El Cristianismo, así como no es únicamente la religión de las vías extraordinarias, tampoco es únicamente la religión de la caridad.
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
Es muy razonable dar gran valor a la solidaridad social que el cristianismo produjo entre sus miembros. El cristianismo aseguraba a todo cristiano el amor y la ayuda que todo judío estaba cierto de hallar en cada judería. Pocas frases han resonado en el alma cristiana tanto como aquéllas: “Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui peregrino y me hospedasteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a mi” (MATTH. XXV, 35-36). Ninguna cosa del cristianismo asombró tanto a los gentiles como el amor mutuo que se tenían los cristianos. Y se ha dicho con razón que la inclinación a asociarse no fue en la historia del cristianismo un hecho fortuito, sino un elemento esencial, porque el cristianismo desde su origen fue una hermandad.
Señalamos, en I Thess. IV, 9 – 10. Rom. XII, 10- 13, lo siguiente: El comunismo primitivo de los cristianos, del cual tanto se ha escrito, no fue conocido en las comunidades establecidas en medio de los gentiles, ni en las cristiano-judías: la limosna quedó siempre libre, y la propiedad, individual. (Según HARNACK, Mission, I, 131, sabio protestante del s. XIX).
Él heredó del judaísmo el religioso aprecio de la limosna. La historia de TABITA en los Hechos Apostólicos IX, 36 – 43, parece una repetición cristiana de la historia de TOBÍAS y un comentario de la sentencia: Eleemosyna a morte liberat (Tob. IV, II y XII, 9). Ni hay sombra de comunismo es este espíritu limosnero, puesto que es preciso tener algo que dar de limosna, por el mérito, el bien espiritual y la dicha que encierra dar (Act. XX, 33 – 35).
La limosna, que tiene por norma el hacerla primeramente a los cristianos (Gal. VI, 10), es de dos especies: la hospitalidad (filoxenía), que consiste en acoger al hermano peregrino, y la liberalidad en dar y aportar para dar (coimonía). Con la buena administración de las limosnas son socorridos los miembros necesitados de la comunidad local, los misioneros, los predicadores, las comunidades lejanas pobres. Toda la comunidad cristiana parece tener una caja común donde todo fiel echa cada domingo la ofrenda que puede (I Cor. XVI, 1).
Una comunidad como la de Filipos en Macedonia está en situación de abrir a SAN PABLO, que entonces esta en Roma, una especie de cuenta corriente, a la cual puede recurrir para alivio de sus necesidades (Phil. IV, 15 – 16). Tal es la obligación de las comunidades ricas: “Instad en la oración”, dice SAN PABLO a los romanos, “socorred a los santos en sus necesidades, apresuraos a ofrecer hospitalidad”. (Rom. XII, 13. Cfr. Hebr. XIII, 2 – 3. 16. I Petr. IV, 8, 9.).
Los cristianos de Jerusalén, cuya necesidad es grande, son socorridos con las colectas voluntarias hechas expresamente para ellos en todas las comunidades ricas que hay en medio de la gentilidad. Rom. XV, 25 – 28. 2 Cor. VIII, I – IV, 15. Gal. II, 10. Act. XI, 27 – 30. En Jerusalén la riqueza estaba en poder de los saduceos, y el cristianismo se propagaba entre la clase más pobre.
De comunidad en comunidad hay constantemente cambio de huéspedes, de misioneros, de socorros, lo mismo que de consejos, de edificación, de trato afectuoso.
Apoyándose en los datos suministrados por los escritos de SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, M. HARNACK pudo escribir estas líneas, que se verifican igualmente en las epístolas paulinas: “¡Qué continuidad de relaciones recíprocas entre las comunidades, qué unidad tan grande de corazones, qué solicitud tal fraternal! Los subsidios en dinero ocupan un lugar secundario y se desvanecen al lado de los testimonios de solidaridad personal que une entre sí a las comunidades enteras…, que las hace consolarse y auxiliarse una a otras, y compartir sus dolores y sus gozos. Vese aquí un mundo de solidaridad y amor mutuo”. (Harnack, Mission, I, 165. Digno de leerse todo este hermoso capítulo dedicado al “Evangelio del amor y de la asistencia) – p. 127 – 172 -, uno de los más completos y sólidos de una obra que contiene más de una contradicción y lagunas inexplicables).
Sin duda el cristianismo naciente fue así, y por eso debió conquistar tantas almas; pero los cristianos son hermanos en virtud de su fe, y su fraternidad se funda en la comunidad de la misma fe; esta fraternidad es, por tanto, una consecuencia, no un principio. A nadie se le ocurriría hacer del solo altruismo el principio generador de la religión nueva y de su unidad.
¿Habrá que buscarle en el régimen comunitario que el cristianismo tuvo desde su origen? Los historiadores, cuanto mejor han ido conociendo los colegios (collegia) paganos, tanto más inclinados se han sentido a hacer de cada comunidad cristiana una asociación constituida a semejanza de aquéllos. ¿No servirá esta semejanza para explicar la formación de la Iglesia?
Pero este sistema ha perdido mucha fuerza, considerando más atentamente las cosas. Parece, en verdad, que el cristianismo no era una religión de colegios, sino de ciudades, dice HARNCK, Mission II, 278. En la primera generación, donde quiera que se establece, por ejemplo, en las grandes ciudades como ANTIOQUÍA y ROMA, el cristianismo no funda sinagogas distintas entre sí, como eran los de los gentiles. Los cristianos se juntan en casa de uno de ellos. Todos los cristianos de la ciudad, por grande que ésta sea, forman una y misma cofradía o ecclesía, que lleva el mismo nombre de la ciudad. Un culto como el de MITRAS se desenvuelve en capillas o hermandades, que se dividen regularmente cuando ha crecido el número de devotos del dios; la ley del cristianismo, ley constante aun antes de adquirir todo su vigor el principio del episcopado monárquico, no admite más que una Iglesia como aislada de todas las demás del mundo. El régimen de los collegia nada se parece a esto.
Observemos que el cristianismo fue saliendo de las juderías, las cuales formaban comunidades que nada común tenían con los collegia, pues existían en virtud de un régimen legal muy diferente. (JOSEFO, Antig. XIV, 10, 8: CÉSAR prohibió los colegios o thiases, y permitió las sinagogas).
Las comunidades cristianas habrían tenido que constituirse según ese régimen; mas para eso era ya tarde y tal legalización era imposible.
Algunos han tratado de averiguar cuál era el sujeto legal de la propiedad eclesiástica en el siglo III; porque las Iglesias ya entonces poseían cementerios y lugares consagrados al culto, cuya propiedad estaba reconocida por lo menos desde el tiempo de ALEJANDRO SEVERO (222-235), y aun tal vez desde fines del siglo II. “Estaba permitido a la gente baja asociarse con el fin de procurarse una sepultura conveniente: estas asociaciones podían recaudar las cuotas mensuales, poseer, congregarse para las ceremonias religiosas, y estaban representadas por un actor o síndico autorizado para obrar en nombre de ellas. Las inscripciones atestiguan que estas asociaciones estaban extendidas por todo el imperio. ¿Por qué las corporaciones cristianas no habrían sido admitidas a gozar de esta permisión? (DUCHESNE, Hist. Anc. I, 383 – 384. Cfr. F. GIRARD, Textes de droit Romaní, París, p. 775 – 779).
DE ROSSI ha creído explicar la propiedad eclesiástica en el siglo III, en que la legislación que reglamentada los collegia había llegado a ser más amplia y suave. ¿Cómo el cristianismo, que era una religión, pudo cubrirse con la ficción de esos colegios funerarios? ¿A quién habría podido engañar? ¿Cómo el culto cristiano con sus juntas dominicales, y frecuentemente entre semana, pudo ampararse con una legislación que sólo permitía a los colegios juntarse una vez al mes? ¿Cómo el cristiano, que era recibido a la comunión en todas las Iglesias, habrían podido amoldarse a una ley que vedaba el pertenecer a más de un colegio? (MARCIANO, Institut. I, III (Digest. I. XLVII, tit. XXII, fr. I).
Aun menos aceptable es esta teoría para los dos primeros siglos, porque entonces la legislación acerca de los collegia era tan rigurosa, que consideraba como delito la formación de un collegium illicitum (ULPIANO, De ooficio procons, I, VI (Digest. I, XLVII, tit. XXII, fr. 2), y para ser lícito un colegio había menester del permiso del emperador o del senado. (GAIUS, Edictum provinciale, I, III (Digest. I, III, tít. IV, fr. I) ¿Hay noticia de que alguna congregación Cristiana solicitase alguna vez tal permiso? Más: ¿habría podido solicitarla, siendo así que para el cristianismo no había esperanza alguna de ser consentido como colegio, precisamente por estar prohibido como religión, RELIGIO ILLICITA?
Por consiguiente, no diremos que las comunidades cristianas eran colegios, ni que la cristiandad era una confederación de colegios: el cristianismo era, en sentir de los romanos, una religión. Mas de esencia de esta religión era establecer un vínculo social entre sus miembros: “CORPUS SUMUS” – dirá TERTULIANO hacia el año 200 – usando del vocablo CORPUS, que es el término jurídico para significar ASOCIACIÓN – “CORPUS SUMUS DE CONSCIENTIA RELIGIONIS, ET DISCIPLINAE UNITATE, ET SPEI FOEDERE”. (Apologet. 39: Véase Orígenes, Contra Celsum, I, I: CELSO acusa a lo cristianos de formar asociaciones secretas e ilícitas.
La originalidad divina del cristianismo consistía, no en ser un movimiento de carismas y profecías, y menos aún en tener ansiedades escatológicas; no en ser hermandad o mutualidad de amor y de ayuda asistencial sin exclusivismo de raza; sino en esto, que el mundo no conoció hasta entonces, y que TERTULIANO acaba decirnos admirablemente, EN SER UNA REVELACIÓN RELIGIOSA, UNA REGLA DE COSTUMBRES, UN CONTRATO DE ESPERANZAS, TODO ELLO INDIVISO Y DISFRUTADO EN COMÚN POR LOS FIELES, LOS HERMANOS, LOS ELEGIDOS DE CADA IGLESIA Y DE TODAS LAS IGLESIAS. ESTE CORPUS NO TUVO EN SU NACIMIENTO EXISTENCIA LEGAL; CUANDO LA LEY TRATÓ DE ÉL, FUE PARA PROSCRIBIRLE COMO UN CRIMEN MERECEDOR DE EXTERMINO (GENOCIDIO); mas él no se disuelve, antes resiste, y nada se consigue con tal ley. Éste el sello del CRISTIANISMO y vamos a investigar más detenidamente su verdadero principio.
EXCURSUS
Llamamos judeocristiana a la rama de la Iglesia antigua que pretendía la fe en JESÚS Mesías con una observancia rigurosa de la ley judía, y que en lo esencial se desarrollo en Israel, pero no sólo allí. Sus fieles eran históricamente, los descendientes de la primera comunidad jerosolimitana que emigró a la ciudad Transjordania de PELLA con motivo de los incidentes del año 66-70, después del martirio de su jefe. Las catástrofes de Palestina les afectaron directamente, y con la evolución de la Iglesia, que tendía cada vez más a convertirse exclusivamente en Iglesia de los gentiles, pasaron a formar un secta herética; con el nombre de EBIONISTAS (de EBION, seguidor de SIMÓN EL MAGO, primer heresiarca) o NAZARENOS llevaron una existencia oscura hasta el comienzo del siglo V; cuando desaparecieron, absorbidos probablemente, unos, por la Iglesia, y otros, por la Sinagoga. Se distinguían de los demás cristianos por su ritualismo y por ciertos caracteres doctrinales, particularmente por una cristología muy arcaica que no reconocía la divinidad de CRISTO. Entre el cristianismo de forma paulina, que rompió totalmente con el judaísmo, y el judeocristianismo, que intentó una síntesis de las dos religiones, la tendencia principal de la Iglesia, en la línea del decreto apostólico, representada una especie de solución intermedia; ésta desembocó durante el siglo II en lo que a veces se ha llamado, a veces, el PROTOCATOLICISMO (Frühkatholizismus).
BIBLOS
PEDRO BATIFFOL, La Iglesia primitiva y el catolicismo, Ediciones Desclée, de Brouwer, Buenos Aires, año 1950, 311 p.
ESTEBAN MONEGAL y NOGUÉS, Compendio de Patrología y Patrística, Imprenta Subirana, Barcelona, 1922, 327 p.
MARCEL SIMON – ANDRÉ BENOIT, El judaísmo y el cristianismo antiguo, de Antíoco Epífanes a Constantino. Editorial Labor, colección Nueva Clío, Barcelona, 1972, 305 p.
*EDITÓ: gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO Cordubensis e INSTITUTO EMERITA URBANUS. Córdoba de la Nueva Andalucía
Sopla el Pampero. ¡VIVA LA PATRIA! ¡LAUS DEO TRINITARIO! ¡VIVA HISPANOAMÉRICA! gspp.*
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