La labor de los monjes resultó decisiva para el progreso de la civilización occidental, si bien de las primeras prácticas monásticas, difícilmente se trasluce la enorme la enorme influencia que los monasterios llegarían a ejercer en el mundo exterior.
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
Este dato histórico sorprende menos cuando se recuerde cuando se recuerden las palabras de Cristo: “Buscad primero el reino de los cielos, y todo se os dará por añadidura”. Ésta es, sencillamente expresada, la historia de los monjes.
Los primeros indicios de la vida monástica se observan ya en el siglo III. Para entonces, algunas mujeres católicas elegían consagrarse como vírgenes a una vida de oración y sacrificio, dedicada al cuidado de los pobres y enfermos. (Philip Hugues, A History of the Church, vol. 1, Sheed and Ward, Londres, 1948, pp. 138-139). De esta temprana tradición proceden los monjes.
Otra de las Fuentes de la tradición monacal la hallamos en SAN PABLO de Tebas y, (fiesta del 15 enero), más popularmente, en SAN ANTONIO de Egipto (conocido también como SAN ANTONIO DEL DESIERTO), que vivió entre mediados de los siglos III y IV. La hermana de SAN ANTONIO vivía en una casa de vírgenes consagradas. Él se hizo EREMITA y se retiró a los desiertos de Egipto en busca de la perfección espiritual, atrayendo con su ejemplo a millares de personas.
El principal rasgo del eremita era el retiro a las soledades remotas y la renuncia a los bienes terrenales, a favor de una concentración plena en su vida espiritual. Los anacoretas vivían normalmente en solitario, o en grupos de dos o de tres, se refugiaban en cuevas o en simples chozas y se sustentaban con lo que podían producir en sus pequeños campos o realizando tareas como la cestería. La ausencia de autoridad supervisora de su régimen conducía a algunos de ellos a seguir penitencias y prácticas espirituales poco corrientes. Según monseñor PHILIP HUGHES, un reputado historiador de la Iglesia Católica: “Había anacoretas que apenas comían o dormían, otros que permanecían sin moverse semanas enteras o que se hacían enterrar en tumbas y se quedaban allí durante años, recibiendo tan sólo el mínimo alimento necesario a través de las grietas de la construcción”. (Ibídem, p. 140).
Los monjes cenobitas (los que conviven en un monasterio), los más conocidos para la mayoría, surgieron en parte como reacción contra la vida de los eremitas y como reconocimiento de la necesidad humana de vivir en comunidad. Ésta fue la posición de SAN BASILIO MAGNO, quien desempeño un importante papel en el desarrollo de la tradición monacal de Oriente. Pese a todo, la vida del anacoreta nunca llegó a extinguirse por completo; mil años después de SAN PABLO de Tebas, un Eremita fue elegido Papa, y adoptó el nombre de CELESTINO V.
La moderación de la Regla de San Benito, así como el orden y la estructura que proporcionaban, propició su difusión por toda Europa. A diferencia de los monasterios irlandeses, conocidos por su extrema austeridad (que no obstante atraían a un significativo número de hombres), los monasterios benedictinos partían de la base de que cuando su régimen pudiera ser más austero durante los períodos de penitencia. El monje benedictino gozaba de unas condiciones materiales comparables a las de un campesino italiano de la época.
Cada casa benedictina era independiente de las demás, y todas se hallaban bajo la dirección de un abad, responsable de sus asuntos y de su buen gobierno. Hasta entonces los monjes habían tenido libertad para deambular de un lugar a otro, pero SAN BENITO concibió un estilo de vida monástica que exigía a los monjes permanecer en el propio monasterio. A comienzos del siglo X se introdujo cierto grado del aspirante en la tradición benedictina, con el establecimiento del monasterio de CLUNY ostentaba la autoridad sobre el resto de los monasterios afiliados a esta venerable casa y designaba a los priores encargados de supervisar la actividad diaria en cada monasterio.
SAN BENITO invalidó asimismo la posición social del aspirante a monje, tanto si con anterioridad había llevado una vida de riqueza como de miseria y servidumbre, pues todos eran iguales en Cristo. El abad benedictino “no hará distinción entre monasterio (…) No se preferirá a un hombre libre frente a otro nacido en esclavitud, a menos que exista alguna otra causa razonable. Pues tanto si estamos sometidos como si somos libres, todos somos uno en Cristo (…) Dios no distingue entre unos y otros”.
El propósito del monje cuando se retiraba del monasterio era el cultivo de una vida espiritual más disciplinada y dedicada al trabajo para alcanzar su salvación en un entorno y bajo un régimen propicio a tal efecto. La labor de los monjes resultó decisiva para la CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL. No era su intención realizar grandes hazañas de la civilización europea, si bien, andando el tiempo, tomaron conciencia de la tarea para la cual parecían haber sido llamados.
La tradición benedictina logró sobrevivir en una época de gran turbulencia, y sus monasterios fueron siempre oasis de orden y de paz. La historia de MONTECASSIANO, la casa madre de la Orden, simboliza a las claras esta pervivencia. Saqueada por los bárbaros germánicos lombardos en 589, destruida por los moros sarracenos en 884, sacudida por un terremoto en 1349, desvalijada por las tropas francesas en 1799, y arrasada por las bombas en la Segunda Guerra Mundial, en 1944, la casa se negó a desaparecer, y sus monjes regresaban para reconstruirla tras cada adversidad. (WILL DURANT, The Age of Faith, MJF Books, Nueva York, p. 519).
Las estadísticas no hacen justicia a los logros de la Orden, aunque es de destacar que en los inicios del siglo XIV la congregación había proporcionado a la Iglesia 24 papas, 200 cardenales, 7.000 arzobispos, 15.000 obispos, y 1.500 canonizados. La orden benedictina llegó a tener en su mayor momento de gloria 37.000 monasterios. Sin embargo, las estadísticas no se limitan a señalar su influencia en el seno de la Iglesia; tal era la exaltación que el ideal monástico producía en la sociedad que en torno al siglo XIV más de veinte emperadores, diez emperatrices, cuarenta y siete reyes y cincuenta reinas ya se había adherido a ella. (G. CYPRIAN ALSTON, The Benedictine Order, Catholic Encyclopedia, 1913).
Muchos de entre los más poderosos de Europa llegaron a cultivar la vida humilde y de disciplina espiritual que la ORDEN propugnada. Aún los diversos grupos bárbaros germánicos se sintieron atraídos por la vida monástica, personajes tan destacados como CARLOMAGNO de los francos y ROCHIS de los lombardos adoptaron finalmente este estilo de vida. (ALEXANDER CLARENCE FLICK, The Rise of the Medieval Church, Burt Franklin, Nueva York, 1909, p. 216).
FUENTE: THOMAS E. WOODS jr. “Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental”. Prólogo del Cardenal ANTONIO CAÑIZARES, Ciudadelalibros, Madrid, 2007, 1ª edición, 2007, 276 pp.
EDITÓ: *gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO Cordubensis e INSTITUTO EMERITA URBANUS. Córdoba de la Nueva Andalucía, 23 de junio del Año del Señor de 2010. Vigilia de SAN JUAN BAUTISTA. Sopla el Pampero, ¡VIVA LA PATRIA! ¡LAUS DEO TRINITARIA! ¡VIVA HISPANOAMÉRICA! gspp. Gratias agamus Domino Deo Nostro!*
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