Por Gustavo Martínez (Hugo Wast). Buenos Aires, 23 de abril de 1935*.
*Córdoba 23 de octubre de 1883. Buenos Aires 28 de marzo de 1962. …“germanófilo y nacionalista como PERÓN”*.
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
*GUSTAVO MARTÍNEZ ZUBIRÍA (HUGO WAST), fue un fecundo escritor y el mejor prosista argentino. Sus libros contribuyeron a la restauración del sentimiento y la inteligencia argentinos, especialmente su Kahal y Oro. Su desnuda demostración de la nefasta influencia del sionismo, o más judaísmo, sobre el cuerpo social de la República, que comprueba con argumentos tomados de los más brillantes expositores judíos, producido en 1935, y que nos honramos en reproducir fielmente a los 74 años de escrito, constituyen un testimonio, ya pálido hoy, una realidad de las proféticas palabras de este gran argentino, hoy relegado al total y global olvido por generaciones que prefirieren estudiar el Talmud, a BENTHAM , a MARTÍNEZ DE HOZ y a MARX.
Naturalmente que el poder sionista sobre nuestra República es la principal responsable de este olvido, de la desaparición de los libros de este genial autor y de extrañamiento de la escuela “pública”.
SARMIENTO, GERCHUNOFF, MARCOS AGUINIS, TIMERMANN, TOMÁS ELOY MARTÍNEZ, LANATA, ROMERO, etc., lo han suplido, con los resultados que están a la vista*.
A la inversa el infaltable analista MARCOS AGUINIS, de inextinguible resentimiento anticristiano volcado en libros y notas inolvidables, sirviéndose de palabras ajenas – como lo hiciera usando términos blasfemos de AMOS OZ – se encarga con la mayor frescura, en este preciso instante, de enaltecer la ternura israelí, en comparación con el tratamiento de los palestinos… cfr. “La Nación”, 11.8.06.
*INTRODUCCIÓN*
Dentro del conjunto de hombres provenientes del interior del aparato del Estado que alcanzaron a ocupar lugares de mayor relieve entre Junio de 1943 y Junio de 1946, algunos profesaban ideas genéricamente nacionalistas, en las que se incluía un acendrado antiliberalismo político, junto a catolicismo tradicional o integrismo antimoderno. La inserción de nacionalistas en el gobierno militar de la Revolución del 43 tuvo su momento “pico” en el lapso que va desde OCTUBRE DE 1943, cuando se produce la salida de liberales del gobierno, a la renuncia de RAMIREZ a la presidencia. Iniciaba la etapa, su videncia declinó, mientras ascendía la estrella del Coronel PERÓN.
Ajenos a las tentaciones “anticapitalistas” y “populistas” del fascismo europeo, sus influencias se recostaban sobre las vertientes conservadoras de la derecha antiparlamentaria europea, como Acción Francesa y el Tradicionalismo español. También los inspiraban doctrinarios argentinos del integrismo católico según la línea del SAN PÍO X, el único Papa santo en el siglo XX, como los teólogos JULIO MEINVIELLE y LEONARDO CASTELLANI S.J. Ingresaron al gobierno revolucionario desde esta vertiente GUSTAVO MARTÍNEZ ZUVIERÍA, ALBERTO BALDRICH, IGNACIO B. ANZOÁTEGUI, MANUEL VILLADA ACHÁVAL, JOSÉ I. OLMEDO, etc.
La mayor parte de este grupo unía a sus ideas un perfil profesional, dado por la formación jurídica y desempeño previo de cargos en el Poder Judicial. Algunos como MARTÍNEZ ZUVIRÍA, no venían de allí, aunque sí del aparato estatal, ya que fue director por largo tiempo de la Biblioteca Nacional.
El catolicismo militante (“nos dejó su obra, su ejemplo, su fe”), que no se puede confundir con el antisemitismo al pensamiento católico sobre el misterio de Israel. Pensamiento católico robusto, fuerte y profundo – de perspectiva sobrenatural, raíces escriturísticas y visión teológica – que, como pocos supo expresar en sus valiosos y inconfundibles libros DON GUSTAVO MARTÍNEZ ZUVIRÍA.
Su lugar casi “natural” va a estar en las áreas de Educación y Justicia. Sus antecedentes se refuerzan con una elección consciente, a partir de de la convicción espiritual acerca de la prevalencia de las cuestiones educativas y culturales sobre las económicas y sociales.
“…El Ministerio clave de todo el futuro de la Nación es el de Instrucción Pública y Justicia, no sólo por lo que mira a la Justicia por cuya altura y pureza debe velar asegurando magistrados dignos que distribuyan equitativamente los derechos de los derechos de cada uno, influyendo decisivamente en la paz y armonía social sino principalmente, por lo que atañe a la Instrucción Pública, a la Educación de la niñez, de los ciudadanos del mañana…”. (Colaboración nº 3 al GOU, en POTASH, p. 243, 1984).
Con las gestiones de MARTÍNEZ ZUVIRÍA y ALBERTO BALDRICH, los representantes del nacionalismo católico llegan a ocupar el ministerio de Educación (Instrucción Pública) y Justicia, e incluso tienen la oportunidad de crear una subsecretaría, la de Cultura. La ocupa inicialmente IGNACIO BRAULIO ANZOÁTEGUI, poniendo en práctica sus convicciones integristas.
*GUSTAVO MARTÍNEZ ZUVIRÍA*
En octubre de 1883 nacía en la ciudad de Córdoba GUSTAVO MARTÍNEZ ZUVIRÍA, político, gobernante y por sobre todo un auténtico escritor de la Patria. La perfecta coherencia de su vida y su obra son el reflejo de su fidelidad a la religión católica a la que sacrificó su carrera política cuando el partido que lo llevó al Congreso Nacional en 1916 y posteriormente lo postuló para vicegobernador de Santa Fe, atacó sus creencias profundas; entonces se alejó de sus filas y en 1943, siendo Ministro de Justicia e Instrucción, implantó la enseñanza religiosa en las escuelas del Estado. Su adhesión fervorosa a la religión que presidió la formación de la nacionalidad – así lo reconoce la tan invocada Constitución de 1853 – fue el factor unitivo de todos los elementos que integran el alma de un argentino genuino. Su identificación con todos los hombres de su tierra y su inserción en el paisaje físico de la patria son espontáneas y totales. La ubicación del hombre en el paisaje y la influencia de éste en el ánimo de aquél, es un elemento que en sus novelas conmueve al lector sensitivo. “A mí los días de lluvia me gustan. El mal tiempo es el amigo de las almas solitarias”. Así se expresa una protagonista.
Un cronista periodístico nos informa que se trata de un “novelista popular, sus relatos son simples, lineales y llenos de sentimiento dulzón”. Si por novelista popular se entiende al cantor del pueblo al que pertenece, merece el calificativo; es falso si el vocablo se usó como sinónimo de vulgar. Es simple como lo es lo que se reduce a sus esencias, en cuanto al sentimiento dulzón no resulta de esa naturaleza cuando la vida es aceptada con todos sus contrastes y se abraza al servicio; rara vez es la novela de HUGO WAST que tenga un final convencionalmente feliz.
Este escritor que iluminó y encantó la intuición del niño, guió los sueños del adolescente y maduró y templó la mente del joven, este hombre de vida ejemplar en todas sus actividades, debe ser recordado, no por razones cronológicas, sino por la estima afectiva que inspiran y el estímulo fortificante que nos brindan los hombres que han tocado la excelencia (areté), a los que necesitamos tener siempre presentes para no desfallecer en esta hora de disolución nacional y desesperanza universal. (MARCOS GIGENA IBARGUREN, Revista Cabildo, Buenos Aires, noviembre 1983, 2ª Época, Año VIII, nº 70. pág. 9).
*DESARROLLO*
*“BUENOS AIRES, FUTURA BABILONIA por GUSTAVO MARTÍNEZ ZUBIRÍA (HUGO WAST)”*
*“Una de aquellas sangrientas noches de persecución a los judíos, sonaron golpes en la puertita falsa que existía en los fondos de la huerta gregoriana, y que no se habría desde hacía treinta años.
Fue casualidad que el hermano Pánfilo anduviera por allí a esa hora y atendiese al llamado, descorriendo el herrumbrado pasador.
Apareciéronse dos viejitos barbudos, que después de saludarlo con humildad, le pidieron amparo pues sus casas habían sido incendiadas.
- ¿Qué habéis hecho? – se atrevió a preguntar el lego, antes de franquearles la entrada.
- - Somos judíos: es nuestro único delito.
- Si realmente no tenéis más culpa que ser compatriotas de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen, no merecéis, la muerte…Pero ¿acaso no sois usureros? ¿No defraudáis el salario de vuestros obreros? ¿No acaparáis las cosechas de los pobres agricultores? ¿Cómo pagáis su trabajo a vuestras costureras?
- ¡Líbrenos Dios de esos crímenes…! – respondió uno de ellos”.*
*HUGO WAST, Juana Tabor 666, 2ª edición, Buenos Aires: Librería Córdoba, 2007, 366p. pág. 311.*
1) PRIMEROS ANTISEMITAS, LOS FARAONES DE EGIPTO
Hace muchos años, en mi mocedad, escribí una novelita con el título de EL JUDÍO, para no recuerdo qué revista española.
Excusáronse de publicarla, porque en el relato aparecía injusto el común recelo de las gentes contra la raza judía.
Es posible que esta explicación no fuese más que un pretexto para devolverme la historieta, que, ahora lo vea, era muy malucha. Pero es seguro también que tal excusa no se le hubiera ocurrido en aquel tiempo a ninguna revista argentina Entonces no sabíamos aquí de los judíos más que lo que nos contaban los libros de Europa.
El episodio sólo sirvió para enardecer en mi joven corazón una romántica simpatía hacia el pueblo más perseguido de la historia.
No se me ocurrió pensar que aquella prevención, a mi juicio señal de intolerancia y de atraso, podía tener motivos ignorados en la tierra argentina.
El judío era para nosotros uno de los tantos extranjeros, que la excelencia del clima, la fecundidad de su suelo, la dulzura de las costumbres y la generosidad de las leyes, atraen a nuestras playas indefensas.
Ni más ni menos que el francés, el alemán, el italiano o el español.
Nos vanagloriábamos de nuestros doscientos o trescientos mil inmigrantes anuales.
Teníamos confianza ilimitada en la poderosa pepsina de esta tierra, capaz de asimilar los alimentos más heterogéneos. Y con pueril satisfacción comprobábamos que nuestra literatura era francesa; nuestra filosofía, alemana; nuestra finanza, inglesa; nuestras costumbres, españolas; nuestra música, italiana; nuestra cocina, de “todos los países de la tierra”, como dice la Constitución.
En suma, no se advertía aquí malquerencia al extranjero; más bien lo contrario, una debilidad por las ideas y los gustos de afuera. Y EL JUDÍO era un extranjero como los demás.
Han pasado treinta años. Seguimos creyendo que aquí no existe un problema inglés, ni francés, ni alemán, ni español, ni italiano. Pero ya no pensamos igual respecto a los JUDÍOS.
A nadie se le ocurre fundar periódicos para atacar, ni defender, por ejemplo, a los vascos o los irlandeses.
Pero todos los días vemos diarios y revistas cuyo principal propósito, disimulado o no, es atacar o defender al judío.
¿Qué significa eso? Significa que este país, a pesar de que no tiene prejuicios de raza, ni prevenciones xenófobas, no ha podido comprar la paz interior, ni con su hospitalidad sin tasa, ni con la generosidad hasta el despilfarro, de su riqueza, y de sus puestos públicos y aun de su ciudadanía y ha visto nacer el conflicto de que no se ha librado ningún pueblo, en ningún pueblo, en ningún siglo: la cuestión judía.
Efectivamente, releyendo las historias, penetrando hasta en los tiempos más remotos, observamos este hecho singular: en todas partes el judío aparece en lucha con la nación en cuyo seno habita.
Mil novecientos antes de la era cristiana los israelitas se establecen en EGIPTO, conducidos por JACOB.
Siglos después, el Faraón se alarma y dice: “He aquí que los hijos de Israel forman un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros. ¡Vamos! Tomemos precauciones contra él, porque si sobreviene una guerra, se podrían unir con nuestros enemigos y combatirnos”. (Éxodo, 1, 9-10).
Ni la hospitalidad de cuatrocientos años, ni la multitud de generaciones nacidas en el propio Egipto, habían convertido a los israelitas en ciudadanos de la nación. Seguían siendo extranjeros, y el Faraón temía que en caso de guerra, se aliasen con los enemigos del suelo donde habían nacido.
Esto desencadenó la primera persecución antisemita de que habla la Historia. Se impuso a los hebreos las más rudas tareas y toda clase de servidumbres.
Sobrevivieron las diez plagas de Egipto, y los hebreos emigraron en masa, conducidos por MOISÉS, hacia la tierra prometida.
En el quinto siglo antes de nuestra era, los vemos en Persia, bajo el reinado de JERJES I, que es el ASUERO de la Biblia, conforme al libro de ESTHER.
El decreto en que el rey manda a los sátrapas y gobernadores de sus ciento veintisiete provincias, a pasar a degüello a todos los hebreos, hombres y mujeres, viejos y niños, desde la India hasta la Etiopía, se fundó en una acción que honra a MARDOQUEO, el judío que no quiso doblar su rodilla delante de AMÁN, primer ministro.
Pero la terrible carta de ASUERO merece transcribirse:
“Hay un pueblo malintencionado, mezclado a todas las tribus que existen sobre la tierra, en oposición con todos los pueblos, en virtud de sus leyes, que desprecia continuamente el mandato de los reyes, e impide la perfecta armonía del imperio que dirigimos. Habiendo, pues sabido que este único pueblo, en contradicción completa con todo el género humano, del cual lo aparta el carácter extraño de sus leyes, del cual lo aparta el carácter extraño de sus leyes, mal dispuesto hacia nuestros intereses, comete los peores excesos e impide la prosperidad del reino, hemos ordenado…que sean todos, con mujeres e hijos, radicalmente exterminados por la espada de sus enemigos, sin ninguna misericordia, el decimocuarto día del mes de Ader, del presente año”. (Esther, 13, 4-7).
Es sabido cómo la reina ESTHER, que era judía, consiguió de su esposo el rey ASUERO, la anulación del espantoso mandato.
Mil años antes de Cristo, bajo el reinado de SALOMÓN, hallamos israelitas hasta en España (TARSIS), encargados de proveerle de oro y de plata. (I REYES, 10-22). Actualmente España, después de treinta siglos de colonización, no tiene sino tres mil israelitas en su territorio; y el gobierno de la Generalidad de Cataluña acaba de negar permiso para instalarse allí a un grupo de judíos expulsados del Saar alemán y no admitidos en Francia. La Argentina, con sólo medio siglo de colonización judaica, ya contiene seiscientos mil judíos, de los cuales trescientos en Buenos Aires.
Y ESTRABÓN, en el primer siglo de nuestra era, afirma: “que sería difícil señalar un solo sitio en la tierra, donde los judíos no se hayan establecido poderosamente”.
En todas partes proceden igual, forman un estado dentro del Estado, se infiltran en las leyes y en las costumbres y acaban por provocar el odio y la persecución.
“Los romanos – exclama SÉNECA – han adoptado el sábado”. Y en otro lugar: “ESTA NACIÓN ABOMINABLE (ISRAEL), HA LLEGADO A DIFUNDIR SUS COSTUMBRES EN EL MUNDO ENTERO; LOS VENCIDOS HAN DICTADO LA LEY A LOS VENCEDORES”.
EL ANTISEMITISMO U ODIO AL JUDÍO, NO ES, PUES, UN PRODUCTO DEL CRISTIANISMO. HA EXISTIDO MUCHO ANTES DE CRISTO Y TAMBIÉN EN PUEBLOS COMO LOS ÁRABES, ENEMIGOS A MUERTE DE LA CRUZ.
2) ISRAEL, DOBLE ENIGMA: SU VITALIDAD Y EL ODIO UNIVERSAL QUE LO PERSIGUE
Tan encarnizada persecución habría exterminado a cualquiera nación. El pueblo de Israel, sin territorio y sin gobierno aparente, ha sobrevivo a muchos de sus perseguidores, y ofrece al historiador un doble problema: 1) Razón de su vitalidad. 2) Causas del odio universal que lo persigue.
Conviene dejar la explicación a libros de autores judíos. Ciertas cualidades de ese pueblo, aunque fuesen una gloria para él, suenan como injurias si son dichas por cristianos; y es mejor que sean autores de su raza, quienes repitan en nuestra época, con otras palabras, lo que dijeron un Faraón y el rey ASUERO, mucho siglos antes de Cristo.
Llamo la atención de quienes me leen hacia el hecho muy simple, pero muy significativo de que no cito aquí sino escritores judíos y de los mejores.
TEODORO HERZL, gran apóstol de la restauración de la patria israelita, dice: “La cuestión judía existe donde quiera que habitan judíos en cierta cantidad…No es ni una cuestión, ni una cuestión religiosa, aunque a veces tenga el color de una y otra. ES UNA CUESTIÓN NACIONAL, Y PARA RESOLVERLA TENEMOS QUE HACER DE ELLA UNA CUESTIÓN MUNDIAL”. (Th. Herzl: L´Etat Juif, Libraire Lipschutz, París, 1926, p. 17).
El judío, según KADMI COHEN, en su libro “NOMADES”, pertenece a una raza distinta de las otras, física y moralmente.
“La sangre que corre por sus venas ha conservado su fuerza primitiva, y la sucesión de los siglos no hará más que reforzar el valor de la raza… La historia de este pueblo, tal como está consignada en la Biblia, insiste en todo instante en la prohibición de aliarse con extranjeros…Y en nuestros días, como hace treinta siglos, la vivacidad de un particularismo de raza se justifica y se mide con la escasez de los matrimonios entre judíos y no judíos.
“El pueblo es una entidad autónoma y autógena, que no depende de un territorio, ni acepta el estatuto real de los países en donde reside.
“Y es igualmente ese formidable valor, así conferido a la raza, el que explica este fenómeno único y exclusivo: de entre todos los pueblos, uno sólo, el pueblo judío, sobreviviéndose a sí mismo, prolonga una existencia paradójica, continúa una duración ilógica y, para decirlo todo, impone tal fulgurante claridad de la unidad, el signo resplandeciente de la eternidad y la supremacía de la idea, a pesar de todas las desmembraciones y de todas las persecuciones ordenadas. Un pueblo que ha sobrevivido a pesar de todo”. (Poncins, León: Las fuerzas secretas de la revolución. Fax, Madrid, Madrid, 1932, p. 202).
Tal aislamiento es una fuerza, pero sí al mismo tiempo es un fenómeno, tal vez una monstruosidad.
Escuchemos aún a KADMI COHEN:
“Desde la dispersión, la historia judía es una paradoja y un reto al buen sentido.
“Es una monstruosidad vivir durante dos mil años en rebelión permanente contra todas las poblaciones donde se vive, e insultar a sus costumbres, y a su lengua, y a su religión por un separatismo intransigente”. (Id.: ibid., p. 26, cit. Poncins: Op. Cit., p. 203).
En suma, a ese sentimiento separatista, de que el Talmud (su Código civil, penal y religioso) ha hecho un dogma de fe; a ese horror por la mezcla de sangre, debe Israel al no haberse disuelto en la marea cristiana, que lo ha envuelto y oprimido, como las aguas del diluvio al Arca de Noé.
Admiremos este patriotismo forjado como una coraza con dos metales indestructibles: la nacionalidad y la religión.
Todos los pueblos desterrados del suelo que los viera nacer, lloran un tiempo, la patria perdida, pero acaban por refundirse en la nueva patria y olvidar su propia lengua y su historia y su religión.
El judío no. Lo hallamos en todos los climas; en Europa, en Asia y en América. Siempre está de paso, como un peregrino, con el bordón en la mano, cumpliendo las palabras del Éxodo, que prescribe la forma de conocer el cordón pascual: “Lo comeréis así; la cintura ceñida, las sandalias en los pies, el bastón en la mano, y lo comeréis de prisa”. (Éxodo, 12, 11).
En vano las leyes de los países que habitan intentan asimilarlos y les atribuyen tal o cual nacionalidad y hasta los obligan a batirse por una bandera. Su corazón está preso por las tradiciones de la ciudad santa, inspiradora de salmos exquisitos:
“A la orilla de los ríos de BABILONIA nos sentábamos a llorar acordándonos de Sión”.
“En las ramas de sus sauces habíamos colgado nuestras arpas. Y allí los que nos tenían cautivos, nos pedían que cantásemos; y los que nos habían oprimido, nos pedían alegría diciéndonos: “¡Cantadnos un cántico de Sión!”.
“¡Cómo cantaríamos canción de Jehovah en tierra de extranjeros!”
“Si me olvidara de ti, ¡oh Jerusalén!, que mi mano derecha se olvide de moverse; y que mi lengua se pegue a mi paladar”.
La dulce y melancólica canción del desterrado, termina en una tremenda imprecación contra los hijos del extranjero:
“Hija de Babilonia, bienaventurado el que te diera el pago de lo que tú nos hiciste”.
“Bienaventurado el que tomase tus niños y los estrellarse contra las piedras”. (Salm. 137.)
Esta fidelidad feroz a su nacionalidad, hace del judío un ser insociable e inasimilable en país extraño.
En cualquier nación que habite, y aunque detrás de él tenga veinte generaciones nacidas en esa tierra, el judío se siente cautivo, como sus antepasados a la orilla de los ríos de Babilonia.
Pero su adhesión a la tierra santa es de un carácter singular.
Las nostalgias que tiene de su patria son puramente imaginativas.
Cuando CIRO, rey de Persia, conquistó el imperio caldeo, permitió a los israelitas que lloraban el cautiverio de Babilonia, la vuelta a Palestina.
Más no fueron muchos los que aprovecharon el permiso, y siguieron a ESDRÁS y NEHEMÍAS, los jefes de la nación judía restaurada. La mayoría, especialmente los ricos e importantes, permanecieron en Asiria y Babilonia.
“ESDRÁS se llevo el afrecho y dejó la flor de harina en BABEL”, dicen la tradición y el Talmud. (Kiduschin, fol. 70).
Después de la guerra mundial se restauró en Palestina, gracias al apoyo inglés – declaración BALFOUR - la patria israelita, que otros conquistadores habían destruido de nuevo.
Se entregó a Sión un territorio de veintitrés mil kilómetros para lo que gobernase bajo la protección de Inglaterra y se hizo grande y costosa propaganda invitando a los judíos de todo el mundo a volver a la tierra prometida. El gobierno inglés la ponía en sus manos, soldados ingleses lo defenderían, si a los quinientos mil árabas, habitantes del suelo, se les ocurría discutir a los recién llegados el derecho de ser sus señores.
De los quince a veinte millones que viven desterrados sobre el globo, ni cien mil acudieron al llamado de las dulces colinas de Judea (hasta 1935).
Los otros siguen cantando el salmo: “que mi mano derecha se olvide de moverse, si te olvido, ¡oh Jerusalén!, que mi lengua se pegue”… Pero no van, porque el judío sólo puede prosperar entre los cristianos”. (En el año 1928 llegaron a Palestina 3.086 inmigrantes, pero emigraron 3.122, de los cuales 2.168. Se trata de un normal).
No nos asombremos de esta contradicción. Desde los tiempos de la Biblia, las más rudas contradicciones en el carácter del pueblo escogido, que era, a la vez, según palabras de Jehovah, el pueblo pérfido hasta cuando manifestaba el arrepentimiento: “El pérfido Judá no se ha vuelto a mí de todo corazón: Lo ha hecho con falsía”. (JEREMÍAS, 3-10).
Nadie ha perfeccionado tanto el sistema capitalista, como los banqueros judíos, ROTHSCHILD, etc.
Y nadie lo ha condenado con más acerbidad que los economistas judíos, MARX, etc.
El judío es conservador y es revolucionario. Conserva con tenacidad sus instituciones, pero tiende a destruir las de los otros.
Es patriota, como ningún otro pueblo, y al mismo tiempo fácil para abandonar la patria. Se le encuentra en todas partes, pero no es asimilado por ninguna.
Y la razón es simple: la patria real del judío moderno, no es la vieja Palestina; es todo el mundo, que un día u otro espera ver sometida al cetro de un rey de la sangre de DAVID, que será el Anticristo.
Tal esperanza de un pueblo escaso y disperso, parecería, si no fuera un dogma de su religión, una promesa de Dios, por boca de los profetas que le habla desde hace miles de años, en sinagogas.
En la fiesta del año nuevo (Rosch Hassanah), primer día del mes de Tizri (fines de septiembre), entre los aullidos del cuerno que toca treinta veces, leen siete veces la profecía de DAVID.
“Batid palmas y aclamad a Dios con júbilo. Porque Jehovah, el altísimo y terrible, someterá a todas las naciones y las arrojará a vuestros pies”. (Salm. 47).
Hay en ese orgullo judaico una mezcla de patriotismo y religiosidad, que amasada por dieciocho siglos de Talmud, han hecho el carácter del judío actual.
El más miserable de ellos, se considera cien codos arriba del más noble y poderoso de los goyim (cristianos), pues forma parte del pueblo escogido.
“El mundo – afirma el TALMUD – no ha sido creado sino a causa de Israel”. (Bereschith Rabba, secc, 1).
“Si Israel se hubiera negado a aceptar la ley del Sinaí, el mundo habría vuelto a la nada”. (Sabbat, fol. 88).
Ya el salmista lo proclamaba: “Él (Jehovah), ha revelado su palabra a JACOB, sus leyes a Israel. Y no ha hecho lo mismo con las otras naciones”. (Salm. 147.19-20).
¿Cuál fue el motivo de esta predilección divina?
El cumplimiento de las promesas a los patriarcas ABRAHAM, ISAAC, y JACOB.
“Vosotros sois un pueblo santo para Jehovah, dice uno de los libros de MOISÉS, que constituyen la sagrada Thora judía. Jehovah os ha elegido para ser su pueblo predilecto, más que todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. No porque vosotros sobrepaséis en número a los otros los pueblos sino porque Jehovah os ama y quiere cumplir las promesas hechas a vuestros padres”. (Deuter. 7. 6, 8).
¿Y de qué manera la correspondido Israel?
Muy conocida es aquella amarga expresión del Eterno, repetida no menos de diez veces en los libros santos: “Pueblo de cerviz durísima eres tú” (Éxodo, 33, 5).
Si el orgulloso aislamiento en que le gusta vivir, fundado en la tradición y en la sangre, explica la supervivencia del pueblo judío, es al mismo tiempo la razón del odio universal que ha provocado.
BERNARDO LAZARE, uno de los escritores judíos que mejor han disecado el espíritu de Israel, en su excelente libro L´Antisemitisme, plantea la cuestión:
“¿Qué virtudes o qué vicios valieron al judío esta universal enemistad? ¿Por qué fue a su tiempo igualmente odiado y maltratado por los alejandrinos y por los romanos, por los persas y por los árabes, por los turcos y por las naciones cristianas?”
“Porque en todas partes y hasta en nuestros días, el judío fue un ser insociable”.
“Porque jamás entraron en las ciudades sino como privilegiados. Querían ante todo, habiendo abandonado la Palestina, permanecer judíos, y su patria era siempre Jerusalén”.
“Consideraban impuro el suelo extranjero y se creaban en cada ciudad una especie de territorio sagrado. Se casaban entre ellos; no recibían a nadie… El misterio de que se rodeaban excitaba la curiosidad y a la vez la aversión”. (BERNARD LAZARE: L´Antisemitisme. Jean Crés, París, 1934, t. 1º, p. 43 y 74. Hay traducción: BERNARD LAZARE: El Antisemitismo Su historia y sus causas. Ediciones La Bastilla, Versión castellana de Marcos Moreno, Buenos Aires, 1974, págs. 317).
Es posible que si los judíos no se hubieran regido por otras leyes que de la Biblia, habrían acabado por confundirse con los pueblos cristianos. Más se aferraron al Talmud, su código religioso y social, selva inextricable de prescripciones rigurosas que conferían a los rabinos, sus únicos intérpretes, una autoridad superior a la de MOISES y de los profetas.
“Hijo mío – ordena el Talmud – atiende más a las palabras de los rabinos, que a las palabras de la ley”. (Tratado Erubin, fol. 21 b).
“Las palabras de los antiguos (léase rabinos) son más importantes que las palabras de los Profetas”. (Tratado Berachot, 7, 4).
El Gran Rabino MIGUEL WEILL, en una obra fundamental, dice: “ISRAEL debe su moral al Talmud en buena parte su conservación, su identidad y el mandamiento de su individual en el seno de la dispersión y de sus terribles pruebas”. (WEILL, MIGUEL: Le Judaisme, ses dogmes et sa misión. Introd. Général. París, A la Librairie israelite, 1866, Pag. 135).
« El Talmud formó a la nación judía después de su dispersión…fue el molde del alma, el creador de la raza”. (B. LAZARE: L´Antisemitiste. Jean Crés. Paris, 1934, t. I.).
Pero el Talmud ya no lo leen sino los rabinos; la mayoría de los judíos la lengua (un antiguo caldeo, muy difícil) en que está escrito.
Es verdad: el judío moderno ha perdido las ideas sobrenaturales; no cree en Dios y si observa algún rito religioso no es por piedad, sino por nacionalismo.
Él no lee el Talmud, pero su rabino lo lee, y eso basta para que el fuerte espíritu de la obra se difunda en ese pueblo que ve en sus sacerdotes a los conductores de la raza.
“El judío irreligioso y a veces ateo, dice LAZARE, subsiste porque tiene la creencia de su raza. Ha conservado su orgullo nacional; se imagina ser una individualidad superior, un ser diferente de los que le rodean, y esta convicción le impide asimilarse; porque siendo exclusivista, rehúsa mezclarse por el matrimonio con los otros pueblos”.
(LAZARE: Op. Cit. t. I, pág. 138).
3) ESPÍRITU DEL TALMUD: SU ORGULLO y ASTUCIA
¿Cuál es, pues, el espíritu de ese libro, que ha preservado a Israel de fundirse en la masa de los pueblos cristianos? EN DOS PALABRAS: EL ORGULLO NACIONAL Y LA ASTUCIA.
Dejaré otra vez la palabra a grandes escritores judíos, que son testigos insospechables de parcialidad en contra de Israel.
Sin embargo, no se tema que un buen israelita pueda ofenderse porque le digan orgulloso y astuto. La simplicidad y la humildad son virtudes del Evangelio, no del Talmud.
“El punto de vista utilitario de la moral judía, dice un escritor religioso de esa nacionalidad, aparece en el término mismo con que se designan su ideal aquellos que la enseñan: el término HOKMA, SABIDURÍA”.
“Mas no entienden que sabiduría sea conocimiento de Dios y mucho menos especulación filosófica, sino posesión de los medios prácticos para llegar al fin de la vida, que es la felicidad: la sabiduría es, pues, la habilidad, la prudencia”. (AD. LODS: Les Prophètes d´Israël, París, La Rénassaince du Livre, 1935, pág. 374.
Quien dice habilidad y prudencia, dice astucia. No hay nada más sutil y travieso que la casuística de un rabino, experto en el Talmud.
Diremos en pocas palabras lo que es el Talmud. Los judíos desde la más remota antigüedad reconocían una ley oral, con que se interpreta la ley escrita (de MOISÉS y sus profetas.
Esta ley oral se llamaba MISCHMA (SEGUNDA LEY) y con el andar de los siglos llegó a ser infinitamente copiosa y confirió un poder inmenso a los doctores que la conocían y la interpretaban.
Pero la vida entera de un hombre no bastaba para aprender de memoria y trasmitir de palabra a un sucesor aquella colosal legislación, y se fueron perdiendo millares de reglas.
En el siglo II (era cristiana), el Rabino JEHUDA EL SANTO, condolido de la desaparición paulatina de tantas tradiciones, resolvió recogerlas por escrito, violando con ello cierta regla que la prohibida.
Convocó un sínodo de doctores y empezó la redacción de la MISCHMA, y luego aparecieron los comentarios de los rabinos, o sea la GUEMARA.
Estos comentarios constituyen el Talmud. Casi simultáneamente se redactaron dos: uno en Tiberíades, que llamó Talmud de Jerusalén, y otro en Babilonia, que lleva su nombre. Este es el más acreditado y el que generalmente se cita.
No sólo contiene todas las grandes cuestiones teológicas y filosóficas que interesan a la humanidad, y se refieren a la naturaleza y a la creación del hombre, al alma, a la vida futura, a la resurrección, metempsicosis, cielo e infierno, ángeles y demonios, deshiladas en hebreas finísimas, verdaderos cabellos partidos en cuatro, sino también innumerables leyendas, poéticas y pueriles, graves y ridículas, y nociones acerca de todo, agricultura y matemáticas, higiene y astronomía, metafísica e historia sagrada…
El lector pierde la paciencia y pasa de la admiración a la sorpresa, a la indignación misma, atraído y desorientado alternativamente, por aquél fárrago de contradicciones y extravagancias, de grandeza y de puerilidad, de profundidad y de pornografía…
Y si considera que el Talmud ha sido casi dos mil años el alimento espiritual de todo un pueblo, y suplantado a la Biblia, no puede menos de caer en profundo estupor.
Recordemos la acerba palabra de uno de sus Profetas:
“He aquí, que para la mentiras ha trabajado la pluma engañadora de los escribas”. (Jeremías, 8. 8).
Los rabinos mataron a los profetas, y su casuística utilitaria y astuta, sirvió maravillosamente para que aquel pueblo odiado y perseguido, se doblegara bajo la persecución y se adaptara y subsistiera u prosperare.
“El Talmud y las legislaciones antijudías, dice BERNARD LAZARE, corrompieron profundamente al judío”.
Más adelante completa así su pensamiento:
“En esta guerra que, para vivir, tuvo el judío que librar contra el mundo no pudo salir vencedor sino por la intriga. Y este miserable, condenado a las humillaciones y a los insultos, obligado a agachar la cabeza bajo los golpes, bajo los vejámenes, bajo las invectivas, no pudo vengarse de sus enemigos, de sus verdugos sino por la astucia.
“El robo y la mala fe fueron sus armas, las únicas armas de que pudo servirse, y así se ingenió para afilarlas, complicarlas, disimularles”. (BERNARD LAZARE: L¨Antisemitisme. Jean Crés. París, t. II, pág. 231).
Siento la necesidad de repetir que B. LAZARE es un escritor judío que goza de gran autoridad.
Y lo que afirma podría ilustrarse con ejemplos. Básteme citar uno solo, por la actualidad que tiene.
Hace poco tiempo los judíos han celebrado el octavo centenario de MAIMÓNIDES (30 de marzo de 1135) con entusiastas ceremonias, conferencias, escritos que nos presentan al sabio cordobés como un TOMÁS DE AQUINO de la Sinagoga.
Era ciertamente un hombre extraordinario, pero en la Iglesia Católica no hubiera llegado a los altares.
Rabino perfectísimo, por su ciencia, por su intolerancia y por su astucia, escribió un libro que puede considerarse un segundo Talmud, LA MISCHMA-THORA.
De una ortodoxia audaz y al mismo tiempo rígida, no consideraba verdadero israelita al que discrepaba en cualquier punto con su doctrina.
Pues bien, “es un hecho extraño, pero del que no se puede dudar, que el mayor doctor de la Sinagoga, a quien un adagio presentaba como un nuevo MOISÉS, durante diez y seis o diez y siete ha profesado exteriormente la doctrina musulmana”. (FRANCK: Dictionaire des Sciences Philosophiques, art. MAIMONIDES).
No nos escandalicemos demasiado de esta aparente apostasía, que no era más que un rasgo de astucia talmúdica. MAIMONIDES tenía en El Cairo el empleo altamente provechoso de médico a sueldo del emperador SALADINO.
Además era autor de una obra en que sostenía ser lícito apostatar aparentemente.
Los rabinos del Talmud, han trabajo, pues, el barro milenario de los judíos bíblicos, duros y rezongones, y han hecho al judío de los Protocolos de los Sabios de Sión. (Sin pronunciarme sobre la insoluble cuestión de la autenticidad de los Protocolos, me limitaré a decir que con buenas palabras los judíos alegan que son falsos, pero con hechos todos los días nos prueban que son verdaderos. Los Protocolos serán falsos… pero se cumplen maravillosamente).
Pocos problemas tan difíciles de resolver como los que se relacionan con el gobierno interior de este pueblo. No hay misterio mejor guardado que el de sus talones.
El gobierno judío es una verdadera sociedad secreta.
Y así como en todas las sociedades secretas existen iniciados que no pasan de las últimas filas, y no penetran jamás en las bambalinas, ni llegan a conocer a los directores de las figuras que ven moverse en el proscenio, así en el judaísmo hay circuncisos de absoluta buena fe que ignoran la constitución y hasta la existencia misma de Kahal, es decir, de la autoridad que desde la sombra gobierna a su nación.
El poeta HEINE, que era judío y sabía a qué atenerse, ha dicho:
“Las acciones y los gestos de los judíos, al igual que sus costumbres son cosas ignoradas del mundo. Se cree conocerlos porque se ha visto su barba; pero no se ha visto nada más que eso, y, como el Edad Media, los judíos continúan siendo un misterio ambulante”.
4) EL BECERRO DE ORO
ISRAEL, lleva en su propio nombre un poco de su destino.
ISRAEL SIGNIFICA EN HEBREO: “EL QUE LUCHA CONTRA DIOS”. (Gen. 33, 28). Y, en efecto, la historia del pueblo escogido o elegido es la batalla de Dios, que quiere conducirlo por los caminos de su orividencia y se estrella en su rebeldía u obstinación.
Colmado de promesas y de favores, libertado milagrosamente de la esclavitud de los egipcios, apenas se aleja MOISÉS, empieza a rezongar, y pide a AARÓN, Sumo Sacerdote de Jehovah, que le fabrique un ídolo para adorarlo.
AARÓN consiente; recoge las joyas de las mujeres, las funde, fabrica un becerro de oro y lo presenta al pueblo:
“ISRAEL, ¡HE AQUÍ TU DIOS!” Éxodo, 32, 4).
Estas palabras fueron de los israelitas, según el sagrado texto. Seguramente fueron también las de AARÓN.
Pero el hermano de MOISÉS, ¿con qué espíritu las pronunció? ¿Fue un ironista o un profeta?
Quiso decirles: ¿a qué me pedís un dios, si ya lo tenéis y lo adoréis en secreto, y él es oro? ¿O pretendió anunciarles cuál sería su destino y el móvil de su futura política?
¡No sé! Sin embargo, sospecho que cuando en la Sinagoga, el rabino desenvuelve el venerable rollo de la Thora, donde sobre una piel escrupulosamente preparada está escrito el Pentateuco, al exponer el pasaje del Becerro de Oro, debía sentir la misma perplejidad.
¿Profecía? ¿Ironía?
Y no sabiendo cómo resolver la cuestión, se encogerá de hombros. ¿Qué importa? Al fin y al cabo, el amor al oro está prescrito en sus libros santos. El Zohar, comentando las bendiciones de la Biblia, afirma que: “La bendición en la tierra consiste en la riqueza”. (I, 87 b.).
Pero el judío no es productor. Prefiere ganar la riqueza por el intercambio. Al servir de intermediario entre los que producen y los que compran, algo queda siempre en sus manos, y se acumula y constituye su capital.
No se aviene sino con las ocupaciones sin raíces, que le permiten estar de paso en todas partes: el pequeño comercio, la pequeña industria, el préstamo, la comisión, la banca. Y en últimos tiempos, las profesiones liberales.
En la Argentina se han creado colonias judías, copiosamente regadas por las subvenciones del Barón HIRSCH. Entre Ríos, Corrientes, la Mesopotamia argentina, estuvo a punto de ser la nueva Mesopotamia judía. Pero al cabo de pocos años, el colono abandonó en arado, se transformó en comerciante, y dejó en su lugar, en la tierra desdeñada, a un italiano, a un español, que sería sus mejores clientes.
La colonización judía en la Argentina ha fracasado.
No en vano aconseja así el Talmud: “El tiene cien florines en el comercio, come carne y bebe vino todos los días; el que los tiene en la agricultura como pasto”.
“El que quiera hacer agricultores de los judíos- dice TEODORO HERZL, -comete un extraño error”. (TH. HERZL: L ´Etat Juif, pág. 77).
Y otro autor judío amplía su pensamiento: “El instinto mismo de la propiedad, que, por otra parte, resulta del apego a la tierra, no existe en los semitas, esos nómades que nunca han poseído el suelo y no quisieron poseerlo. De ahí sus tendencias comunistas innegables, desde la más remota antigüedad”. (KADMI COHEN: ”Nómades”, pág. 85.
La sola riqueza indiscutible para el judío es el oro, que se adhiere a su dueño y lo acompaña en sus avatares, y se puede guardar indebidamente, esconder y transportar.
Mientras los otros pueblos manejaban la espada, el judío, arrinconado en el ghetto, aprendía los secretos del ORO.
Y a medida que lo acaparaba, y a fin de aumentar su valor, sus financistas iban haciendo penetrar en las universidades y en los libros cristianos, una doctrina que les convenía, y que el mundo ha aceptado, como un dogma económico, pero de la cual se mofarán los siglos futuros: “No puede haber moneda sana, que no tenga por garantía el oro”.
Fetichismo puro, verdadera trampa judía.
Es imposible apoderarse de toda la riqueza de un país. Pero no tan difícil controlar sus negocios, para quien logra controlar su moneda.
La riqueza de una nación vale cien mil millones. ¿Quién posee cien mil millones para comprar una nación?
¡No es necesario! La moneda de esa nación no pasa de mil millones. El que se apodere de esos mil millones en dinero líquido, se habrá apoderado del país.
Pero tampoco es necesario. Esa moneda es papel, cuya garantía son quinientos millones en oro.
Bastaría adueñarse de ese oro, aunque se lo dejara dormir en las cajas de sus bancos, para dominar los negocios y ser prácticamente la riqueza entera de la nación.
5) UNA DOCTRINA ECONÓMICA QUE ES UNA TRAMPA JUDAICA.
“SE COMPRA ORO”. ESTA CRISIS, VASTA MANIOBRA DE LOS FINANCISTAS JUDÍOS. LA CRISIS PREPARA LA REVOLUCIÓN. EL JUDÍO ES REVOLUCIONARIO. LA ARGENTINA LO ATRAE ESPECIALMENTE. LA APATÍA CRIOLLA.
*BUENOS AIRES, FUTURA BABILONIA*
La doctrina del oro, como supermoneda universal, conduce al superreinado de Israel sobre el mundo.
Este es el sentido en que debe interpretarse el famoso manifiesto de ADOLFO CRÉMIEUX, (un HENRY KISSIGER del siglo XIX en Francia), fundador de la Alianza Israelita Universal (una especie de ONU israelí), que ya en 1860 (¿?) se dirige a MOISÉS MONTEFIORE y le dice:
“8º. – No está lejos el día en que todas las riquezas de la tierra pertenecerán a los hebreos”.
Ciertamente, no lograrán nunca apoderarse de todos los campos, de todas las fábricas, de todos los ferrocarriles, de todas las empresas cristianas; pero al apoderarse del oro, tendrán en sus manos todos los medios de pago de la humanidad, que se fundan en el oro.
Nunca había el mundo presenciado la avidez por el oro, que actualmente se observa. En todas las calles de esta ciudad y en todas las ciudades de la República y del mundo han aparecido sugestivos letreros: “Se compra oro”. “Compramos oro”. “ORO, ORO, ORO, PAGAMOS EL MEJOR PRECIO”.
No es una simple casualidad: es el indicio claro de una política no menos clara, aunque se dirige desde la sombra: la política del KAHAL, que por un lado incita a los judíos a acaparar el oro, y por otro difunde en libros, periódicos y universidades la doctrina económica que ha dado al metal amarillo un privilegio insensato.
Con el andar del tiempo se verá que esta CRISIS ha sido una vasta maniobra de financistas, para quienes los mejores semilleros de negocios son las crisis y las GUERRAS.
ESTA CRISIS PREPARA LA GUERRA, QUE ACABARÁ EN UNA COLOSAL REVOLUCIÓN E INTRODUCIRÁ EL CAOS EN LAS NACIONES. DEL CAOS SALDRÁ LO QUE EL TALMUD PROMETE A ISRAEL.
“EL MESÍAS DARÁ A LOS JUDÍOS EL IMPERIO DEL MUNDO, AL CUAL ESTARÁN SOMETIDOS TODOS LOS PUEBLOS.” (Trat. Schabb fol. 120 c. 1).
¿El Mesías? ¿Acaso los judíos esperan el advenimiento del Mesías?
Es posible que algunos judíos, de esos que todavía lloran al pie del muro de las lamentaciones en la Ciudad Santa, conserven la esperanza de un Mesías personal, que vendrá como rey omnipotente a realizar las profecías.
Pero la inmensa mayoría, inclusive sus teólogos de más autoridad, han abandonado hace tiempo esta interpretación.
No creen en el Mesías, pero creen en la misión mesiánica de Israel.
Y se apoyan en las palabras de MOISÉS, en la última asamblea general de su nación (Deuter. XXX, 1-9), donde, a manera de un testamento, predice la futura grandeza del pueblo escogido.
“En esta profecía – observa el gran rabino y teólogo WEILL – no hay ninguna mención directa, ni indirecta, de un Mesías personal…Ningún vestigio de un rey, príncipe o personaje cualquiera, encargado de esa misión reparadora, MOISÉS no conoce o al menos no anuncia al Mesías personal. Predice una regeneración, un renacimiento nacional… Este mesianismo se resume en una restauración moral y religiosa”. (MICHEL WEILL,: Le Judaïsme, Libraire A. Frank, París, 1869, t. III, p. 409-421).
Tan restringida interpretación de las profecías, concuerda muy bien con la religiosidad judía, deísmo vago e inanimado, pequeño par de alas de su nacionalismo pesado, vigoroso y materialista.
El judío encuentra insustancial la esperanza del cielo. No sabe ni quiere saber de las cosas del otro mundo. Cree en el paraíso terrenal.
“No siempre es ateo, pero siempre es anticristiano”.
“Habría que examinar, dice B. LAZARE, cuál ha sido la contribución del espíritu judío al terrible anticlericalismo del siglo XVIII. (LAZARE: Op. Cit., II-193).
Sabido es que de ese anticlericalismo brotó el liberalismo del siglo XIX, pesado Mar Muerto en cuyas aguas plúmbeas ninguna vida espiritual subsiste; filosofía taimada, que encendió las luchas religiosas y políticas de aquel siglo, y atiza la GUERRA SOCIAL del presente.
Dejemos otra vez al autor de L´Antisemitisme.
“En la historia del liberalismo moderno, en Alemania, en Austria, en Francia, en Italia, el judío ha desempeñado un gran papel.
“El liberalismo ha marchado a la par del anticlericalismo. El judío ha sido ciertamente anticlerical; él ha provocado el Kulturkampf (la guerra cultural), en Alemania; él ha aprobado las leyes FERRY , en Francia. Es justo decir que los judíos liberales han descristianizado, a lo menos han sido los aliados de los que fomentaban esta descristianización, y para los antisemitas conservadores, descristianizar es desnacionalizar”. (LAZARE: Op. Cit., II-224).
“Recojamos esta preciosa confesión: el judío es un poderoso factor antinacional”.
Por el apego que tiene a sus tradiciones, por su espíritu de economía, por su admirable patriotismo, se nos presenta como un tenaz conservador.
Y lo es, pero conservador de sus propias instituciones.
Sumergido en un ambiente cristiano, resulta insocial, inasimilable y revolucionario.
Citemos de nuevo a TEODORO HERZL, en una estupenda confesión:
“Abajo nos volvemos revolucionarios proletarizándose y constituimos suboficiales de todos los partidos subversivos”. Al mismo tiempo que se agranda arriba NUESTRA TEMIBLE POTENCIA FINANCIERA. (TH. HERZL: l´Etat Juif, París, Libraise Lipschutz, 1926, pág. 84)
“El judío es espíritu revolucionario ; consciente o no, es un agente de revolución”, dice B. LAZARE. Y más adelante agrega esta observación: “El día en que el judío ocupó una función civil, el Estado cristiano se puso en peligro”… En ese gran movimiento que conduce cada pueblo a la armonía de los elementos que lo componen, los judíos son los refractarios, la nación de la dura cerviz”. (B. LAZARE: Op. Cit., T. II, 182, 225, 229).
Palpita en las entrelíneas de estos escritores el orgullo de la raza, porque esa condición de revolucionario y de insociable que confiesan, es toda una definición: El judaísmo no es una nacionalidad, no es una religión, es un nacionalismo, mejor todavía, un IMPERIALISMO.
Y ESTO LO SINTIERON DOS MIL AÑOS ANTES DE CRISTO LOS PRIMEROS ANTISEMITAS DE LA HISTORIA, LOS FARAONES DE EGIPTO, Y DESPUÉS TODOS LOS PUEBLOS DE TODOS LOS SIGLOS.
*CONCLUSIÓN*
No podía nuestra joven patria ser una excepción, y ya tiene también su conflicto. El judío argentino no es generalmente el personaje antipático, que han caracterizado los escritores europeos.
Por de pronto no es mezquino. Nosotros conocemos otros pueblos que son característicamente cicateros y miserables.
El judío no. Cuando pobre, es económico hasta el heroísmo. Pero cuando rico es generoso y gran señor, como nadie.
No es áspero ni prepotente. Por el contrario, sus maneras son civiles y afables. Nadie sonríe como él; nadie es complaciente como él.
Añádase que es dúctil, tenaz e inteligente, y suple con sagacidad y perseverancia las condiciones de fuerza o de genio que pueden faltarle.
Los argentinos no hemos inventado la cuestión judía. Existía fuera de aquí y mucho antes que nosotros. Ahora existe aquí, porque los judíos mismos la han planteado. Recordemos las palabras ya citadas de su gran apóstol HERZL: “TENEMOS QUE HACER DE LA CUESTIÓN JUDÍA UNA CUESTIÓN MUNDIAL”.
Debemos creer que la Argentina tiene para ellos una atracción especial. Y aún hubo un tiempo en que pensaron seriamente de una porción del territorio argentino (tal vez la provincia de Entre Ríos o el norte de Santa Fe) la tierra prometida, donde se cumplirían las profecías de sus libros santos.
Les parecía fácil lograr de nuestro gobierno una cesión de territorio, que transformarían en nación independiente. Y hasta llegaban a creer que nos halagaría mucho su preferencia.
Esta no es una suposición gratuita. He aquí las palabras del gran sionista ya citado, TEODORO HIRZL:
“La Republica Argentina tendría el mayor interés en cedernos parte de su territorio. La actual infiltración judía ha producido allí, es verdad, cierta inquietud. Sería, pues, necesario explicar a la República Argentina la diferencia esencial de la nueva emigración judía”. (TH. HERZL: Op. Cit., p. 94).
A la apatía criolla, que es una forma de generosidad petrificada en el Preámbulo de la Constitución, todavía no le inquieta la infiltración judía en nuestro comercio, en nuestras finanzas, en nuestras leyes, en nuestra enseñanza, en nuestra en nuestra política y en nuestro periodismo.
No le damos importancia al descanso del sábado, porque le llamamos sábado inglés.
No nos preocupa la multiplicación de esas escuelas misteriosas, no solamente una lengua, sino un alfabeto extraño, que hace poco menos que imposible vigilar el espíritu de esa enseñanza.
Cuando pensemos de otro modo, ¿será tiempo todavía?
Repitamos las palabras de BERNARDO LAZARE, cuyo testimonio es irrecusable: “El día en que el judío ocupó una función civil, el Estado cristiano se puso en peligro”.
*BUENOS AIRES, CABEZA ENORME DE UNA DIRECCIÓN OMNIPOTENTE DE ESTE PAÍS REPÚBLICA DE POBLACIÓN ESCASA, PALANCA SIN TRADICIONES, DENSAMENTE EXTRANJERIZADO, PUEDE SER LA BABILONIA INCOMPARABLE, LA CAPITAL DEL FUTURO REINO DE ISRAEL*.
*Ni Nueva York, ni Varsovia, podrían disputarle el honor de ser la cuna o la metrópoli del Anticristo*.
Nuestros judíos no creen, seguramente, en el Mesías, pero sí en la era mesiánica de Israel, que un día tendrá a todas las naciones a sus pies.
Nadie como el judío está armado para esta conquista universal, que no se realizará por la espada, sino por el oro, el arma de los tiempos modernos.
En muchos países se está librando ya la batalla financiera, que primero conduce a la *CRISIS, LUEGO A LA GUERRA Y FINALMENTE, A LA REVOLUCIÓN*. El judío la fomenta, la dirige, la subvenciona y cuando ha hecho tabla rasa del Estado cristiano, la sofoca y se instala en el Capitolio vacío, a gobernar bajo la inspiración del KAHAL, precursor del Anticristo.
La revolución rusa es un ejemplo actual y completo.
Y ésta es la razón por la que en todos los pueblos, el grito contra el que se ha levantado constante y enérgicamente la voz de los Papas: “¡MUERA EL JUDÍO!”, haya querido ser anónimo de “¡VIVA LA PATRIA!”.
*PORQUE DOS NACIONALISMOS NO PUEDEN COEXISTIR EN LA MISMA NACIÓN*.
*Buenos Aires, 23 de abril de 1935. GUSTAVO MARTÍNEZ ZUVIRÍA – HUGO WAST*
*DIARIO PAMPERO Cordubensis e INSTITUTO EMERITA URBANUS.8.5.08*
*Comprar conciencia no es la única manera de CORROMPER a los no judíos. Ni tampoco lo más peligrosa. Mucho más nefasto es CORROMPER el alma, disolver los valores espirituales y sociales. Y el judío sabe arreglárselas bien para eso. Por lo general, no ejerce violencia ostensible alguna, pero DISOCIA, PERTURBA, DESINTEGRA, DISUELVE. “ISRAEL disuelve sin ser disuelto”, dice JEAN de MENASCE, judío converso.
Pruebas, no faltan, pero huelga mencionarlo, pues no vacilan en reconocer su acción disolvente en todos los órdenes.
“Trabajando, a su modo de ver, a favor de lo que se convino en llamar el progreso, (la élite judía) se convirtió a menudo en un elemento de disolución social por sus críticas contra las instituciones vigentes” (E. SCHNURMANN).
“El judaísmo contribuyó en modo magnífico durante el siglo pasado (S. XIX) a destruir la vieja civilización occidental”. (NACHUM GOLDMANN).
“Por su actividad en la literatura y la ciencia, por su posición dominante en todos los ramos de la actividad pública, (los judíos) están vaciando gradualmente las ideas y los sistemas no judíos en moldes judíos. (LEÓN DE PONCINS en La mystérieuse internationale juive).
Finalmente: “Nosotros no somos el gran común divisor de los pueblos sino para convertirnos en su máximo común federador. ISRAEL es el microcosmos y el germen de la Ciudad futura”. (Palabras de un banquero judío de Nueva York citadas por el Embajador de SAINT-AULAIRE en Genève contre la paix (1936).