuestros barcos los crucifijos, tal como vos ordenasteis, y, a pesar de que muchas de las naves han sufrido daños, ni uno solo de los crucifijos se ha descolgado.
Unos cuantos oficiales se aclararon la garganta carraspeando, pero no hicieron ningún comentario.
JUAN asintió con la cabeza, como si aquello fuera lo más natural. Estaba mirando la majestuosa calma azul del mar. Y pensaba: le tengo que mandar a la Tía la reliquia de la Santa Cruz y también un estandarte turco.
Se preguntaba si aquellos señores estaban esperando que les dirigiese la palabra, aunque en la agenda que le había pasado SOTO eso no estaba previsto.
Si en efecto esperaban que les hablase, tendrían que haberse dado cuenta de que no era aquel el mejor momento, aunque no se tratara de ningún discurso oficial. Por eso allí estaban todos sin saber hacia dónde mirar y un tanto desconcertados. Por la noche volverían a estar juntos a bordo de la Real, pues la cocina ya estaba reparada, y se estaba imaginando las discusiones que surgirían, después de la cena, a propósito del reparto del botín.
Uno de los ayudantes de COLONNA se acercó para informar que la fragata Madrileña estaba junto a la borda.
Habían convenido en que él, COLONNA, VENIERO, DORIA, REQUESÉNS y SANTA CRUZ, cada uno desde su propia nave capitana, girarían una visita a todos los barcos.
COLONNA acompañó al Generalísimo por la pasarela.
Apareció por allí un soldado alto y delgado con el brazo izquierdo vendado y en cabestrillo. El ayudante del médico de a bordo estaba tratando de tirar de él agarrándole por el jubón, pero se resistía fuertemente, al mismo tiempo que hacía el saludo con la vista fija en don JUAN.
- Señor poeta – exclamó JUAN sonriendo -. ¡No tiréis de él! Me alegra de que continuéis con vida, aunque parece que habéis peleado como dijisteis que lo ibais a hacer.
- Lo he hecho, Excelencia – afirmó COLONNA -. Y muy bravamente.
- He perdido el movimiento de mi mano izquierda para gloria de mi mano derecha – dijo MIGUEL DE CERVANTES - . Y deseo daros las gracias, Excelencia. Ayer fue el día más hermoso del siglo.
Sabe que, efectivamente, no podrá haber otro igual, pensó JUAN.
- Me acordé de vos durante la batalla – le dijo JUAN.
Profundamente conmovido, CERVANTES replicó:
- Con o sin corona…vos, señor, sois un verdadero rey.
Aquello no tenía comentario. Las trompetas de plata y los timbales de cobre volvieron a sonar con entusiasmo.
DON JUAN de Austria subió a bordo de su fragata y su estandarte se elevó en el único mástil que le quedaba.
La nave empezó a desplazarse a lo largo de la interminable fila de barcos, todos adornados orgullosamente con sus gallardetes.
Los soldados, los marineros, los esclavos libertados saludaron con grandes aclamaciones y vítores.
Un verdadero rey, pensaba CERVANTES. Un magnífico joven rey. UN CRUZADO. Quizá… EL ÚLTIMO CRUZADO.
Aunque esos mismos que hoy gritan “Hosanna”, tal vez mañana griten “Crucifícale”. El triunfador de ayer puede ser la víctima de hoy y el loco de mañana.
Pero ahí queda lo que está hecho.
¡Qué magnífico loco! ¡Qué magnifica locura! Ya hubo alguien que habló de la Locura de la Cruz.
Fue SAN PABLO.
En cualquier altura a la que un poeta lograra elevarse, en cualquier profundidad a la que pudiera descender, se encontraría con que allí ya había estado antes un santo…
“¿Quién es ella, la que surge como el amanecer, hermosa como la luna, resplandeciente como el sol, terrible como un ejército en marcha?
Capítulo XXV, pág. 565-579 de FELIPE II por WILLIAM THOMAS WALSH, 5ta edición, Espasa-Calpe, Madrid, 1958, 809 páginas, se evoca a La Batalla de Lepanto (1571). 29 de septiembre de 2008. 1571 – 7 de octubre – 2009; 438 años.
Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis nº 66
Instituto Eremita Urbanus
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Juan de Austria. Arenga.
EL SIETE DE OCTUBRE DEL AÑO DEL SEÑOR DE 1571, LA FLOTA DE LA LIGA SANTA, MANDADA POR UN TAL DON , JUAN DE AUSTRIA, VENCIÓ A LA FLOTA TURCA EN EL GOLFO DE LEPANTO.
Y AQUELLO NO ERA VERDAD. PORQUE LO QUE EN REALIDAD HABÍA OCURRIDO ERA QUE DIOS HABÍA UTILIZADO A UN PUÑADO DE SERVIDORES PARA DETENER, EN EL SENTO DE LA CRUZ, EL AVANCE DE LA MEDIA LUNA.
AFIRMARÍAN QUE EL COMANDANTE DE LOS CRISTIANOS ERA UN GRAN HOMBRE, EL HIJO DE UN GRANDE EMPERADOR, UN GENIO DE LA ESTRATEGIA NAVAL Y MILITAR; ERA OTRO ALEJANDRO MAGNO.
El día 8 de octubre, a primera de la tarde, tuvo lugar una reunión con todos los comandantes en la nave capitana pontificia; a continuación se procedería a pasar revista a toda la flota.
El tiempo era perfecto.
Cuando don JUAN DE AUSTRIA subió a bordo, fue recibido por una banda de trompetas de plata acompañadas de timbales; unas y otros eran parte del botín del anterior.
El almirante COLONNA recibió al Generalísimo en la pasarela y lo condujo a su cámara, donde ya esperaban los demás comandantes.
JUAN estrechó la mano de DORIA, felicitó calurosamente a REQUESÉNS y a SANTA CRUZ, y a continuación se encontró ante el viejo VENIERO. Le dio un abrazo.
- Lo habéis hecho admirablemente, padre mío – le dijo, y el irascible viejo se deshizo en lágrimas.
- Muchas gracias, Excelencia – pronunció con un hilo de voz -. Lo único que lamento es tener decirle que el Proveedor AGUSTÍN BARBARIGO ha muerto. Recuperó los sentidos durante unos momentos y pude darle la noticia de nuestra gran victoria. Ya no podía hablar, pero levantó las manos al cielo y sonrió.
- Envidiable BARBARIGO – comentó JUAN -. Dios le tenga en Su gloria.
- Amén – contestaron todos.
ALEJANDRO FARNESIO subió por la escala.
- Esto ha sido mejor que MALTA y SZIGET juntos…querido tío – murmuró, haciendo gestos como un niño pequeño - . Me habría gustado estar con vos cuando os apoderasteis de la SULTANA.
- Alguien me ha comentado esta mañana que vos tampoco habéis despreciado el tiempo – le dijo JUAN-. Os apoderasteis de una galera turca sin ayuda de nadie, y eso es más de lo que ningún otro en la flota puede decir. Me gustaría conocer todos los detalles, por supuesto.
- No es cierto tío – replicó ALEJANDRO - . No estaba yo sólo. Conmigo estaba DÁVALOS, un español, y, si no hubiera sido por mí, ahora estaría muerto. Salté a bordo de la nave y él detrás de mí, entonces nuestra galera se separó de ella y allí quedamos los dos. Así es que decidimos hacer lo que pudiéramos, dando palos a diestro y siniestro, y los turcos debieron de pensar que éramos DJINNS o IFRITS o como sea que llamen a sus demonios, porque estaban llenos de espanto, en especial cuando di muerte al capitán y DÁVALOS al timonel. En aquel momento, nuestra galera maniobró para abordar otra vez al barco y arrojaron a todos los turcos por la proa al agua; cuando los asaltantes acabaron su tarea, allí estábamos nosotros. Lo que creáis o no, ni DÁVALOS ni yo recibimos ninguna herida. Fue verdaderamente milagroso, como en realidad lo ha sido todo el día.
- Sí – afirmo JUAN - . Que entreguen a ese DÁVALOS mil ducados. Tomad nota, SOTO. En cuanto a vos, querido sobrino…
- Yo lo único que quiero es el privilegio de llamaros tío mío – le interrumpió ALEJANDRO, gesticulando -. ¡Madonna! Cómo me gustaría ver la cara de la reina CATALINA cuando oiga contar estas cosas. Va a dar un reventón, y con ella todos sus brujos. Pero si deseáis saber algún detalle, os contaré uno muy bueno. Teníamos a bordo un capellán, que nos habían de Roma, un irlandés con un nombre que parecía una invocación: ODONEL, o algo así…no estoy muy fuerte en esos nombres extranjeros. Bien, pues cuando abordamos otro turco, nos encontramos con estaba lleno de jenízaros que pelean muy bien, como sabéis…En un determinado momento, las cosas empezaron a no irnos demasiado bien. Entonces, el Padre ODONEL, que mide dos metros y tiene el pelo rojo, tomó una pica, lanzó un bramido: ¡Es Cristo quien pelea en esta batalla! Y se puso a la tarea como SANSÓN entre los filisteos. Quitó de en medio a siete u ocho e hizo un docena de prisioneros..no me he divertido tanto en su vida.
- Cinco capellanes han muerto en la batalla – intervino VENIERO - . Cuatro sacerdotes venecianos y un fraile de Su Santidad.
- Todos los sacerdotes y todos los frailes estuvieron en cubierta durante la batalla – añadió COLONNA -. Ya tengo las cifras definitivas, Excelencia. Hemos perdido quince barcos y algo más de mil seiscientos hombres; tenemos unos quince mil heridos. Hemos hundido noventa y dos galeras y capturado ciento setenta y ocho. Hemos hecho casi diez mil prisioneros. Según las listas que hemos encontrado, los turcos han debido de tener entre treinta y treinta y cinco mil esclavos cristianos condenados a galeras. Todos ellos quieren servir en nuestros barcos hasta que regresemos a casa.
- Nunca ha sucedido una cosa como esta – comentó DORIA excitado -. Y si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no me lo creería.
- La victoria acompaña siempre a quienes no vacilan – afirmó VENIERO, sin poderse reprimir y sin referirse a nadie en particular.
- Por favor, señores, dejadme continuar – rogó COLONNA - .Hemos tomado ciento quince piezas de artillería pesada y doscientos noventa y cuatro y cuatro cañones ligeros. Entre los prisioneros se encuentran los dos hijos de ALÍ PACHA: AHMED BEY, de dieciséis años, y MOHAMED BEY, de treinta; con ellos está su preceptor EL HAMED. Su madre es hermana del Sultán. También hemos hecho prisionero a PERTAU PACHÁ y a no menos de treinta gobernadores de provincias. Todavía no hemos calculado el valor del oro, la plata y las joyas; hay unos peritos trabajando en ello. Entre las muchas banderas, estandartes, pabellones y banderines están la bandera verde del Profeta, de La Meca, y el pabellón del Sultán.
- Me gustaría que aquel oficial suizo hubiera conseguido la bandera que tanto deseaba – comentó JUAN, sonriendo.
- Los guardias suizos se han apoderado de varias banderas – le informó COLONNA -. Han honrado a su país y el Santo Padre. Pero todavía hay un hecho del que quisiera daros cuenta, Excelencia. Se pusieron en los mástiles de todos nuestros barcos los crucifijos, tal como vos ordenasteis, y, a pesar de que muchas de las naves han sufrido daños, ni uno solo de los crucifijos se ha descolgado.
Unos cuantos oficiales se aclararon la garganta carraspeando, pero no hicieron ningún comentario.
JUAN asintió con la cabeza, como si aquello fuera lo más natural. Estaba mirando la majestuosa calma azul del mar. Y pensaba: le tengo que mandar a la Tía la reliquia de la Santa Cruz y también un estandarte turco.
Se preguntaba si aquellos señores estaban esperando que les dirigiese la palabra, aunque en la agenda que le había pasado SOTO eso no estaba previsto.
Si en efecto esperaban que les hablase, tendrían que haberse dado cuenta de que no era aquel el mejor momento, aunque no se tratara de ningún discurso oficial. Por eso allí estaban todos sin saber hacia dónde mirar y un tanto desconcertados. Por la noche volverían a estar juntos a bordo de la Real, pues la cocina ya estaba reparada, y se estaba imaginando las discusiones que surgirían, después de la cena, a propósito del reparto del botín.
Uno de los ayudantes de COLONNA se acercó para informar que la fragata Madrileña estaba junto a la borda.
Habían convenido en que él, COLONNA, VENIERO, DORIA, REQUESÉNS y SANTA CRUZ, cada uno desde su propia nave capitana, girarían una visita a todos los barcos.
COLONNA acompañó al Generalísimo por la pasarela.
Apareció por allí un soldado alto y delgado con el brazo izquierdo vendado y en cabestrillo. El ayudante del médico de a bordo estaba tratando de tirar de él agarrándole por el jubón, pero se resistía fuertemente, al mismo tiempo que hacía el saludo con la vista fija en don JUAN.
- Señor poeta – exclamó JUAN sonriendo -. ¡No tiréis de él! Me alegra de que continuéis con vida, aunque parece que habéis peleado como dijisteis que lo ibais a hacer.
- Lo he hecho, Excelencia – afirmó COLONNA -. Y muy bravamente.
- He perdido el movimiento de mi mano izquierda para gloria de mi mano derecha – dijo MIGUEL DE CERVANTES - . Y deseo daros las gracias, Excelencia. Ayer fue el día más hermoso del siglo.
Sabe que, efectivamente, no podrá haber otro igual, pensó JUAN.
- Me acordé de vos durante la batalla – le dijo JUAN.
Profundamente conmovido, CERVANTES replicó:
- Con o sin corona…vos, señor, sois un verdadero rey.
Aquello no tenía comentario. Las trompetas de plata y los timbales de cobre volvieron a sonar con entusiasmo.
DON JUAN de Austria subió a bordo de su fragata y su estandarte se elevó en el único mástil que le quedaba.
La nave empezó a desplazarse a lo largo de la interminable fila de barcos, todos adornados orgullosamente con sus gallardetes.
Los soldados, los marineros, los esclavos libertados saludaron con grandes aclamaciones y vítores.
Un verdadero rey, pensaba CERVANTES. Un magnífico joven rey. UN CRUZADO. Quizá… EL ÚLTIMO CRUZADO.
Aunque esos mismos que hoy gritan “Hosanna”, tal vez mañana griten “Crucifícale”. El triunfador de ayer puede ser la víctima de hoy y el loco de mañana.
Pero ahí queda lo que está hecho.
¡Qué magnífico loco! ¡Qué magnifica locura! Ya hubo alguien que habló de la Locura de la Cruz.
Fue SAN PABLO.
En cualquier altura a la que un poeta lograra elevarse, en cualquier profundidad a la que pudiera descender, se encontraría con que allí ya había estado antes un santo…
“¿Quién es ella, la que surge como el amanecer, hermosa como la luna, resplandeciente como el sol, terrible como un ejército en marcha?
Capítulo XXV, pág. 565-579 de FELIPE II por WILLIAM THOMAS WALSH, 5ta edición, Espasa-Calpe, Madrid, 1958, 809 páginas, se evoca a La Batalla de Lepanto (1571). 29 de septiembre de 2008. 1571 – 7 de octubre – 2009; 438 años.
Editó Gabriel Pautasso
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