lunes, 20 de febrero de 2012

El Pensamiento

Sólo el hombre tiene Espíritu.
La mujer no. La mujer es otra cosa.

Editó: Lic. Gabriel Pautasso

El Pensamiento es un atributo masculino

El Jinete de la Esperanza va. La vida es algo que se cumple.
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza.
Dos potencias se saludan: Encuentro Napoleón -  Goethe.
El Espíritu, para el hombre. Refutación de Hegel.
¿Qué  amaña en el Sermón de la Montaña?
Al tratarla, la mujer profana la Filosofía.
Tangos por el mundo: “A media luz”:
 (Romance Martín Heidegger - Hanna Arendt). El Pensamiento como conquista y  como conquistador. Las ideas son almas. 

Editorial Del Nuevo Amanecer
Buenos Aires
2012


“En mi opinión, la filosofía no es cosa de mujeres;
perdemos el suelo bajo los pies”!
Fransziska Nietzsche,  madre del filósofo.

“Lo que hace a las mujeres particularmente aptas
para cuidarnos y educarnos en la primera infancia,
es que ellas mismas continúan siendo pueriles, fútiles
y limitadas de inteligencia. Permanecen toda su vida
siendo niños grandes.”
Arthur Schopenhauer.

El Pensamiento de un hombre no se anda con vueltas ni chiquitas, en oportunidades, si el momento ha llegado y él lo sabe, se dirige al vasto  potrero intelectual, al potrero  universal de las ideas del que ha vivido siempre cerca, a elegir algunas y marchar con ellas.
En ese lugar, las representaciones mentales de las cosas, las imágenes más diversas del Entendimiento parecen ir y venir, correr, prodigarse en una libertad a su gusto sin tutelas.
Nuestro hombre del caso tiende su mirada, busca sus cabalgaduras, pero no cualquiera, animales confiables, nobles, probados en el esfuerzo sostenido, en el tiro largo y la respuesta esperada. Atento, nuestro hombre, el Jinete de la Esperanza, sujeta el lazo de su intelección, la soga bien  trenzada de su intuición pura y busca. No a la que te criaste, busca lo que busca.
Cualquier hombre que piensa, y él es uno de ellos, sabe que para orientarse mentalmente necesita separar  del resto de los juicios que allí transcurren al menos tres ideas de la infinidad de ellas que corren por el lugar. Está convencido que  disciplinadas, sujetas, el campo en el que irrumpe no tardará en volverse orégano.
Como suele ocurrir con los animales a campo habrá de sujetar las ideas previamente y luego, como corresponde y habiéndolas dominado, llevarlas al palenque.
Cuando cuadre, ensillarlas y montarlas.
Él sabrá cuando haya llegado el tiempo  de arrancar sobre ellas.
Va pensiero… elevaba su plegaria Verdi. Y siempre que el Pensamiento va, ese Pensamiento capaz de darse su sí y su no, lleva a horcajadas suyas al Jinete de la Esperanza.
El hombre del que hablamos, que ha ido por ideas en busca de sí mismo, sabe que con esas tres ideas que busca, tres ideas de raza,  puede lograr  una comprensión elemental de la realidad que le toca vivir, una comprensión de lo que las cosas son en su fundamento, de lo que señala el horizonte de su destino. Cree, por añadidura, que si esas ideas le son útiles a él pueden serle útiles al cualquiera.
El Jinete de la Esperanza va,  a caballo de las ideas que sostiene.
Estas tres ideas, por las que se empeñara un día en su captura, son:
La idea: Todo es de Dios.
La idea: La vida es algo que se cumple.
La idea: Mientras hayan ojos que se nublen, corazones que salgan por la boca y banderas al viento, alguien hablará de la Patria.
Hasta acá el hombre encuentra todo muy bonito. Todo en su lugar.
Nuestro jinete apartará de esas tres ideas una, quedándose con ella por el momento. Elegirá la idea que trata de la Vida. A las ideas de Dios y de la Patria las dejará que sigan corriendo el potrero donde las encontrará en el momento que corresponda, entonces irá por ellas. 
Ya montado sobre su idea “La vida es algo que se cumple”,  este gaucho gnoseológico se arregla mentalmente,  se recuenta pertenencias y atavíos y toca a su idea elegida suavemente, y va. Al Jinete de la Esperanza le va ir, le cae bien salir en busca de lo que lo desvela. Develar lo desvela.
El lustroso y cuidado pelaje de semejante cabalgadura exorna la certeza que, de un modo u otro, la Vida siempre se cumple. Respira la certeza que la vida nunca es un poco, siempre es toda. Que no queda nada en veremos de la vida cuando la vida se cumple. Que ese cumplirse es el borde que marca al manifestarse la existencia.
Al desplazarse la idea sobre la que va, constatando a su paso que la vida siempre se cumple, el Jinete de la Esperanza siente en la rienda que lleva con su mano izquierda que en ese cumplirse de la vida hay algo concluyente, algo que se halla al filo de la cosa misma, siente el fundamento extremo de la vida. Que no es poca cosa, se dijera.
Su certeza podría expresarse también en términos que la Vida se cumple por estar presente, y se encuentra presente porque se cumple.
Domador de ideas, este Jinete de la Esperanza sabe que dentro del sin fin de cosas que el Orden universal lleva a efecto, que ejecuta constantemente, hay un hecho entre tantísimos otros. Por ese hecho los hombres comprendemos que aquello que hace ser a un hombre el que es,  eso que nos funda como hombres, que nuestra razón se cifra en que tengamos un Espíritu.
Él comprende, y nosotros comprendemos. Todo el mundo comprende esta sencillez.
Siendo capaces de afirmar esta correspondencia trataremos de explicar qué es el Espíritu. ¿Qué entiende usted por Espíritu? podría preguntársenos.
La Historia de Occidente es testigo de las incontables vueltas que se han dado  alrededor de este concepto, nombrándolo pero sin explicarlo. Llamándolo por su nombre, pero sin decir quién es. Suponiendo que lo que se supusiese de él debía coincidir necesariamente  con el contenido que cada uno le daba a su tiempo. Como si se tratase de un nombre originalmente en blanco que cada uno habría de colorear a su gusto.
Para comenzar nos acercamos al asunto diciendo que en el hombre, el Espíritu es el vehículo del Ser. Esto no sólo supone al Espíritu sino al Ser, de quien sería su transporte. Afirmación decente esta que supone a su vez movilidad espiritual y algo que el Ser puede entregar.
Así de simple. Y tenemos con qué aguantar la parada.
El Espíritu es el vehículo en el que viaja la índole de esa constancia de hecho que es el Ser. ¿Se ha comprendido mejor ahora?
¿Cuál es la índole del Ser del hombre? La índole del Ser del hombre es doble. En primer lugar es lo que permite manifestarse  al ente, y por otra son sus sueños. 
El transmisor, por así decir, de los sueños del Ser del hombre es su Espíritu. El Espíritu le comunica estos sueños al hombre, identificándolos en y con su Pensamiento.
El Ser no tiene voz propia.
El Ser se agota en cada ente que ha logrado que sea. Y al decir “se agota” no significamos cansancio sino un darse todo, íntegramente.
Junto a la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato hay en el hombre un sexto sentido que no tiene nada de misterioso ni tiene que ver con el presentimiento, como se hace referencia al hablar de un “sexto sentido”, que anticiparía un hecho a ocurrir.
No, el sexto sentido del hombre que puede pasar desapercibido para su denominación  y reconocimiento, tan utilizado como olvidado al momento de pasar lista a los sentidos es el sentido de la palabra.
Y decimos “sentido” en sus dos acepciones. Sentido como el registro de algo que viene del exterior,  y como sentido entendiendo por ello la manifestación de un sentimiento.
Para expresarse allí donde lo necesita,  el Ser cuenta con el Espíritu.
¿Qué expresa el Espíritu?: los sueños del Ser. ¿Cómo los expresa? Valiéndose del Pensamiento.
Si a una cosa la hace ser su Ser, al Ser del ser humano lo hace ser sus sueños.
En esta salida ideas adentro el Jinete de la Esperanza ha ido en busca de los sueños del Ser del ser humano, que pueden estarlo ocupando en lo más recóndito de sí, para traerlos al Entendimiento, es decir, para subirlos a la Conciencia y darse, entonces, a la tarea de su realización.
En el hombre el Ser se explica en su Espíritu.
Y el Espíritu se explica en su Pensamiento.
Decimos que la aparente y duradera mudez del Ser va a evolucionar y superarse en los hombres, sólo en los hombres, al dar con su vehículo expresivo, que habrá de utilizar de allí en más  su Espíritu.
El Espíritu del hombre además de ser su vehículo es la garganta de su Ser.
El Espíritu, por ser además el vehículo del Ser  es el encargado de transportar, de realizar el viaje que ata la mudez de éste con su locuacidad, con su propia palabra pronunciada en el silencio de su templo mental, que será dicha por el Pensamiento.
El Espíritu, valiéndose del Pensamiento hablará del Ser, por el Ser y para el Ser.
En tanto que  voz del Espíritu, el sonido que emite su laringe, su palabra, es el Pensamiento.
Volvemos al comienzo, el Espíritu es el vehículo del Ser, el que lo expresa en gestos, en actitudes,  en predisposiciones, en reacciones y climas emocionales, en el estilo de vida del hombre que integra. Es el Espíritu el que lleva consigo ese puñado de sueños del Ser, condicionando totalmente  la forma de vida del varón.
El que determina  en el hombre cómo querer las cosas que quiere, cuándo quererlas, y para qué, es el Espíritu.
Podemos decir que el Espíritu es el mensajero del Ser.
Ese mensaje que constituye en sí mismo el Ser, escrito con tinta de sus sueños, todavía no revelado, silencioso si los hay, será interpretado por su Espíritu y puesto en palabras por el Pensamiento.
Ese mensaje que yace en el fondo del Ser es la índole de un hombre determinado. Es aquello para lo que ese hombre ha nacido.
Nuestro Jinete de la Esperanza, que fuera hasta el potrero de las ideas buscando su cabalgadura es quien trae el mensaje del Ser. Mensaje que su espíritu al galope expresa y que su Pensamiento puntualiza.
Andando podemos ir viendo mejor qué cosa es el Espíritu.
El Espíritu es una facultad del Ser, es ese poder suyo intransferible y es su inalienable derecho a expresarse. El Espíritu es una formidable potencia y aptitud con el que el Creador decidió dotar al hombre.
Decimos que, en puridad, el Espíritu  es un bastimento.
El Espíritu es el bastimento del Entendimiento por antonomasia. Es la fuente de recursos propiamente humanos.
El Espíritu es algo de lo que dispone, en lo que construye y abastece, con el que hace  y deshace el Entendimiento del hombre.
El espíritu es esa predisposición natural del Ser, generador de un clima metafísico propio, es las raíces de un Estilo intransferible.
El espíritu es el bastimento soberbio del Entendimiento.
El Espíritu es, hasta donde podemos ver, el arte sagrado de la hermenéutica del Ser, que lo vincula con su fundamento y con su destino. Que lo elucida y lo explaya a ojos de su portador.
Repetimos: sólo el hombre tiene Espíritu.
La mujer no. La mujer es otra cosa.
Dios no tiró al voleo ni la entidad de sus criaturas ni las características y facultades de las mismas.
Por tener Espíritu el hombre es que tiene Pensamiento.
La mujer no tiene Espíritu, tiene sólo Alma. Que no es poco.
Donde el varón tiene el Espíritu la mujer tiene una cava, un vacío metafísico, un tajo,  un abismal vacío por el cual se despeñó en su empeño el Pensamiento.
Recordemos: La mujer es un silencio conceptual.
Refiriéndonos: a las mujeres decimos que lo propio de ellas no tiene nada que ver con el Espíritu ni, por tanto, con el Pensamiento.
Lo propio de la mujer tiene que ver con dos cosas: El Deseo y la maternidad. Lo estrictamente femenino, el eterno femenino como se llamó alguna vez, es el mantenimiento en curso de la rueda de la vida de los seres humanos. Y al mismo tiempo le corresponde a la mujer ocuparse de la recolección, selección y encendido de las maderas del fogón del Deseo. 
Eva está encargada de la provisión, sostenimiento y acercamiento del mismo al varón en este mundo. Aunque el varón experimente por su lado el propio.
Si bien es el Señor quien ha colocado el Deseo en el ser humano para que no se distraiga demasiado y se trame por fin con las mujeres en algún momento, a éstas les cabe exaltarlo, fomentarlo volviéndolo asequible a su satisfacción en lo que insinuarán, ofrecerán y terminarán entregando.
Lo que mantiene unidos al hombre y la mujer, tanto en la búsqueda como en el encuentro de ellos mismos, no es el Amor, es el Deseo.
Lo que vulgarmente se llama Amor o se toma por tal, origen de tantas historias que toman de él su nombre y que casi siempre terminan mal, es el merodeo sentimental del Deseo.
El Amor del hombre y la mujer es el merodeo sentimental del Deseo.
Desde que el mundo es mundo las poesías, las cartas ardientes, las pretendidas declaraciones amorosas, las flores entregadas, las atenciones prodigadas, las serenatas emitidas al pie de los balcones, los ruegos y hasta las promesas de caballeros y trovadores no son más que expresiones del Deseo. No del Amor. No confundamos.
Reconozcamos entonces, lo que es de cada uno. Del hombre es el Pensamiento y la Fuerza.  De la mujer son la maternidad y el Deseo, recortadas ambas cualidades sobre el nítido horizonte de su ignorancia genética.
Hay pocas señales tan definidas como fáciles de interpretar: Si Dios le dio al hombre la Fuerza, fue para que utilizándola prevaleciese sobre la mujer.
La pared no orina al perro.
Del varón, el Pensamiento. De la mujer, nacimientos.   
Dos pasajes del Corán ( 17:1  y  53:12 a 18) , al igual que la tradición y la cátedra de los sabios del Islam, hacen referencia a un viaje nocturno del Profeta Muhammad  (570  - 632), cuando contaba algo más de cuarenta años a los cielos. Desde Meca,  donde se encontraba entonces, llegando a Jerusalem y regresando en la misma noche a aquella ciudad de la que partiera.
Lo que se conoce como El viaje nocturno, lo realizó el Profeta guiado por el Ángel Gabriel,  cabalgando el fabuloso caballo alado  Burak.
Según la revelación islámica sería en ese tránsito providencial que el ilustre receptor de la Palabra divina conocería los cielos y su límite superior, cielos que culminaban en esa maravilla que era el Loto del Linde o Loto de Luz.  Conociendo igualmente los ámbitos de retribución del Bien y del Mal como son el Paraíso y el Infierno.
Este suceso pudiera servirnos, más allá de nuestra fe religiosa o nuestra desconfianza mística, como reveladora metáfora  del hombre yendo. Yendo a horcajadas de su Pensamiento. Del hombre cabalgando a todas partes montado una vez y otra vez en  sus ideas, montando a diario las nobles bestias de las ideas..
Si pusiésemos atención a esto, no sería raro que viésemos al Jinete de la Esperanza llegando a los límites mismos del Entendimiento, cruzando las vastedades del Bien y del Mal.
Nos preguntamos ¿No es el Pensamiento del hombre el caballo alado fabuloso, Burak, que lo lleva a todas partes  con su desplazamiento  en oportunidades trabajoso y lento, y otras veloz e imparable a los confines del saber?
El Profeta Muhammad bien puede ser tomado en este caso como símbolo del Espíritu del hombre. ¿Por qué tiene él el poder de profecía? ¿Porqué sólo el hombre dispone de un Espíritu? : Porque Dios así lo ha querido.
Los profetas han sido, son y serán hombres.
Y si el ejercicio profundo del Pensamiento tiene algo de profético, también toda originalidad del mismo tiene algo de visita a los cielos y deslumbramiento al contemplar el Loto de Luz de la Verdad.
El hombre sabe, quiere y puede acceder a su Paraíso  y a su Infierno, al Bien y al Mal con su Pensamiento. En verdad, la razón del Pensamiento es dar con el fundamento de las cosas, con lo que tarde o temprano terminará confrontando: el fundamento extremo de todo lo que existe.
Veíamos que una de las ideas orientadoras del hombre en la realidad era aquella “La vida es algo que se cumple” y comprobándolo el hombre la eligió para rumbear a su horizonte. Y veíamos que la materialización de ese cumplimiento de la vida también estaba en que lo que hacía ser al hombre el que era, era ser el titular de un espíritu.
El Espíritu, órgano de la palabra del Ser.
Cuya voz es el Pensamiento.
Habíamos dicho que el Espíritu de un hombre es la garganta de su Ser.
Digamos ahora que lo que viaja una y otra vez en los viajes nocturnos  del Pensamiento son los sueños del Ser. ¿Lo vemos?
A veces el hombre debe ir con sus sueños hasta el Paraíso, y a veces también hasta el Infierno para probarlos y probarse en esas circunstancias.
De momento pareciera que las cosas, al exponerlas, fueran encontrando solas su destino. Sabemos que no es así, sabemos que es el Espíritu del hombre y su voz de mando, el Pensamiento, quienes las han ido arreando por la grandiosa pampa del Entendimiento.
Hace un momento decíamos que el Espíritu del hombre era el mensajero de su Ser, y que el Pensamiento era el mensaje. Si se nos permite.
En este punto es interesante recordar que al Profeta Muhammad  al que hiciésemos referencia en el ejemplo del viaje nocturno se lo ha conocido, precisamente en el Islam y entre sus devotos, por el apelativo de “El Mensajero”.
Siguiendo la huella de los pasos de Parménides, camino adentro del Conocimiento, pudiéramos decir que los sueños del Ser son, y no pueden no ser. Que siempre estarán allí, en las entrañas del mismo.
Todo sueño necesitará de un pensamiento que lo exprese. Los profetas anticipan en el tiempo no sólo el contenido sino el cumplimiento de los sueños. En tanto que el pensador se encargará de difundirlos en su inmediatez.
Los profetas, a diferencia de los pensadores, toman los sueños de un pueblo antes que los suyos propios. La forma de contribuir a su realización es dándolos a conocer cuando nada hace pensar en ellos. El anticipo de los sueños en el tiempo  es como una bengala que ilumina la cerrada noche de la indiferencia.
Los pensadores, a su vez, se ocupan cotidianamente de esos sueños, históricos, que los habitan, para concretarlos. Puede decirse que son los latidos, el pulso de la muñeca de la realización de esos sueños.
Profetas y pensadores, hombres al fin,  cuentan para llevar a cabo sus propósitos tanto con la fuerza de su Pensamiento como con  el pensamiento  de su Fuerza.
En nuestro caso el Jinete de la Esperanza, que buscó su cabalgadura en el potrero de las ideas, encontrándola en aquella que decía “La vida es algo que se cumple”, ha cargado a su Pensamiento con la fuerza de esta idea, que terminará deviniendo guía, idea de su Fuerza. 
Dicho de otro modo: El Concepto, el pensamiento del caso, ha canalizado  parte de la fuerza vital del hombre.
Y esto se complementa en un segundo movimiento, que sucede al anterior: La vitalidad pujante del hombre se vuelve Concepto canalizándose en ideas.
Esto es lo que le ha sido dado al hombre: Fuerza y Pensamiento.
El Pensamiento, que es hijo del Espíritu.
Cuando nos vale recordar que el Espíritu  es hijo del Ser del hombre.
He aquí la verdadera familia del hombre, la genealogía de su varonía.
Ser, Espíritu, Pensamiento, cadena de vida del atributo masculino del que hablamos.
Arúspice inclinado sobre las entrañas, sobre las vísceras de su víctima, la Ignorancia, el Pensamiento del  hombre ejerce su sacerdocio  de presagios de caminos de vida.
El Jinete de la Esperanza, ese hombre que no sólo ha deseado sino decidido ser el que es,  baja de su caballo, baja de su idea sudada y cansada, atándola al palenque de la Memoria.
Luego la palmea con afecto, agradeciéndole silenciosamente haberlo traído hasta aquí, en este buen viaje.
El Comisario del Pensamiento está de regreso. Cruza el patio de su casa y se detiene. Viene escuchando desde hace rato la música de sus ideas que lo acompañan desde siempre. Inspira hondo, estira su talla y decide correr, poner a un lado los muebles de su mente y allí mismo comienza a bailar con sus ideas.
Las ideas son una parte suya que no lo han abandonado ni fastidiado nunca. Ellas no salieron de su costado, de su costilla en un momento determinado.
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza.
La mujer es hija del Deseo y la Ignorancia.
La palabra del hombre sale de su Espíritu. La de la mujer, de su boca. A veces, raras veces, de su razón.


El Pensamiento y la Fuerza

Hablar del Pensamiento del hombre no es sólo hablar de un cuerpo de teorías o de una facultad especulativa sino de ese empuje que puede ser arrollador, el empuje circuido de la  Constancia, es hablar de  fuerza interior.

Con su Pensamiento en buen estado físico el hombre tiene la fuerza del saber, la potencia del querer y la firmeza del poder.
Decir que el hombre dispone de la Fuerza no debe hacer pensar en la calidad del músculo, debe sí convencernos  de la potencia de un impulso que lo lleva sin titubeos, si él la orienta a ese fin, a cumplir con su destino. Que lo lleva a prevalecer entre los animales de este mundo.
Dios le da Pensamiento al hombre para que haga prevalecer convenientemente la fuerza de la que dispone.  De allí que pueda decirse también que su Pensamiento nace de su fuerza.
Dios le ha dado la Fuerza al hombre para que haga prevalecer  convenientemente su Pensamiento.
-“En este lugar, en esta ciudad naciste”, le dice su madre al Pensamiento, en la antigua ciudad de la Fuerza.
-“Esta es la ciudad en la que has nacido”, le dice su madre a la Fuerza, en la aristocrática y noble  ciudad del Pensamiento
Pensamiento y Fuerza es lo que Dios le entregó al hombre como aquello sin lo cual  no sería el que es. Se los propició como atributos propios, distintivos, como fundamento de su índole e índole del fundamento de su varonía.
Que despierten los que duermen: Pensamiento y Fuerza es lo masculino.
Que marchen los que esperan: Pensamiento y Fuerza es lo varonil.
Que encuentren los que has salido a buscar: Pensamiento y Fuerza son cosas de hombre.
De todas formas, mirando un poco más de cerca esta cuestión, uno y otra son dos llamas vivas del mismo fuego humano originario. Incandescencia de esa esencia es esa motricidad espiritual primera que pone de pie el hombre.
Así, ese vigor viril, esa capacidad de mover las cosas de un lugar a otro, ese genio pujante para vencer en distintos lugares las resistencias que se presentan un día y se renuevan al siguiente, ese talento sudado de su alma viene a ser los vientos que propagan y avivan este fuego del que hablamos,  y su mismo oxígeno.
Debemos tener presente en todo esto que a más de su capacidad conceptual, su capacidad de Cielo, el Señor le dio al hombre esa potencia ostensible, para que unida a aquella capacidad conceptual prevaleciese absolutamente sobre los seres vivos.
No nos cuesta demasiado pensar que de haber querido el Creador algo distinto para su criatura le hubiese deslizado otros dones de los que tuvo a bien destinarle. Le podría haber dado a las fieras inteligencia, para poner en riesgo la superioridad del ser humano.
Y en la misma línea teórica de pensamiento puede sostenerse que si el Señor en su infinita sabiduría hubiese decidido incremental la fuerza física femenina para equipararla con la masculina, ¿qué duda cabe que hubiese sido otro cantar?
De haberles dado Dios a las mujeres lo que las machonas, las feministas y las lesbianas desesperan, los hombres no le hubieran hecho marcar el paso, históricamente, a las mujeres.
¿Quién imagina, entre nosotros, a una mujer afín tanto a las profundidades como a las alturas espirituales?
De haber querido Dios otra cosa para el hombre y la mujer, la pared orinaría al perro. Y el ciervo, en ese orden, devoraría al león. En fin, ni el hombre sería el hombre ni la mujer, mujer.
Dios se abstuvo de darle el Pensamiento a la mujer. Eso es un hecho.
Ni los ateos son capaces de atribuirle ese disparate al Señor.
Dios les otorgó a las mujeres la Maternidad y el Deseo, como hemos visto. Y, al decir del compositor y poeta Ricardo Luis Brignolo Dios le dio al eterno femenino  “Un vacío imposible de llenar”.
Como lo destacáramos oportunamente, si vamos a ser estrictos, un poco estrictos, que no está para nada mal, es incorrecto llamar “filósofo” al que sale por la puerta de la Facultad de Filosofía como egresado de esa carrera.
“Filósofo” es una adjetivación que le queda grande a ese estudiante cumplido, y es una condición a la que no está a su altura. ¿Porqué?, se dirá.  Porque llamando a las cosas por su nombre sólo debiéramos llamar “filósofo” a aquellos de quienes recordamos históricamente por sus doctrinas y formas de vida a las que dieron contenido, haciéndose conocidos en el mundo por esos datos. Y no por títulos administrativos.
Desde esa perspectiva, entonces, que hilvana lo exacto de la etimología del asunto de un concepto cualquiera al nombre de pila del mismo, es un verdadero abuso del lenguaje afirmar sin más, alegremente, que la mujer piensa.
Esto es un disparate  por dos razones:
Una: Porque  el Pensamiento, esa motricidad espiritual original de la que hablamos, el Pensamiento como hijo del Espíritu, no existe en la mujer. Y no hay Pensamiento en la mujer porque esta carece de Espíritu, carece de aquello sin lo cual es imposible que exista, como refiriéramos anteriormente
Dos: Porque si llamamos Pensamiento a esa capacidad  del pensar totalizador, del pensar fundante, capaz tanto de darse su Ley como de producir, llegado el caso, una Sinfonía, una pintura genial, una Filosofía, un plexo teológico, un Poema homérico, la conquista de continentes para desarrollarlos espiritualmente, nada de eso estuvo ni estará jamás en la mujer.
Todo esto es, como hemos visto, un mundo ajeno de toda ajenidad a lo femenino, a las mujeres. Otros mundos, dibujados por del descaro, el presumir mundano, el gastar dinero por gastarlo, el exhibirse, el ofrecerse, el entregarse malamente, eso sí le es afín, le es propio.
No se podrá nunca homologar el relacionar algunas ideas, un simple razonar con ejercer el Pensamiento del que hablamos. También los niños lo hacen. Que Schopenhauer no nos deje mentir.
Las mujeres pueden, en el mejor de los casos y no siempre, usar la razón.
Allí se puede ubicar una de las diferencias de fondo de esta cuestión. Una cosa es usar la razón, cuya cumbre de éxitos es la frase “Todos los hombres son mortales”, y otra distinta es ver flamear alguna de las banderas del Pensamiento.
Un pabellón de este tipo es el que izó mucho tiempo atrás el sabio Confucio, entregando: “La Constancia es más fuerte que el destino”.
En fin. He allí, entonces a nuestro alcance la diferencia que existe entre la noche y el día.
Dios le ha dado al hombre lo que es del hombre, el Pensamiento. Envuelto para regalo en papel Fuerza satinado.
Pero esta aparente separación del Pensamiento por un lado y la Fuerza por el otro la presentamos sólo a fines de esta exposición, al sólo objeto de una mejor comprensión metodológica. Uno y otra van juntos. .Esta separación aparente parece ejemplificarse magníficamente en todo el simbolismo que encierra en aquel encuentro histórico que celebrasen dos jinetes de la Esperanza: Napoleón y Goethe. .
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza.
La mujer es hija del Deseo y la Ignorancia.
La palabra del hombre sale de su Espíritu, la de la mujer, de su boca.

¿Acaso fue el azar el que  hilara el encuentro de aquellos dos varones?
¿No pasma lo fortuito ante las cosas afines  que se buscan instintivamente, aún sin saberlo, como aquellos que sueñan con su patria lejana?
Cuando esto ocurre las fuerzas de la Naturaleza parecen federalizar de hecho en instante  los dones que Dios le diera desde siempre al hombre.
Aquel año de 1808 se hallaron frente a frente en Alemania la Fuerza  y el Pensamiento. Una fuerza raudal en operaciones y un pensamiento desatado en el momento de su pasaje triunfal.
La Fuerza del primero de estos hombres había tomado sus hábitos en claustros consagrados al Concepto. Aquella fuerza por momentos imparable se había ordenado en su Seminario Mayor, adquiriendo en el rigor espartano de esa casa intelectual la totalidad de sus costumbres.
En cuanto al portador del Pensamiento, el autor del “Fausto”, formado también en el servicio militar de la palabra, en el orden cerrado y en la realización de grandes maniobras de juicios, parecía recordar cómo lo suyo batía una y otra vez las ruinas de las defensas de lo vulgar.
En ese momento quedaron frente a frente la Espada de la equidad y la afilada hoja de la Sabiduría.
Rápidamente una multitud de años ocupó cada lugar del lugar con expectación rodeando a los hombres, cuando los palcos con sus anécdotas, sus crónicas e historias de las más variadas habían entregado a éstas su capacidad disponible.
La emoción subía su telón: Se estrechaban las manos  en saludo Goethe y Napoleón.
El francés y el alemán se admiraban  recíprocamente. Eran para ellos  curiosos espejos, que les devolvían  su imagen cambiada en la del otro. 
No, ninguno imaginaba cambiar ni hebreo ni dormido  nunca su destino por el destino del otro, pero lo que sí compartían ambos era ese pesado, espeso clima metafísico que generaban y que se daba pocas veces..
Bien podía sostener Napoleón que sus campañas eran susceptibles de leerse como alta Literatura, a más de dar entidad a destacadas crónicas militares.
En cuanto al magno Goethe, se convendría sin dificultad que su producción bibliográfica ameritaba ser tomada por gestas, gestas del Espíritu en las cuales éste se encontraba prestando servicio bajo bandera. Las campañas del espíritu que llevara a cabo eran un rápido curso de aguas que, hacía rato, se había lavado el aceite de lo ágrafo.
Cuando Napoleón ejercía el madrigal de su Fuerza, esa que Dios le había generosamente prodigado, lo suyo tenía la particularidad de generar una impresión. Parecía que lo que obraba en realidad no era él sino el Orden Natural, al que oportunamente desde hacía añares se subordinaba.
Cuando Goethe desembarcaba su Pensamiento providencial en playas de algún territorio a conquistar, las palabras vírgenes hasta entonces, encargadas de recibirlo daban lugar a un clamoreo erótico, contemporáneo del placer de ser las huéspedes de esa pértiga del Conocimiento.
Como si se estuviese en presencia de alguna profecía  que hubiese inspirado Dios, sin intermediarios. Goethe escribía no sólo para que el mundo pudiese salir  adelante valiéndose de su verbo y dejar atrás los pantanos de la ignorancia, sino que al mismo tiempo su masa de lectores pudiese ingresar, por el mismo precio, a la belleza.
En la distinguida reunión  de estos dos varones, por lo que ellos encarnaban, se creaba una situación que sugería se estuviese en presencia de dos ventrílocuos de algo verdaderamente superior que los excedía.
Napoleón y Goethe se hallaban a las puertas de ellos mismos.
De momento, parecían hacerse a un costado de ese umbral para dejar salir de sus adentros a los respectivos genios que les iban, genios que deseaban alternar según parecía con ese público deseoso de saludarlos. Tal vez, recorrer el barrio, la ciudad del Talento en la que se encontraban.
Napoleón y Goethe, ambos, como edecanes de la bizarra prosapia de una sangre.
Ambos, acabadas, recónditas e inigualadas garantías del Ser.
Napoleón y Goethe, palpitante sol que tramó augurales y textiles  las banderas.
Bebiendo y haciendo beber la Sabiduría que ambos maceraron, terminaron siendo la embriaguez misma del Concepto.
Como si cada uno hubiese escrito los pasos de un lenguaje de vida, desplegando para ello una abadía de sintaxis.
Eran y serían a un tiempo el aval antropológico concluyente de lo humano, pasando a ser la fianza que desde ellos mismos extendían.
Los momentos de ese encuentro en la ciudad de Erfurt en el año 1808 eran la conjugación de un Pasado perfecto que se reclamaba Potencial, a horizonte de Esperanza.
No eran la yeguas del Poema de Parménides las encargadas de protagonizar la trascendencia de ambos hombres, de ascenderlos a los cielos, lo que los elevaba eran sí las bestias paradigmáticas de sus respectivos espíritus.
Napoleón y Goethe eran la empuñadura genealógica de la Tradición.
Napoleón y Goethe, cada uno como providencial umbral metafísico  de un empuje triunfal, que puede sacar aún a las cosas más apáticas de su postrera inercia mortecina, reviviéndolas. Todo el mundo estaba al tanto y como pendiente de ellos: Dos sementales espirituales, que habían vuelto grávida en más de una oportunidad a la Originalidad que espera a su varón.
El coraje militar de uno y el coraje intelectual del otro pasaron a degüello a esa trémula endeblez  estulta del resentimiento.
Ahora bien, si el Estilo es una actuación que persuade sin forzar en nada, y si el Espíritu es una fuerza que persuade sin actuar en lo que actúa, el Estilo de estos dos hombres parecía preceder como una nunciatura fáctica sus palabras, y  suceder a las ideas de ambos.
Decimos que cuando el Estilo envuelve íntegramente un recorrido existencial, cuando arropa generosamente la carrera de una vida, pareciera que con gestos apenas  el agente del mismo pudiera revivir hechos de una grandeza  que cuesta comprender y compatibilizar saliendo de  modales tan leves.
Como ignorando sus propias glorias que eran, que ese era el Estilo de los dos, casi asomados al ventanal alto de la distancia que mantenían con ellos mismos, sendas glorias los seguían como una sombra a uno y a otro, a Napoleón y a Goethe.
Uno, emperador de los sueños de su Ser, a los que concretara en los campos de batalla,  pisaba Alemania para encontrarse con su amigo, el autor de Fausto.
Y cabe recordar a este respecto que hay quienes hollan un suelo con sólo pisarlo. Nada más que con esto. En tanto que otros hombres apenas si lo pisan a pesar de haberlo conquistado.
Todo esto emanaba de estos dos hombres, eso que los hacía ser a los mismos los que eran,. Eran la irradiación de sus respectivos pensamientos, estrechándose emotivos en el paso fronterizo de sus manos.
Algo que sólo es propio de  varones.
¿Qué eran esos dos hombres?
¿Qué dos hombres eran?
Napoleón y Goethe seguramente pudieran explicar lo que en definitiva el Señor había entregado al hombre para ayudarlo: La Fuerza y el Pensamiento. Bastaba leer en sus miradas como en un texto.
Por un lado lo militar y por otro lo intelectual, todo podía subsumirse en el Pensamiento, en definitiva. El mismo, obrando como en algunos como auroras y horizontes.
Napoleón era el Pensamiento como fuerza, y Goethe, la Fuerza como Pensamiento. Siendo tan fuerte la teoría del alemán como pensante era la fuerza del francés.
Y podía decirse que sólo porque había una teoría que desplegar tras la fuerza desplegada, era que ésta se volvía grandeza.
Del mismo modo era dable afirmar que por haber semejante empuje en la teoría  del alemán, de Goethe, es que se convertía ésta en camino de vida. En toma por asalto de los espíritus, antes bien que en toma de prisioneros y ciudades.
El hombre, esos hombres lo demostraban, tiene Pensamiento, porque tiene la Fuerza. Y tiene la fuerza tanto física como mental porque ampara el Pensamiento.
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza.
La mujer, la mujer es hija del Deseo y la Ignorancia.

Nos dirigimos con todo respeto al distinguido maestro  Wilhelm Friedrich  Hegel y, al tiempo que lo saludamos atentamente le hacemos saber que estamos en desacuerdo con su teoría. En ella usted manifiesta entre otras cosas que
“El espíritu se revela tan pobre, como el peregrino en el desierto, parece suspirar tan sólo por una gota de agua, por el tenue sentimiento de lo divino en general, que necesita para confortarse. Por esto, por lo poco que el espíritu necesita para contentarse puede medirse la extensión de lo que ha perdido.”
Este párrafo nos hace pensar que el Espíritu, de haber sabido ese día  cómo iba a ser visto por su analista, mejor no se levantaba de la cama.
Pero lo medular pareciera que está contenido en otro pasaje de su teoría, donde manifiesta  que el espíritu se dispone a transformarse. Eso, en razón de movilidad constante, usted diría “desarrollándose”, del mismo:
“El espíritu ha roto con el mundo anterior de su ser allí y de su representación y se dispone a hundir eso en el pasado, entregándose a la tarea de su propia transformación. El espíritu…se halla siempre en movimiento incesantemente progresivo.”
Pues bien, no es del caso ni objeto de este trabajo refutar su filosofía, pero sí puntualizar al paso de la presente exposición qué conceptos gruesos de su teoría nos parecen equivocados en lo que se refiere al espíritu.
No creemos que el Espíritu, en este caso con mayúscula,  crezca ni disminuya. No creemos que gane en nobleza en momento alguno en cuanto tal, en cuanto ente, ni pueda degradarse. Hablamos del Espíritu en cuanto ente, no el espíritu de tal o cual hombre, de tal o cual pueblo.
Decimos que el Espíritu no cambia. Como no cambia la vida, aunque existan infinitas formas de vivirla.
Decimos que el Espíritu es siempre igual a sí mismo.
Como que el sistema respiratorio es siempre lo que es, más allá que algún sujeto se encuentre resfriado. O para ir un poco más lejos, que el Orden Natural  no cambia. Que las leyes de la Naturaleza no se modifican.
Pero esto sí le toca a Usted: El Espíritu, hasta donde podemos ver,  carece de evolución histórica. Usted dice lo contrario.
Consideramos que el mayor desarrollo, progreso, crecimiento, transformación que pueda reconocérsele al Espíritu es que siga siendo siempre el mismo a través del tiempo. Tomándose de él lo que pueda corresponder, según quien lo tome.
El Espíritu de un hombre, de un pueblo, se expresa como una ley de la Naturaleza.
El Espíritu de un hombre comienza a manifestarse en el varón en la edad de la pubertad.
Cuando la niña se vuelve mujer, adquiriendo la capacidad de concebir, de ser madre, el niño adquiere su capacidad de engendrar, de ser padre, se espiritualiza.
En la edad de la pubertad el Espíritu pasa en el varón de capullo a flor. Flor inmarcesible, que lo acompañará, fragante y bella hasta el último momento de su vida.
Aunque parezca contradictorio con lo antedicho, en Occidente el Espíritu, lejos de superarse como lo quiere el filósofo alemán, se ha degradado.
¿En qué quedamos,  entonces, se puede o no se puede degradar? ¿Cambia o no cambia el Espíritu?
Bueno, el Espíritu de Occidente como ente intangible, como suma de las características originarias de una civilización, ha permanecido tal cual. Lo que se ha degradado son las costumbres que debieran inspirarse en él. A eso llamamos “decadencia” como llamara a ese síntoma magistralmente Spengler.
A no dudar, que la grosería  blanca de Hegel,  como la negra mala fe de  Descartes, pueden hacer pie en las costumbres, que es de lo que hablamos. Pueden confundir a los desprevenidos y desprevenir a los confundidos-
Y es por esas grietas que en las paredes de la Tradición ha ido generando la corrupción de las costumbres, costumbres que por siglos mostraban, entre otras cosas,  la ajenidad, la extranjería de la mujer respecto de determinados “derechos” con los que se ha alzado, ajenidad paradigmática con del Pensamiento y sus distintas manifestaciones, formas de expresión en la cultura.
Estado de cosas éste al que la “movilidad social” la “revolución”  el “igualitarismo”, sin olvidarnos de la alarmante aparición del carcinoma del Racionalismo seguido luego por su hijo bobo: El Liberalismo.
Todo esto fue forzando la desubicación de la mujer del lugar que debe ocupar en este mundo, naturalmente en la sociedad.
Corresponde recordar en este punto que:
La Música no le debe nada a la mujer.
La Teología no le debe nada a la mujer.
La Pintura no le debe nada a la mujer.
La Filosofía, nada menos, no le debe nada a la mujer.
La Prudencia no le debe nada a la mujer.
La Literatura no le debe nada a la mujer.
Siendo todo esto así,  la mujer se ha corrido en los distintos sistemas sociales de Occidente de dos a tres siglos a esta parte a una expectación y consideración desde cualquier punto de vista no solo injustificadas sino disparatadas.
Sus méritos en el orden intelectual, por decirlo generosamente de alguna manera, han permanecido los mismos a través del tiempo. Sin embargo sus derechos se han incrementado fabulosamente. Mentidamente. Modernamente.
Así, cuando todo aquello trascendente, místico, noble, jerárquico, lo noble, lo cumbre, la virtud, la alegría, lo celebre, lo ordenado, lo diáfano, lo fuerte, lo sano, la luz, la verdad, y el Cielo que han hecho históricamente a la mejor vida de los pueblos parece desaparecer, es cuando el vacío de ser de la mujer, lo inferior,  el mal, lo rastrero, el defecto, el desorden, la decadencia, la tristeza, el fracaso, la oscuridad, lo blando, lo falso, la Tierra comienza a florecer.
La palabra puede ser reproducida por diferentes medios, lo que no impide que en cualquiera de ellos en particular o en todos en conjunto pueda tratarse de una palabra vacía.
Eso es lo que deja la presencia de la mujer en la escritura.
Cuanto menos dice una mujer por escrito, más escribe.
Cuanto más escribe una mujer menos dice. 
Contra las cumbres del Pensamiento  suele ocurrir que algún eco perdido, como un aullido, rebote. Es la palabra de alguna mujer.
Poco a poco y desgraciadamente Occidente ha hecho todo lo posible para sacar de su quicio  la influencia que lo mejor del Espíritu tiene reservada a sus pueblos.
Ataques directos a la Tradición, como esa perla conceptual de la Subversión “Todo cambia” o “Todos somos iguales” y otros tantos golpes premeditados o no descargados sobre esta noble institución han dado lugar a los tiempos que corren. Que a decir verdad debieran ser juzgados como los tiempos que se arrastran.
El Orden natural, que se expresa en la Tradición, no cambia ni cambiará nunca.
Mil hombres podrán vestirse de mujer, y hasta engañar respecto de su identidad por su aspecto, mas se vendrá abajo el Cielo antes que ninguno de ellos conciba un hijo de su vientre.
Mil mujeres pueden hablar y escribir sin fin, y de ello no surgirá nunca el Pensamiento.
La pared no orinará al perro.
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza. La mujer, del Deseo y la Ignorancia.
La palabra del hombre sale de su Espíritu. La de la mujer, de su boca y, raras veces de su razón.

Hay textos y textos.
Algunos parecen pretextos para evitar ser leídos. Parecieran encerrar la técnica de sobreexponerse en lugar de ocultarse para pasar desapercibidos. Pensemos en esas gordas cerdas que en lugar de cubrirse con amplios vestidos para salir a la calle, se destapan con ropas mínimas llevando la atención de su manifiesta adiposidad hacia su descaro.
Vamos a hablar de un texto que pasando por ser un pan para el alma no es otra cosa que un veneno mortal para la misma.
Una página que está entre nosotros desde hace siglos  El texto del que hablamos, que ha sido presentado en sociedad como un himno al amor universal es, llevado a la práctica, una nauseabunda apelación a la cobardía y al peor de los vasallajes que pudiera sufrir el hombre. 
Un texto que se convierte en el aire a poco de ser disparado en tiro por elevación sobre el Orden Natural. Un texto inexcusable, que subvierte, que zapa, que tiene como objetivo inocultable la destrucción del  edificio de la Tradición.
Esa  perla contraria al bien común, a la dignidad más elemental de la que pueda hablarse es el conocido Sermón de la Montaña.
¿Qué importancia puede tener El Sermón de la Montaña en el presente trabajo?
Tiene, nada menos, que el valor de ser una de las páginas más famosas y valoradas de la religión católica, que encontramos desarrollada en el Evangelio de Mateo, 5.
En definitiva, importa este texto por lo que obra contra el Espíritu de Occidente en general y en contra el cualquier Jinete de la Esperanza en particular.
Conocida hace dos mil años esta invocación de Mateo 5, del peor evangelismo, invocación a la degradación del ser humano, a la rendición incondicional de todo lo noble, comienza al toque espurio del clarín que suena estruendoso:
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos.”
Adivinamos detrás de este cartón pintado que hace las veces de pared, la mirada soslaya de los inferiores que suelen empadronarse para votar, adivinamos los ojos de los abandonados de sí mismos y de los desgraciados por vocación de todos los tiempos.
Dice este Himno inmoral, este regodeo miserable de bajezas que es este texto que todo el mundo conoce,  que los menesterosos de trascendencias, los indigentes de méritos e ideales , los pordioseros anímicos deben encaminarse ya hacia ese horizonte  de paraíso de material plástico, al que se hicieran acreedores por lo miserables que son.
Porque en la consigna  “Bienaventurados…” no hay error posible. No hay forma de interpretarla de otra manera que al pie de su letra. Los elegidos son acá los cojos morales, los borrachos de vulgaridad como detentadores de las mejores costumbres, sí, los elegidos son los tuberculosos de empuje, los portadores de la peste cómoda y sosegante de la mediocridad.
¿Por qué es esto así? ¿Porqué pudiendo querer lo mejor el evangelista o, para ser más precisos debiéramos decir Jesús de Nazareth, quiere lo peor?
Habría que preguntárselo al evangelista. O a quien correspondiese.
Pero lo que sí debe constar es que la promoción de estos escriturales siempre han favorecido el clima de corrupción, de degradación  de las existencias. La simple y letal perdición de las costumbres, donde las mujeres terminarán accediendo a derechos que no merecen, donde se les reconoce imaginariamente facultades que nunca tuvieron ni tendrán.
No es el objeto de estas líneas poner en entredicho al Cristianismo. Se trata del análisis de este pasaje, aunque hay otros  peores aún del Libro de Mateo.
Al que le quepa alguna duda del significado de estos encomios para mal, se le despejan en el acto cuando leen un poco más. Quien pudiese pensar que hemos exagerado la nota puede avanzar en dicho texto y leer lo que viene: Se debe ofrecer la otra mejilla al que nos ofende, insulta o golpea.
Tampoco esto es todo, debemos disponernos a amar a nuestros enemigos.
Está escrito en el Sermón de la Montaña, que el hombre debe querer en serio, desde el fondo de su alma a quien lo escupe en la cara, y que si nos desea matar debemos aceptar que lo haga.
Esta página de iniquidad forma parte desde hace veinte siglos del canon de los buenos. Desde entonces sabemos que el Bien se hace de esa manera  Lo dicen los buenos a toda costa,  los que mandan amar al prójimo como a sí mismo.
Es con ese mismo envión metafísico de nauseas que se propone la igualdad entre los seres humanos, la libertad y la fraternidad.
Con la mano en el corazón, vaya si cuesta aceptar esta trama de repugnancias que se proponen sin un sonrojo. Porque si pasa, pasa. Que ha pasado, y mucho. Que por lo menos desde hace veinte siglos que viene pasando.
A nosotros, ¿qué nos pasa que hemos aceptado semejante cosa?
Pero ¿qué libertad puede salir de esta materia fecal, qué fraternidad puede tejerse con esta porquería?
En este clima moral y sobre este suelo moral que le ha sido propicio creció la idea delirante, entre un sinnúmero de ideas delirantes, de igualar en sus derechos sociales  y en el reconocimiento de sus supuestas capacidades mentales a la mujer y al hombre.
Perdón, debíamos decirlo.
El hombre es hijo del Pensamiento y de la Fuerza. La mujer es hija del Deseo y de la Ignorancia.
La palabra del hombre sale de su Espíritu. La palabra de la mujer sale de su boca. A veces, pocas veces, de su razón.

La mentira es expresión y a veces también medida del malestar que suele causar  la realidad  en aquellos sujetos incapaces de aceptarla.
Quien dispara su mentira ha sido previamente alcanzado por el desasosiego de una verdad que lo ofende y no puede acallar.
La mentira nunca es un poco, siempre es demasiado. Puede ser en ocasiones agua que trata de apagar una evidencia que ofende.
La mentira es lo que no pudo llegar a ser como uno quería. Lo que ya no podrá ser. El embuste es como ácido a los ojos de lo cierto que ya no verán por sí. La palabra falsa, eso que ha sido previamente falsificado, hará las veces de seudónimo de lo veraz.
Siempre se miente a sabiendas.  Para mentir se necesita el concurso de la conciencia, sin ésta no se miente, se erra. Es la diferencia entre mentira y error.
En el caso de la mujer, ésta miente, por lo general, para aliviar la tensión que la vida le genera. Para la mujer la vida es otra cosa, y no se puede vivir discutiendo. Mentir le hace a la mujer más llevadero vivir.
Yendo al corazón del asunto, la mujer rechaza el Orden Natural tal cual lo percibe. La mujer rechaza el lugar que Dios le ha dado en el mundo y las potencialidades que le correspondieron.
Para la mujer es poco ser mujer. 
En términos estrictos, la mujer carece de caminos de vida trascendentes, la mujer le da vida y empuje a un plexo de caprichos siempre renovados,  que la encaminan hacia su horizonte.
La mujer no puede tener mayores vínculos con la Mística, ser amiga de ella, porque le es desconocida.
En la mujer el vacío es su fisiología, y la superficialidad, su necesidad fisiológica.
Quien miente arroja arena en los engranajes de comprensión del otro.
Mentir puede mentirse de infinitas formas, Lo propio de la época Moderna es la falsificación de la verdad. Los principios en los que se apoya la civilización occidental vienen siendo objeto de falsificación de siglos a esta parte.
La época Moderna es intrínsecamente femenina.
Se puede ejercer, y de hecho muchos lo ejercen, el mecenazgo de la mentira. Pudiéndose crear al efecto instituciones inútiles, aparentemente inocuas, que distraen la atención necesaria del los problemas de fondo del ser humano.
Se puede alentar, estimular, y en eso los judíos son maestros, el arte degenerado, que es una forma de mentir en la cual lo falso se vale de la Estética para pasar.
También se puede mentir destruyendo, o intentando destruir  objetos, lugares, ideas, con el propósito que éstos dejen de obrar en el sentido que lo hacen, mostrando algún aspecto de la realidad tal cual es.
Esa verdad que ofende al mentiroso es el objeto, por ejemplo, del que profana.
El profanador se precipita a deshonrar aquello con lo que no puede convivir porque lo puede, porque se le impone. No por tenerlo en poco sino por tenerlo en mucho. Quien profana se desvive en acabar con aquello que lo desvive, en degradarlo., si puede, y porqué no en prostituirlo.
¿Hay alguna profanación de la verdad de carácter sistemático, tan precisa y victoriosa como lo es de hecho la Democracia?
La Democracia es la religión laica del Resentimiento.
Esta religión laica tiene en su versión moderna tres dogmas falsos de toda falsedad.
Una Igualdad que nunca ha existido ni existirá entre los seres humanos.
Una Libertad imaginaria, que existe sólo en las ficciones oficiales de los que ejercen el poder.
Y por último una Fraternidad entre tres o cuatro correligionarios del partido o grupo dominante. Los demás, pueden morirse.
Recordemos, ya que estamos, que siendo prostituir una de las eficaces formas de la profanación, ésta consiste en poner al alcance de todos  lo que sólo debiera hallarse al alcance de uno.
El 16 de Junio de 1955 la bestia ignívoma peronista  se abatió sobre templos católicos de Buenos Aires. Profanándolos. Incendiándolos.
Aquel hecho aberrante es un ejemplo de antología del recorrido efectuado por la mentira que, partiendo de la Cabecera de la Envidia recorrió todas y cada una de las estaciones  que la separaban de la Terminal de la profanación.
Este desastre fue un caso de  Mentira en armas.
Los negros peronistas se negaban a aceptar que hubiese vida más allá de Perón o después de él. ¿No habían escrito por entonces las patas de estas bestias en paredes de Buenos Aires: “Sin Perón no hay Patria ni hay Dios. Abajo los cuervos.”?
Al mismo tiempo millones de católicos argentinos rechazaban la que juzgaban repugnante política del General. ¿Qué hacer entonces? Ya no alcanzaba con levantar las maderas de los pisos de los departamentos, había que terminar en la medida de lo posible con los lugares de culto católico.
Hacía rato que la mentira había echado callos sobre el muñón de la verdad amputada.
La vigorosa semilla de la Envidia peronista  creció firme en la espiga del Resentimiento orientada contra aquellos que no deseaban ser como ellos.
Los venenos bastardos en el cuerpo social dieron lugar a la metástasis generalizada del cáncer subversivo.
Los argentinos recordamos con vergüenza aquellas imágenes de las hordas de los muchachos peronistas tirados sobre los pisos de los templos en actitudes obscenas, de los templos incendiados, vistiendo las casullas, las estolas, las sotanas y otras ropas  sacerdotales arrebatadas  de las sacristías vejadas, en un acto típico de cultura  nacional y popular peronista.
El peronista,  profanador en potencia que no habría de esperar demasiado para serlo en acto  desvivía su vida, que no es vida, en ensuciar con aquello que le hacía saltar los tapones de su encendido mental: La Iglesia, la gente, la Tradición.
Volvamos nuestra honesta mirada hacia la mujer.
Puede decirse que cuando una mujer trata cuestiones referidas al Pensamiento, y mucho más si se trata del Pensamiento sistemático, ese pensamiento del que se ocuparon los filósofos de todos los tiempos vemos que, cuando menos, la mujer metida en semejantes laberintos impropios de su ser y de su estar, lo profana, lo desdora. Y siempre, siempre, lo falsifica.
Lo que sigue son palabras mayores.
Porque en algún lugar, en algún centro de estudios cualquiera, una mujer camina los pasillos que la llevarán al aula donde se supone habrá de proferir una clase de Filosofía.
La mujer no cuenta con ella misma.
Esto, que viene de lejos, si por lejos entendemos  el comienzo de los tiempos, más que un abandono de sí debe ser tomado como una característica constitutiva de su Ser,
La mujer no puede pensarse porque no tiene con qué hacerlo.
Las cosas se han sucedido con la misma naturalidad  con la que se repiten en nuestros días: La mujer, antes de mirar dentro de sí misma para ver con qué contaba se asomó atolondrada a la ventana de su inquietud para comprobar qué cosa tenía el hombre que ella no tenía.
La mujer es, en el mejor de los casos, eco de la palabra del hombre. 
Siendo esto así, desespera, se agita en vano, quisiera hablar pero carece del órgano de fonación para hacerlo.
Hablamos en términos de Entendimiento. Así, puede decirse que la mujer es extranjera  al  Pensamiento. Que la mujer es de otro lugar.
El Pensamiento, palabra del Espíritu, no es parte de su Ser.
El Ser se explica en su Espíritu.
El Espíritu se expresa en su pensamiento.
La mujer es inexplicable  para ella misma  porque carece de Espíritu.
Y así la cosa la mujer no sólo debe ser explicada, la mujer en sus acciones debe ser interpretada.
Sabiendo de su propia precariedad de Entendimiento, en lugar de optimizar  lo que le es propio, la mujer se ha desvivido por intentar funciones de las que está privada. Ironía de ironía, ella que es una artista.
El vacío que es la mujer se vacía en sostener esa Envidia sempiterna que experimenta del Pensamiento del hombre.
El Pensamiento, elemento propio de su varonía, es una verga de la cual carece la mujer. Una verga que jamás verá levantarse entre las piernas anhelantes de su Entendimiento. 
Todo no es  para todos.
Estas palabras pueden llegar a hacer de quien las comprende, un sepulturero de la Democracia.
Que todo no es para todos es algo que  está grabado a fuego en el fundamento de todo lo que existe.
Cada una y todas las cosas que el Creador ha decidido manifestar lucen, en la ventana de su Ser, el inocultable imperativo de ser aquello para lo cual han sido creadas, y ninguna otra cosa.
Hay algo sobradamente divino  en el destino que le cabe a cada ente,  su destino intransferible.
Hay algo depravadamente sacrílego en ignorar, en volver la espalda, en intentar mistificar de la manera que fuere lo que cada cosa debe ser, se trate de un hombre o una mujer.
De esa actitud nace lo bastardo, en la negación misma del origen, en la propia negación del destino, en la impúdica negación del deber ser  de lo que es.
Hay mucho de profanación en la sistemática, tantas veces ideológica, corrupción de las costumbres, donde algunos hombres desean ser tomados y obran como mujeres, lo mismo que algunas mujeres que se comportan como hombres.
A este respecto, una parusía renovada: El hombre, hombre. La mujer, mujer.
Una mujer que corre y se desvive por el Pensamiento y la Fuerza, tratando de expresar a uno o a los dos, es una suerte de peronista que ingresa incendiario en algún templo del Pensamiento. En alguna casa de estudios.
Y allá va esa mujer, con su diploma ágrafo bajo el brazo, decidida a apropiarse aunque más no sea por un rato de los objetos de culto propio de los hombres.
El Pensamiento sistemático, el pensamiento filosófico es un ámbito que profana la sola presencia femenina en él.
La Filosofía es propia del hombre.
Cada palabra dicha por una mujer sobre temas filosóficos sonará y será tomado como una prótesis  que utiliza a su pesar para reemplazar el miembro del cual carece como mujer.
La mujer no es un hombre, no le cabe la Filosofía.
Nunca estará la mujer a la altura de ella, siempre será ésta una medida demasiado grande, groseramente grande para  lo femenino.
Una mujer que habla de los sofistas, lo hace como un miembro de la horda peronista
que se coloca en ese momento una estola sacerdotal sobre su cuello.
Una mujer que presenta a Aristóteles, vale lo mismo que un salvaje levanta un cáliz recién robado de la sacristía.
Una mujer que se empeña en refutar a un pensador es un salvaje, que se ha colocado una sotana robada, que hace arrodillar a otro salvaje  que finge disponerse a confesar sus pecados al primero.
Arden las iglesias. Las mujeres enseñan Filosofía.
Humean los templos. Las mujeres toman exámenes.
Se depredan y arrasan las casas de Dios. Se le reconoce autoridad académica a una mujer, para que viole el Pensamiento, para que lo profane arteramente, para que lo falsifique ominosamente.
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza.
La mujer es hija del Deseo y la Ignorancia.
La palabra del hombre sale de su Espíritu. La de la mujer sale de su boca. A veces, raras veces, de razón.

Dice Lutero, el gran Martín Lutero, en sus Conversaciones de sobremesa: “Dios creó a Adán dueño y señor de todas las criaturas, pero Eva lo estropeó todo.”
Conocedor a fondo de las Escrituras, a las que fuera capaz de volcar al Alemán  para que el alemán pudiese volcarse a ellas, sabía de qué hablaba.
A juzgar por esta afirmación diera la impresión que todo estaba bien hasta que llegó Eva, hasta que metió su cola.
Según los libros sagrados Dios le tendió su mano al hombre para ayudarlo. Primero creó para él las aves del cielo y los animales de la tierra. Y luego, tal vez faltando algún animal en su obra, lo durmió y de su costilla creó a la mujer.
De ese hecho nos queda que a partir del mismo la mujer siempre vivió a costilla del hombre. No sólo de sus bienes materiales sino, hasta el día de hoy, de la autoridad que el hombre le ha conferido a las instituciones que ha creado en su organización social, y a las leyes a las que diera lugar.
Pero cabe preguntar ¿qué es lo que estropeó Eva?
Tengamos presente que la mujer nunca crea en el sentido de la originalidad, en el sentido del genio. Lo que la mujer hace es reproducir como todo el mundo sabe, de su vientre. Que no es lo mismo.
Vale la pena asomarnos a lo que pudo significar o quiso significar Lutero, hombre al que no le tembló el Espíritu para presentarse a justificar su posición doctrinaria en la Dieta de Worms en tiempos que soplaban vientos que arropaban el fuego de las hogueras, al decir esto.
¿Habrá estropeado Eva alguna comida dejándola pasar de punto, quemándola? No. No es a eso a lo que se refiere Lutero, lo que ella malversó fue el clima espiritual .al que no pudo acercarle ni calor ni elevación ni hondura. 
A primera vista no son muchas las cosas que pudiera estropear Eva en dominios y señoríos de Adán.
Lo más probable es que Eva haya estropeado la idea que pudo tener Adán de poder contar de allí en más, desde el momento que se la presenta Dios, con alguien que lo entendiese. O algo parecido. Entendiendo esto en términos de espiritualidad, de pensamiento, de horizonte trascendente en la vida.
Puede pensarse, tensando un poco la cuerda de la interpretación, que lo que echó a perder todo fue que, tomando o dispuesto a tomar lo que le enviaba Dios para satisfacerlo naturalmente, saciando el deseo que acababa de dejar en él, ella hubiese comenzado a hablar. Que es lo más probable.
Pero Eva no estropeó nada.
Eva, las mujeres, sólo estropean aquello que el  hombre permite que estropeen. Eso que incorrectamente pudo habérseles reconocido, sin que lo hubiesen poseído nunca: Ubicación conceptual, equilibrio emocional, densidad interior.
Pero Dios no le puso ni le acercó a Adán una compañera para hablar de igual a igual.
Lo que seguro quiso precisar Martín Lutero fue que siempre que el hombre giró en algún momento determinado su cabeza  hacia la mujer buscando sensatez en ella, en la recién llegada, encontró imprudencia, precipitación, ligereza.
Según todo indica el hombre en el paraíso no tropezaba con disputa ni contrariedad. Despierto ya del sueño generoso que proveyó la costilla, descubrió a ese ser que instalaba en aquel lugar lo inarmónico. A esta cesación del equilibrio que hasta entonces abrigaban los días de Adán llamó Lutero “Estropearlo todo”.
El Señor, en su infinita sabiduría lo desayunó al primer varón un día con esa compañía para que el deseo garantizase la consumación del vínculo. Un vínculo que desde el arranque fue conflictivo, más ese deseo fuese garantía de la reproducción de los seres humanos, obrando  a tal fin.
Dios puso a Eva en el mundo para excitarlo a Adán.
¿Excitándolo cómo? Con el deseo recíproco que bajó a los sexos. Hecho lo cual dotó a la hembra de encantos que habría de buscar por siempre el macho. Piénsese que de haber querido el Señor poner a Eva en el mundo y no al Deseo al mismo tiempo bien pudiera haber ido Adán por un lado y ella por el otro y terminaba allí el cuento.
Sólo al haber instalado Dios el deseo en el mundo es que Eva puede “Estropearlo todo”. Esa atracción de los sexos los harían necesitarse, y en esa necesidad  de trato aparecerá el destrato femenino  de todo lo que tenga que ver con la prudencia, la ubicación y la comprensión en la vida.
Dios puso a la mujer para atraer al hombre con sus encantos, que éste la poseyese y que la humanidad marchase.
El hombre solo no tenía futuro, al menos en un mundo como este.
Y al decir que no tendría futuro queremos significar que no nacerían otros hombres. Desde esa perspectiva Adán hubiese sido creado en soledad en el paraíso o donde fuese, tal vez con una entidad eterna.
En verdad el hombre no ha necesitado nunca comprensión de la mujer, que él haya buscado esa estupidez con frecuencia es otro tema. Lo que el hombre necesitó de Eva no fue más  la satisfacción de sus deseos. Y ella, los propios.
El hombre no precisó, repetimos, “ser comprendido”, porque era algo extramuros de la mujer. Lo que ha hecho siempre que el hombre y la mujer se unan ha sido la recíproca búsqueda de satisfacción de sus deseos. Sólo en esta necesidad es que ella podrá echarlo todo a perder.
Esto, concluimos, es lo que debiera entenderse de lo dicho por Lutero. Y para ser justos, la mujer no estropeó la satisfacción del deseo sexual. Lo prodigó, lo recordó, lo militó. 
Lo que la mujer seguramente estropea, esto es lo que ha querido decir Lucero,  es toda ilusión de alturas y de profundidades interiores compartidas con ella. Porque el error ha partido de imaginar lo que no es, lo que no será.
El hombre, Adán, debió comprender que Eva no comprendía, que Dios no se la había acercado para ese fin.
Una mujer estropea sólo lo que previamente ha permitido que estropee el hombre: La idea insensata del trato de igual a igual, al menos para algunas cosas, de la mujer y el hombre. Porque el domino y señorío del hombre sobre las cosas de este mundo, todas sus criaturas, está dado cuando cada cosa ocupa su lugar y no cuando en algún arranque de ingenuidad o tontería atribuimos a otros cualidades o méritos que existen nada más que en nuestra mente.
Ahora bien ¿cuándo la mujer  no lo ha estropeado todo?
Cuando se le ha dado, cuando ha ocupado el lugar que le corresponde.
He aquí una anécdota entre las tantas que pudieran ilustrar esto que decimos. Se trata de una historia de amor, con perdón. O si se prefiere, una historia de Deseo compartido y satisfecho a lo largo de unos cincuenta años en el siglo pasado. La relación no es otra que la que sostuvieran el distinguido filósofo alemán Martín Heidegger y la judía Hanna Arendt.
Se conocen en el año 1924 cuando él era Profesor en la Universidad, y ella una de sus alumnas. Iniciado en la fecha antedicha este vínculo se prolongó hasta la muerte del autor de “Ser y Tiempo”, en los años 70 del siglo pasado.
Desde él fue una relación de arriba abajo, del profesor a la alumna, y de abajo hacia arriba, como corresponde, de ella a él.
El para ella fue el Pensamiento y la Fuerza, y ella para él el Deseo y la Ignorancia.
Heidegger adscribió al Partido Nacional Socialista de Obreros Alemanes y nunca abjuró de ello después del fatídico año de 1945.
Y fue el movimiento nazi el que lo nombró en el año 1933 Rector de la Universidad de Friburgo. A su asunción al cargo pertenece el recordado discurso que pronunciara.
Es interesante recordar su condición de nazi antes y después de la irrupción del movimiento en el poder en Alemania, porque su amante era judía. Los dos sabían muy bien con quién estaban.
Nobleza obliga, ella se jugó siempre por él. Caído en desgracia el régimen nazi y la suerte académica del filósofo ella trató de ayudarlo de mil maneras. Y vaya que pudo en más de una. Ella viajó por el mundo para que el mundo lo reivindicase, lo volviese a reconocer como profesor. Y si bien eso era demasiado, sus obras comenzaron a sortear las barreras del silencio y la censura y continuaron leyéndose en unos años como antes,
Ella fue colocada doblemente en las sombras, cosa que ella aceptó por lo que sentía por él. Ella era judía y era su amante.
Casado como estuvo hasta su muerte con Elfride Heidegger que le diera hijos, le reservó a su familia el lugar de privilegio que correspondía, dejando para su amante algo más que lo furtivo y siempre la trastienda.
Sin embargo esto no debe ser leído como si él no se hubiese arriesgado por ella. Lo hizo a lo largo del tiempo. Téngase presente que la relación ya existía cuando él desempeño el cargo de Rector en la Universidad.
Los nazis, y él era nazi, sabían que debía de desjudaizarse a Alemania.
Heidegger había escrito en 1929:
“La cuestión  atañe nada menos que al reconocimiento urgente de que nos vemos enfrentados a una elección: O reaprovisionamos nuestra vida espiritual alemana con auténticos trabajadores y educadores nativos o nos rendimos de una vez a la creciente judaización  tanto en sentido amplio como estricto.”
Cabe recordar que el filósofo Karl Jaspeers, amigo de Arendt y admirador del filósofo, se encontraba por entonces casado con una judía, razón por la cual tuvo que abandonar su cátedra en la Universidad al comprobarse ese vínculo inadmisible para el Nacional Socialismo.
En fin, uno y otro fue el que fue. Y ambos fueron los que fueron, consecuentemente.
A los delirios de reflexiones filosóficas  y escritos de esa naturaleza  por parte de la judía, Heidegger jamás los alentó ni tomó nunca en serio..
Al fin y al cabo la filosofía les había permitido conocerse.
El fue todo para ella, lo que no es de extrañar, dado que si la mujer no es estúpida  lo encontrará todo en el hombre. ¿Dónde si no?
Ella fue para él lo que imaginaba Nietzsche debía ser una mujer para un hombre: El reposo del guerrero. Ella, que no era fea, a veces fue pasión,  a veces interlocución y siempre una cálida discípula con cama adentro, cuando correspondía.
Tal vez el traductor de la Biblia latina al Alemán hubiese debido decir que Dios había creado a Adán dueño y señor de sus criaturas, pero Eva lo lujurió todo. No es que eso haya estado mal, mal estuvo en que Adán tomase a su recién llegada por lo que no era: un ser espiritual, profundo, pensante. Tal vez fuese lo que se reclamara a sí mismo Lutero al cometer en algún momento de su prolífica vida un matrimonio. Que todo diera a entender que lo cometió con premeditación.
En este caso no se puede hablar de alevosía salvo que se la atribuya a esa institución inquietante del matrimonio. 
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza. La mujer, del Deseo y la Ignorancia.

El Pensamiento es conquistador y es conquista.
En su unicidad bifronte el Pensamiento es tanto una conquista que gana con esfuerzo lo que gana, con paciencia necesaria asistida de una habilidad  que se termina floreando al vencer una tras otra a las dificultades, una conquista con la que obtiene posiciones nuevas de conocimiento, como territorios a ocupar con las propias convicciones ganando espacios espirituales de empuje y de belleza , como el agente principal de esa conquista: El conquistador.
Tan presente en la vida cotidiana  y al mismo tiempo tan elusivo, el Pensamiento parece esfumarse al momento  de su representación.
No exageramos al decir que el Pensamiento es el Hernán Cortés del Entendimiento.
El Pensamiento es este Gran Capitán victorioso al frente de sus ideas en las renovadas Indias Occidentales del conocimiento.
Ideas que luchan a brazo y a concepto partido, conductor al frente de su selecta Infantería de las intuiciones, lo mismo que de su probada Caballería  de voluntades y vislumbres, de inquietudes y corazonadas que toman una tras otra las ciudades de la duda,  las posiciones estratégicas de la Ignorancia, las casamatas de los francotiradores de lo Vulgar.
El Pensamiento es un conquistador que bien puede llevar el nombre del colosal, intrépido e ilustre Hernán Cortés, o llevar en su defecto el nombre de ese hijo del sol del Espíritu humano, Friedrich Nietzsche.
Siendo de hecho un conquistador, el Pensamiento es también una conquista.
Que hace renovada e indefinidamente pie en el vastísimo continente  del desconocimiento y que, al tiempo que elimina higiénica y convenientemente salvajes, esos salvajes que acostumbraban a alimentarse de la sangre y de las entrañas de otros hombres y que hoy la Izquierda apoyada en la mentira de Las Casas desea hacer pasar por humanistas, y destruye los teocalis nauseabundos de hedor a sangre humana, siembra de Sabiduría, de coraje, de Fe y de Belleza estas tierras.
Una conquista que sorteando las firmes murallas de la necedad e indiferencia de los hombres logra sacarle ventaja a las limitaciones económicas y a los derechos de piso que hace pagar la salud para llevarla a cabo.
Conquista que llega a materializarse de mil formas diferentes contra toda esperanza en contrario, que sortea los ocasos que parecen arreciar sobre los épicos protagonistas de estas hazañas cuando dejan en el jardín de los méritos más altos flores inmarcesibles como esa flor de Esperanza que inspirada en las alturas de Sils María entregó el autor de “Así habló Zaratustra” en 1883.
El Pensamiento descubre, despenumbra y se descerraja.
Estas tres acciones características del pensar podemos observarlas cuando son llevadas a cabo por Nietzsche, Gran Capitán de las ideas en curso, desplegándolas para su batalla interior final librada en Sils María desde donde se lanzará a cruzar los riesgosos pasos montañosos de lo incierto, doblegando las resistencias estáticas que hallará a su paso y que le opondrán los  antiguos regimientos morales, de siglos de existencia.
En esa marcha por saber y en lucha cuerpo a cuerpo habrá de pasar a cuchillo a los integrantes de más de un pelotón táctico de hipocresía que salieran oportunos a  cortarle el paso a su Zaratustra.
Hablamos de la conquista de Zaratustra , punto de partida y de llegada del grito libertario de la Tradición, apología de vida que habrá de enfrentar a la Apología de muerte de Sócrates, la conquista de Zaratustra celebrada al paso compás de desfile del espíritu aristocrático de todos los tiempos, espíritu entrenado como lo fuera el del Volatinero en el peligro, conquista que se consumará cuando el conquistador reúna una vez más las fuerzas de elite de su interior, las fuerzas de su alma bajo bandera, para lanzarlas a la ciudad hostil hasta entonces, la olvidable ciudad de la mediocridad.
Y tomada que sea dicha ciudad será destinada a solar del hombre superior.
El descubrimiento de Zaratustra, ese despenumbramiento que produce en el medio en el que se manifiesta, donde se escucha su voz y su silencio, la luz de vida que descerraja Zaratustra no surge de nada, tiene sus antecedentes.
He allí la victoria de otras tantas batallas: La genealogía de la moral, El origen de la tragedia, Consideraciones intempestivas, Humano demasiado Humano.
Como en los casos de los movimientos políticos modernos o del caudillaje de todos los tiempos también Nietzsche siendo pocos pudo devenir muchos.
También él supo ganar con los suyos, con sus incondicionales calles de Alemania, haciendo retroceder haciendo retroceder a sangre y fuego a fuerzas del igualitarismo, de la revolución, del anarquismo.
Cuántas veces sin preguntar cuántos eran los que se le enfrentaban supo poner su pecho y levantar su voz Zaratustra, cara a cara con los hostiles grupos de las frases hechas y convicciones vacías, arrojando sobre los mismos la vehemencia demoledora de su ideal totalitario.
Cuántas veces el Así habló Zaratustra le dijo a los muertos en vida de las oscuras mayorías ¡Levántate y anda!, y éstos comenzaron a marchar por el camino del hombre jerárquico, del hombre de méritos.
Cuántas veces impidió por propia presencia que los Judas de siempre vendiesen por 30 monedas el mañana en nombre de la Democracia.
Cuántas veces Zaratustra en el mercado lleno de gente, y más lleno de chusma que de gente le devolvió la vista a los que no veían el propio horizonte de vida oculto tras el humo de 1789.
Cuántas veces hizo caminar quien enterrara con sus manos al Volatinero a los que no podían dar un paso en sentido de la dignidad humana porque se los había obligado a amar a sus enemigos.
Cuántas veces puso en marcha a los lisiados del alma, alegró a los desesperados y les acercó el cielo a los grandes de espíritu.
Así el Pensamiento se volvió algo vivo y fue Hernán Cortés fundando ciudades para el hombre de mañana, ciudades como “Los despreciadores del cuerpo”, “De las moscas del mercado”, “Del camino del creador”, “La canción de la noche”, “Del pasar de largo”, “Del gran anhelo”, “Del hombre superior” y tantas otras ciudades que se debieron y se deben a su genio civilizador.
Así el Pensamiento, si se lo quiere ver, es Friedrich Nietzsche quemando las naves, cortando toda retirada una vez que echara pie a tierra en costas de la Audacia, que marchara glorioso a conquistar el México de la Originalidad , del Coraje, del Orden y del Deber.
Es un hecho reiterado que mucho antes de ser lanzado a la batalla en busca de nuevas victorias y progresos militares, guiado por sus militares gnoseológicos, el Pensamiento se sale de la vaina en escaramuzas y ensayos de puesta a punto de sus fuerzas destinadas a su defensa.
La vaina espiritual del Pensamiento, que puede estar representada por la ejercitación nocturna de ataques comando, utilizando conceptos aerotransportados. Todo esto en la idea de adquirir la capacidad de ganar alturas fortificadas, pero no al precio de Curupaytí. .
Pudiera decirse que, al menos, hay dos clases de Pensamiento. A saber: Uno, de carácter reflexivo u ordenador, y otro de asalto o conquistador. Los filósofos, los pensadores en todo tiempo se han caracterizado por mantener sus fuerzas regulares en un estado de aptitud y disposición  para las necesidades que los mandos considerasen.
Los pensadores, muchas veces pasando desapercibidos, mantienen al día su alerta para entrar en acción en operaciones del más variado tipo. Así los veremos afanarse en la concreción de golpes de mano utilizando las fuerzas ligeras  de acción inmediata como las rimas y los versos. Pudiéndose valerse en tales operaciones, igualmente, de los rayos fulmíneos de los aforismos que llevarán siempre consigo el efecto de la sorpresa  y precisión del golpe a descargar.
Para la lucha cuerpo a cuerpo el Pensamiento mantendrá en todo momento a sus fuerzas mentales en estado de vigilia permanente, concientes y capaces de una respuesta ejemplar acorde con la situación creada.
En tanto, para las batallas de gran despliegue de efectivos, de grandes masas de ideas, como son los regimientos teóricos propiamente dichos, de ideologías o de dogmas, el Pensamiento dispone de los cuerpos de ejército argumentales, tantos como fuesen necesarios.
Quepa destacar en toda campaña de Pensamiento la invalorable entrega de coraje y de presencia impávida  de las históricas compañías pontoneras, especializadas en trabajos de Originalidad e Ingenio, dispuestas a tender aún en las situaciones más difíciles y peligrosas las pasarelas entre lo dado y lo necesario y apenas discernible para el desarrollo del avance del Espíritu humano.  
Cuando decimos Pensamiento no nos referimos al mero discurrir de la razón, señalamos la facultad, la potencia, la potestad del Espíritu de definir total o parcialmente las  veces que haga falta y en los términos apropiados el fundamento extremo de todo lo que existe.
Pondremos un ejemplo de posición conquistada  por el Pensamiento conquistador, una posición que llevaba hasta el siglo XX  más de dos mil años  en manos de una argumentación sobreentendida, de Aristóteles a nuestros días.
Precisamente, cien años atrás, el estudioso de la Filosofía, el inglés George E. Moore, comentó en un trabajo suyo sobre el “Bien” o “lo bueno” que habían pocos conceptos  tan llevados y raídos como ese y, sin embargo,  parecía que nadie se hubiese detenido a definirlo.
¿Alguien se había ocupado de decir: El Bien es esto? Nadie. Todos, a lo largo del tiempo habían usado este concepto según su necesidad.
Agregaba el profesor que “Bien” era como “Amarillo”, un predicado evasivo si los había. Del que sólo nos parecía  bastar con haber hecho uso de él. En el caso del color, haberlo visto.
Moore le había puesto el cascabel al gato. Al menos, a ese gato.
¿Cuál era la conquista del Pensamiento, entonces? Sencillo, la de haberle entregado a quien pensase en ese concepto un lugar, el lugar desde el cual se veía hoy al “Bien” como algo que debiera ser definido. Sí, uno podía valerse del concepto, pero si lo hacía de prepo sin darle un contenido, sabía para sus adentros que lo estaba forzando. Y si le daba un significado ya no era el “Bien” indeterminado que cruzaba la Historia.
Cuando Parménides dice “El Ser es y no puede no ser” sube desde el horizonte de una manera categórica la oriflama de verdad de la que es capaz el Espíritu, definiendo en la oportunidad, totalmente, ese sustento más allá del cual no se puede ir, ese basamento en los bordes mismos del ente y como lo hemos señalado: Ese fundamento extremo del Ser, que hace ser a todo lo que existe.
Cuando este filósofo que es Parménides acerca lo que dice su “Poema”, Dios sabe que el Espíritu sabe que el Pensamiento sabe que han nacido para eso. Para descubrir, para despenumbrar, para descerrajar la luz. Que eso es lo de ellos.
Cuando Parménides da a conocer su sentencia es porque como hombre , como único ser humano capaz de ello, habiendo entrado en la profunda noche de lo que mantiene a buen resguardo oculto el Espíritu , ha buscado y buscado lo que necesitaba imperiosamente para realizarse: el sueño o los sueños del Ser, para realizarlo.
Parménides ha dado con uno de los sueños más valiosos de la Sabiduría, que más que hallar refugio  había quedado en el lugar al llegar al mundo, en los sótanos del Ser. Lo hubo tomado con el cuidado del caso, sacándolo de allí, lo había  llevado a pura comprensión y calado  de su significado de lo privado a lo público, haciéndolo suyo, y a poco de hacerlo realidad lo ha dado a conocer.
Este ínclito griego, este hijo de la Ciudad de la Tradición, habiéndose internado en la espesa, ardiente, plagada de insectos y de alimañas a más de animales feroces selva de la Ignorancia, en la selva de la Bajeza y del Resentimiento, de la inercia  lisiada de lo vulgar que teme a lo mejor, este santo varón Parménides ha tomado posesión de un vasto territorio del alma humana hasta entonces en poder de los salvajes, de los inmundos indios de la Ignorancia, y luego de haberlo conquistado con luz de su Sabiduría y espada de su decisión y Constancia, lo ha colonizado.
Al menos en un ámbito reducido del Alma humana el Pensamiento ha fundado otra ciudad de la Verdad.
Sí, el Pensamiento es un conquistador.
El Pensamiento es el Hernán Cortés del Espíritu humano.
¿No es otro Hernán Cortés, como lo son todos los grandes pensadores, como lo son los espíritus águilas de los místicos los sabios y los héroes, no es otro Hernán Cortés luchando en México contra la adversidad de los salvajes y la salvaje adversidad, el mismo Friedrich Nietzsche  abriéndose paso a machetazos de conceptos una y otra vez, abriendo picadas en esa selva infectada de indios, de salvajes de la Ignorancia  y la depravación, en Sils María en el año 1883 cuando batiéndose sólo con el sable de su genio hace progresar paso a paso en ese continente de sombras a Zaratustra, verdadero sol del hombre superior, mortaja de los demócratas?
El hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza. La mujer es hija del Deseo y la Ignorancia. La palabra del hombre sale de su Espíritu. La de la mujer, de su boca. A veces, raras veces, de su razón.

Una mujer jurando la Constitución  hace pensar en una bestia hecha presente en el Parlamento levantando una de sus patas y posándola sobre la Sagrada Biblia.
La mujer: Ostensible marginalidad de lo espiritual como grupo sanguíneo universal  de lo femenino: abono cotidianamente renovado de lo superficial que cae como oscura mancha de grasa sobre la blanca mantilla con que cubre si cabeza para asistir a misa, la Sensatez.
El público que ha presenciado la escena no parece conmoverse.  Se dijera que está acostumbrado a este espectáculo escandaloso. Es que los tiempos que corren son el escándalo mismo.
La hermosa bestia, el más atractivo de los animales domésticos, se aproxima al túmulo dispuesto para la ocasión  y cubierto con un fino paño que al cubrir aquella armazón le da un carácter simbólico al mismo.
Ese túmulo en el que ¿la yegua? ¿la vaca? ¿la cerda? apoya su pata nos recuerda que en algún lado yace  el sano juicio de Occidente, ya sin vida.
La bestia vacía, ahíta de nada, que jura la Constitución ha sido convenientemente amaestrada a lo largo de años, a lo largo de siglos para poder llegar a esto.
Cuando el idiota fatal, cómplice como todos los presente y todos aquellos que con su voto han hecho posible este dislate, los sufragantes universales del asco, termine de leer la fórmula de juramento para que se consume este  acto depravado, la idiota emitirá una suerte de rebuzno contrariado  que será tomado por el público  por un “sí, juro”, y estallarán los aplausos.
Los cerdos aplauden a los cerdos que acceden a su tierra prometida, el chiquero democrático, donde hierven las aguas podridas de lo igualitario.
La mujer que ha jurado la Constitución, entre festiva y ridícula, moverá la cola, cosa que han hecho siempre las mujeres y que tan bien recibida es por los ciudadanos sea cual fuere su divisa política.
¿Cómo que ellas no podían?
La decadencia de Occidente, Dios bendiga  tu bendito nombre Spengler, tiene algo de los encantadores de serpientes capaces de levantar a las mismas como a un falso testimonio que busca altura.
La mujer: víbora de víboras.
Nuestra decadencia tiene algo de los entrenadores de la equitación artística, capaces de enseñarles a sus animales a levantar sus miembros de a uno por vez. Del mismo modo, parece compartir este “aire” de vida rebajada a su mínima expresión el avance político y social femenino y feminista. Perdón por el empleo de esta  palabra. Con la mano en el corazón, perdón.
Como puede imaginarse no se trata en un acto de semejante trascendencia social que el animal ya domesticado  sepa nada de Protocolo y de Ceremonial cuando a un grito de su instructor extiende la pata o mueve su cabeza. O repite, en este caso la lora, la consigna impartida.
Al igual que el ave indicada la mujer no entiende nada de lo que está ocurriendo, de lo que hace ni de lo que los demás deshacen. ¿Qué valor puede tener que ella jure o perjure cuando lo suyo es lo inferior, lo que no debiera nunca mezclarse  con lo superior en cuanto a algo trascendente que relaciona a los seres más con el vicio que con la virtud,  con el desorden, cuando lo suyo arrastra a la tristeza por la pérdida irreparable de un mundo mejor?
¿Qué importancia tiene que ella o cualquier otra mujer, otro silencio conceptual que es la mujer,  jure por lo que jure cuando su índole es atraída y remite sin más a lo  decadente lo decadente, a la ceguera, sordera, mudez y tullidez de cualquier especie épica?
¿Qué importancia puede tener el juramento o el perjurio de una mujer chupada por las aguas pantanosas de lo umbrío espiritual, por el fracaso de lo épico, por la espesura de las sombras, cuando su verdadera Identidad no pertenece a ningún pueblo o nación alguna sino a un vacío, a un desierto donde ella es los beduinos?
Que la mujer culmine la atrocidad de jurar la Constitución ya ni sorprende, teniendo en cuenta que desde hace un puñado de siglos la vida social está teñida por el fraude, por la falsificación alevosa de la Verdad, por el agravio social a lo natural, cuando se ha subvertido metódicamente la Tradición y las mayorías han sido ganadas por la peste del judeo marxismo, el anarquismo, la democracia moderna, que no la griega.
Cuando esta chusma, la del voto procaz, la  chusma de las mayorías,  que no son el fundamento de sí mismas, que no se han dado la vida, que no se han puesto por sí en este mundo escupen el rostro de lo veraz inventándose papeles a representar en las naciones que han devastado con sus bajezas, elevadas al rango de ideales.
En esas ciudades devastadas, en la profana y profanadora y pestilente Ciudad Subversiva, las mujeres juran la Constitución y votan y son consideradas en su monstruosidad, iguales en capacidades y méritos a los hombres puede decirse que se ha descendido a los infiernos..
Pero a no equivocarse: el fin de estos tiempos no significa el fin del mundo, significa esa inmunda forma de vida en la que ha terminado cayendo, por absoluta y propia responsabilidad, Occidente.
Para fábulas, donde los animales hablan, alcanza con las obras de Esopo. Las fábulas parlamentarias, sobran.
Que el Diluvio se encuentra, como se encuentra ahora, a la vuelta de la esquina no significa que todo termine. Significa que drásticamente todo volverá en un santiamén  a ocupar el lugar que le corresponde. En esa restauración inevitable Dios volverá a ser Dios. El hombre, hombre. Y la mujer, mujer, dedicándose a criar a sus hijos, cuidad del hogar. Y a lavar los platos, y a intimar un rato.
Sólo en un mundo como el mundo moderno Occidental, bastardo y monstruosamente deforme en su degradación espiritual, materialista y cuantitativo que accede a su Cielo a través de las mayorías democráticas, puede considerarse el igualitarismo un bien y un destino impuesto y a imponer.
Y en ese escenario, como no podía ser de otra manera, habría de utilizarse para escarnio de toda decencia mental supérstite la prótesis del raseo de la “igualdad” para nivelar  a ciegas al hombre y la mujer.
Pudiera hablarse de esta lágrima metafísica, la del igualitarismo, de un sin fin de formas, pero baste decir que es el “número” el que ha terminado prevaleciendo, el que ha terminado imponiéndose aquí y allá por sobre el mérito.
Seguramente porque en el inexorable cumplimiento del deber ser de todo lo que existe en el universo anida un 11 de Noviembre, fecha de San Martín de Tours en la que da comienzo la matanza de cerdos en España, de allí que se diga que “A cada chancho le llega su San Martín”, será que existen las enfermedades y la pobreza en este mundo.
Queremos decir que estas adversidades no se manifiestan porque sí en esta vida, tienen su razón como diría Leibnitz, que las enfermedades y la pobreza entre otras graves desventuras que debemos atravesar existen, decimos, como castigo.
Sí, los peores males imaginados por el hombre existen como castigo de Dios en razón del uso miserable  que los más de los seres humanos ha hecho y hace del milagro de la vida, del milagro de la vida que el Señor le ha prodigado.
Es cierto que hay excepciones: enhorabuena.
Puede decir, entonces, sin hesitar la Sabiduría, que en un presente que viene estirándose demasiado diríamos, arrancando allá lejos con Martín Lutero y continuando luego con el Racionalismo, la Revolución Francesa y el Comunismo judío más tarde, hoy las enfermedades  (que han existido siempre) se deben en gran parte al “igualitarismo” impuesto a rajatabla en Occidente.
En la Edad Moderna, habiendo bajado  hacía siglos el Orden Natural con las Tablas de la Ley en sus manos del Monte de la Tradición, encontró con que el pueblo que debía aguardarlo se hallaba consagrado a la adoración de papeles de oro del Sufragio Universal. Por esta razón hubieron de partirse la Tablas y de prodigarse las maldiciones.
Y lo que primero fue sólo entre hombres, la universalidad de los derechos civiles y políticos, luego de superó en malicia convirtiéndose en una marea nauseabunda e imparable de igualdad aberrante entre el hombre y la mujer.
Podrá decirse entonces:
“Cáncer vederes porque votan las mujeres”.
“Bolsas de pestes entregan sus frutos, porque entre ellos se casan los putos”
Pero en todo esto que señalamos no hay nada caprichoso. Siempre que se hubo  transgredido a ultranza el Orden natural, la Providencia acercó su retribución. He allí las Sagradas Escrituras de las tres religiones monoteístas, que no nos dejan mentir. La destrucción de Sodoma y Gomorra, el Diluvio universal, las Pestes descendidas al Faraón, por citar algunos ejemplos al pasar.
Puede decirse que desde hace tiempo ya Occidente ha caído del Cielo de la cualidad al Infierno de la cantidad., el Infierno empadronado del Número.
Dicho de otra manera: Como enfermedad existe el mal, en razón del Voto universal.
Propio del Orden Natural que nos rige es que la cualidad prevalezca siempre sobre la cantidad. O al decir de los filósofos que la “esencia” lo hiciera sobre la “sustancia”. O bien desde otra perspectiva, que la “forma” lo haga sobre la “materia”. Suplantando en este caso la forma a la esencia y la materia a la sustancia.
Puede afirmarse del mismo modo, algo inobjetable, que el principio activo es la “esencia”, la “forma”, la “cualidad”; en tanto que el principio pasivo reside en la “materia”, la “sustancia” la “cantidad”.
Lo propio del hombre es el Cielo. Lo trascendente.
Lo propio de la mujer es la Tierra. Lo sensible.
El principio activo entre los humanos es el hombre, y el principio pasivo es la mujer.
La cualidad, la esencia, la forma nunca serán semejantes ni serán iguales a la cantidad, la sustancia, la materia.
De suyo, jamás en la vida el hombre podrá ser semejante o igual a la mujer.
El cumplimiento del Deber es el mandato del hombre.
El cumplimiento del Placer es el mandato de la mujer.
El hombre representa al Ser.
La mujer representa al Estar.    
Una mujer jura la Constitución y hace pensar en una bestia que ha irrumpido en el Parlamento y acercándose al centro de la escena ha levantado una de sus patas apoyándola en La Biblia..
La bestia de la Ignorancia.
La bestia del Deseo.
La bestia de lo vulgar jura la Constitución y  y las enfermedades y pestes en el mundo tienen causa en hechos sacrílegos como éste.
El hombre es hijo del Pensamiento y de la Fuerza. La mujer, del Deseo y la Ignorancia. La palabra del hombre sale de su Espíritu. La palabra de la mujer sale de su boca, a veces, raras veces, de su razón.

Las ideas son almas.
Las ideas son almas que dan vida conceptual, vida inteligente o espiritual al Alma.
Las ideas no son lo que creía de ellas Platón, entes que contaban con una existencia propia y autónoma, que no se sabía bien en razón de qué era eso y, por mejor decir, él no tuvo nunca  idea quién las había puesto en ese lugar que él les reconocía y supuestamente estaban.
Si bien el autor de los Diálogos dedicó su vida a la teoría de las ideas, este conocimiento  especulativo, esta hipótesis general  no estuvo nunca concluso por parte de su autor. De allí que esa falta de cierre teórico, de conclusión le da a su argumento de ideas un carácter  un tanto supersticioso. 
Recordamos que para el ventrílocuo de Sócrates las ideas se encontraban en rigor más allá de quien las pensase y su condición era eterna, entes perfectos de los cuales tomaban su existencia real las cosas. O sea este mundo de ilusión en el que vivimos, en este mundo bajo gobierno de los sentidos.
Para cerrar el círculo al paso diremos que las cosas eran, para el griego, representaciones de las ideas.
Se presentirá a esta altura que para nosotros las ideas son otra cosa bien distinta,
Sí, sostenemos si se quiere orgullosamente, arrogantemente, clamorosamente, que las ideas son almas. Entendiendo por “alma” un principio vital que tiene que ver con lo que se ve, para ser estrictos en cuanto etimología, teniendo que ver igualmente con lo sensitivo y lo vegetativo.
El alma conecta la vida, la vida hace ver lo que se ve. Y eso que se ve es una idea.
Las ideas son almas, almas traídas al mundo por el hombre traído al mundo por Dios y que, saliendo éstas ideas de la Razón habrán de ser una cosa y saliendo del Espíritu otra muy distinta.
Sostenemos, a diferencia del ilustre griego que toma a las ideas casi como entes divinos, piénsese en su Idea del Bien, sostenemos que las ideas son entes, en cuanto vivencias, humanas e intelectivas. Y, en la medida que nos interesa en esta exposición, vivencias inexcusables para nutrir, fortalecer y darle alas al Espíritu, para devenir naturalmente en su momento en conquista o en  conquistador del Pensamiento.
Nos parece prudente dejar sentado que hay a nuestro ver dos tipos de ideas: Ideas de Razón  e ideas de Espíritu.
La Inteligencia alimenta y protege, si debe hacerlo, a estas dos clases de ideas por igual. Y así como todo lo que integra la dieta de un ser humano lo mantiene con vida pudiendo darle éste el rumbo que desee a su existencia, así la Inteligencia puede manifestarse con ideas del más variado tipo.
Las ideas espirituales son almas sutiles que requieren un cuidado delicado y constante, un entrenamiento que no se vuelque a ellas solamente con las bondades de la técnica sino con la valoración del afecto. Esto, a lo largo de toda la vida de aquel que contando con ellas sabe que éstas pueden contar con él para alcanzar su mejor destino.
Las ideas no se prestan.
En este sentido son como la mujer y como la guitarra. Deben ser pulsadas por el sujeto, nunca hechas sonar.
Las ideas pueden compartirse simbólicamente.
De las ideas que tengamos no faltará quien nos diga quiénes somos.  
La mujer y las ideas.
Si la función genital del hombre es darle almas,  ideas como hijos a su Espíritu, puede afirmarse que al extraer Dios a la mujer de una costilla del hombre la hizo pisar este mundo en estado de climaterio. Cuando todo en el orden la la reproducción había pasado.
Ella no tendría lo que nunca tuvo, capacidad para dar a luz ideas.
Las ideas le serían dadas al hombre desde su mente. A la mujer, no: Hijos de su vientre.
En cuanto a las ideas, a veces la mujer se mira, se pasa revista y se repasa, se vuelve a mirar poniendo en ello toda la atención del mundo, y nada. No hay nada por allí en cuanto a ideas, nunca lo hubo. Si la magia no se produce ¿porqué insistir? Este es un tema.
Ella busca algo que le han dicho que tal  vez, que a lo mejor, que me dijeron. ¿Porqué no?, pero ella no lo encuentra. A esta altura piensa que un poco de empeño pudo estar bien, pero no halla razón para seguir insistiendo: No hay ideas que le crezcan.
Las ideas son propias del hombre.
Las ideas, a decir verdad, nunca les crecen por ningún lado a las mujeres. Ni a ella ni a ninguna.
No está en la mujer ser madre de ideas.
Lo que la mujer ha hecho en más de una oportunidad es simular el hecho. La mujer se ha dado al simulacro de dar a luz: Ha adoptado.
Del mismo modo que cree que un niño adoptado puede hacer las veces de hijos suyo, cosa que en la realidad nunca puede ocurrir, por ahí la mujer en su desconsuelo intelectual se arriesga a adoptar una o más ideas.
Al igual que ocurre con los hijos adoptivos, la idea adoptada no será nunca suya. Por más que se haga la cabeza, ella no será la madre. La idea en tanto adoptada, como lo que no es naturalmente propio, como copia recibida cual reemplazo original, eso no tendrá su sangre ni su historia.
Por las venas del adoptado correrá sangre foránea respecto del adoptante, la cabeza del recién llegado no habrá salido de entre las piernas que fueron a buscarlo. Es otra cosa que un hijo.
La sabiduría del Islam rechaza expresamente la adopción en los matrimonios. La rechaza por quebrar la línea familiar e interrumpir la genealogía de la misma. Por falsear el parentesco, por anular la genuina descendencia.
La llegada de una idea al entendimiento de la mujer es la llegada de un extraño.
Es cierto que en oportunidades las ideas se han acercado, la han cruzado, las ha visto venir, alguna se ha quedado en las inmediaciones ocupada en algo, pero siempre la relación de la mujer con las ideas será  desde afuera. El movimiento ha sido el de algo externo que se acerca, en el mejor de los casos una idea agradable.
La sensación no dura demasiado, la idea como imagen de algo propio se desvanece como un simple espejismo. Esa representación es menos en la mujer que esas pompas a las que persiguen los niños para tomarlas en sus manos.
Como quien dice, tal vez como fruto de promesas y oraciones, algunas ideas peregrinas la han terminado visitando a alguna mujer Como una aparición milagrosa, ya que los milagros existen. Pero nunca, en ningún caso han salido de ella. Se dice que pudo tener alguna representación, alguna imagen fugaz de algo, nunca el conocimiento puro, la intuición pura, que pudiese viajar en ancas de una idea. Menos, que fuese de ella.
Las ideas nunca cruzaron el umbral del interior al exterior de una mujer, sea ésta la mujer que fuese.
La mujer no es el origen de ninguna originalidad.
La mujer es más bien el Monte de los Olivos de cualquier ideación que haya prescindido de toda copia, siendo el principio de sí misma.
El vivero de las ideas de las que se nutre el Pensamiento  le es extraño a la mujer.
El Pensamiento es para la mujer un poco lo que el judío para las naciones: Un eterno extranjero. El judío no forma parte de ninguna nación. Y ahí tenemos al Pensamiento, no integrando a ninguna mujer.
Puede decirse que el Pensamiento es tan artificial a la mujer como el supuesto enclave de Israel. Ese engendro no es la patria de los hebreos, prueba de ello  es que desde su imposición siempre han vivido más judíos fuera de él que dentro.
Con la mujer puede declinarse lo mismo. Las mujeres se hallan fuera del ámbito del Pensamiento, no puede decirse que sean su diáspora dado que nunca salieron de él.
La mente de una mujer es un muñón de todo posible Pensamiento.
Cuando la mujer escucha decir “Todos los hombres son mortales” cree se trata de una condición que no las alcanza a ellas. ¿Tal vez sean inmortales? Esto, porque la conocida frase no las nombra expresamente.
Esto oculta y sepulta  en la mayor de las ironías, y tendría su razón. Porque para todo Pensamiento  y toda trascendencia, todo Cielo, la mujer no ha nacido. Y siendo esto así, mal podía morir.
Valga decir que la comprensión que tiene conceptualmente la mujer de las cosas es enana. Ni para amargar al dueño del circo le crecen los enanos de las ideas. Las ampara, es cierto, porque le son propias. y está acostumbrada a ellas.
Las representaciones de la verdad son para ella como plantas diminutas, árboles que no fueron. En el campo de las ideas  lo de la mujer, en el mejor de los casos, es una especie bonsái. 
El hombre es hijo del Pensamiento y de la Fuerza. La mujer es hija del Deseo y de la Ignorancia. La palabra del hombre sale de su Espíritu. Ka de la mujer sale de su boca. A veces, raras veces, de su razón.

Regresa el Jinete de la Esperanza de su viaje ideas adentro.
No va mal acompañado, no va solo, va consigo.
El Jinete de la Esperanza regresa tanto en alas de su pensamiento que refulge con los mismos destellos solares que Verdi le entreviese, como a caballo como le gusta a él, de sus nobles ideas que ahora son fanfarria de intuiciones, música marcial de su Espíritu bajo bandera.
Vuelve cargado con el peso colosal y ligero de los tesoros de la originalidad interior, joyas masculinas de su originalidad intacta.
Bastó que se dirigiera al potrero universal  de las ideas, potrero que conoce bien, para que montado en sobre “La vida es algo que se cumple” se pusiese en marcha.
La pampa del Entendimiento se fue abriendo a su paso. Fue reconociendo lugares conocidos donde reconoció al Espíritu como vehículo del Ser. Volviendo a ver los sueños de éste. Pasó por el Monte del Pensamiento, que explicaba vegetal y conceptual al Espíritu.
A cada paso, un amigo. En el primer amanecer de su nueva marcha y con la fresca, vio levantarse contra el horizonte al gran Espíritu del hombre, como bastimento del Entendimiento por excelencia.
Así comenzó a recorrer la conocida huella que lo llevaba a ese claro del cerrado Chaco conocido paraje “Por tener Espíritu, tiene el hombre Pensamiento”. Y que la mujer, no. Eso ellas no tenían.
Más de una vez había pasado, teórico, por donde ahora pasaba. Los pájaros recordaban con sus cantos que el hombre era hijo del Pensamiento y de la Fuerza. Y algunas fieras en sus gruñidos, que la mujer era hija del Deseo y de la Ignorancia.
Y cómo el Pensamiento se expresaba en el hombre, y cómo éste en aquel. Y el papel de la Fuerza.
El Jinete de la Esperanza  asistió a la simbolización de la Fuerza encarnada en un Emperador francés, y de un Pensamiento extraordinario en un escritor alemán.
Ya lejos de su casa el Jinete cruzó las tierras del análisis que consideraba que ponía en cuestión si en efecto el Espíritu cambiaba históricamente, a través del tiempo como dijera Hegel, o bien era siempre igual a sí mismo.
Y volvió a ver en las cortaderas que si bien el espíritu como ente era siempre igual a sí mismo, bien podía degradarse como forma de vida de los pueblos.  Como ocurría en Occidente donde desde hacía tiempo mostraba su peor faz corrupta.
Andando caminos de Entendimiento el Jinete llegó al pueblo de Los Textos Equívocos. Textos que por alguna razón, pasando por buenos, habían contribuido a la corrupción de las costumbres de las que hablara.
Vio las cosas, las escuelas, el templo del Sermón de la Montaña, y no se detuvo.
Vadeó lentamente, reflexivo, las grandes lagunas de la profanación propiamente dicha. Y como no podía ser de otra manera evocó, unido a eso, la quema de los templos por parte de los peronistas en Argentina en el año 1955.
Naturalmente en su inteligencia nació de parto natural  en término la metáfora de la mujer dando clase de Humanismo como profanadora del Pensamiento.
¿La mujer estropeaba la vida del hombre?, se preguntó en algún atardecer.
De ninguna manera. Podía llegar a estropearla en la medida que el hombre la permitiese, en los casos que distraído le pedía peras al olmo .
El Jinete recordó a Lutero.
Galopando a gusto en su yegua “La vida es algo que se cumple” disfrutó largamente ese gaucho de la Esperanza  al recordar al Pensamiento como conquista. Y al Pensamiento, como conquistador.
Haciendo un alto en su travesía gnoseológica, a la sombra madre de un árbol grande tuvo delante de sus ojos la grosera imagen  de una bestia pisando con sus patas la Sagrada Biblia, a una mujer cualquiera jurando en el Parlamento la Constitución
Propiciado por la distancia recorrida en el cruce de las pampas del Entendimiento el Jinete argentino de la Esperanza  intuyó de una buena vez que las ideas eran: Almas. que las ideas daban vida conceptual , inteligente y espiritual al Alma.
Cruzado de sol su Pensamiento, el Jinete volvía a casa.
Esa música que eran sus ideas, desde hacía horas sonaban con fuerza
Detuvo su cabalgadura, bajó.
Palmeó agradecido a su animal.
Ya en el amplia patio de su mente, sombreado de exactitudes en flor, corrió los muebles de la misma y se dispuso a bailar con sus ideas.
Recordó, una vez más, que el hombre es hijo del Pensamiento y la Fuerza. Y que la mujer, a su tiempo, lo era del Deseo y de la Ignorancia.

DIARIO PAMPERO Cordubensis
INSTITUTO EREMITA URBANUS
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