Ambiente de heroísmo respiramos al nacer bajo las bóvedas sagradas de las catacumbas; salpicada de sangre de mártires está nuestra Historia; y nunca faltará entre nosotros el martirio como nunca faltará la Eucaristía.
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
12 de Mayo de 1921
Catedral de Morelia, Michoacán
Sr. Cgo. Lic. Don Luis María Martínez
“Solamente la Iglesia con su decisión infalible puede otorgar a un hombre el dictado glorioso de mártir. Pero sin prevenir ese juicio supremo, nosotros podemos afirmar que la muerte de nuestros hermanos sacrificados el 12 del mes de mayo que acaba de pasar, fue heroica, fue gloriosa, fue una gracia insigne de Dios para ellos y para nosotros.
Mas la gracia de Dios no es algo aislado, sino algo que forma parte de una maravillosa cadena; no es una estrella perdida en el caos, sino un astro que entra en el concierto armonioso del universo; no es una flor que languidece en la soledad, sino que abre su cáliz para mezclar su aroma con todos los perfumes de una primavera; no es un relámpago que se pierde en la oscuridad de la noche, sino una espléndida mañana que brotó de una aurora y tendrá su mediodía.
Dios eligió a sus víctimas; Dios preparó a sus mártires. Si nos fuera dado sorprender los misterios de las almas, si pudiéramos escrutar la íntima, la sacratísima acción de Dios en los corazones, hubiéramos descubierto en la frente delas víctimas la señal de predilección y hubiéramos seguido en el secreto de su vida interior el hilo celestial que preparaba su fin glorioso. A través del tiempo atrevámonos, hermanos míos, a sondear el misterio, que siempre será dulce para el corazón evocar el recuerdo de los hermanos muertos. Miradlos.
Es el primero un anciano que consagró su vida a las nobles tareas del magisterio católico”. Julián Vargas-. ” Su virtud característica fue la firmeza inquebrantable de sus convicciones. Guardo incólume en su grande corazón la fe de Cristo sin flexibilidad ni timidez, y cuando pasó por nuestra Patria la racha revolucionaria doblegando los espíritus, como barre el huracán los flexibles tallos en los áureos trigales, él permaneció erguido, digno, sin que lo inclinaran hacia la tierra ni el peso de sus años ni la carga de su pobreza. Fue un hombre, fue un cristiano. Merecía ser mártir. En pos de él va un obrero, un representante de esa clase dignísima a la que en vano pretenden corromper los modernos agitadores porque tiene echadas hondas raíces en la tierra fecundada en la Iglesia; -Joaquín Cornejo- “de alma de niño y corazón de fuego. Paréceme estarlo viendo, como tantas lo vi desde esta cátedra santa, reflejando en sus ojos las santas emociones de su corazón, vibrando al impulso de todos sus nobles sentimientos. Su pasión fue la Eucaristía: acercábase a menudo al banquete de los fuertes, y ¡Cuántas veces después del ímprobo trabajo, ya muy tarde, a la mitad del día, buscaba afanoso en este mismo lugar al sacerdote que pusiera en sus labios la Hostia Santa! Tuvo el anhelo, casi diría la obsesión del martirio, y pienso que con santa tenacidad arrancó al Señor esa gracia suprema. Vosotros obreros que me escucháis, compañeros suyos que recibisteis sus confidencias y fuisteis testigos de su virtud sencilla, decidme si exagero las nobles prendas de nuestro hermano muerto”.
“También cayó gloriosamente bajo la guadaña de la muerte, en la flor de su edad, un miembro de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana” -Rómulo González Figueroa- “Haré cumplidamente su elogio si digo que poseía el espíritu, todo el espíritu de la benemérita institución: pureza de alma, entusiasmo juvenil, actividad de Apóstol; era lo que debe de ser un joven cristiano: una primavera, con sus floras, con sus perfumes, con sus esperanzas.
-Yo os felicito jóvenes, porque habéis tenido un mártir y plegue al cielo que, templados vuestros espíritus por su fuerte ejemplo, troquéis mañana el noble entusiasmo de la juventud por el esfuerzo varonil que salve a la Patria.-No olvidaré, mis hermanos, al sencillo, al oculto, al humildísimo cristiano” -Felipe López- “que tantas veces vimos por las calles de esta ciudad con la maroma al hombro. Era muy bueno. No os referiré rasgo alguno de su vida,porque recibió el precioso don de ocultarse siempre. Si pueden las cosas pequeñas compararse a las grandes, el humilde aguador me hace pensar en el prodigioso obrero de Nazaret cuya vida interior fue vulgar a los ojos de los hombres, cuya vida interior fue admirable a los ojos de Dios. -Y después … vienen los héroes ocultos de quienes desconocemos hasta el nombre: la doncella, que a pesar de ruda persecución tenía el valor de ostentar sobre su pecho la cinta azul y la dulce imagen de María Inmaculada. Esta Madre tiernísima le dio sin duda a la fragilidad de su sexo el valor del heroísmo. -Y tantos otros cristianos heroicos que nosotros desconocemos, pero que Dios conoce.
Mañana, en el día de la eterna justicia, nosotros los conoceremos y estrecharemos su mano fortísima y escucharemos sus íntimas confidencias en el seno de Dios. Dios eligió sus víctimas; Dios preparó sus mártires y nosotros los preparamos también. Sí, nosotros, ¿por qué no decirlo? Cada muerte gloriosa fue sin duda el fruto de una vida cristiana; pero todas ellas son nuestra obra, son el fruto de nuestros esfuerzos de todos por la causa de Dios.
Cuando hace más de un lustro vimos horrorizados en nuestra Patria la abominación de la desolación, dejamos los católicos el ocioso lecho donde yacíamos, sacudimos el indigno sopor y con los ojos fijos en la Virgen de Guadalupe y estrechando fraternalmente nuestras manos nos decidimos a obrar, a obrar como lo demanda nuestra fe que no ha muerto, a obrar como lo exigen las vigorozas tradiciones de nuestra raza. Comenzamos a unirnos, comenzamos a obrar; si queréis sin orden, sin método, como se agita el ejército entregado al sueño de vivac a quien sorprende el enemigo; por todas partes surgen combatientes, requieren las armas abandonadas en el suelo y entre el confuso rumor de gritos y de órdenes se aprestan al combate.
Así surgieron, como indicio ciertísimo de que aún quedaba fe y fortaleza en la Nación Mexicana, primero la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, y después la Asociación Nacional de Padres de Familia y los Centros de Obreros y las Damas Católicas, y hasta las jóvenes quisieron tomar parte en el glorioso combate bajo la égida celestial de Santa Juana de Arco.
Muchos pensaron que aquello nada era: ¡torpes! No acertaron a adivinar la copiosa mies futura en aquellas débiles agujas que verdegueaban en los húmedos terrones. La vida es así; se elabora lentamente, en el silencio. La organización católica comienza a producir sus frutos: frutos de valor, de sangre de bendición. Nuestros mártires son obra de Dios, pero ¡son también obra nuestra! ¡Bendito sean! Esa aurora celestial produjo una mañana radiosa; para describirla es preciso buscar una forma de bronce en aquel libro del Antiguo Testamento que es como la epopeya de la fortaleza y la libertad; es preciso repetir la frase heroica que uno de los esforzados Macabeos arrojó, como un latigazo, sobre el rostro del tirano: “Quid quaeris et quid vis dicere a nobis? parati sumus mori, magis quam patrias Dei leges praevaricari (II Mac. VII-2). ¿Qué buscas? ¿Qué nos pides?, estamos dispuestos a morir más bien que quebrantar las leyes de Dios que recibimos de nuestros padres”. ¡Que actitud tan gallarda, tan digna la del mártir cristiano! Es el tipo del hombre fuerte, porque ha vencido la suprema fuerza, que es la muerte; es el tipo de hombre libre, porque ha roto la última cadena de la esclavitud, que es el temor de morir. Cuando Cristo dijo a los suyos: “No temáis a los que matan el cuerpo” pronunció la última palabra de la libertad. El postrer baluarte del tirano en su lucha contra la libertad es la bayoneta homicida; cuando se acaba el miedo a las bayonetas el miedo a las bayonetas, el tirano se desconcierta y la libertad canta su triunfo.
Solamente el cristiano posee el secreto de la verdadera libertad, porque solamente él puede gloriarse de vencer a la muerte.
La actitud del mártir cristiano no es la fría y salvaje del estoico; es más humana; es más divina: el cristiano muere con el amor en el corazón, con las lágrimas en los ojos y en sus labios un grito sublime: el grito del entusiasmo, del amor, de la esperanza. ¿No escuchasteis, hermanos míos, ese grito heroico en la tarde inmortal del 12 de mayo? En medio de los rugidos de rabia de los verdugos, de los ayes de dolor de las víctimas, del ruido de la fusilería, del sorbo rumor de la multitud azorada, ¿No oísteis brotar de los labios moribundos de un anciano ese grito vigoroso, libérrimo, triunfante. ¡VIVA CRISTO REY!, ¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE!? Tú escuchaste Señora, el grito de fe y de amor de nuestro hermano heroico, Tú lo guardas en los íntimos repliegues de tu corazón tiernísimo. ¡Madre!, por ese grito, perdónanos. ¡Madre! por ese grito, sálvanos.
Tú lo escuchaste también, Patria Mexicana, antaño gloriosa y hoy sacudida por terribles convulsiones, y ese grito llevó a tu corazón lacerado el regocijo y la esperanza; no todos tus hijos se han afeminado, no todos se han hundido en el cieno; todavía hay hombres, todavía hay héroes; que sea ese grito la aurora de tu libertad y el presagio de tu salvación. Porque nuestros hermanos murieron por Dios y por la Patria, como lo expresaron muy bien los organizadores de este funeral.
Más hondamente que las balas homicidas penetró la imagen bendita de María de Guadalupe, y por ella, por su gloria, por defender su honor ultrajado, fueron al sacrificio. Esa imagen bendita prodigiosamente pintada por las rosas del Tepeyac, humedecida con las lágrimas de tantas generaciones, ungida con el amor de todos los mexicanos, encarna para nosotros la Religión y la Patria. ¿Me atreveré a decirlo? Mejor que nuestra gloriosa Bandera, la que conserva en sus pliegues nuestras glorias, la que simboliza nuestros anhelos, mejor que esa bendita Bandera, la Virgen de Guadalupe expresa las profundidades de nuestra alma nacional. ¿Lo dudáis? Cuando en el mes que acaba de pasar, obedeciendo tenebrosa consigna, los socialistas quisieron sustituir en nuestros templos la santa Bandera de la Patria por el exótico pabellón rojo y negro, emblema de odio y de sangre; en muchas ciudades de la República hubo sin duda viriles protestas y actitudes dignas; pero todo esto fue nada ante la inmensa conmoción que provocó en la Patria Mexicana el atentado contra la Virgen de Guadalupe; de todas partes se levantó un clamor de protesta, un grito de indignación resonó en la República entera; el socialismo se suicidó pretendiendo destruir la religión; y supo el mundo que para México hay algo que vale más que su Bandera, la Virgen de Guadalupe; que tocarla es tocar el alma nacional y que morir por ella es morir por Dios y por la Patria. ¡Dichosos nuestros hermanos que lograron enlazar y en un sólo heroísmo los dos más grandes amores de su alma! ¡Benditos ellos que en un solo holocausto ofrecieron su sangre al Dios del cielo y a la Patria de la tierra! ¡Pudiéramos nosotros imitar su ejemplo!
Para el católico, mis queridos hermanos, no es algo raro y extraordinario el heroísmo, porque la Iglesia Católica es la única que posee la Eucaristía, que es la semilla del martirio. Ambiente de heroísmo respiramos al nacer bajo las bóvedas sagradas de las catacumbas; salpicada de sangre de mártires está nuestra Historia; y nunca faltará entre nosotros el martirio como nunca faltará la Eucaristía.
La Iglesia vive de dos principios, de dos sangres: de la sangre de Cristo que se vierte místicamente en el altar, y de la sangre de los mártires que se derrama de manera cruenta sobre la tierra. Ni la Misa ni el martirio faltarán jamás en la Iglesia. Estas dos sangres, hermanos míos, o más bien esa sangre, porque la sangre de los mártires forma con la de Cristo una sola sangre; esa sangre única es nuestra esperanza, es dulce, nuestra indestructible esperanza. Yo he tenido la audacia de haber esperado siempre la salvación de nuestra Patria; aún en aquellos momentos trágicos en que todo parecía hundirse en horrible catástrofe, yo esperé contra toda esperanza. Me parecía imposible que la Virgen de Guadalupe nos abandonara; no olvidé jamás que hay unos ojos dulcísimos que sin cesar nos miran, un corazón maternal que no cesa de amarnos, y cuando el espantoso cataclismo, vi hundirse el pasado, volví los ojos al Tepeyac para ver si se hundía también la sagrada colina; y al contemplar erguida, firme, serena la celestial imagen, miré tranquilo el porvenir, no vacilaría ahora; y si vacilara, buscaría en la inolvidable calzada de Guadalupe las huellas sagradas de la sangre cristiana, evocaría el recuerdo de la tarde gloriosa, escucharía en lo íntimo del alma aquel grito de vida en los labios del que iba a morir” -Julián Vargas-, “y estoy cierto de que la evocación me devolvería la fortaleza y la esperanza, y que yo gritaría también con todo el entusiasmo de mi alma: ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE! La sangre de la esperanza.
Creyeron nuestros enemigos que iban a ahogar en sangre nuestros derechos y nuestro valor: ¡ciegos! No sabían que el tónico mejor para el espíritu es la sangre y que la que ellos hicieron derramar fructificaría en la República entera. ¿No veis mis amados hermanos, que en todas partes surgen compactos,organizados, valerosos, grupos de católicos resueltos a defender sus derechos y a morir si es preciso por su Religión? ¿Qué ha pasado? ¿Qué aura divina de fortaleza y libertad sopla sobre la Patria Mexicana? ¡Nada! Es que ha resonado por donde quiera el grito del moribundo, es que la sangre de nuestros hermanos muertos, por todas partes ha fructificado. La sangre es la esperanza. Su voz elocuentísima, que lleva el valor a los corazones humanos, sube a los cielos como una plegaria ardorosa y triunfante y arranca la misericordia al corazón de Dios. ¡Señor!, si nuestras oraciones no han sido suficientes para hacerte olvidar nuestros pecados; ¡Señor!, si nuestras lágrimas no han podido borrar nuestras culpas y nuestros gritos de arrepentimiento no han ofuscado las blasfemias de nuestros enemigos: que la sangre de las víctimas unida a la sangre de tu Hijo traiga a México el perdón y la paz.
Hermanos: la mañana espléndida de la sangre nos hace esperar el ardiente mediodía de la salvación y de la felicidad. Por eso la muerte de nuestros hermanos nos parece amable y nimbada con la aureola de la gloria; por eso nos sentimos tentados a sustituir los negros crespones por los atavíos jubilosos y a trocar las notas tristísimas del Dies irae por los acentos regocijados del Te Deum glorioso.
Más, mientras la Iglesia no pronuncie su fallo inapelable, nosotros tenemos el deber de rogar por las almas de nuestros hermanos, por si todavía necesitan ser purificadas por la oración y por el sacrificio”.
Sr. Cgo. Lic. Don Luis María Martínez
“Solamente la Iglesia con su decisión infalible puede otorgar a un hombre el dictado glorioso de mártir. Pero sin prevenir ese juicio supremo, nosotros podemos afirmar que la muerte de nuestros hermanos sacrificados el 12 del mes de mayo que acaba de pasar, fue heroica, fue gloriosa, fue una gracia insigne de Dios para ellos y para nosotros.
Mas la gracia de Dios no es algo aislado, sino algo que forma parte de una maravillosa cadena; no es una estrella perdida en el caos, sino un astro que entra en el concierto armonioso del universo; no es una flor que languidece en la soledad, sino que abre su cáliz para mezclar su aroma con todos los perfumes de una primavera; no es un relámpago que se pierde en la oscuridad de la noche, sino una espléndida mañana que brotó de una aurora y tendrá su mediodía.
Dios eligió a sus víctimas; Dios preparó a sus mártires. Si nos fuera dado sorprender los misterios de las almas, si pudiéramos escrutar la íntima, la sacratísima acción de Dios en los corazones, hubiéramos descubierto en la frente delas víctimas la señal de predilección y hubiéramos seguido en el secreto de su vida interior el hilo celestial que preparaba su fin glorioso. A través del tiempo atrevámonos, hermanos míos, a sondear el misterio, que siempre será dulce para el corazón evocar el recuerdo de los hermanos muertos. Miradlos.
Es el primero un anciano que consagró su vida a las nobles tareas del magisterio católico”. Julián Vargas-. ” Su virtud característica fue la firmeza inquebrantable de sus convicciones. Guardo incólume en su grande corazón la fe de Cristo sin flexibilidad ni timidez, y cuando pasó por nuestra Patria la racha revolucionaria doblegando los espíritus, como barre el huracán los flexibles tallos en los áureos trigales, él permaneció erguido, digno, sin que lo inclinaran hacia la tierra ni el peso de sus años ni la carga de su pobreza. Fue un hombre, fue un cristiano. Merecía ser mártir. En pos de él va un obrero, un representante de esa clase dignísima a la que en vano pretenden corromper los modernos agitadores porque tiene echadas hondas raíces en la tierra fecundada en la Iglesia; -Joaquín Cornejo- “de alma de niño y corazón de fuego. Paréceme estarlo viendo, como tantas lo vi desde esta cátedra santa, reflejando en sus ojos las santas emociones de su corazón, vibrando al impulso de todos sus nobles sentimientos. Su pasión fue la Eucaristía: acercábase a menudo al banquete de los fuertes, y ¡Cuántas veces después del ímprobo trabajo, ya muy tarde, a la mitad del día, buscaba afanoso en este mismo lugar al sacerdote que pusiera en sus labios la Hostia Santa! Tuvo el anhelo, casi diría la obsesión del martirio, y pienso que con santa tenacidad arrancó al Señor esa gracia suprema. Vosotros obreros que me escucháis, compañeros suyos que recibisteis sus confidencias y fuisteis testigos de su virtud sencilla, decidme si exagero las nobles prendas de nuestro hermano muerto”.
“También cayó gloriosamente bajo la guadaña de la muerte, en la flor de su edad, un miembro de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana” -Rómulo González Figueroa- “Haré cumplidamente su elogio si digo que poseía el espíritu, todo el espíritu de la benemérita institución: pureza de alma, entusiasmo juvenil, actividad de Apóstol; era lo que debe de ser un joven cristiano: una primavera, con sus floras, con sus perfumes, con sus esperanzas.
-Yo os felicito jóvenes, porque habéis tenido un mártir y plegue al cielo que, templados vuestros espíritus por su fuerte ejemplo, troquéis mañana el noble entusiasmo de la juventud por el esfuerzo varonil que salve a la Patria.-No olvidaré, mis hermanos, al sencillo, al oculto, al humildísimo cristiano” -Felipe López- “que tantas veces vimos por las calles de esta ciudad con la maroma al hombro. Era muy bueno. No os referiré rasgo alguno de su vida,porque recibió el precioso don de ocultarse siempre. Si pueden las cosas pequeñas compararse a las grandes, el humilde aguador me hace pensar en el prodigioso obrero de Nazaret cuya vida interior fue vulgar a los ojos de los hombres, cuya vida interior fue admirable a los ojos de Dios. -Y después … vienen los héroes ocultos de quienes desconocemos hasta el nombre: la doncella, que a pesar de ruda persecución tenía el valor de ostentar sobre su pecho la cinta azul y la dulce imagen de María Inmaculada. Esta Madre tiernísima le dio sin duda a la fragilidad de su sexo el valor del heroísmo. -Y tantos otros cristianos heroicos que nosotros desconocemos, pero que Dios conoce.
Mañana, en el día de la eterna justicia, nosotros los conoceremos y estrecharemos su mano fortísima y escucharemos sus íntimas confidencias en el seno de Dios. Dios eligió sus víctimas; Dios preparó sus mártires y nosotros los preparamos también. Sí, nosotros, ¿por qué no decirlo? Cada muerte gloriosa fue sin duda el fruto de una vida cristiana; pero todas ellas son nuestra obra, son el fruto de nuestros esfuerzos de todos por la causa de Dios.
Cuando hace más de un lustro vimos horrorizados en nuestra Patria la abominación de la desolación, dejamos los católicos el ocioso lecho donde yacíamos, sacudimos el indigno sopor y con los ojos fijos en la Virgen de Guadalupe y estrechando fraternalmente nuestras manos nos decidimos a obrar, a obrar como lo demanda nuestra fe que no ha muerto, a obrar como lo exigen las vigorozas tradiciones de nuestra raza. Comenzamos a unirnos, comenzamos a obrar; si queréis sin orden, sin método, como se agita el ejército entregado al sueño de vivac a quien sorprende el enemigo; por todas partes surgen combatientes, requieren las armas abandonadas en el suelo y entre el confuso rumor de gritos y de órdenes se aprestan al combate.
Así surgieron, como indicio ciertísimo de que aún quedaba fe y fortaleza en la Nación Mexicana, primero la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, y después la Asociación Nacional de Padres de Familia y los Centros de Obreros y las Damas Católicas, y hasta las jóvenes quisieron tomar parte en el glorioso combate bajo la égida celestial de Santa Juana de Arco.
Muchos pensaron que aquello nada era: ¡torpes! No acertaron a adivinar la copiosa mies futura en aquellas débiles agujas que verdegueaban en los húmedos terrones. La vida es así; se elabora lentamente, en el silencio. La organización católica comienza a producir sus frutos: frutos de valor, de sangre de bendición. Nuestros mártires son obra de Dios, pero ¡son también obra nuestra! ¡Bendito sean! Esa aurora celestial produjo una mañana radiosa; para describirla es preciso buscar una forma de bronce en aquel libro del Antiguo Testamento que es como la epopeya de la fortaleza y la libertad; es preciso repetir la frase heroica que uno de los esforzados Macabeos arrojó, como un latigazo, sobre el rostro del tirano: “Quid quaeris et quid vis dicere a nobis? parati sumus mori, magis quam patrias Dei leges praevaricari (II Mac. VII-2). ¿Qué buscas? ¿Qué nos pides?, estamos dispuestos a morir más bien que quebrantar las leyes de Dios que recibimos de nuestros padres”. ¡Que actitud tan gallarda, tan digna la del mártir cristiano! Es el tipo del hombre fuerte, porque ha vencido la suprema fuerza, que es la muerte; es el tipo de hombre libre, porque ha roto la última cadena de la esclavitud, que es el temor de morir. Cuando Cristo dijo a los suyos: “No temáis a los que matan el cuerpo” pronunció la última palabra de la libertad. El postrer baluarte del tirano en su lucha contra la libertad es la bayoneta homicida; cuando se acaba el miedo a las bayonetas el miedo a las bayonetas, el tirano se desconcierta y la libertad canta su triunfo.
Solamente el cristiano posee el secreto de la verdadera libertad, porque solamente él puede gloriarse de vencer a la muerte.
La actitud del mártir cristiano no es la fría y salvaje del estoico; es más humana; es más divina: el cristiano muere con el amor en el corazón, con las lágrimas en los ojos y en sus labios un grito sublime: el grito del entusiasmo, del amor, de la esperanza. ¿No escuchasteis, hermanos míos, ese grito heroico en la tarde inmortal del 12 de mayo? En medio de los rugidos de rabia de los verdugos, de los ayes de dolor de las víctimas, del ruido de la fusilería, del sorbo rumor de la multitud azorada, ¿No oísteis brotar de los labios moribundos de un anciano ese grito vigoroso, libérrimo, triunfante. ¡VIVA CRISTO REY!, ¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE!? Tú escuchaste Señora, el grito de fe y de amor de nuestro hermano heroico, Tú lo guardas en los íntimos repliegues de tu corazón tiernísimo. ¡Madre!, por ese grito, perdónanos. ¡Madre! por ese grito, sálvanos.
Tú lo escuchaste también, Patria Mexicana, antaño gloriosa y hoy sacudida por terribles convulsiones, y ese grito llevó a tu corazón lacerado el regocijo y la esperanza; no todos tus hijos se han afeminado, no todos se han hundido en el cieno; todavía hay hombres, todavía hay héroes; que sea ese grito la aurora de tu libertad y el presagio de tu salvación. Porque nuestros hermanos murieron por Dios y por la Patria, como lo expresaron muy bien los organizadores de este funeral.
Más hondamente que las balas homicidas penetró la imagen bendita de María de Guadalupe, y por ella, por su gloria, por defender su honor ultrajado, fueron al sacrificio. Esa imagen bendita prodigiosamente pintada por las rosas del Tepeyac, humedecida con las lágrimas de tantas generaciones, ungida con el amor de todos los mexicanos, encarna para nosotros la Religión y la Patria. ¿Me atreveré a decirlo? Mejor que nuestra gloriosa Bandera, la que conserva en sus pliegues nuestras glorias, la que simboliza nuestros anhelos, mejor que esa bendita Bandera, la Virgen de Guadalupe expresa las profundidades de nuestra alma nacional. ¿Lo dudáis? Cuando en el mes que acaba de pasar, obedeciendo tenebrosa consigna, los socialistas quisieron sustituir en nuestros templos la santa Bandera de la Patria por el exótico pabellón rojo y negro, emblema de odio y de sangre; en muchas ciudades de la República hubo sin duda viriles protestas y actitudes dignas; pero todo esto fue nada ante la inmensa conmoción que provocó en la Patria Mexicana el atentado contra la Virgen de Guadalupe; de todas partes se levantó un clamor de protesta, un grito de indignación resonó en la República entera; el socialismo se suicidó pretendiendo destruir la religión; y supo el mundo que para México hay algo que vale más que su Bandera, la Virgen de Guadalupe; que tocarla es tocar el alma nacional y que morir por ella es morir por Dios y por la Patria. ¡Dichosos nuestros hermanos que lograron enlazar y en un sólo heroísmo los dos más grandes amores de su alma! ¡Benditos ellos que en un solo holocausto ofrecieron su sangre al Dios del cielo y a la Patria de la tierra! ¡Pudiéramos nosotros imitar su ejemplo!
Para el católico, mis queridos hermanos, no es algo raro y extraordinario el heroísmo, porque la Iglesia Católica es la única que posee la Eucaristía, que es la semilla del martirio. Ambiente de heroísmo respiramos al nacer bajo las bóvedas sagradas de las catacumbas; salpicada de sangre de mártires está nuestra Historia; y nunca faltará entre nosotros el martirio como nunca faltará la Eucaristía.
La Iglesia vive de dos principios, de dos sangres: de la sangre de Cristo que se vierte místicamente en el altar, y de la sangre de los mártires que se derrama de manera cruenta sobre la tierra. Ni la Misa ni el martirio faltarán jamás en la Iglesia. Estas dos sangres, hermanos míos, o más bien esa sangre, porque la sangre de los mártires forma con la de Cristo una sola sangre; esa sangre única es nuestra esperanza, es dulce, nuestra indestructible esperanza. Yo he tenido la audacia de haber esperado siempre la salvación de nuestra Patria; aún en aquellos momentos trágicos en que todo parecía hundirse en horrible catástrofe, yo esperé contra toda esperanza. Me parecía imposible que la Virgen de Guadalupe nos abandonara; no olvidé jamás que hay unos ojos dulcísimos que sin cesar nos miran, un corazón maternal que no cesa de amarnos, y cuando el espantoso cataclismo, vi hundirse el pasado, volví los ojos al Tepeyac para ver si se hundía también la sagrada colina; y al contemplar erguida, firme, serena la celestial imagen, miré tranquilo el porvenir, no vacilaría ahora; y si vacilara, buscaría en la inolvidable calzada de Guadalupe las huellas sagradas de la sangre cristiana, evocaría el recuerdo de la tarde gloriosa, escucharía en lo íntimo del alma aquel grito de vida en los labios del que iba a morir” -Julián Vargas-, “y estoy cierto de que la evocación me devolvería la fortaleza y la esperanza, y que yo gritaría también con todo el entusiasmo de mi alma: ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE! La sangre de la esperanza.
Creyeron nuestros enemigos que iban a ahogar en sangre nuestros derechos y nuestro valor: ¡ciegos! No sabían que el tónico mejor para el espíritu es la sangre y que la que ellos hicieron derramar fructificaría en la República entera. ¿No veis mis amados hermanos, que en todas partes surgen compactos,organizados, valerosos, grupos de católicos resueltos a defender sus derechos y a morir si es preciso por su Religión? ¿Qué ha pasado? ¿Qué aura divina de fortaleza y libertad sopla sobre la Patria Mexicana? ¡Nada! Es que ha resonado por donde quiera el grito del moribundo, es que la sangre de nuestros hermanos muertos, por todas partes ha fructificado. La sangre es la esperanza. Su voz elocuentísima, que lleva el valor a los corazones humanos, sube a los cielos como una plegaria ardorosa y triunfante y arranca la misericordia al corazón de Dios. ¡Señor!, si nuestras oraciones no han sido suficientes para hacerte olvidar nuestros pecados; ¡Señor!, si nuestras lágrimas no han podido borrar nuestras culpas y nuestros gritos de arrepentimiento no han ofuscado las blasfemias de nuestros enemigos: que la sangre de las víctimas unida a la sangre de tu Hijo traiga a México el perdón y la paz.
Hermanos: la mañana espléndida de la sangre nos hace esperar el ardiente mediodía de la salvación y de la felicidad. Por eso la muerte de nuestros hermanos nos parece amable y nimbada con la aureola de la gloria; por eso nos sentimos tentados a sustituir los negros crespones por los atavíos jubilosos y a trocar las notas tristísimas del Dies irae por los acentos regocijados del Te Deum glorioso.
Más, mientras la Iglesia no pronuncie su fallo inapelable, nosotros tenemos el deber de rogar por las almas de nuestros hermanos, por si todavía necesitan ser purificadas por la oración y por el sacrificio”.
*EDITÓ: gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO Cordubensis. INSTITUTO EREMITA URBANUS. Córdoba de la Nueva Andalucía
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